'Mi padre, Germán Castro Caycedo'
30 Junio 2024

'Mi padre, Germán Castro Caycedo'

Catalina Castro hace un recuento sobre la vida de su padre, el gran periodista Germán Castro Caycedo. Son sus mejores memorias desde su infancia, hasta su muerte. Es una minuciosa investigación, pero también un relato apoyado en cartas, recuerdos, conversaciones y sus viajes juntos. El libro, que será presentado por Julio Sánchez Cristo el próximo 15 de julio, ya se encuentra en las librerías del país. CAMBIO reproduce en exclusiva uno de sus capítulos.

Por: Catalina Castro

Entre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsAppEntre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsApp

Muchos de los viajes que hice con mi padre hacían parte de sus investigaciones. Algunos fueron también posteriores a ellas: lo acompañábamos a reencontrarse con personajes y lugares que quería que conociéramos, o simplemente porque le faltaba algún dato para "redondear" las historias. Para él eran viajes de trabajo, pero también la oportunidad de mostrarme el mundo; su mundo. En esas travesías aprendí a amar mi tierra, con todos sus contrastes; a rechazar, igual que él, las injusticias, y a admirar toda su belleza, exuberancia y diversidad. Al mirar atrás, considero que gracias a haber tenido el privilegio de caminar agazapada en su mente y en su corazón, aprendí a ejercer mi propio oficio con humanidad y propósito. No es gratuito que el ser humano y la naturaleza, así como la luz y los colores, sean los ejes de mis obras. 


Capítulo 23

Después de Valledupar, Germán y Gloria habían previsto que dormiríamos un par de noches en la Sierra Nevada de Santa Marta con la comunidad arhuaca. De allí saldríamos rumbo a La Guajira, donde además de mostrarnos Riohacha, el cabo de la Vela y la cultura wayú, nos presentaría a algunos de sus personajes. Allí acabaría nuestro viaje y él terminaría de completar algunos fragmentos para los cuentos Chichiribico, Uno, Dos y Tres. Tomamos la carretera hacia Pueblo Bello, a unas dos horas de camino, donde cambiamos el automóvil por un campero, o más bien, un sacarriñones, para seguir hasta Nabusimake, un asentamiento indígena arhuaco a tan solo unos 30 kilómetros de allí. Sin embargo, nos tomó más de tres horas de viaje, pues era una trocha agreste y empinada, esculpida en un barro del color de la arcilla quemada. El camino estaba hecho de grietas, saltos, hundimientos y tramos difíciles, y por momentos el paso se reducía vertiginosamente: a un costado, un muro de limo; al otro, un precipicio espeluznante. El paisaje de la sierra era bello e imponente, pero el temor y la incomodidad me impidieron apreciarlo. Varias veces, de mal genio, le pregunté si algún día íbamos a llegar a su tal Nabu-no-sé-qué. Conteniendo el aire, como si estuviera ahogándose, me decía tomándome el pelo:

Síííí…. glup, glup… ennnn unnnnnas diez, glup, y sietttte ho- raaas, glup.

Con la espalda hecha añicos, encontramos por fin este paraje escondido, adonde, me imaginé, pocos foráneos habrían llegado hasta entonces. Es un lugar frío, anclado como está entre las montañas, embebido de un silencio que jamás había experimentado. Por respeto a esa paz, mi reflejo fue hablar en voz baja. A él le cayó en gracia y siguió mi iniciativa.

—Fíjense en la magia de nuestra geografía –nos susurró–. Esta mañana estábamos en Valledupar, casi al nivel del mar. Ahora, después de algunas horas de camino, nos encontramos a más de 2000 metros de altura. La sierra nevada es un ecosistema único, con paisajes diversos y con nieves perpetuas, los picos Colón y Bolívar, que culminan a casi 6.000 metros de altura.

Mi mamá nos recordó la hazaña de nuestro tío Chaid Neme, hermano por elección, amigo y socio de mi abuelo, que escaló esas cimas y clavó en ellas la bandera de Colombia.

—En esta sierra, hijas –continuó–, están presentes todos nuestros climas tropicales, todos los pisos térmicos, desde las cimas hasta el mar, pasando por páramos, bosques y valles, bañados por aguas cristalinas. Si se fijan, al caer el sol y al amanecer escucharán la infinita variedad de aves y de monos que habitan estas tierras. La sierra es una de las montañas cercanas al mar más altas del mundo. Pero además de descubrir esta naturaleza única, vamos a dormir en uno de los bohíos arhuacos, respetuosos habitantes de esta serranía, que han resistido durante siglos, primero a la Colonia española y luego a la evangelización.

Nos adentramos por aquellas construcciones circulares, los kuibolos, a través de un camino empedrado, guiados por un indígena vestido de blanco inmaculado que nos explicó que su comunidad, que para entonces no tenía mucho contacto con el exterior, se rige bajo la autoridad del mamo, que es a la vez el puente entre la Tierra y el Cosmos. Nabusimake, la capital espiritual para los arhuacos, significa “el lugar donde nace el sol”.

Visitamos el orfelinato Las Tres Aves Marías, abandonado por los monjes capuchinos tras un intento fallido por adoctrinar con crueldad a estas almas, cuya cosmovisión es diferente, y quizás más amplia, que la de aquellos religiosos. Allí aprovechó para contarnos brevemente lo que tuvo que padecer la comunidad por más de 66 años. A los padres les arrancaban a sus hijos para internarlos en ese recinto que teníamos frente a nuestros ojos. Allí les prohibían hablar la lengua iku y les exigían el castellano; estigmatizaban su cultura ancestral, tildando sus kankuruwas (templos de reflexión y pensamiento) de templos diabólicos; los obligaban a arrodillarse sobre la arena para cortarles el pelo, que es sagrado, y algunos indígenas hablan incluso de encierros y latigazos. El 7 de agosto de 1982, centenares de arhuacos se tomaron el orfanato y, tras cinco días de ocupación, obligaron al obispo, que no pudo huir, a firmar un documento que simbolizaba el regreso a su cultura y el sueño de recuperar su territorio, autonomía y autodeterminación.

Recorrimos la comunidad respetando sus prolongados silencios. Los vimos tejer y mambear. Recibimos miradas cariñosas y también impenetrables; un trato cercano y, algunas veces, soberbio. Al compartirle esta apreciación a mi padre, me dijo:

—Son orgullosos de lo que son, su visión del mundo es más amplia y profunda que la nuestra y que la de los conquistadores o los monjes.

Al final de la tarde, nos introdujimos en nuestro kuibolo. Caía el sol, y el bohío, ya de por sí oscuro, empezó a quedar en la penumbra. Entonces, me invadió una angustia inexplicable. Mi papá lo advirtió de inmediato y se sentó a mi lado.

—¿Qué te pasa, hija?
—Papá, siento un aburrimiento grande, acá en la barriga.
—Es el crepúsculo, mi amor. Me pasa lo mismo. No sé por qué, pero desde cuando era niño la caída del sol me genera mucha angustia. Yo también siento ese aburrimiento que tú nombras. Es tal vez el desasosiego de la noche, el temor a la oscuridad.

* * *

Desde entonces, cada atardecer que compartíamos, nos acompañábamos en silencio, conscientes de sentir ese torbellino entre el pecho y el estómago. Yo lo seguí llamando así, “el aburrimiento ese que nos da en la barriga”; él, “el desasosiego de la noche”. No era lo mismo que mis terrores nocturnos. Eran solo esos segundos liminales, el paso de la luz a la sombra. Esa sensación en las tripas que, paradójicamente, verbalizamos por primera vez en “el lugar donde nace el sol”, fue el comienzo de esa comunicación de silencios, de miradas cómplices, de corazonadas y de telepatías donde las palabras sobraban. Una conexión que nos acompañaría a lo largo de la vida y que trascendió su muerte.

Al caer la tarde de ese lunes 12 de julio de 2021, sentí una fuerte presión en el pecho. Era el ocaso definitivo: el del día y de la vida de mi padre, que ya se acercaba. Con el crepúsculo, era como si alguien le susurrara: “La muerte se avecina”. La noche, la oscuridad, el último viaje.

El final de la jornada había transcurrido alegre, pero con esa punzada en mi tórax sentí su miedo vivo. Venía la noche, se avecinaba lo desconocido…

—Estoy cansado, ya no puedo más –me dijo al fin. Tomé su mano:
—Pasará pronto –quise asegurarle. Pero esta vez el desasosiego no se fue.

 

Apoya el periodismo que te gusta

Puedes cancelar en cualquier momento

¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión

Conozca más de Cambio aquíConozca más de Cambio aquí