“Colombia tiene problemas existenciales”: Jon Lee Anderson
2 Julio 2023

“Colombia tiene problemas existenciales”: Jon Lee Anderson

Jon Lee Anderson, uno de los grandes cronistas del mundo, conversó con Patricia Lara Salive sobre el rumbo de los distintos países de América Latina, especialmente de Colombia y de su presidente Gustavo Petro.

Por: Patricia Lara Salive

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Jon Lee Anderson, 66 años, reportero del New Yorker, un gringo que más parece un ciudadano latinoamericano, dialogó con CAMBIO durante su visita a Bogotá, a donde llegó como invitado de la Fundación Gabo, de cuyo consejo rector es miembro desde hace muchos años. Autor de varios libros, incluidas su estupenda biografía del Che Guevara y su obra La caída de Bagdad, con la que ganó el premio Reporteros del Mundo, Jon Lee, cuyo último libro, Los años de la espiral, Crónicas de América Latina, hace poco llegó al país, analiza, en esta entrevista, el momento que atraviesan los países más conflictivos de América Latina, Colombia incluida

Cambio Colombia

CAMBIO: ¿Jon Lee, usted que cubrió tanto el proceso de paz de Santos con las Farc y que tenía tanta ilusión con lo que estaba pasando en el país, ¿cómo ve a Colombia hoy?

JON LEE ANDERSON: Siento una especie de desazón… Y quizás hay impaciencia o desilusión entre algunos colombianos en torno a lo que fue el proceso de paz. Porque no se logró la paz total en Colombia. Es obvio. Lo ha planteado el nuevo presidente Petro y está enfrascado en diálogos con los diferentes grupos armados. Lo de las Farc, de hecho, fue histórico, fue un hito, un acontecimiento mundial. Yo me entusiasmé tanto porque en esos momentos, de 2014 a 2016, en que se llevó a cabo la firma de la paz y la salida de miles de armados del monte, hubo una especie de oxigenación en Colombia y una efervescencia, una noción de porvenir, de posibilidades nuevas. Se había roto el molde cíclico del conflicto, y eso era algo que había que abrazar, que había que aplaudir. Hay que recordar que cuando se dio el proceso de paz en Colombia, este era el único lugar en el mundo donde un conflicto se resolvía por el diálogo. En el resto del mundo había una hemorragia de sangre. Isis estaba causando atrocidades por todos lados sin que nadie aparentemente tuviera la capacidad de pararlas y de intervenir. Había una impotencia, creo que universal, en torno a algunos de los grandes problemas de nuestro tiempo: el terrorismo, la migración masiva, el narcotráfico... Y en Colombia había un puntico de luz, porque un conflicto que había durado más de medio siglo, se paraba. Es cierto que después… Bueno, ya sabemos. Hubo un cambio de gobierno, un presidente que llegó, y no le interesaba, no estaba convencido de los acuerdos logrados. Entonces se puso freno a algunos aspectos de lo que tenía que haber venido después de los acuerdos. Así, algunos guerrilleros volvieron al campo, otros no salieron del campo porque ya estaban en el narcotráfico. Y, mientras tanto, el país seguía con su narcotráfico y con los otros grupos, entre ellos los paramilitares y demás. Y fueron tomando espacios abandonados por las Farc. Y los elenos nunca salieron del campo. En fin, el país hoy, a siete años de las firma de los acuerdos de paz con las Farc, necesita mirarse al espejo: sigue siendo un país polarizado, que finalmente tiene un presidente de izquierda que no es popular para mucha gente. Ha hecho gestos pragmáticos, al estrecharse la mano con Uribe, con los ganaderos y otros grupos así. Pero estamos en tiempos polarizados en que los mismos presidentes utilizan redes sociales como Twitter, y todo es gatillo fácil. Entonces sigue la sensación de exacerbación en el país. Y Colombia, como el resto del continente, sufre de problemas existenciales; es un país de paso de migrantes hacia el norte, por el Darién. Y el narcotráfico, 23 años después de que se inventó el Plan Colombia, sigue siendo un problema. Colombia exporta no sé cuántas veces más cocaína hoy que hace 23 años. O sea que en la guerra contra las drogas ha fracasado. Y estamos en una época en que lo cuestionamos todo; la pugna se realiza a través de las redes sociales; y existe manipulación de los medios por parte de grupos económicos y grupos políticos interesados. Y eso ha causado también una desilusión en el público hacia los periodistas. Entonces, no la tienen fácil los colombianos: Colombia sigue siendo el único país con una lucha armada, o varias luchas armadas con un problema criminal, delictivo... El país todavía no ocupa los espacios que tiene que ocupar, no tiene el dominio de la fuerza. Al Estado colombiano le ha faltado la legitimidad total en episodios del pasado como el paramilitarismo y los falsos positivos. Claro que todo se va oxigenando gracias a los Acuerdos de Paz y a la JEP. Pero no estamos ni a medio camino todavía de lograr una especie de consenso entre los colombianos. 

CAMBIO: John Lee, ¿cómo nos está viendo el mundo hoy? En los años de la negociación, cuando se firmó la paz, Colombia era un país muy admirado en el mundo. ¿Hoy cómo nos ven? ¿Pasamos de moda? ¿El mundo está desilusionado de Colombia?

J. L. A.: Es una buena pregunta. No sé si el mundo está desilusionado, porque los índices económicos de Colombia son buenos; hay turismo; hay una expectativa entre muchos jóvenes del norte de Europa y de Estados Unidos que vienen a Colombia. Es un país que les emociona. Eso, antes, era inconcebible. Y es positivo. Y hay una noción de la voz indígena y afrocolombiana. Esos son logros visibilizados en el exterior. Pero Colombia ha vuelto a ser el país del ruido blanco. ¿Qué quiero decir con eso? Sus conflictos, su insularidad, su discurso interno, no tienen eco. No tienen resonancia en el exterior. Nadie sabe bien cuáles son los líos colombianos. ¿O sea, les interesa ir a Colombia por determinadas cositas: a Cartagena, para ir a la playa, a Palenque; a Medellín, para disfrutar de la música, del folclor o de los productos colombianos, buenos y malos, lamentablemente. Cada uno agarra lo que quiere de Colombia, pero Colombia, como tal, ha vuelto a ser ese país cuyos problemas internos, y cuyas discusiones y preocupaciones, no calan al exterior. Tú empiezas a poner atención a ver qué pasa con Colombia, o con Argentina, o con Paraguay. Y no es común que en Bélgica o en España o en Estados Unidos lo sepan. Su relación con el país es de nicho, de cosas muy puntuales. Yo diría que Colombia logró un espacio en el escenario mundial muy positivo en esos años 2015, 2016, cuando se consiguió la paz. Muchos periodistas vinieron; muchos reportajes, documentales y películas se hicieron. Eso hizo que el mundo se interesara en Colombia, en su cultura, en su ecología, en sus posibilidades positivas. Y eso se ha menguado. No se ha ido del todo, pero Colombia tiene que luchar para ser visible de nuevo.

CAMBIO: ¿Y esa campaña del presidente Petro contra el cambio climático ha generado algún impacto en el exterior, alguna admiración? ¿Se le reconoce que él es un líder en ese campo?

J. L. A.: Quizás se ha perdido entre tantas otras cosas que están ocurriendo en el mundo: la guerra en Ucrania; la vuelta al poder de Lula, que sí tiene una resonancia fuerte por ser un poco como el amo del 60 por ciento de la Amazonía y por haber desplazado a un Bolsonaro que lo que quería hacer con la Amazonía era quemarla. En el caso de Colombia es un agregado positivo, pero no ha tenido la resonancia que yo hubiera esperado habiendo visto ese discurso tan inspirador de Petro en torno a lo que es la Amazonía. Creo que todo el mundo está un poco a la expectativa. Yo creo que el presidente Petro llegó a la tarima con unos discursos espectaculares en varios ámbitos, desde lo ecológico hasta el logro de la paz total y la legalización de las drogas, que quizás fue el mensaje que más titulares generó. Pero siento que hay una especie de estancamiento debido a las polémicas y a la política interior colombiana. Esa parte es un poco como la de después del conflicto: una cosa es tener la buena intención y otra es lograrlo. Yo creo que más allá de Colombia, lo que nos interesa es la salvación de la naturaleza. Tenemos que pensarlo más como algo conjunto y tenemos que ver la forma de visibilizarlo cada día más. Estamos todos llegando a darnos cuenta de que el cambio climático está aquí. Pero ¿cuál es nuestro aporte día a día? ¿Cómo lo podemos hacer? Creo que en Colombia, como en todos los demás países, ese es un desafío. 

CAMBIO: John Lee, lo invito a que le demos una mirada a América Latina: Venezuela. ¿Qué va a pasar ahí? 

J. L. A.: Se nota que hay un acercamiento. Venezuela vuelve un poco a la tarima mundial gracias a que la administración Biden, a diferencia de la de Trump, que se dedicó cuatro años a intentar tumbar al Gobierno y a reconocer a un muchacho (estoy pensando en Juan Guaidó) que era un presidente paralelo que no tenía poder, ha hecho una especie de acercamiento a ver si con su política, que es bastante híbrida, -pragmática y transaccional-, logra entendimientos, comenzando con el petróleo. En fin, eso es un ciclo que se ha terminado. Lo que no se ha terminado es el gobierno de Maduro. Es un poco como la política que está haciendo Biden con China: tener ciertos acercamientos diplomáticos para evitar una conflagración mayor. En el caso de Venezuela, escuchamos que el asesor de la Casa Blanca, Juan González, se reunió hace poco en Qatar con un allegado de Maduro. Eso es quizás un avance positivo. Y estoy seguro de que la Casa Blanca busca concesiones democráticas por parte de la administración de Maduro. Pero ayer vimos que el régimen de Maduro inhabilitó durante 15 años a la candidata opositora Ana Corina Machado. No sé si es una medida de fuerza por parte del régimen o es un desafío. Todavía no se puede interpretar bien. Algo parecido pasa quizás con los grupos armados en Colombia: ellos buscan armarse más para ser más fuertes en la mesa de negociaciones. Hay un matiz de comportamiento lógico en ese sentido y no hay que preocuparse demasiado. Hay que entender que estas son escaramuzas previas a pláticas maduras que pueden lograr algo mejor. Vamos a ver lo de Venezuela. Yo creo que estamos en un período en el que podríamos ver una oxigenación en lo que es el proceso político venezolano. Pero también podría estancarse y podríamos seguir en este trance envilecido, con los gobiernos de izquierda durante un tiempo más, porque hemos vuelto a una especie de lógica de guerra fría en que países como el de Ortega, Nicaragua, pueden jugar con el monstruo o el imperio, y pueden toquetearlo porque tienen a China que les viene a ayudar, pueden ser más desafiantes, o los cubanos pueden firmar otro tratado militar con los rusos, o los chinos, o yo qué sé... Estamos en eso. Y mucho tiene que ver con la guerra en Ucrania. Y si se nota que Putin se vuelve muy inestable, a lo mejor estos países que reclaman su bondad, la bondad putinesca, empiezan a retroceder un poco. Pero ahora hay una China emergente que quiere también jugar en el patio. Todos sabemos que cada vez que un país cambia a Taiwán por China, los presidentes de turno reciben, no solamente unos cuantos tratados comerciales lucrativos de China sino, en algunos casos, creo que en la mayoría, también reciben su dinerito.

CAMBIO:¿En qué presidentes en concreto está pensando? 

J. L. A.: En concreto estoy pensando en el presidente Varela de Panamá que cambió de Taiwán a China. Y hay cierta evidencia de que una firma de su familia recibió un negocio que le valió algo así como 47 millones de dólares. No podría ir a un jurado para decir que sé que eso es verdad. Pero hay más criterios para creer que sí es verdad. Y no creo que ningún latinoamericano se sorprendería si fuera verdad. O sea, la corrupción en América Latina ha sido el gran lastre de la política y de la democracia en los últimos 30 años. Entonces, hay un cinismo en torno al modelo político democrático. Yo no sé si Bukele ha recibido dinero, yo no sé si Xiomara, la hondureña, ha recibido dinero. O si los demás que han cambiado su reconocimiento de Taiwán a China… Pero es de suponer que sí.

CAMBIO: ¿John Lee, y a Cuba, cómo la ve?

J. L. A.: Muy estancada. Ya pasó la época en que los jóvenes querían ir ahí. La emoción y la euforia que hubo con la apertura entre Obama y Raúl Castro, que hizo que Cuba se abriera, al menos cultural y comercialmente al mundo y a Estados Unidos, duró dos años y medio, pero después se cerró. En parte por Trump, que llegó al poder y quiso deshacer todo lo que había hecho Obama, pero también se cerró por la línea dura de Cuba. Quizás el Estado de seguridad se sentía ansioso o receloso con la apertura. Alguien me contó que en el año 15 o 16, después de que se firmó la reapertura de relaciones entre Cuba y Estados Unidos, algo así como 2 millones de norteamericanos visitaron la isla. O sea, de quizás 20.000 o 50.000, pasaron a 2 millones. Y yo creo que para los conservadores cubanos, es decir, para el Estado de seguridad, eso los tiene que haber asustado. Y ellos hicieron varias cosas para poner freno a eso. Y también lo hizo Trump. Es decir, es como si Trump y los neoconservadores, Marco Rubio y demás, junto con el Estado más dogmático cubano, -no digo Raúl Castro porque tengo la noción de que él sí estaba a favor-, sino los organismos de contrainteligencia que son muy fuertes en la isla y los militares que se sentían recelosos, lo hubieran cerrado. Quizás sintieron que iban a ser arrollados por la gran potencia y, simplemente, cerraron las puertas. Y la pandemia agudizó eso. Y los rusos no tienen dinero para distribuir. Y los chinos han sido cuidadosos en hacer presencia ahí. Y tampoco son santo de devoción de los cubanos. Entonces Cuba está un poco como el boxeador que ya está en el décimo round. No tiene un nocaut, sabe mantenerse a pie, pero está muy golpeado. Los cubanos lamentablemente han sufrido penurias y vicisitudes y carencias durante décadas, y pueden seguir aguantando. Yo creo que esa es un poco la lógica del Gobierno ahí. Y han hecho concesiones migratorias para destapar el vapor de la olla, como siempre. El año pasado creo que más de 250.000 cubanos se fueron de la isla. Y se fueron a través de vuelos chárter a Nicaragua y después en convoy hacia el norte. Miami está inundado de cubanos nuevos. Y eso es muy triste. Yo tengo amigos en la isla. Yo estuve el año pasado un tiempo. Y los jóvenes y la gente con temple, con capacidad, la gente educada, se va porque no hay oportunidades. Es una gran pena para Cuba que no pueda mantener a su gente ahí. Cuba está en crisis. No sé cómo la va a solventar... Yo no creo que cambien las cosas en Cuba.

CAMBIO: Se suponía que Biden iba a flexibilizar las medidas que dejó Trump y que exacerbaron el bloqueo. Pero no ha pasado mayor cosa. ¿Por qué?

J. L. A.: Esta administración Biden llega al poder después del asalto al Congreso y de una constatación de que Trump casi logra la reelección. El país ha  cambiado. Y si bien antes administraciones demócratas como la de Obama o Clinton aprendieron a través de duras lecciones que no había que hacer enojar a los cubanos de Miami, Biden no ha querido ni tocarles las fibras. Y por temor a que Trump o alguien como Trump vuelva al poder, han optado por una política transaccional. O sea, si no ganan nada abriéndose a Cuba, por más bondadoso que sea el gesto, no lo van a hacer. Es más, ni Obama pudo deshacerse del embargo, del famoso bloqueo, porque es un acto del Congreso y se tiene que lograr una mayoría. Y eso es imposible hoy. Pero en esos dos años de distensión con Cuba se lograron muchísimas cosas. Básicamente se estaba deshaciendo el bloqueo sin deshacerlo formalmente. Lo estaba deshaciendo por pedazos, con los hechos, con acuerdos bilaterales parciales. Por eso el turismo masivo llegaba y, con él, mucho dinero, además de remesas. La administración Biden puede jugar con cosas como remesas, vuelos, cuotas de inmigración. Pero hasta que no haya un gesto por parte de los cubanos, que le demuestre a la derecha norteamericana que están dispuestos a abrirse, o a ser menos dictatoriales, o a dejar un espacio para su oposición interna, no cambia nada.

CAMBIO: ¿Y qué posibilidades hay de que vuelvan a sacar a Cuba de la lista de países que apoyan el terrorismo. Es una injusticia terrible que esté en esa lista.

J. L. A.: Yo estoy de acuerdo. Y tiene que ver con por qué regalar si no me dan nada a cambio. O sea, es un as en la manga. Es así. Hasta que Díaz Canel no suelte algo, no lo van a soltar ellos tampoco. O sea, ¿para qué venir como el buen samaritano, si el otro no me da? Se ha vuelto así Estados Unidos con la región: la política interna estadounidense se ha vuelto mucho más transaccional. 

CAMBIO: ¿Y qué tendría que darles Díaz Canel?

J. L. A.: No sé. No sé cuáles son las discusiones internas en la Casa Blanca. Yo sé que eso está hablado. Yo creo que lo que tendría que haber es una serie de cosas que podría hacer Díaz Canel para ir oxigenando el ambiente con Estados Unidos. Bueno, ya en lo económico, más o menos van abriéndose, pero un poco tardío también. Ya lo habían hecho varias veces y luego cerraron; entonces no lo hacen muy convencidos, lo hacen de manera táctica. Esa es la sensación que da el Gobierno cubano, que en cuanto al sector económico, van dejando que la gente gane por su cuenta, y las divisas empiezan a circular, y luego cierran de nuevo. Yo creo que el tema migratorio también es importante. Y digamos, si Díaz Canel tomara una distancia más explícita de Rusia en resoluciones de la ONU, sería interesante. No creo que lo haga. Pero yo creo que el guiño más importante quizás sería un levantamiento de las restricciones en torno a la libertad de expresión y a la actividad política en la isla. Tendría que haber un gesto más sustancial. Lamentablemente es como si los cubanos hubieran perdido el momento. No es culpa solo de ellos: vino Trump. Pero también dejaron que sus más conservadores impidieran más apertura en Cuba. Y creo que es lo que hizo falta. Si no hubiera sido así, no hubiera habido un estallido social como lo tuvieron en el verano de 2022 en 60 ciudades y pueblos de Cuba. No todo fue una operación de la CIA, no. Cualquiera que ha ido a Cuba sabe que está muy desgastada la infraestructura cubana. La mayoría de los jóvenes lo que quieren es salir. Es una isla, ¿no? Y cualquier joven quiere salir de su isla para conocer mundo. Eso ya es natural. Más aún en un lugar como Cuba, donde no hay oportunidades políticas ni económicas.

CAMBIO: Jon Lee, hablemos de Bukele y el fenómeno de El Salvador…

J. L. A.: Bukele es el más trumpista de todos los líderes latinoamericanos. Tuitea, es el dictador más cool del mundo. Es un transgresor en términos de lo que es el protocolo presidencial. El Salvador es un país que desde el final de la guerra ha tenido cuatro o cinco presidentes. Y el que menos, ha terminado en la cárcel, o es fugitivo, por corrupción, tanto de la derecha como de la izquierda. Entonces la población que siempre ha sido campesina o emigrada, y vive de remesas, estaba hastiada de la presencia de maras, de los grupos de malandros muy violentos con los cuales, desde hace 30 años, cada Gobierno que ha llegado al poder, ha transado. Como ocurre en otros países donde los sectores pobres, las comunidades pobres, las barriadas, están en manos de malandros, y los políticos y los presidentes de turno transan con ellos. Y siempre niegan que lo han hecho. Pero siempre hay un personero intermediario que transa con el grupo armado para ver si ellos pueden lograr el voto popular en esa zona. Lo hacen en Haití, en Brasil, en Venezuela, lo hacen en todas partes. Y lo han hecho siempre en El Salvador. Y también lo hizo Bukele, por más que dijo que no. Hasta que un buen día los jefes de los Mara optaron por matar indiscriminadamente, no sé si eran 120 personas en un solo día, para simbolizar la ruptura de la tregua que habían hecho debido a no sé, un traspié del Gobierno en cosas secretas que habían transado, como mejorarles las celdas a los jefes encarcelados, o darles prebendas a los familiares, en fin. Por una supuesta ruptura por parte del Gobierno hicieron esa matazón y Bukele aprovechó el momento, quizás lo estaba esperando, para básicamente apresarlos a todos. Y construyó una cárcel muy grande en la que creo hay 60.000. Y tiene una forma de proceder que es humillante. Desnuda a los presos. Los pone en shorts. Los amontona en unos espacios y los humilla tomándoles fotografías agachados, casi desnudos, los tienen en camas sin colchones, sobre metal, sobre los resortes. Y eso ha calmado la calle en El Salvador. Obviamente no ha terminado con los problemas básicos en El Salvador, de pobreza, de Estado de derecho, porque por más que usted meta a sus malandros en la cana, no ha resuelto los problemas que les dieron origen, la pobreza, la corrupción pública y, sobre todo, la falta de Estado de derecho. El hecho de que un mandatario logre eso, puede ser muy aplaudido durante un tiempo por la gente que ha sufrido los vejámenes. Pero ¿qué pasa en cuatro años? ¿Qué pasa cuando cambien de presidente? ¿Acaso la Policía o el Ejército en ese país son sanos? No, no son sanos o libres de culpa. Lo interesante es que Bukele rompe el molde de la izquierda y de la derecha tradicional en América Latina. Es de derechas, no es de izquierdas. Pero tiene un verbo popular y populista, y es mano dura. Y el modelo Bukele está siendo estudiado y, en algunos casos, aclamado por nuevos líderes populistas en todo el continente, desde Chile hasta Haití.

CAMBIO: Hablemos de Chile. ¿Cómo ve a Chile después de ese triunfo de la derecha? 

J. L. A.: Es interesante. Yo conozco a Gabriel Boric, el joven presidente chileno. Es muy ilustrado, muy sincero. Es un joven muy honesto que está en coalición con el Partido Comunista, que está mucho más al extremo que él. Él es más bien socialdemócrata. La gente olvida que la Constituyente que fue rechazada en las urnas, fue lograda a partir de un referéndum que él apoyó junto con grupos conservadores para pacificar la calle. Y se logró. O sea, él hizo un esfuerzo personal estrechando la mano a grupos conservadores, que también a su vez optaron por hacer una constituyente nueva, a ver si eso calmaba la ira popular que había hecho que Chile fuera escenario del estallido social más fuerte en América Latina, con muertes y muchachos cegados, torturas inclusive. Y llega a la presidencia y tiene que apoyar la Constituyente. Curiosamente llegó a manos más bien de gente progresista y no de sectores conservadores. Los candidatos a la Constituyente fueron elegidos popularmente. Y la Constitución fue rechazada. Coincidió con un declive en la seguridad pública en Chile y con una constatación de que Chile, el país excepcional en América Latina, como Suiza, se estaba latinoamericanizando. Hay un altísimo crecimiento de inseguridad, del robo, el hurto, el narcotráfico, el menudeo. Estas cosas, o no existían o no eran tan visibilizadas como lo son hoy. La minoría mapuche se ha vuelto mucho más radical y militante, más exigente en sus reclamaciones. Todo eso le ha venido encima a un joven Boric que recién llega al Gobierno. Entonces los de derecha le han robado el ring. Y él sigue siendo un joven presidente que quiere representar a todos los chilenos. Es interesante. No sé si lo va a lograr, si su gobierno va a ir al fracaso y si Chile vuelve a ser una especie de país de derechas. Pero en él tienen a una gran persona. Me consta. De todos los mandatarios que he conocido últimamente, él es el que más me impresiona por su sinceridad, su honestidad y su empeño en favor de sus conciudadanos. Y no es un tipo sectario. Ojalá la región tuviera más presidentes como él.

CAMBIO: John Lee, y Brasil… ¿Lula no es como la esperanza de la izquierda?

J. L. A.: Mi último trabajo fue justamente un perfil de Lula. Yo creo que mucha gente, me incluyo, sintió un respiro, un alivio cuando Bolsonaro perdió y vimos lo que hizo, casi copiando el modelo Trump, de tratar de asaltar el poder y de mantenerse a través de la violencia. Entonces Lula llega al poder, no consolidado lamentablemente, sino con una victoria muy estrecha y viendo que el país había cambiado: ya Brasil no es el Brasil de hace 15 años o diez. Es un país bolsonarizado, mucho más polarizado. Lula quiere salvar la Amazonía, pero la Amazonía tiene varios millones de personas más, colonos empujados ahí y envalentonados por las políticas de Bolsonaro de arrebatarles el bosque a los indios. Y Lula tiene 77 años, es un tipo robusto, lleno de energías, pero es mayor. Y tiene una tarea bien grande. Yo creo que lo que él ha querido es devolver Brasil a la tarima, a su apogeo, cuando era uno más de los BRICS. ¿Pero qué pasa hoy en día? El rey de los BRICS es Rusia, es Putin invadiendo a Ucrania y desestabilizando el mundo. Él ha querido ser intermediario, pero ha decepcionado a mucha gente que esperó más de él. Y básicamente ha optado por el argumento de Putin. Entonces él mismo ha minado su capacidad de intervenir diplomáticamente en esa contienda, porque hay una percepción por parte de los ucranianos y otros, de que básicamente es aliado de Putin. Vamos a ver. Lula tiene toda la posibilidad de hacer una gran presidencia. Pero la tiene más difícil que antes.

CAMBIO: John Lee, dado su conocimiento de América Latina y de sus mandatarios, ¿qué consejo le daría al presidente Petro para que termine bien su gobierno?

J. L. A.: Yo le recomendaría a cualquier presidente cuidarse de las redes sociales, no entrar en esas pugnas, ni utilizarlas mucho, y ojalá  nunca. Devolver la presidencia a su estado digno, sin responder a las escaramuzas mediáticas del día. Eso no ayuda a nadie, ni mucho menos al Gobierno porque es entrar en la rueda de la lucha libre. Yo entiendo que el presidente Petro tiene ambiciones que son loables: la paz total, salvar la floresta, inclusive legalizar las drogas, ¿por qué no?, la guerra contra las drogas ha fracasado. Sus ambiciones son casi utópicas. Ojalá se puedan lograr. Y mirar por dónde, a través de su capacidad de gobernanza, pueda lograr algo en cada uno de los sectores que él ha identificado como prioridad, para que tenga algo alcanzado al final de sus cuatro años. 

CAMBIO: ¿Bueno, y sus planes personales cuáles son? Entiendo que está haciendo una biografía de Fidel Castro…

J. L. A.: Esa fue mi idea original. Pero creo que ha mutado un poco. Siempre tomando en cuenta su figura como la gran figura latinoamericana de la revolución de los últimos 60 o 70 años, se trata de venir con la pregunta: ¿qué pasó con la Revolución? ¿Qué hubo de todo eso? Todo ha sido tan vertiginoso que no hemos tomado una pausa para reflexionar dónde estamos y cómo llegamos hasta acá, qué pasó con todo aquello. Y Fidel es un figura clave. Pero va a ser una obra distinta de la que yo había contemplado hace diez años. Es una obra en la que he estado laborando, reporteando desde hace muchos años. Pero mi noción de lo que debo hacer ha cambiado un poco debido justamente a todos estos cambios, desde la firma de la paz en Colombia, la apertura con Cuba, la venida de Trump, la llegada de los populistas y de los autoritarismos de nuevo al poder, y un poco desde el declive de la izquierda. ¿Dónde estamos? ¿Qué pasa?

CAMBIO: Es un tema fundamental.

J. L. A.: Y sigo haciendo mis crónicas de siempre. Tengo una sobre Haití que va a salir pronto. Y siempre miro a Colombia como un lugar donde quizás pueda hacer algo periodístico próximamente. No sé todavía, pero talvez el año próximo tomo un sabático para hacer ese libro. Y aquí andaré de nuevo.

CAMBIO: John Lee Anderson es miembro del Consejo Rector de la Fundación Gabo y de la Junta Directiva. Fue muy cercano a García Márquez. Ya para cerrar, cuéntenos: ¿cuál es el recuerdo más entrañable que tiene de García Márquez?

J. L. A.: El que me viene a la mente es en torno a su cumpleaños 80. Estábamos en Cartagena. Después de cenar en su restaurante favorito con Mercedes y algunos amigos, fuimos a la casa y me llevó a la terraza que miraba al malecón y al mar. Un hombre pasaba en bicicleta debajo de los faroles. Y él me agarró por el hombro y me dijo: “Yo no puedo creer que tengo esta casa”. Estaba como compartiendo su felicidad, un poco como el niño de Aracataca que había logrado cierta fortuna. Compartiéndola. Era muy generoso. No era toda para él. Era para compartir. Y él miraba como diciendo: no puedo creer. Es increíble. Érase una vez yo, ese chico en bicicleta. Cuando yo era joven pasaba por acá y dije: algún día, ojalá, pueda tener una casa ahí. Y ahora la tengo, dijo. Y lo felicité. Y fue un momento lindo.

CAMBIO: Bueno, Jon Lee Anderson, muchas gracias por esta hora que ha tenido para los lectores de CAMBIO. Es un honor haber conversado este rato con una leyenda del periodismo mundial.

J. L. A.: ¡Qué va, Patricia! Muchas gracias.

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