El sertón y La vorágine
18 Abril 2024

El sertón y La vorágine

Juan David Correa, ministro de Cultura, escribe estas palabras a propósito de la apertura de la FilBo, dónde la obra La vorágine y Brasil son grandes protagonistas.

Por: Juan David Correa

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En Gran Sertón Veredas, la inmensa novela de Joao Guimarães Rosa, Riobaldo divaga pensando en cómo el paisaje y la lengua intervienen en su propia circunstancia. En La Vorágine, de José Eustasio Rivera, Arturo Cova entiende que la selva es un insomnio perpetuo e inenarrable: Guimarães y Rivera entendieron algo que fue considerado por muchos como ejercicios de estilo poco inteligibles bajo las condiciones de la novela decimonónica, europea y anglosajona, en particular, aunque ambos crean un espacio narrativo de posibilidad de una gran autonomía histórica en la cual los puntos de vista, la estructura gramatical con grandes raptos poéticos, así las formas del lenguaje popular, intervienen decisivamente en sus apuestas. Gran Sertón se publicó hace setenta años. La novela de Rivera hace un siglo. Ambas buscan en la geografía la biografía. Ambas saben que una conciencia, la de sus personajes, o la suya propia, está penetrada por miles de estímulos, sentimientos, ideas, prejuicios e historias. Ambos sabían que eran hombres de su tiempo, y que estaban signados por las circunstancias políticas y sociales de sus países.

Cuando Rivera publica La Vorágine, la república de Colombia ha llegado a su primer centenario. Se preparan grandes fastos. Se crea un imaginario que pasa por alto varios hechos: la guerra de los Mil días, el parteaguas de un siglo que significará la definitiva impronta de las guerras partidistas de buena parte del siglo XIX –y de las que continuaran a lo largo del XX– hasta alcanzar una cota de máxima crueldad durante la segunda mitad, iniciando en 1948 –y año en el cual Guimarães estuvo en Bogotá, y escribió a partir de allí su relato “Páramo”–; la pérdida de Panamá, como un significante esencial de nuestra relación con el norte global; el asesinato del líder Rafael Uribe Uribe, un quince de octubre de 1915; la ausencia de un mapa político que definiera límites geográficos y los diferendos en el sur del país, en el departamento amazónico del Putumayo, y, por supuesto, y como fundamento de su búsqueda como abogado de la Universidad Nacional de Colombia, y poeta promisorio, la masacre del caucho, ocurrida a finales del siglo XIX y comienzos del XX, en la cual fueron esclavizados y asesinados más de 60.000 indígenas de los pueblos Bora, Huitoto, Muinane, entre otros.

Cuando Guimarães pública Gran Sertón, en 1956, el Brasil de entonces intentaba sobreponerse a los impulsos dictatoriales contra Getulio Vargas, quien se suicidó. Aparece en el escenario el presidente Juscelino Kubitschek, que intenta reconciliar un país fracturado por las revueltas populares de los años veinte y la mano dura de Vargas. Un gobierno con un proyecto que piensa que la selva debe gobernarse para ampliar la frontera agraria del país, y en consecuencia, construir caminos transamazónicos. Médico, viajero, participante el proceso constitucionalista de 1932, Guimarães entiende que en esos territorios excluidos se encuentra la respuesta y la salida para países con realidades convulsas: reconoce su lengua, y crea, a través de su escritura, un paradigma.

En ambos casos, estos hombres de su tiempo vienen a significar en este 2024, cuando Brasil es invitado a una nueva versión de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, la posibilidad de ser incómodos y de señalar las costuras de sus sociedades. Selva y Sertón. Ese, me parece, es el papel crucial de la literatura y del arte en general. Lejos de los salones, y cerca del corazón, ambas literaturas, la brasileña y la colombiana, unidas por ríos concretos e imaginarios, han bebido la una de las otra, con correspondencias entre Jorge Amado, Nélida Piñón y Gabriel García Márquez; Rubem Fonseca y Hugo Chaparro, Santiago Gamboa, o Mario Mendoza; Clarice Lispector y Carolina Sanín o Vanessa Londoño. Con poetas inmensos como Euclides da Cunha, Vinicius de Moraes, León de Greiff o Juan Manuel Roca; Piedad Bonnett, María Mercedes Carranza y Cora Coralina.

Hoy, dos sociedades incómodas y decididas a proponer un cambio de sensibilidad, se reúnen en Bogotá, durante diez días del 16 de abril, fecha en la cual conmemoramos el décimo aniversario luctuoso de nuestro Nobel, Gabriel García Márquez, con una serie de acciones culturales que terminarán en una gran celebración de su centenario en 2027, en un plan que hemos llamado, “Diez años hoy, cien años siempre”. Es importante señalar, entonces, el carácter incómodo de dos talantes, de dos países que necesitan tejer una relación más decidida en materia política, pues su cultura está atada a un mismo destino, como lo hemos señalado. Hoy, dos agendas de gobierno, a través de sus propias apuestas, nos ofrecen la oportunidad de que muchas de estas sensibilidades de las cuales he hablado hasta aquí, emerjan y decidan el destino de sus países: los muchachos de las ciudades de dios y de las comunas y barriadas; los afros de Salvador y de Cali; los yanomami o los muinane; las mujeres anónimas de Clarice Lispector o de Laura Restrepo; los sin tierra y los campesinos colombianos. Ese reclamo por una justicia epistémica, presente en los textos de Paulo Freire, desde hace sesenta años, y que en Colombia han sido leído con atención por pedagogos, es el reclamo que pretendemos atender.

Una feria del libro no es, por lo tanto, solo un espacio de distensión y encuentro, sino de posibilidad de asomarnos a los abismos que nos presentan los libros de miles de autores y artistas que han insistido, a través de sus luchas sociales y personales, por condiciones más justas de vida, por sistemas pensionales que consideren que el trabajo creativo es un trabajo fundamental para la vida; que se sepa que sin la cultura sería imposible organizar algún relato que le dé sentido a nuestras vidas. Brasil y Colombia son en este 2024, por lo tanto, un corazón del mundo posible, representado en el Amazonas que fue creado e imaginado por esos dos hombres de su tiempo, que como estos dos hombres sentados aquí esta noche, los presidentes Luiz Inacio ‘Lula’ da Silva y Gustavo Petro, han reclamado su lugar en la historia, sin pedir permiso a nadie. He ahí el meollo de la libertad y de la literatura.

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