El pintor Carlos Jacanamijoy dona 100 serigrafías para los lectores de Cambio: esta es su historia
25 Junio 2023

El pintor Carlos Jacanamijoy dona 100 serigrafías para los lectores de Cambio: esta es su historia

Crédito: Foto: Quyn Duong, Harper’s

El maestro Carlos Jacanamijoy pintó este cuadro titulado 'Sentir', inspirado en lo que significa para él el regreso de la revista CAMBIO. Por eso donó sus derechos para que se hagan 100 serigrafías numeradas y firmadas por él, que podrán adquirir nuestros lectores. La serigrafía es una técnica mediante la cual se crea la obra, una por una, a partir de planchas sucesivas para cada color. Crónica de Patricia Lara Salive sobre la vida y la obra de Jacanamijoy.

Por: Patricia Lara Salive

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"Yo quería ser como Miguel Ángel o Leonardo Da Vinci", dice el pintor Carlos Jacanamijoy, nacido en Santiago, Putumayo, quien con sus óleos, preciosos estallidos de color, se ha convertido en uno de los pintores colombianos más cotizados en galerías de París y Nueva York. "Desde los 13 años, cuando leí sus biografías, quise ser como ellos", agrega este indígena Inga de 59 años quien, desde antes de tener uso de razón, con los tizones de leña que salían del fogón donde cocinaba su abuela, pintaba todo lo que veía: sus padres, su familia, la naturaleza… Y en el colegio, en lugar de tomar apuntes en las clases, pintaba. Y pintando recordaba mejor las materias. Y pintaba paisajes bíblicos. Y en los meses de mayo pintaba a la Virgen María y se ganaba los concursos de dibujo que hacían en el colegio donde estudió el bachillerato, el Champagnat de Sibundoy de los hermanos maristas. Y fue así como a los 12 o 13 años vendió su primer cuadro, un niño llorando que pintó con motivo de la semana cultural del colegio. Entonces la secretaria del rector le dijo que su jefe lo necesitaba. Y Jaca, como cariñosamente lo llaman sus amigos, muerto de miedo, fue a hablar con el rector, quien le dijo:
 
Hay una señora a la que le gustó mucho su cuadro y se lo quiere comprar.

Él no lo podía creer. Le dijo a la señora que valía veinte centavos, en esa época en la que el pan valía uno. Sin embargo ella le pagó cincuenta. Y Jaca, feliz, invitó a comer galguerías a todos sus amigos.
 
Pero no todo era alegría para él en esa época. Desde cuando hizo la primaria en la escuela San José de Santiago Putumayo, conoció la discriminación: los cursos estaban divididos en dos: Primero A donde estaban los blancos y Primero B donde estaban los indios. A los indígenas los obligaban a rezar muchos más rosarios que a los blancos. Y en los recreos y en la calle les gritaban “sucios, brujos, indios”.

Carlos Jacanamijoy es el sexto de doce hermanos, seis hombres y seis mujeres. En realidad, su madre tuvo 18 hijos, pero seis murieron antes de cumplir un año. Su padre era un chamán que viajaba con tres pioneros mayores que él y llevaba con ellos la medicina tradicional indígena al interior del país, a Panamá y a Venezuela.

Así se creó el estereotipo del Indio Amazónico, el indio emplumado que traía las plantas y curaba dice Jaca.

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Carlos Jacanamijoy en la bóveda que pintó en el Jardín Botánico de Bogotá. 

Y ocurrió que estando en uno de esos viajes, a la primera esposa de su padre le cayó un árbol encima y murió. Entonces él se casó con su madre. Y ante el temor de volver a enviudar durante un viaje, empezó a llevarla a sus recorridos. Así que Jaca se crio al lado de sus abuelos maternos, quienes jugaron un papel determinante en su vida y con quienes hablaba en quechua. La abuela le regalaba sábanas viejas y sacos de harina; y el abuelo, que era carpintero, le hacía los bastidores y le fabricaba los pinceles con pelo de caballo. Y Jaca creció pintando.
 
Jacanamijoy era un adolescente estudioso que tenía la obsesión de que lo llamaran doctor. Creía que así sería más digno desde el punto de vista social. Por eso, cuando hizo su último año de bachillerato en el colegio San Felipe Neri de Pasto, y se graduó, le dijo a su padre que quería estudiar en Bogotá. Él lo apoyó, no obstante que vivía una época de escasez.

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Jacanamijoy tiene una entrañable amistad con el médico y neurocientífico Rodolfo Llinás. 

En Bogotá, Jaca se acomodó en una residencia estudiantil que había cerca de la Universidad Javeriana. Y empezó a buscar “dibujo y pintura” en el directorio de páginas amarillas, un libraco muy grueso donde uno encontraba cómo conseguir casi todo lo que se le ocurría. Entonces vio que había una escuela de dibujo en la calle 74 con Avenida Caracas. Preguntó si allí daban diplomas de doctor y le dijeron que no. Siguió averiguando hasta que descubrió que había facultades de bellas artes o de artes plásticas, e ingresó a la Universidad de La Sabana, donde hizo dos semestres. Pero no se sintió a gusto ahí porque estaba haciendo una licenciatura que lo habilitaba para ser profesor, y él lo que quería era ser artista. Además, vió que era una universidad mojigata: resulta que un día, una profesora, que le había descubierto su talento, con el mayor de los misterios, le dijo: “tú ya estás en otro nivel; yo creo que ya podrías ir a este lugar”. Entonces lo citó ese sábado, a las nueve en punto de la mañana, en un lugar misterioso. Y cuando el sábado siguiente Jaca ingresó al sitio, vio dos mujeres desnudas. Y había hombres alrededor. Eran los estudiantes de octavo semestre, que las estaban dibujando allá, porque en la universidad no permitían que hubiera desnudos.
 
Pintábamos las manos, los pies, pero el cuerpo humano desnudo, no, comenta él quien, entonces, decidió dejar la Universidad de la Sabana e hizo algunos semestres de filosofía en la Universidad de La Salle y de Historia y Filosofía en la Gran Colombia.

Por esa época, Jacanamijoy se mantenía dibujando y escribiendo cartas de amor: a partir de los retratos que le suministraban sus clientes dibujaba a las novias y les escribía textos que las enamoraban. También les pintaba paisajes.
 
Pero un día conoció la Universidad Nacional, visitó sus talleres; vio los maestros con sus rollos de pinturas y de planos; se dio cuenta de que había otras facultades, -cine, literatura-, y pensó: esto es lo que yo quiero. Entonces se presentó a la Nacional, ingresó a la facultad de Bellas Artes, y allá fue feliz.
 
El día que se graduó con un título que no fue el de doctor pero sí el de Maestro en Artes Plásticas, lo hizo en compañía de 994 estudiantes más. Entonces vio en las paredes de la facultad de Enfermería un grafitti que decía “995 nuevos desempleados”. Pero él no lo fue porque consiguió trabajo en un periódico que hacía la Organización Indígena de Colombia, Onic. Entonces recorrió el país, fue a un congreso indígena en México y, en esa época, pensó en terminar filosofía, ser profesor de esa materia, y pintar en su tiempo libre.      
 
Pero no, Jaca empezó a mandar sus cuadros a los salones de Arte Joven, a los salones regionales y luego pasó al Salón Nacional. Sin embargo en esa época seguía haciendo retratos y paisajes, y aún no podía vivir del arte, que era su sueño, quizás porque todavía no había encontrado su propio lenguaje. Hasta que se ganó dos becas: una para ir a Europa y otra de creación de Colcultura, que después se convirtió en el Ministerio de Cultura. Como no podía aceptar las dos, desechó la de Europa, se concentró en la de investigación para Colcultura que duraba dos años, planeó hacer 25 obras, y se dedicó a buscar su lenguaje.
 
–Esa beca fue muy reveladora para mí dice Jaca.        
 
En ese par de años, Jacanamijoy encontró su tema, que no es otro que el de honrar a sus antepasados y a su entorno. Pero, más precisamente, eso ocurrió un día, durante uno de los viajes que hizo al Alto, al Medio y al Bajo Putumayo, cuando estando en la selva esperando a su padre en casa de un amigo chamán, fue a refrescarse en un pozo hermosísimo donde había una fuente de agua que caía y corría por la quebrada hasta encontrarse con un río grande. Ahí permaneció varias horas hasta que llegó el atardecer y el cielo se pintó de colores y los animales, -micos, pájaros, sapos-, empezaron a escucharse y se fue oscureciendo hasta que, de pronto, todo se interrumpió porque una vocecita, la de la esposa del chamán, le dijo en quechua: “tiene que tener mucho cuidado. Es peligroso a esta hora estar metido en esa agua. Lo puede picar cualquier animalito”. Entonces él se levantó, miró a la señora riéndose y, en ese momento, todo se le reveló. Fue una epifanía “similar a la que experimentó Swam, el personaje de Proust, cuando tocó un bizcocho llamado magdalena, se le abrieron todos los sentidos y llegó a un mundo maravilloso”, dice.

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Después de estudiar a los pintores del arte colombiano y universal, Jacanamijoy mezcló su influencia de Kandinsky con el conocimiento de sus ancestros. Ahí empezó a pintar cuadros llenos de los colores de la selva, de los amaneceres, de los ocasos y de esa naturaleza que él venera.

Aprendí tantas cosas en ese momento agrega Jaca㇐. Sentí que ya era hora de soltarlo todo, de volver a Bogotá, de ir a mi taller para dedicarme a pintar. Llegué y me encontré con esos bastidores en blanco... Ya conocía todas las técnicas, sabía hacer retratos, desnudos, paisajes, pero no tenía mi propio lenguaje. Entonces empecé con esas abstracciones y con esas memorias.
 
Y, así, Jaca entendió que no tenía sentido negar ese ADN suyo que, por el racismo que había padecido, hacía que tendiera a no reconocer, pues era una especie de pecado llevar su fenotipo indígena que, en 1997, le significó, sin razón, que lo deportaran de Inglaterra, por lo cual, después, el embajador inglés en Bogotá le pidió perdón.
 
Fue así como Carlos Jacanamijoy regresó a sus recuerdos de infancia y se le revelaron los que él llama sus cuatro pilares: el fogón, el banquito, la chagra y la cascada.
 
Entonces recordó a su abuela cuando hacía las arepas en el fogón. Buscó el sabor de las arepas, de las sopas, de todo lo que ella preparaba y empezó a pintarlo, incluso cerrando los ojos, buscando el color.

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Jacanamijoy donó los derechos de esta obra para hacer 100 serigrafías numeradas y firmadas por él, una técnica gráfica que plasma imágenes o textos sobre cualquier material con gran detalle y color. 

El fogón es una fuerza maravillosa dice. Es el hogar. Ahí se cocina, ahí se come, ahí se hace todo, permanece encendido, casi nunca se apaga, ahí surgen las conversaciones de los abuelos, ahí se nace, ahí se muere, ahí se ríe. Y estaba el banquito agrega, ese donde se sentaba mi abuela...
 
Resulta que cuando Jacanamijoy se iba a graduar, invitó a su abuela. Pero ella, en quechua, le dijo: “yo para qué voy a ir a Bogotá a morirme”. Entonces el nieto le dijo: “si no va, regáleme el banquito”. Y ella le contestó: “Pues si quiere ese banco viejo, lléveselo”. Y ese banco chamánico, que Jaca puso en su estudio, lo remitió a toda su historia, incluso a la historia del arte precolombino y de los chamanes, al arte de todo el universo.
 
Y también lo remitió a la chagra de la abuela, un terreno, junto a la casa, donde ella tenía cultivos de pancoger, plantas medicinales, bosque, animales domésticos y de monte… En la chagra la abuela hablaba con las animales, los regañaba… Allá también Jaca aprendió que no podía pisar las hojas y, si las pisaba, los abuelos hacían que les pidiera perdón tanto a la hoja, como a la naturaleza y a la madre tierra.
 
La chagra encierra toda una cosmovisión, toda una cultura. Es la conexión con la tierra. Y esa conexión es lo que alimenta mi trabajo. Por eso me gusta caminar por la playa. Esa energía es vital para mí. Y la cascada representa a mi papá.
 
Sucede que cerca a Mocoa hay una cascada que se llama Kuriyaku. Kuri es oro y yaku es río. Río de Oro. Ahora la llaman Pozo del Indio.

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El Taller Arte Dos Gráfico ha sido, desde sus inicios, el espacio elegido para la realización de un centenar de grabados y serigrafías de artistas nacionales e internacionales en su paso por Bogotá. 

Imagínese dice Jaca–. Porque allá se veían puros indios. Y entre esos indios estábamos nosotros, la familia de mi papá. Y había muchos chamanes. Mi papá compró allá una finca ganadera. Y tenía montañas, monte, y había un río que crecía mucho cuando llovía Y allá íbamos cuando él y mi mamá llegaban de sus viajes. Allá pasé los mejores momentos de mi vida: veía esos amaneceres preciosos. Muchos cuadros míos tienen títulos de amaneceres. Para mi esa parte de la selva es sinónimo de libertad, me da fuerza, energía.
 
Así que con ese viaje al pasado, luego de que Carlos Jacanamijoy había estudiado a todos los pintores de la historia del arte de Colombia y del mundo, y se había dejado influir por Kandinsky, encontró su nicho en sus ancestros y empezó a pintar esos cuadros espléndidos, llenos de los colores de la selva, de los amaneceres, de los ocasos y de esa naturaleza que él venera.
 
Como escribió en el prólogo del libro titulado Carlos Jacanamijoy, el historiador y crítico Eduardo Serrano: “la fértil amalgama de la sabiduría aborigen y procedimientos europeos es, en conclusión, la clave de la vitalidad de la pintura de Carlos Jacanamijoy. Y es gracias a ese fructífero sincretismo, que da origen a su obra y que le permite ver el mundo desde un ángulo inédito y privilegiado, que el artista ha logrado, no sólo transmitir los saberes de su comunidad, sino acoplarse a las exigencias expresivas de su momento y hacer una contribución, de alcances aún impredecibles, a la escena, de por sí densa y compleja, de la creatividad contemporánea.”
 
Y es esa belleza que reflejan sus cuadros, y ese asombro que despiertan en quienes los contemplan y sienten lo mismo que perciben aquellos guardianes de la sabiduría ancestral que nunca fueron escuchados, lo que le ha permitido a Jacanamijoy vivir muy bien de su arte y permanecer meses y hasta años en Nueva York, París y Londres visitando museos, pero siempre gozando al regresar a Colombia, este país al que él ama con todas sus fuerzas y al que quiere ayudar a cambiar.
 
Por eso, con una generosidad inmensa que le agradecemos de todo corazón, pintó ese cuadro maravilloso que tituló Sentir, un díptico de 2,40 metros de ancho por 1,20 de alto, que está expuesto en la Harper’s Gallery de Nueva York hasta el 8 de Julio, y cuyos derechos, para imprimir 100 serigrafías, el maestro Carlos Jacanamijoy donó con el fin de que puedan ser adquiridas por los lectores de la revista CAMBIO.

¿Por qué pintó ese cuadro tan bello, maestro? le pregunto.

Porque volvió la revista CAMBIO. Porque le hacía mucha falta a Colombia. Lo pinté pensando en todos los sentidos de la palabra cambio, y en lo que también debe ser un viaje al interior para que se dé un cambio en los seres humanos.
 
Gracias, maestro.

*Los interesados en adquirir la serigrafía pueden escribir al correo serigrafias@cambiocolombia.com o al Whatsapp 3223010180

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