Agua lluvia, alternativa para las Cartagenas de Indias y de Murcia, dos ciudades hermanas.
Anfiteatro de Cartagena de Murcia.
Crédito: Fotos, Margarita Pacheco
En estos días en que Cartagena ha acogido eventos culturales tan importantes como el Cartagena Festival de Música y el Hay Festival Cartagena vale la pena recordar a la otra Cartagena: Cartagena de Murcia, en España, ciudad amurallada que en tiempos de los romanos supo cómo aprovechar el agua lluvia.
Por Margarita Pacheco
En alguna gaveta de la Alcaldía de Cartagena de Indias duerme un convenio de hermandad con Cartagena de Murcia firmado en 1987 para fomentar el intercambio de experiencias en educación, turismo y cultura, intercambios estudiantiles, compartir festivales que se realizan en forma alterna en ambas ciudades, cursar diplomados en educación superior tanto en el ayuntamiento español como en Cartagena de Indias. Las mandatarias Judith Pinedo y María Pilar Barreiro propusieron en 2009 un foro interactivo virtual con funcionarios de ambos gobiernos, con el fin de trabajar en una agenda conjunta en temas de turismo y conservación del patrimonio. La hermandad existe y tiene enorme potencial para revivir, con ocasión del Hay Festival de 2023, y las actividades culturales promovidas por la Cooperación Española en Cartagena de Indias.
Vale recordar que la provincia de Murcia está ubicada en el sureste de España. Cuenta con una larga historia de intercambios mediterráneos entre marinos, soldados, religiosos, corsarios, esclavos, comerciantes, nativos del territorio y ocupantes en diferentes épocas. Del puerto de Cartagena de Murcia zarparon galeones hacia el Caribe con tripulaciones de moros, judíos conversos, aventureros africanos, gitanos y otros tantos expulsados a partir de 1492 por Isabel la Católica y el rey Fernando II. La economía mediterránea de la antigüedad se vio obligada a construir una arquitectura militar para defenderse de corsarios e invasores y proteger los territorios colonizados. Estas también trajeron conocimientos de urbanismo, de manejo hidráulico en una geografía escarpada para mantener pueblos y castillos de señores feudales, integrados a una economía regional.
Desde la llegada de los fenicios en el siglo II a.c a la región, los asentamientos de civilizaciones indígenas mediterráneas interactuaron con una variedad de colonizadores y culturas del oriente y sur del Mediterráneo, de las que en muchas ocasiones tuvieron que defenderse. A partir de la fundación de Cartago Nova por el general cartaginés Asdrúbal y la toma de la ciudad por los romanos, las conquistas de bizantinos, árabes y bereberes, la reconquista del rey Alfonso X, más la llegada de comerciantes judíos sefarditas y visigodos politeístas hasta la toma por parte de la corona de Castilla, el litoral murciano ha sido un cruce de culturas como puerto de galeras y fuerte amurallado.
Investigaciones arqueológicas ilustran lo complejas y violentas que fueron las luchas por el dominio de la ciudad, dan fe de la explotación de los recursos naturales y del sincretismo de culturas a lo largo de los siglos. El agua fue un factor clave para la defensa militar, la agricultura, la alimentación, la arquitectura, los cultos y la vida social. La Huerta de Murcia es hoy el proveedor de verduras para Europa y un “mar de plástico” cubre grandes extensiones de cultivos agroindustriales.
Los romanos fueron los promotores de la explotación minera de plomo, plata, zinc y hierro; del comercio marítimo, la construcción de murallas, faros, torres de vigías en lo alto de las montañas, castillos y el anfiteatro, donde se construyeron dos cisternas para almacenar el agua de lluvia y luego distribuirla. Estas cisternas romanas son el testimonio de una tecnología para el aprovechamiento multipropósito del agua lluvia, conocimiento que se está perdiendo en otras regiones afectadas por la crisis climática global y eventos extremos de sequía y desertificación.
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El agua fue un factor clave para la defensa militar, la agricultura, la alimentación, la arquitectura, los cultos y la vida social. La Huerta de Murcia es hoy el proveedor de verduras para Europa y un “mar de plástico” cubre grandes extensiones de cultivos agroindustriales.
En la India, donde existieron miles de construcciones para proveer y guardar el agua lluvia, se están perdiendo edificaciones monumentales para almacenar el agua lluvia, tal como lo mencionó en 1980 la publicación Dying wisdom (La Sabiduría desapareciendo) de Anil Argawal y Sunita Narain.
Hoy, el paisaje semidesértico del litoral de Murcia, deforestado e intervenido desde la antigüedad por la explotación minera, se combina con extensos cultivos agroindustriales que succionan agua subterránea para el riego. En la provincia de Murcia los agricultores protestan por la gestión del agua del río Segura, en medio de un paisaje de lechos de ríos muertos, convertidos en eventuales drenajes que desembocan en el mar.
Estos efectos del Antropoceno(*) y de las múltiples tensiones políticas generadas por la crisis climática han provocado un desbalance en diversas regiones, donde las lluvias torrenciales e inundaciones son consideradas como desastres. Estas aguas podrían captarse y aprovecharse para las épocas de sequía, tanto en el campo como en las ciudades. Un intercambio de experiencias sobre el manejo de eventos climáticos extremos de sequía e inundaciones en las Cartagenas de Murcia y de Indias sobre la cultura del agua podría ser muy productivo para revivir el convenio de hermandad que yace dormido.
La sabiduría de la antigüedad sobre el aprovechamiento del agua lluvia como una opción viable para asegurar que se cumpla el Objetivo de Desarrollo Sostenible No 6, podría contribuir al reto de ambas ciudades: garantizar el acceso al agua limpia y al saneamiento como un derecho de toda la población. Para este propósito, la educación ambiental, prerrequisito para mejorar el derecho al agua, puede ser un punto de partida de la hermandad de las dos ciudades amuralladas.
En ambos casos, este “acueducto celestial”, como lo llaman los isleños del archipiélago de San Andrés y Providencia, debería inspirar políticas públicas urbanísticas y de vivienda urbana y rural, en los que la meteorología y la tecnología de punta permita planificar estrategias educativas e inversiones para la prevención de desastres y capacitación en sistemas de captación y almacenamiento de aguas lluvias.
A falta de lluvias, en Murcia la desalinización se está convirtiendo en una obligada y costosa alternativa. Las instalaciones de los ayuntamientos están utilizando energía solar para apoyar la transición de combustibles fósiles a energías renovables y se intensifica el uso de aguas subterráneas, para lo cual se requiere la recarga de los acuiferos. Falta estimar los impactos que pueda provocar el uso intensivo del agua de mar a gran escala para alimentar la agricultura comercial y las necesidades urbanas domésticas e industriales. La llegada de turistas en el verano quintuplica la demanda de agua. El ingreso paulatino de migrantes y mano de obra de otros continentes que llegan para quedarse aumentan aún más la demanda de agua.
El testimonio de las cisternas en el anfiteatro de Cartagena de Murcia constituye un símbolo de sabiduría de la antigüedad que podría debatirse en un futuro Hay Festival, como parte de la hermandad de las Cartagenas de Murcia y de Indias.
P.D. Agradezco la acogida de Juan Alfredo Pinto y Soraya Caro en Mazarrón, ciudad costera vecina de Cartagena, donde se entiende mejor nuestro mestizaje árabe/bérbero/judio/español, fruto de la colonización mediterránea.
(*) Como si se tratara de una era geológica como el Jurásico o el Pleistoceno, el Antropoceno es un término que utilizan algunos expertos para referirse a la época en que la mano del hombre ha intervenido de manera evidente los ecosistemas del planeta. Se ha determinado que esta “era del hombre” comenzó a finales del siglo XVIII con la Revolución Industrial, aunque algunos sugieren que debería abarcar los últimos 8.000 años, cuando el planeta sufrió graves de deforestación, o hace 5.000 años, cuando la agricultura provocó grandes cambios en el paisaje.
El termino lo acuñó en 2000 el químico neerlandés Paul Crutzen, quien ganó el premio Nobel de Química en 1995 por su trabajo sobre química atmosférica y específicamente por sus esfuerzos en el estudio de la formación y descomposición del ozono atmosférico.