Crédito: Colprensa - Sofía Toscano
"Los D.H. son el límite para despolitizar cualquier conversación": Nona Fernández, invitada del Hay Festival 2024
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La actriz y escritora chilena Nona Fernández, autora de libros como 'La dimensión desconocida' y 'Voyager', es invitada especial del Hay Festival Colombia. En CAMBIO reflexionó sobre memoria y sociedad, el Informe Final de la Comisión de la Verdad y las historias que nos atraviesan a los países latinoamericanos.
Mientras escribe con la diestra o teclea sus historias, la constelación de Cáncer se despliega en la piel de Nona: cinco estrellas azules conectan su dedo pulgar con el índice. Esas estrellitas en su mano son los bancos de memoria y luz que ella intenta desentrañar en su escritura para recorrer, transformar y entender los mecanismos del recuerdo humano, individual y colectivo.
El Hay Festival Colombia (Jericó, Medellín y Cartagena) invitó a una actriz y escritora chilena, autora de libros como Space Invaders (2013), La dimensión desconocida (2016, Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2017)) y Voyager (2019): Patricia Paola Fernández Silane, mejor conocida como “Nona” Fernández. Estas son sus reflexiones para la revista CAMBIO sobre memoria y sociedad, su mirada al Informe Final de la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad (CEV) y las historias que nos recorren a los latinoamericanos.
Ana Cristina Restrepo Jiménez: Voyager, un ensayo breve sobre la memoria, comienza con una imagen muy hermosa: un escáner de la cabeza de tu mamá, sus recuerdos que se convierten en estrellas en una pantalla. Luego, del cerebro pasas al cielo. ¿Cómo se teje ese hilo entre memoria e imaginación? ¿Cómo dar una dimensión estética a lo que pasa en la cabeza al recordar?
Nona Fernández Silane: Originalmente se me pidió escribir un ensayo sobre la memoria, es la primera vez que acepto, como un desafío, el encargo de un libro. Me cuesta hacer eso. Me pareció bonito y desafiante, nunca había escrito un ensayo. Creo que la invitación era más bien a pensar la memoria histórica de mi país, que ha sido uno de los temas que he trabajado mucho. Casualmente, me enfrenté a la escena que tú dices: mi madre estaba sufriendo desmayos, hicimos muchos exámenes médicos, puntualmente nos tocó ir al neurólogo. Mi mamá es grande, yo la acompaño porque se pone muy nerviosa en todos sus exámenes; en algún momento el doctor le dice: “¿Sabe qué, señora? Relájese y piense en un recuerdo feliz que para usted sea importante”. Yo pude ver en la pantalla el movimiento neuronal de mi madre recordando: ese movimiento neuronal que es un recuerdo se parecía tanto a una constelación estelar, porque son una serie de lucecitas y de movimientos que son muy parecidos a las estrellas. En ese momento dije: esto que es un recuerdo, lo que estoy viendo aquí, se parece tanto a las estrellas; y las estrellas en rigor son recuerdos porque son luces del pasado que nosotros la recibimos ahora en La Tierra, mucho tiempo después de que ocurrió. Muchas de esas luces pueden ya no existir pues se demoran tanto en llegar que nosotros la vemos mucho tiempo después. Se me vino como un reflejo inmediato entre las neuronas que constelan un recuerdo y las estrellas son recuerdos del infinito. El libro se teje entre esos dos materiales, cómo recordamos en términos concretos, neurológicos, biológicos; y cómo también las estrellas son parte del pasado de la Humanidad, del infinito, del cosmos. Cómo es tan parecido el proceso. Y cómo, finalmente, somos material de las estrellas, ¿no?
A.C.R.J.: Voyager se nutre de la medicina, de la astronomía, de las ciencias humanas. Y hasta de la astrología, un poco. En la Antigüedad, con las estrellas se honraban guerreros y deidades; en el ensayo evocas una invitación que te hace Amnistía Internacional para rendir homenaje a veintiséis víctimas de una caravana de la muerte…
N.F.S.: Eso es un proyecto muy bonito que a mí se me cruzó en la escritura del libro. Amnistía Internacional tenía un proyecto en Chile que era bautizar estrellas con el nombre de los veintiséis caídos en un triste episodio que se llamó la “Caravana de la muerte” en tiempos dictatoriales, donde fueron ejecutados veintiséis personajes de Calama, una ciudad pequeñita. Yo diría que antes era un pueblo, ahora es una ciudad del norte de Chile. Se le pidió a la Unión Astronómica Internacional autorización para cambiar estas veintiséis estrellas y ponerle estos veintiséis nombres, y la Unión acogió muy bien la idea, pero nos dijo: “Háganlo, pero no podemos cambiar los nombres, porque si tuviésemos que cambiar el nombre y ponerle en general el nombre de gente ejecutada, ¡faltarían estrellas para poder hacerlo!, pero ustedes háganlo, no lo vamos a hacer oficialmente, pero háganlo”. Y lo hicimos. Yo me enredé en ese proyecto, fuimos a Calama, estuvimos con los familiares y se bautizó esa constelación, la Constelación de los caídos, con esos veintiséis nombres y me tocó en específico, en ese proyecto también, amadrinar a una de esas estrellas, que era uno de los ejecutados. Estuve con sus familiares, con su viuda puntualmente. Y fue, dentro de lo triste que puede ser esto, fue un episodio tremendamente luminoso, muy bonito, porque por lo menos para nosotros existe esa constelación y va a estar ahí por siempre: iluminándonos con el recuerdo de esas veintiséis vidas que iluminaron en algún minuto y que no siguen iluminando ahora.
A.C.R.J.: Si habláramos con un astrónomo él nos hablaría hoy de la estrella HD 89353, pero como estoy hablando contigo, ¿cómo hiciste para traer los recuerdos de quién fue Mario Argüelles Toro? Hay unas versiones que cuentan quién era Mario, pero también hay unos victimarios que pueden tener otra versión. ¿Cómo los recuerdos se componen de versiones oficiales y no oficiales?
N.F.S.: Mario es uno de estos ejecutados. Llegué yo a Calama sin saber mucho sobre Mario, sino lo que de alguna manera circula, que es como un pequeño currículum: era socialista, un hombre con una militancia no tan activa, pero sí fue sindicado en su momento como alguien que había que matar por el hecho de ser de Izquierda, en tiempos de dictadura, sobre todo en esos primeros días. Fue ejecutado en octubre; el golpe militar es en septiembre. Ya que tenía que amadrinarlo, y para poder amadrinarlo tenía que saber bien quién era, ya conocía la versión dictatorial de por qué había sido ejecutado; me interesaba también la versión de Amnistía y lo que circula en los informes de Derechos Humanos; pero lo que yo no conocía y me parecía vital era esa vida, más allá de ser el militante de izquierda, más allá de ser el ejecutado político, porque las vidas son mucho más que eso. Fue muy interesante hablar, sobre todo con su viuda, porque cuando me senté a conversar con ella, está acostumbrada a hablar del tema. Inmediatamente partió contando cómo había sido su ejecución, cómo habían sido esos últimos días y yo sobre eso había leído, y le dije: ¡No, no, no! Yo quiero que tú me cuentes cómo se enamoraron, cómo se conocieron, cómo hicieron esta casa, cómo vivían aquí. Fue algo muy bonito porque ella fue otra persona, yo vi a una señora que, en ese momento tenía la edad de mi madre, en este momento tienen la misma edad: 85; pero me empezó a hablar una joven de 18 años que lo había conocido en la ciudad de Santiago, en una micro, que “habían pinchado” (en Chile decimos “habían pinchado”), que se habían observado, se habían gustado. Fue un relato precioso y me pareció que era el que tenía que escribir, no era el que tenía dejar ahí porque, si Mario de alguna manera nos ilumina, es por esa vida que fue, por ese amor que encendió, por esa persona que fue. Hay algo que nos pasa mucho con las personas que han desaparecido o con los ejecutados: nos quedamos muy anclados al sepulcro, a lo triste que eso fue y que por supuesto así fue… y no recordamos todo aquello más que ellos. Creo que eso es lo que nos enciende y es el mensaje que también nos dejan, porque esas muertes no las generaron ellos, las generaron otros. Nosotros solíamos recordar la muerte, ¿recordemos su vida, no? Esto fue muy bonito.
A.C.R.J.: Abres un cajón de la memoria que es muy interesante: cómo recordamos la infancia. Tú naces en 1971 y vives toda la dictadura de Pinochet. A pesar de vivir bajo una dictadura, tu infancia fue feliz: ¿Cómo se compagina la manera en que has crecido, cómo los recuerdos del pasado de las memorias colectivas se conjugan con tus memorias individuales para narrar el hoy, para narrar lo que lo que estás contando?
N.F.S.: Creo que es algo interesante que yo he ido aprendiendo en esta en esta investigación que emprendí en algún momento en la literatura, en relación a los temas de memoria, y es que cuando queremos narrar ―en mi caso la memoria histórica más cotidiana, porque no me hago cargo del gran relato de la historia reciente chilena― todo está mezclado y entrecruzado, las pequeñas vidas de las personas chiquititas que somos nosotras, está completamente pauteada y enredada por la Gran Historia. No es separado. La Gran Historia no ocurre si no es en nuestras casas, si no es en nuestras vidas. Algo que he aprendido es que mis libros tienen que ir de todo ese enredo. Y que, efectivamente, si yo recuerdo mi infancia que fue en el escenario dictatorial; esa infancia para también había humor, donde había un día a día, donde había juegos y lo pasábamos bien. Y también ocurrían estas cosas que, por supuesto, intervenían nuestras vidas completamente, pero dentro de algo que no era solamente el peso del horror: yo creo que algo que ha sido importante para mí es que he intentado buscar otros mecanismos que no sean el puro horror para contar el horror, porque creo que el horror sepulta mucho, clausura mucho, y nos cuesta entrar en esos relatos. El horror ocurre justamente en el medio de todo lo demás.
A.C.R.J.: Hay una pregunta que se hace mucho el periodismo, también las artes escénicas (tú eres actriz) y es qué hacer con la versión del victimario. El periodismo parte de la premisa del contraste de versiones. ¿Crees que la versión del victimario debe considerarse?
N.F.S.: Es interesante, para hacernos una idea de todo, intentar recoger la mayor cantidad de verdad es posible, entendiendo que la verdad es tan difícil, poder sellar esto. Pero para poder comprender los procesos completos, creo que también es interesante ver esas miradas: creo que todas las versiones en general, no solamente que hay observarlas sino que observarlas con ojo crítico, y entender todas las capas que se van enredando allí. Voy a dar un salto, y no sé si estaba en la pauta, pero me pasó mucho ahora leyendo los testimonios del informe de la paz [Informe Final de la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad, CEV] para poder escribir una crónica que fue una invitación que recibí del Hay Festival que me costó mucho poder comprender porque hay tantas versiones. Y al leer todas las versiones, salí más confundida que clara. Ya había entrado confundida, pero pensaba que iba a poder comprender más el proceso colombiano. No es no ha sido así. Creo que, mientras más conocemos, más se complejiza todo, más se profundiza todo. Y creo que ese es el ejercicio porque nada es blanco o negro.
A.C.R.J.: El Hay Festival invita a hacer a varios autores a escribir el libro “Verdades compartidas”, el texto del cual recién nos estabas hablando, basado en el trabajo de la CEV. Tú publicas “¿Cómo escribir el miedo?”, evocas a Sófocles y construyes una pequeña obra coral, con diversas voces que narran la tragedia del conflicto armado en Colombia.
N.F.S.: La verdad es que no sabía lo que iba a hacer. No tenía mucha claridad: el material me va a decir qué es lo que tengo que hacer. Pensé en un comienzo que lo mejor era elegir algún testimonio, debo decir que no leí todos los testimonios del Informe, me concentré en los testimonios de los niños y de las mujeres. Teníamos completa libertad para leer lo que quisiéramos y hacer lo que quisiéramos. Intuitivamente fue ahí donde quise meterme. Pensé que a lo mejor iba a elegir alguno y lo iba a poder entramar, para poder escribir el cuento de eso; pero me pasó que leyendo los testimonios, eran tan poderosos, había frases que de pronto ellas y ellos lanzaban, que eran mucho mejor de lo que yo podía hacer. Entonces decidí que lo que iba a hacer era tomar los testimonios tal cual estaban y organizarlos sencillamente, como tú bien dices, casi como un coro griego que intentaba en su pluralidad dar cuenta de un pedacito de lo que había ocurrido. Tomé voces de niños, de mujeres, de guerrilleras, de paramilitares, porque si hay algo interesante en la lectura de los testimonios es que es muy diversa. Por eso yo creo que también uno se confunde más, porque los puntos de vista son infinitos. Pero hay un punto que es radical y del cual yo me afirmé, porque creo que es el único punto de vista que sobrepasa cualquier otro y es el del dolor. Es un dolor que si bien yo no he padecido ese dolor que ellos han padecido, puedo intentar comprenderlo porque se asemeja mucho a los dolores que mi país también ha vivido; la experiencia de la violencia y de la brutalidad y una experiencia que la sabemos, Latinoamérica la conoce muy bien; por lo tanto, en ese espejo intenté observar estos relatos o estos testimonios. Lo que hice fue eso, no fue mucho lo que hice. En rigor, una introducción; pero después fue dejar exponerlo. Me gusta la idea del DJ: con estos materiales, simplemente, organizarlos para que brillaran de la mejor manera posible.
A.C.R.J.: Pero, claro, se lee como si estuviéramos frente a una obra de teatro. Y las voces son bañadas por una luz cenital, eso carga de un dramatismo impresionante. Ustedes tuvieron una comisión de la verdad en Chile y ahora tuviste la oportunidad de este ejercicio en Colombia. Después de una comisión de la verdad, ¿se entiende algo del conflicto, de la guerra?
N.F.S.: Yo creo que lo interesante de estos ejercicios es comprenderlos en la dificultad y en la (voy a inventar una palabra) “incompletitud”: son procesos incompletos, por lo tanto no tenemos que exigirles todo a estos informes ni a estos procesos, como que ahora fuera el informe, lo que va a cerrar un proceso. Creo que lo interesante es que aquí se abre la posibilidad de que todas y todos sigamos pensándolo y sigamos ayudando desde nuestras pequeñas tribunas o trincheras, porque esto no es un material que se cierre, es como el comienzo de algo. El proceso de paz en Colombia no se va a terminar porque se decretó institucionalmente, sabemos que no es así. En Chile, cuando lo vivimos, también lo aceptamos con mucho orgullo y también con mucha crítica, porque creo que es parte del ejercicio, pero ahora con el tiempo yo digo: claro, es que esto nos pertenece a nosotras y lo que nos toca ahora es a nosotras, a la gente chiquitita, hacer lo suyo, porque la institución no soluciona todo, no le pidamos todo a la institución. Nosotros somos parte de esta sociedad y somos la parte más importante, probablemente. Creo que en relación a los dos informes, creo que en Chile el relato es un poco más claro, son bastantes capas, pero son menos capas. También es un relato más corto en términos de tiempo, acá es por lo menos medio siglo. Yo lo veo más complejo y no porque no sea colombiana, yo creo que de verdad es más complejo, porque son muchos más actores los que comienzan a circular aquí, complicando y enredando más el relato; pero no por eso es un relato que no tenemos que leer y no tenemos que intentar comprender, y aunque salgamos más pérdidas, yo creo que lo que hay que hacer es intentar divulgarlo. Me parece muy bonito el ejercicio del libro o lo que tú me cuentas de las posibilidades de ponerlo en escena. Yo digo: nosotras pongámoslos en la conversación de la mesa; en el relato de nuestros hijos, de nuestros sobrinos, de nuestros alumnos. Hagamos que este primer ejercicio sea algo que nos invite a seguir pensando en esto.
A.C.R.J.: Esa expresión que usas con frecuencia, la “gente chiquitita”, procede de tu mamá. La “gente chiquita” que somos todos nosotros, cuando estamos ante un informe de la Comisión de la Verdad, enfrentamos una resistencia muy fuerte en la sociedad civil. Hay sectores que están completamente decididos a ocultar esa verdad. Estas comisiones de la verdad ¿cómo pueden funcionar para que los jóvenes conozcan esa verdad, para que tu hijo o mis hijos puedan conocer el panorama más amplio?
N.F.S.: Lo que me pareció súper interesante de este informe es la cantidad de herramientas, por lo menos en el sitio de internet que yo creo hay que invitar a que el mundo lo vea porque es un sitio tremendamente lúdico, amable. Los informes en Chile no han no ha sido así, pero acá está hecho, está pensado justamente para llegar a cualquier persona, que todos puedan amablemente llegar esa información y coger lo que les interese, lo que les parezca y de manera ―insisto― amable, porque sabemos que no es un tema amable. En sociedades tan polarizadas, donde hay sectores que no quieren ver, que se niegan a ver e incluso piensan que todas estas versiones son una exageración de los hechos, es muy importante que entren y que observen, que vean, que se dejen permear. Acá no estamos hablando solamente de temas políticos, aquí ya la política se desborda en este lugar, estamos hablando de humanidad, de dignidad humana, de Derechos Humanos y tenemos pocas herramientas en el mundo para protegernos. La humanidad inventó el lenguaje de los derechos humanos como un paraguas de protección: ese debería ser el límite para poder despolitizar cualquier tipo de conversación y entender que, bajo ese paraguas, nos debemos unir todas y todos. Bajo ese paraguas podemos tomar todos los diálogos posibles. ¡Fuera de ese paraguas politicemos lo que queramos!, pero dentro, cuando hablamos de asesinato: es un asesinato; cuando hablamos de masacre: es una masacre. ¿Quién lo acometió? ¿De qué color es quien la cometió? No me interesa, no puede ser, no, no, ¡nunca más! Y estos informes son la primera piedra angular para poder comprender eso y dialogan con este paraguas. Tenemos que entrar allí, no podemos cegarnos, es un acto inhumano. Por lo menos podemos hacer el intento.
A.C.R.J.: En Contra la memoria (2011), el ensayista norteamericano David Rieff expone la relevancia de los riesgos que conllevan los recuerdos, la memoria. ¿No es riesgoso volver a abrir las heridas?
N.F.S.: ¡Y no estar constantemente en el trauma! Sí, es interesante esa mirada: no sé si comulgo del todo con esa mirada, pero es interesante porque lo pienso en nuestra biología: el olvido es parte del recuerdo, el olvido es una herramienta que tenemos como seres humanos para poder seguir adelante. Si recordáramos todo… pensémoslo en términos personales, en nuestra propia biografía, ¡sería un infierno! Imagínate lo que sería que lo recordáramos todo. Pero yo creo que hay ciertos hechos que tienen que ver con las historias de las sociedades que merecen ser recordados, por lo menos hasta que haya justicia, verdad y reparación. Cuando esos tres temas están solucionados, si orgánicamente vamos olvidando el tema, no importa: porque va a haber justicia, verdad y reparación; por lo tanto va a estar incluido en el ADN de la sociedad que eso no se va a volver a repetir. Pero eso normalmente no ocurre. No conozco una sola sociedad donde una gran tragedia como la que hemos padecido en Latinoamérica haya contado con esos tres elementos: verdad, justicia y reparación. Evidentemente en dos mil años más no podemos seguir conmemorando en Chile el horror de los cincuenta años [de la dictadura], a menos que haya habido justicia, verdad y reparación. Yo creo que si eso ocurre, no tengo ningún problema en que podamos la alivianar el paso por el por la vida, pero son horrores tan grandes, que van atravesando generaciones, que están enquistados en nuestras sociedades. Es imposible seguir adelante si no solucionamos esa herida.
A.C.R.J.: ¿Crees que de alguna manera son comparables las realidades que vivieron Chile y Colombia?
N.F.S.: No me gustaría decir que “no es tan grave” porque creo que es difícil “curatorear” o dimensionar la gravedad de cada conflicto, de cada tragedia. Yo creo que cada una es cada una y la vive cada país como puede. Lo que sí siento es que [Colombia] es más compleja en términos de trama sociopolítica, es infinitamente más compleja. Yo puedo comprender lo que ocurrió en Chile, ¿podría llegar a contar esa trama? Algunos van a decir que no, que falta algún tipo de información, otros me van a decir que estoy simplificando, otros me van a decir que estoy equivocada. Pero se puede contar. Acá yo creo que es tan complejo: porque parte de una manera se desvirtúa, empiezan a entrar distintos factores, distintos protagonistas. A eso me refiero con la complejidad, no sé si es la gravedad, sino que más bien la complejidad; pero yo creo que hay algo que me pasa y me pasa mucho, lo pensé en relación al libro [Verdades compartidas]: cada una de las autoras y de los autores que trabajó en el libro, al sentirse un poco inapropiados para poder escribir sobre el conflicto, lo primero que hicimos fue “espejear” el conflicto en nuestras propias realidades, en nuestras propias tragedias. En ese sentido, empiezo a leer a Leila [Guerriero], leo a Junot [Díaz], leo mi propio trabajo, y me doy cuenta de que claro que hay algo común: el dolor es el dolor, el asesinato es el asesinato, la masacre es la masacre, la violación a los derechos humanos es la violación a los derechos humanos. Ocurre en Colombia, en Chile, en Argentina, donde sea, y ese lenguaje desgraciadamente lo comprendemos todas y todos. Lo que nos ha pasado es que muchas veces, nuestras sociedades se ensimisman en su propio relato, en su propio conflicto o en su propio dolor, y no nos damos cuenta de que estamos viviendo cosas similares en muchos puntos de vista. Por supuesto que son diversas, no son del todo comparables, pero en muchos puntos sí lo son. Y en ese sentido, el ejercicio de la memoria, de la reparación se podría enfrentar mejor colectivamente y aprender de los procesos. Yo no sé hasta qué punto la política pública hace ese ejercicio de comprender de los procesos de reparación y de verdad, o los intentos de justicia del resto de los países, del continente, para emprender una memoria colectiva también. Para que ese “nunca más” al que aspiramos todas y todos sea una línea que marquemos conjuntamente.
A.C.R.J.: Lo más interesante de Verdades compartidas es que son visiones externas, el prólogo es del escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez. Son miradas matizadas por la experiencia de ustedes, ¿crees que entiendes mejor la Colombia de hoy?
N.F.S.: ¿Entender? [risas] sabes que creo que sí. También tomé el desafío pensando en que era una oportunidad para comprender mejor el conflicto. Creo que sé más, pero creo que comprendo menos. Pero en relación con la Colombia actual, creo que comprendo un poco más, incluso entiendo también estas polaridades de las que estábamos hablando. Leo más los ecosistemas. Cuando estoy en un lugar comprendo cuáles son los discursos que se están dando vuelta. Es un lugar muy diverso. Y hay discursos diversos también, eso creo que lo estoy leyendo mejor, mucho mejor.
A.C.R.J.: Y cuando uno ve a Chile, su comisión de la verdad, la constituyente: todo viene de un proceso, se desprende de lo que se supo, del conflicto, y todavía lo están resolviendo...
N.F.S.: Exacto, todavía tenemos una Constitución que es la Constitución de Pinochet, hemos tenido dos procesos constituyentes, una revuelta entre medio. Hay algo que aprender allí también: creo que vivimos en sociedades más conservadoras de lo que creemos y que ese sector, un sector más conservador es importante. El diálogo es tan importante, creo que como Chile también estamos viviendo un momento de mucha polarización y requerimos el diálogo, porque la gran parte de la ciudadanía está aquí y está sufriendo el problema de que no hay diálogo. Eso es algo que, por ejemplo, ahora lo he entendido mucho acá en Colombia también. Y es algo que veo en Argentina, en Brasil, en Perú, es un gran problema que estamos teniendo en Latinoamérica: la imposibilidad de dialogar razonablemente, no a los gritos, no al insulto… porque estamos en esos lugares y eso lo único que hace es alimentar más los polos. Eso no es nada bueno para nadie.
A.C.R.J.: Tenemos diversas formas de recordar: narraciones, ensayos, artes… pero existe otra manera, como un mecanismo de la mente: los sueños. Las madres de desaparecidos suelen soñar con el hijo que les dice en dónde está su cuerpo. En Voyager citas tus sueños, ¿cómo funciona la cabeza (y también el pensamiento mágico) para ayudarnos a recordar?
N.F.S.: La memoria tiene infinitos mecanismos. Todavía falta mucho por conocer de la mente humana, así como falta mucho por conocer del Universo. Pero, claro, nosotros tenemos una memoria consciente que es la que creemos que intentamos gobernar, a la cual le reclamamos cuando algo se nos olvida, la que contiene todos los materiales que están en nuestro presente dando vueltas. Y hay todo un material que damos por olvidado, que incluso no sabemos que lo tenemos y es todo lo que ha quedado en nuestro inconsciente; en ese material aparecen los sueños, aparece involuntariamente a partir de un “insight”, de que olemos a algo, de que escuchamos una música y eso evoca… y aparece una escena que no nos acordábamos, jamás se nos habría ocurrido recordarla siquiera, pero que aparece. Y es real y es concreta y está en nosotros. Eso es algo muy bonito. Somos contenedoras de recuerdos; eso es lo que más contenemos. Ese material está dando vuelta en nosotras continuamente, ahí nos encontramos con quienes queríamos, con quienes ya no están, muchas veces ahí podemos evocar espacios en los que estuvimos alguna vez y los damos por olvidados y de pronto aparecen esos espacios y nosotros decimos: esta es mi casa y está tal cual como yo la visité alguna vez, como la habité alguna vez. Y así es la mente: loca, chiflada, imposible de gobernar, pero tiene que ver con eso, con que controlamos muy poco, primero a nuestra mente y menos a nuestra memoria. La memoria es bastante ingobernable.
A.C.R.J.: Re-cordar, por su origen, es volver a pasar por el corazón. Sea que hablemos de memoria histórica, de memoria colectiva, de memoria individual, al recordar volvemos a pasar por el corazón: ¿Cómo narrar el dolor de manera bella? Un poco lo que te preguntas en el libro Verdades compartidas: ¿Cómo contar el miedo?
N.F.S.: ¿Cómo contar el miedo? Yo creo que punto número uno es un gran desafío. El desafío que debemos asumir cuando nos metemos a trabajar literal o artísticamente con estos temas. Creo que además de tener esa disposición a desafiarnos en ese lugar, para mí lo más interesante siempre ha sido poder concentrarme no solamente en el horror de los hechos o en el miedo de los hechos o en la tragedia (sin quitarle la importancia porque por algo estamos ahí), pero ver todo el caleidoscopio de situaciones que ocurrieron y siguen ocurriendo en relación con esas vidas que son las protagonistas de esos hechos: ahí vamos a encontrar pura vida, pura luz, pura belleza, pura energía, pura pasión. Me pasa mucho, que encuentro pura pasión y es ahí donde tenemos que poner el ojo: no quedarnos solamente en el sepulcro, no anclarnos solamente el sepulcro, combinarlo también con el resto, porque somos vida. Lo que queremos es la vida y lo que celebramos de todo aquello que ha ocurrido, que fue horroroso, fue las vidas que están ahí. Si nos dolemos por algo es por esas vidas: celebremos esas vidas y combinemos esos materiales desde ese lugar. Yo tampoco tengo las respuestas, cada libro para mí es el desafío de buscar cómo contarlo de manera amable, cariñosa, amorosa y que quien quiere entrar a esa literatura que yo hago, pueda entrar en el libro y pueda terminar tranquilo, en paz; pero también con la perturbación de conocer algo que normalmente no lo vamos a conocer en cualquier otro lugar.
@anacrisrestrepo