El poder destructivo de la ira: cómo la falta de autorregulación emocional afecta nuestra salud
6 Julio 2023

El poder destructivo de la ira: cómo la falta de autorregulación emocional afecta nuestra salud

Crédito: Freepik

Cuando no controlamos la ira, no solo ponemos en riesgo nuestras relaciones personales, laborales y sociales, sino que además nos estamos enfermando.

Por: Redacción Cambio

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Por: Natalia Romero Rosanía

La ira es una respuesta emocional compleja que puede reconocerse a través de diversas señales, como son las expresiones faciales y corporales, las manifestaciones conductuales y los cambios fisiológicos. “Es una emoción básica, natural y muy intensa, que aparece ante la sensación de amenaza y, sobre todo, de injusticia”, explica la médica psiquiatra Silvia Ruiz Cala.

Al igual que todas las emociones, la ira viene siempre acompañada de una activación fisiológica que eleva los niveles de cortisol y desencadena una cascada de inflamación que afecta no solo la salud mental sino también la salud física.  “La ira se puede manifestar de diversas maneras, casi siempre de forma violenta. Una persona con ira grita, llora, golpea, insulta, tira o rompe cosas e incluso puede atentar contra sí misma. La expresión de la ira depende de cada persona, de su contexto social y cultural, de la crianza y educación que haya recibido, y puede ser transitoria o duradera.

El problema no es el qué sino el cómo

Las causas de la ira son las emociones subyacentes, como la pérdida de un ser querido, de una relación o de un trabajo; la acumulación de tensiones, la injusticia, las dificultades de la vida, una provocación externa o trastornos de salud mental. “Lo que hace que la ira sea patológica es la incapacidad que tiene la persona para autorregular sus emociones. Lo que cada uno tiene por dentro es lo que determina su reacción y el nivel de intensidad de esta. Las personas que cuentan con herramientas para gestionar sus emociones logran soltar lo que les produce rabia y pasarle por encima”, complementa la profesional en salud mental. 

Aunque todos los seres humanos somos propensos a sentir ira, hay personas a las que, por su historia personal o familiar o por predisposición genética, se les dificulta más regular sus emociones y evitar los ataques de ira. 

Una persona con problemas de ira que no sabe o no puede controlarse, y explota de manera violenta y agresiva ante determinadas situaciones, ve afectada de forma considerable su vida familiar, laboral y social. Adicionalmente, es muy probable que, en algún momento, si no se pone a tiempo en manos de un especialista, se enferme debido a la inflamación generada por los picos altos y constantes en los niveles de cortisol. “Son personas que podrían presentar desde gastritis hasta cáncer o un infarto”, añade la doctora Ruiz, quien se encuentra en Instagram como @silviaruizcala. 

Autoconocimiento, comunicación asertiva y terapia

La ira se puede prevenir mediante el autoconocimiento. Cuando una persona logra identificar cuáles son los patrones que desencadenan su ira, identifica lo que le molesta, la desespera, la lleva al límite y la obliga a reaccionar de manera negativa o violenta, se empieza a plantear opciones distintas para calmarse o, incluso, para evitar o postergar las situaciones que la generan. “Algunas personas necesitan espacio para estar solas o tiempo para pensar. Otras deciden hacer ejercicio o practicar algún deporte o alguna técnica de mindfulness, como la meditación, la respiración consciente o la relajación. También hay quienes optan por mejorar sus capacidades de comunicación para poder expresar lo que sienten de manera asertiva, o aprenden técnicas de resolución de conflictos. Todo esto evita que se acumulen las emociones negativas hasta explotar y causar daño”, complementa la doctora Ruiz. 

El tratamiento de la ira implica un enfoque multidimensional que aborda las causas subyacentes y proporciona estrategias para su manejo. El más utilizado es la terapia cognitivo-conductual (TCC), una intervención que se centra en identificar los pensamientos y emociones asociados con la ira.  “Cuando aprendo a observar mis emociones sin juzgarlas, entendiendo que nada es permanente y desarrollando cualidades como la aceptación y la ecuanimidad, empiezo a ser una persona más tranquila que se detiene y piensa antes de reaccionar”, asegura la especialista en Terapia Cognitiva Conductual basada en mindfulness

Otras intervenciones para el tratamiento de la ira incluyen el entrenamiento centrado en la emoción, la terapia del perdón y los programas grupales de manejo de la ira. En ciertos casos, podrían considerarse los tratamientos farmacológicos. Lo importante, como siempre, es adaptar el enfoque del tratamiento a las necesidades de cada paciente y, de esta forma, prevenir el deterioro de su salud física y de su bienestar en general. 

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