Carta inédita de Alfredo Molano Bravo a su sobrina
3 Mayo 2022

Carta inédita de Alfredo Molano Bravo a su sobrina

Crédito: Colprensa

Carta inédita de Alfredo Molano a su sobrina en el día de su grado. Un texto que habla del poder de la crítica como camino a la libertad de pensamiento.

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Queremos compartirles un texto inédito de Alfredo. Es una carta dirigida a Alejandra, mi hermana, en el día de su grado del colegio. A veinte años de haber sido escrita, desde Barcelona en su exilio, sus palabras hoy conservan absoluta vigencia. Aquí sentiremos al Molano rebelde, al escritor profundo, que en sus epístolas siempre ofreció la palabra precisa.

Ale: Hace días estoy en deuda contigo. Hoy que te graduas y que estarán luchando secretamente, entre el halago y la indiferencia, quiero estar contigo. Justamente hace 40 años me gradué de bachiller. Terminé en un colegio, que como decía el rector, era para niños malos de las familias bien. Un colegio barato, un negocio. Los profesores leían el periódico en lugar de dar clase, salvo uno. Era estudiante de derecho, vivía metido en un sobretodo jaspeado que no se quitaba nunca porque era un bumangués y el frío lo sitiaba. Se llamaba Carrascal. Enseñaba historia y filosofía. Era un escéptico y un gran crítico de todo. Medio anarquista, medio patriota. Era el único que daba clases honradamente. Pocos le atendíamos, pero el hombre me dió los primeros pasos por la filosofía y por la historia de Colombia, ambas vistas como herramientas de la crítica y de la rebeldía. Fue él quien me dijo: - yo a usted lo veo solo en sociología de la nacional-, cuando hablamos del futuro. 

Pero en mi casa pensaban distinto. Salvo tu abuelo, que decía: estudia cualquier cosa con tal que no tengas que vivir inventándote una profesión, como me sucedió a mí. Era su obsesión. En realidad El Líbano y San Joaquín, haciendas de La Calera y del Llano, se las gastó educándonos, o mejor, graduándonos. Él no hizo fuerza, como tu abuela, para que estudiara derecho en El Rosario. 

Ella era de una familia de juristas, de esos que llaman eminencias. Varios Bravos y muchos Arteagas son de esa clase: siempre de corbata, siempre con zapatos brillantes, siempre oliendo agua de colonia. Fue bravo el pulso entre Carrascal y mi tío Juan Rafael sobre mi futuro: derecho o sociología. Como yo tenía dudas de pasar en la Nacional porque mi colegio era pésimo académicamente, al punto que el Ministerio de Educación no le dio licencia y a los bachilleres de ese año nos tocó presentar exámenes en un Colegio Nacional, y solo pasamos dos. 

Acepté inscribirme en El Rosario. Me puse el vestido de grado, corbata, zapatos, camisa almidonada, y de la mano del tío importante llegué al claustro. No necesité ni siquiera entrevista. Con él solo apellido Bravo, por derecho, fui aceptado. Ya me veía yo en esos augustos salones mirando por la ventana, mientras un profesor peroraba sobre el derecho procesal. Por eso, cuando me despedí de mi tío, cogí un bus y a la nacional fuí a parar, porque ese día publicaban las listas de los aceptados.

Miré varias veces mi nombre de abajo para arriba y no lo encontraba, porque para mí sorpresa, había sacado el sexto puesto y hasta allá no llegaba mi aspiración. Salté, debí gritar, corrí y me tiré al pasto a revolcarme cómo los caballos cuando les quitan la silla. Estaba feliz. Mi suerte se decidió en ese instante. Lo mismo que la tuya, ahora que entras a sociología de la Nacional. No te veía en otra parte, ni otra cosa.  La selección de carrera es quizá una de las pocas decisiones cruciales que uno está en capacidad de tomar y que tienen un peso excepcional en la vida. Marx escribió su tesis de grado sobre el asunto: "Reflexiones de un joven al decidir su carrera". 

Te pusiste en un camino de luchas y de grandes frustraciones, pero también ahí encontrarás el calor de tu gente, el valor del pueblo, su generosidad infinita. No será fácil ahora que tenemos encima la guerra, que nosotros, a tu edad, queríamos hacer. La guerra se viene sin alternativa posible y a todos nos comprometerá. Mantén tu crítica viva. La crítica no debe ser solo contra el sistema, sino universal e indeclinable. También contra la izquierda, que no pocas veces —lo verás— tiene mucho de derecha. Ahí también hay dogmas, doctrinas, sectarismo, santos, papas, curas, confesionarios, penitencias, humillaciones. 

Fé y obediencia son los ejes de la izquierda ingenua. Reacciona contra ese rebaño, tan rebaño como cualquiera. No renuncies ni a tu crítica ni a tu libertad. Es la independencia de criterio la cuna de la rebeldía, aunque a la larga —lo versa— la cuna de la soledad. Todos se van prendiendo a los polos de los imanes, como si fueran virutas de metal. Cada cual se protege bajo una fuerza y pierde su libertad. Es preferible pagar el precio de la independencia, con soledades y exilios, que con disciplina y renuncia al principio de la crítica. Donde no se acepte la crítica, uno no cabe, no debe estar, no puede estar.  

Nunca pertenecí al partido comunista porque nunca soporté su autoritarismo. Lo mismo me pasó con la guerrilla. La obediencia automática, la disciplina para perros.  La imposición nunca hizo parte de mi naturaleza. He roto con todo, salvo con mis amores, con las mujeres que he amado, con los paisajes donde he amado, con la sangre que llevo, o con aquella sangre caliente que me ha llevado en su lomo a mirar el mundo desde las alturas de un páramo. Esos amores me bastan y a ellos siempre regreso.

Te quiero mucho 

Noviembre 23 de 2002

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