Dulce y tierno
30 Junio 2022

Dulce y tierno

"Así como el primer hombre es dulce, el segundo, algo mayor que el otro, enternece". Carolina Sanín describe la foto con la que el presidente electo Gustavo Petro y el expresidente Álvaro Uribe ilustraron para la prensa el histórico encuentro que sostuvieron en Bogotá.

Por: Carolina Sanín

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Un hombre quiere algo con fuerza y trabaja arduamente por ello, hablando hasta perder la voz: nombrando, una y otra vez, por todas partes, su deseo. Un día, consigue el deseo que ha descrito y llenado, y al día siguiente recupera la voz que ha perdido. Ahora es una voz distinta. También el rostro ha cambiado. Son los mismos rasgos, y son dos días consecutivos, y, sin embargo, el hombre es otro: se ha convertido en quien debía; en el padre de sí mismo. Está abierto. La consecución del deseo es, por fin, el nacimiento. Su identidad se ha confirmado, y él se alivia: ahora sabe que millones de personas piensan de él lo que él ha querido creer de sí. Puede, entonces, empezar a existir de otra manera; no en la pugna, la demostración y la defensa, no en el constante movimiento vertical, sino ensanchándose con un ritmo hospitalario. Ladea la cabeza y sonríe. Se tiene y se tiende dulcemente. Tal vez ganar —acceder a la posición desde donde uno puede verse a sí mismo con la mejor justicia— es necesario para cada uno de nosotros; solo que, antes, uno tiene que saber cuál es el deseo de su corazón —la necesidad verdadera que lo hará remontar su propia vida y le pondrá el rostro que le estaba destinado—, y es difícil.

Estos dos presidentes del país, que han abarcado tanto y a tanta gente, están en una oficina que les han prestado, pues es aún muy inmadura la hospitalidad que podría contenerlos. Un poco a la deriva, la habitación ajena se llena de signos. Los objetos saben más y desean aparecer tanto como los dos hombres.

El otro hombre, al otro lado de la mesa, parece de repente como si nunca hubiera ganado, aunque haya ganado tantas veces, y más, que el primero. Se sienta con la espalda rígida y el cuello tieso. Mira con desconfianza: no como quien acaba de recibir una confirmación de quien cree ser, sino como si temiera que fueran a adulterarlo; casi como si creyera que no va a salir en la foto verdaderamente. Tiene la ansiedad y el apuro de los niños. Se sienta adelantado en la silla. En otros días, quizás ha sentido que debía extremarse para aparecerse ante sí mismo, en busca, también él, de su rostro definitivo o destinado. Ahora está perplejo y lleno hasta el borde de una historia y su contrario. Quizás no ha sabido qué desea su corazón, pero sí ha conocido qué extrañaba. Ha imperado y se ha extendido. Parece el hijo de sí mismo, y parece que no alcanza. Así como el primer hombre es dulce, el segundo, algo mayor que el otro, enternece. 


Estos dos presidentes del país, que han abarcado tanto y a tanta gente, están en una oficina que les han prestado, pues es aún muy inmadura la hospitalidad que podría contenerlos. Un poco a la deriva, la habitación ajena se llena de signos. Los objetos saben más y desean aparecer tanto como los dos hombres. Hay dos libros de un cabalista, que hablan del poder más allá del poder, y un cristo en la cruz, que habla de lo mismo. Hay otros libros forrados, como secretos, probablemente recién sacados de la estantería ajena, para decorar la mesa. Podemos fabricar una historia en la que esos libros son regalos que los hombres intercambian para entregarse un mensaje que no pueden decirse. En el centro de la mesa hay un juguete: un helicóptero como los que se detienen sobre la selva o los escombros para llevar a cabo un rescate. 

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