El domingo pasado en Los Danieles, el escritor y académico de la lengua Daniel Samper Pizano incluyó la siguiente esquirla al final de su columna “Un turbio horizonte”: “Aprecio como persona y como autor a Giuseppe Caputo. Seguramente es un buen maestro de escritura creativa. Pero me sorprende que, como profesor del Instituto Caro y Cuervo, envíe a sus alumnos mensajes en los que utiliza un ridículo, minoritario y forzado plural con x: ‘Queridxs postulantes’. Sería bueno saber si este instituto, autoridad mundial en nuestra lengua, acepta semejante endriago de escritorio ajeno al pueblo hispanohablante, o si se trata de una broma de Giuseppe, a quien le sobra humor para ello e inteligencia para manejar sin gestos exhibicionistas la gramática castellana”.
Agradezco a Daniel la calidez de algunas de sus palabras, pero quisiera, sobre todo, dirigir la preocupante sensación de vigilancia política y estética que me provocó la esquirla. Me sorprendió mucho que Daniel comentara en su plataforma ese mensaje que, como coordinador académico de la Maestría en Escritura Creativa del Instituto Caro y Cuervo, envié a un pequeño grupo de personas que, desafortunadamente, por limitaciones de cupo, no pudimos aceptar este año en la cuarta cohorte del programa. Es un mensaje institucional, escrito profesionalmente y con todo el cuidado posible —con la conciencia de que hago parte de un programa de educación superior en un instituto público— y, si bien fue un correo dirigido a unas personas específicas —de nuevo: las que aplicaron al programa y, en esta ocasión, no fueron admitidas—, diré que no tengo problema alguno con que esas palabras que escribí las ventile un actor del gremio en un medio nacional. Sin embargo, no deja de ser desconcertante que un postulante —uno, sí, sin duda fue un hombre— se lo haya reenviado a Daniel y que Daniel, a su vez, haya decidido hacerlo público en una exhibición de poder cultural y, por supuesto, de poder patriarcal. Y aunque esto sí que parece una broma, recibo esa esquirla como una oportunidad para elaborar una respuesta pública. Daniel habla de “gestos exhibicionistas” y no puedo no recibir la acusación como una proyección de lo que él mismo hace en tan corto texto. Me reiría —haría gala del humor que me caracteriza, tal y como dice Daniel—, si no fuera por el desconcierto —no: el miedo— que me provoca la idea subterránea de su mensaje: que el instituto público donde trabajo desde el 2018, dedicado a pensar la lengua en todas sus dimensiones políticas, históricas y sociales, deba vigilar el uso político que hacemos las profesoras de nuestra lengua en los correos cotidianos y respetuosos que enviamos. Valga decir que, lejos de ser una entidad que busca normativizar la escritura y crear preceptivas para el uso literario y coloquial del español, la misión del Caro y Cuervo es salvaguardar y enriquecer el patrimonio lingüístico de Colombia —un patrimonio que es, como la propia lengua, siempre creciente y cambiante—.
Escribí el mencionado correo en nombre de todo el cuerpo docente de la maestría, integrado por las escritoras Juan Álvarez, Fernanda Trías, Juan Cárdenas, Gloria Susana Esquivel y Laura Ortiz Gómez: allí reconocí muy sinceramente lo difícil que fue hacer la selección; animé a lxs postulantes a continuar su exploración escritural; y, sobre todo, lxs invité a presentarse en una próxima convocatoria. Fue un mensaje escrito muy cuidosamente porque reconozco —y he vivido— la decepción que este tipo de noticias causan y la inseguridad que pueden llegar a provocar en quien está comenzando a pensar en serio una poética propia. Cuando digo, entonces, que fue un texto escrito muy cuidadosamente, quiero decir que fue un texto que procuró velar afectiva y políticamente por quienes lo recibieron —el cuerpo docente del programa, representado por mí, vela afectiva y políticamente por nuestra comunidad estudiantil—.
Me parece importante recordar que, en el marco de la maestría, hemos trabajado con personas trans y no binarias en proyectos de escritura comunitaria y que, desde el 2018, fecha en la que dimos inicio a las clases luego de que el Ministerio de Educación de Colombia aprobara el Documento Maestro que pensamos colectivamente con mis colegas, hemos contado con la feliz y brillante participación de estudiantes que se escapan del binario de género. Esa equis que menciona Daniel —esa equis que rechaza Daniel y que yo ya tengo tan profundamente internalizada y asumida, para nada es forzada— es, entre muchas cosas, el reconocimiento de todas las personas que buscan abrir el lenguaje para que así mismo se abra la vida. Esa idea tiñe mi propio proyecto de escritura, mucho más allá de la equis, y tiñe el espíritu de nuestro programa. Allí una poética propia y la propia poética de nuestros talleres: abrir la lengua para abrir la vida.
Daniel menciona la palabra “endriago de escritorio” en su esquirla y lo agradezco —me encanta— porque es a eso a lo que el programa apunta: si el monstruo es la diferencia vuelta carne, celebramos la diferencia vuelta texto. En ese sentido, son faros estéticos y políticos de la maestría autorxs que, a partir de esta esquirla, podemos comenzar a llamar orgullosamente —lúdica y amorosamente— endriagos o monstruos de escritorio: voces latinoamericanas esenciales como María Moreno, Pedro Lemebel, Diamela Eltit, Néstor Perlongher, Mercedes Roffé, José Eustasio Rivera, Marosa di Giorgio, Igor Barreto, María Sonia Cristoff, Mario Montalbetti, Blanca Varela y Mario Levrero. Todas, en suma, son voces maestras que, en vez de incentivar una fiscalización de la lengua, se permitieron —y ahora nos permiten— jugar con la misma: escribirle al lenguaje, como ha dicho Montalbetti; vivirlo apasionadamente y, por lo tanto, celebrar —y aceptar— su permanente transformación: el uso que cada uno quiere y puede darle. Estas escrituras nos recuerdan, como he dicho muchas veces, que, al torcerle el cuello al lenguaje, también se le tuerce el cuello al poder.
Hace un tiempo, el lingüista argentino Santiago Kalinowski me permitió pensar intensa y rigurosamente el lenguaje incluyente como “una decisión política que no se ajusta a parámetros de economía lingüística porque es un fenómeno político”. En su conferencia y posterior libro La lengua en disputa, Kalinowski agrega que el lenguaje incluyente es la configuración discursiva de una lucha política y que su uso busca crear en el auditorio la conciencia de la exclusión y de la injusticia. Entre las muchas ideas movilizantes de su aproximación, también destacaría las siguientes: que es un fenómeno retórico, político y discursivo; que las reacciones en su contra también son políticas; que nunca jamás hay un problema de inintengibilidad —Daniel, por ejemplo, sin duda entendió el encabezado de mi carta por más que, en la videocolumna en Los Danieles, sobreactuara la imposibilidad de la pronunciación—; que el debate sobre este lenguaje evidencia que la lengua es racista, clasista y excluyente porque la experiencia humana es racista, clasista y excluyente; que el masculino genérico se explica porque el hombre acaparó todos los espacios de visibilidad; que la lengua es un correlato gramatical de un ordenamiento social patriarcal; que, con las luchas por los derechos y por la igualdad, se tiene que dar un cambio lingüístico; que la realidad se cambia haciendo política y la política se hace con la lengua; y que el lenguaje incluyente no pretende ser gramática, sino que pretende ser un cambio social y cultural.
Daniel:
De pronto sabes que, hace un par de años, Agustín Laje se presentó en la FILBo. Al inicio de su presentación, ese esbirro inmundo de la ultraderecha latinoamericana saludó al auditorio con estas palabras: “Buenas tardes a todos. No a todes: a todos” —su público lo aplaudió—. Me preocuparía mucho si, llegado a este punto, tuviera que explicarte por qué es tan violento ese saludo y por qué esas palabras inferiorizan aún más a las personas históricamente inferiorizadas en el orden social del mundo —una jerarquía en la que tú siempre has estado arriba, lejos de muchas vidas—. Así mismo, y como seguramente sabes, el abyecto presidente de Argentina, Javier Milei, prohibió —PROHIBIÓ— el lenguaje incluyente y “todo lo referente a la perspectiva de género” en los documentos de la Administración pública de ese país. El portavoz del gobierno dijo exactamente: “No se va a poder utilizar la letra e, la arroba, la x y se evitará la innecesaria inclusión del femenino”. ¿No te parece lo suficientemente alarmante que tu esquirla esté tan alineada con las acciones y declaraciones de estos personajes terribles —trágicos y violentos— para el pueblo latinoamericano, personajes que enturbian nuestro horizonte, para decirlo con el título de tu columna? ¿No te parece esto razón suficiente para pararte a pensar mejor, descentradamente, sin tantos conservadurismos peligrosos, esta lengua que has estudiado con tanta pasión por tantos años? Como tantxs más que usan el incluyente, yo soy parte del pueblo hispanohablante —del pueblo latinoamericano—: las Academias de la Lengua, en cambio, siempre han llegado tarde al pueblo. Pero el pueblo siempre se ha impuesto. Y la Academia siempre lo termina acatando —es lo que debe hacer: es lo que hace la Maestría en Escritura Creativa del Instituto Caro y Cuervo—. Así como la vida de las maricas, de las personas no binarias y de las personas trans no se debate, el uso de las letras e y equis tampoco —ya no: ya ha sido amplia y larga y paciente la discusión—. Esas letras por fin están aquí para corporizar en la lengua a las personas que siempre —siempre— hemos estado aquí: no es, como suele decirse ridícula y fóbicamente, “una moda”.
Para terminar, quisiera rectificar una información biográfica que diste en Los Danieles cuando comentaste virtualmente la esquirla: que, a pesar de mi nombre, yo no soy italiano sino colombiano. Quiero decirte que mi papá era italiano y que, hasta el día de su muerte, él habló el español con tropiezos, palabras inventadas, equivocaciones gramaticales y acento calabrés. Con esto no quiero decirte que fácticamente soy “miti-miti”, sino hablar de mi relación total con la impureza de la lengua: de mi vínculo amoroso con el supuesto error. Con mi papá intercambié las cartas más divinas en itañol, cartas con los errores ortográficos y sintácticos más gloriosos. En cada “error” gramatical estaba nuestra historia social y ese es el aprendizaje que, como maestro en el esquivo arte de la escritura, quisiera dejar hoy a quien lea este texto: que, en cada “error” gramatical, hay una historia social. ¿Puede contarse la historia social corrigiendo “el error”? Mi respuesta más ecuánime sería: “Sí, quizás, pero se perdería el corazón”.
Había una vez —esta es una historia social— una letra impronunciable como impronunciable era su vida. Pero un día dijo: “Equis, equis, equis, quiiiiiisssss”, y supo que podía pronunciarse. No fue feliz, pero sí más feliz.
Fin.
Pero antes, una esquirla: decirles a lxs estudiantes que están por matricularse en nuestro programa: “Bienvenidas, bienvenides, bienvenidxs”. Y sí, por supuesto: “Bienvenidos”. Pero con la o que ya no es dominante. Con la o del oso ajeno que me provocan las personas que, habiendo estudiado la lengua, insisten en ridiculizar su uso político. Y con la o de: “¡Oh no! Algunxs siguen sin entender la relación de amor entre la lengua y la vida”.
Giuseppe Caputo es autor de las novelas Un mundo huérfano y Estrella madre, ambas publicadas por Literatura Random House. Fue director cultural de la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo) y es uno de los escritores seleccionados en la lista del Hay Festival Bogotá 39-2017. Actualmente es docente y coordinador académico de la Maestría en Escritura Creativa del Instituto Caro y Cuervo.