Ana Bejarano Ricaurte
11 Mayo 2025 03:05 am

Ana Bejarano Ricaurte

GLOSARIO GENOCIDA

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“Los pocos individuos que todavía sabían distinguir el bien del mal se guiaban solamente mediante su buen juicio, libremente ejercido, sin la ayuda de normas que pudieran aplicarse a los distintos casos particulares con que se enfrentaban. Tenían que decidir en cada ocasión de acuerdo con las específicas circunstancias del momento, porque ante los hechos sin precedentes no había normas”.

Eichmann en Jerusalén, un estudio sobre la banalidad del mal. Hannah Arendt.

El 7 de mayo se cumplieron 19 meses desde que el grupo terrorista Hamás adelantó un ataque sin precedentes contra la población civil israelí. Desde entonces, lo que inició como una supuesta estrategia de defensa se convirtió en la televisación más desvergonzada de crímenes de guerra registrada en la historia. 

Tras los primeros días, los tertuliaderos políticos del mundo —real y digital— hervían con debates sobre el conflicto en el Medio Oriente, sus orígenes, motivaciones y posibles resoluciones. Ahora el silencio amenaza con ensordecernos, porque además de los litros de censura que han impuesto los dueños del mundo sobre el tema, qué más podríamos decir sobre el horror que presenciamos en miles de pantallas. Además de la indolencia o aquiescencia, tal vez se explica el silencio porque ¿acaso falta algo por decir?  

El centro de monitoreo de desplazamiento interno informó el 19 de junio de 2024 que el 83 % de la población había sido desplazada internamente. La revista científica inglesa The Lancet adelantó un estudio en el que encontró que entre el 7 de octubre de 2023 y el 30 de junio de 2024 ya podrían estimarse 64.260 muertes por lesiones traumáticas. Tras un año de guerra, Oxfam calculaba que 11.000 víctimas eran niños, mientras que 25.000 han quedado huérfanos. Para ese entonces habían sido asesinados 232 periodistas, según un estudio del Instituto Watson para asuntos públicos de la Universidad de Brown, y se documentaron al menos 136 ataques contra 27 hospitales, de acuerdo con un informe del Alto Comisionado para los derechos humanos de la ONU. 

En febrero de este año, Oxfam informó que más del 80 % de la infraestructura de agua y saneamiento ha sido parcial o totalmente destruida. Todas las semanas se registran ataques contra colegios, universidades, parques o centros de refugiados, a todas horas y con alcances irreparables. Ya no hay un centímetro de vida digna allá; solo el horror sobrevive en Gaza. 

Y todos estos números, informes y palabras aún no contemplaban los alcances del bloqueo humanitario que emprende Israel contra la población civil hace tres meses, con el cual pretende removerla completamente de Gaza o extinguirla de la faz de la tierra. Las imágenes de la población desesperada por beber agua, alimentarse u obtener una medicina inundan las redes sociales sin que nadie lo detenga.  

El ejército homicida de Benjamín Netanyahu ha ofrecido toda la evidencia que necesitan las cortes internacionales para encontrar probada a cabalidad la intención genocida. Lo mismo ha ocurrido con miembros de su gobierno que han dejado claro el propósito expreso de que Gaza sea inhabitable, por lo menos para el pueblo que deshumanizan todos los días en televisión. Pero ¿acaso llamarlo genocidio ayudará a que se detenga? ¿Para qué sirven ahora estas palabras? 

Cualesquiera que sean las respuestas, las seguimos pronunciando. Incluso cuando en diferentes rincones del mundo, en especial en los Estados Unidos, se han emitido todo tipo de persecuciones para silenciar a activistas, periodistas, profesores, estudiantes, universidades y a cualquier transeúnte desprevenido en un aeropuerto que comparta un “Palestina libre” en su celular.  
 
Ni los videos desalmados en los que promocionan la Riviera de Oriente Medio que pretenden construir una vez terminen de destruir cualquier rastro de vida palestina podrán eclipsar el horror que han consumado. ¿Acaso alguien realmente piensa que podrán borrar y empezar de nuevo y construir un país sobre los escombros físicos y morales que hoy inundan Gaza? Tal vez sí lo creen porque la solución de los dos Estados es un imperativo ético que esta embestida ha desdibujado casi por completo.    

No importa cuánto lo repitan Trump y sus matones: ni la protesta legítima contra la guerra en Gaza ni pronunciar estas palabras es antisemita. Ya son miles los judíos que se alzan en el mundo contra la masacre empujada por unos fanáticos en su nombre y demandan su final. Defender un futuro viable para Israel es exigir que se detenga la barbarie y que los responsables paguen por ella. 

Esta semana, tras las imágenes del salvajismo en el que se pudren los habitantes de Gaza, algunas voces empiezan a sentirse incómodas. Lo manifestaron el parlamentario inglés Mark Pritchard y la junta editorial del godísimo Financial Times, al denunciar el “vergonzoso silencio de Occidente sobre Gaza”.  

Ante una geopolítica global resignada a esperar a que el genocidio o éxodo se complete, solo quedan estas palabras vertidas en listas, informes y recuentos de la limpieza étnica más justificada de este siglo. Un nuevo glosario genocida. Palabras que, aunque intenten prohibirlas, serán refugio para la diáspora regada por el mundo y servirán para trazar un camino, si es que después de todo persiste alguno.    

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