Daniel Samper Pizano
26 Marzo 2023

Daniel Samper Pizano

TERREMOTOS Y OTROS MALES

Entre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsAppEntre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsApp

El libro Desastres naturales en América Latina, de June Carolyn Erlick, lleva impresa la siguiente dedicatoria: “En memoria de Omayra y Anaika, y en homenaje a toda la gente que se quedó aquí”.

¿Quién es June Erlick? ¿Quiénes son Omayra y Anaika? 


El próximo 13 de noviembre se cumplirán treinta y ocho años de la riada de lava, barro y agua que anegó Armero y sepultó a veinte mil de sus treinta mil habitantes. Muchos colombianos nacidos después de esa fecha identifican a Omayra Sánchez Garzón, la chica de trece años que agonizó ante los ojos conmovidos, angustiados y levemente morbosos del planeta durante tres días y murió sin que fuera posible rescatarla. Su nombre figura en todas las listas de víctimas egregias de catástrofes naturales.


La tumba de Omayra ya llevaba catorce años convertida en atractivo turístico del cementerio de Armero cuando nació Anaika Saint Louis en Liancourt, una aldea perdida de Haití. Once años más tarde, el 12 de enero de 2010, un terremoto de 7,0 grados (en la escala de diez) sacudió la isla. Anaika quedó atrapada entre los destrozos. Como la de Omayra, su imagen dio la vuelta al mundo. Durante dos días los vecinos intentaron liberarla de las varillas que enjaulaban sus piernas. Al tercero llegaron por fin un generador eléctrico y una sierra. Al cabo de poco tiempo, un carro con Anaika como pasajera partía por los caminos quebrantados hacia el hospital más cercano. Pero la chica no alcanzó a llegar con vida. Se desangró en las tres horas de viaje y se llevó con ella su sueño de convertirse en abogada. Muchos la recuerdan como símbolo de aquella terrible catástrofe natural.


June Erlick, autora del libro que se ocupa de “los desafíos en la era de cambio climático y cómo enfrentarlos”, es una conocida periodista gringa criada en los exigentes jardines intelectuales y científicos de la Universidad de Harvard. Ha recorrido casi toda la América Latina; vivió en Colombia y aquí cubrió las noticias durante cerca de diez años. Fruto de ellos fue un divertido libro de memorias titulado Una gringa en Bogotá. Actualmente dirige en Boston La ReVista, mirada harvardiana sobre el continente; y acaba de lanzar su libro donde lo primero que hace es discrepar de quienes denominan a estas tragedias “desastres naturales”.


“No existe reamente ningún desastre natural —escribe—. La sociedad y el entorno determinan su impacto y, a veces, incluso su causa”. 


Omayra resultó víctima del atraso de una región donde fue imposible conseguir herramientas elementales para zafar los hierros que le atenazaron las piernas. Anaika también fue presa de varillas retorcidas y trozos de concreto pero, sobre todo, de la ausencia de auxilios rurales y la lejanía del hospital más cercano.

 
Uno de los primeros ejercicios del trabajo de Erlick fue comparar los efectos sociales de la epidemia de Covid-19 con los que han arrojado en Latinoamérica huracanes, sismos, maremotos y fenómenos similares. Su conclusión señala que unos y otros siguen el mismo modelo: “Un patrón que hace que la brecha entre ricos y pobres sea dolorosamente visible”. Dicho de otro modo, más que el episodio natural, es la pobreza la que determina sus consecuencias. La miseria es más dañina que los terremotos y los huracanes.


La autora comparó también dos sismos próximos en el tiempo y la distancia: el de Haití en enero de 2010 y el de Chile un mes más tarde. El primero, como vimos, tuvo una magnitud de 7,0 y el segundo, de 8,8. El haitiano devastó la isla como si hubiera pasado una gigantesca cuchilla: 316.000 muertos, 380.000 heridos, un millón y medio de damnificados, miles de construcciones derruidas. El Banco Interamericano de Desarrollo lo catalogó como “el evento más catastrófico de la Edad Moderna”. En cambio, el chileno, superior a aquel, catalogado como “el octavo más fuerte registrado por la humanidad” y causa de un tsunami que repercutió en cincuenta y tres países del Pacífico, dejó un saldo de dos millones de damnificados y solo 525 muertos. 


La diferencia no estribó en el vigor de las fuerzas naturales sino en la vulnerabilidad de las construcciones de la isla caribe y la solidez de las chilenas, que cumplen las exigencias del país, acostumbrado a los temblores. Razón por la cual un estudio publicado ese año (Luis Rolando Durán Vargas, Nueva Sociedad, marzo-abril, 2010) sostiene que “las verdaderas causas del desastre no deben buscarse en el movimiento sísmico sino en las condiciones socioeconómicas externas”: aglomeraciones barriales, precarias construcciones, degradación ambiental, debilidad del Estado, entre otras.


No es de extrañarse, pues, que en ocasiones una catástrofe de esta índole sacuda también la sociedad e influya en la política. Calamitosas tragedias impulsaron movimientos rebeldes en Nicaragua y Guatemala y contribuyeron a que el PRI, instalado en el poder mexicano durante siete décadas, perdiera las elecciones en 2000. “Los desastres naturales no causan el cambio social —concluye Erick—. No obstante, con frecuencia surgen como la chispa que enciende la acción política y social”. 


Entre el miércoles y el jueves de la semana que termina, Colombia sufrió veintitrés alarmas tectónicas, casi todas imperceptibles para el ciudadano: veintidós inferiores a 3,0 y una de 4,6. Sin embargo, el 10 de marzo sembró el pánico en parte del país un temblor de grado 5,9. 


Resulta difícil pronosticar la súbita aparición de un terremoto en nuestro mapa. Pero es fácil predecir que, cuando ocurra, encontrará un país dividido, una naturaleza arrasada y una corrupción sin frenos cuyas herederas son numerosas construcciones levantadas con materiales de calidad inferior a la que ordena la ley. Quiera desde su cielo Omayra Sánchez que no nos vuelva a coger impreparados una catástrofe dizque natural como la que acabó con Armero. 
 

Conozca más de Cambio aquíConozca más de Cambio aquí

Más columnas en Los Danieles

Contenido destacado

Recomendados en CAMBIO