Daniel Samper Pizano
29 Enero 2023

Daniel Samper Pizano

UNA ATROZ BURRADA

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Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Platero y yo. J.R.J.

Si Platero, el célebre burro de Juan Ramón Jiménez, no hubiera sido español sino colombiano, ahora mismo estaría muerto y desollado en un camino ignoto mientras lo acosa una nube de gallinazos.
Aparte del pollino “de acero y plata de luna” que acompañó al premio nobel andaluz en su niñez, una pasarela de burros históricos debería abarcar a muchos otros. Por lo menos el que menciona Esopo en sus fábulas... la burra que le habló al maltratador Balaam... el que inspiró a Apuleyo su novela... el permitió que Jesús, José y María huyeran a Egipto... el que montó Jesús en su feliz y fatal reencuentro con Jerusalén... el asno anónimo de Sancho Panza... el que criaba en su granja George Washington para cruzar con yeguas hispánicas... Lolo, el burro vanguardista que en el París de 1910 pintó un óleo con la cola... el que hizo sonar la flauta en la fábula de Tomás de Iriarte... el del niño Paul que pintó Picasso... el burro parlanchín de Shrek... Medina, el que montaba cuando chico Leandro Díaz... el burrito sabanero de las Navidades... el Burro Mocho, cantante y primo del presidente Petro (pero no se hablan)... la burrita del poema equino-erótico de Raúl Gómez Jattin y, por supuesto, Cosaco de Villa Luz, el burro más fecundo y valorado de la historia de Colombia, que en paz descanse (1988-2007).

Es viejo el nexo entre el hombre y la bestia de carga. Sus orígenes se pierden en la neblina del pasado y son los arqueólogos, no los veterinarios, quienes los investigan. Se calcula que fueron domesticados hace más de seis mil años. En el antiguo Egipto (año 3.000 a 2.500 a. C.) fueron famosos y resulta imposible imaginar la conquista de la América agreste sin ellos y las mulas. 

En contraste con su conspicua presencia milenaria en la historia y la literatura y de sus aportes a la agricultura y el transporte, los burros están desapareciendo del planeta sin que se note y se lamente. Hoy escasean en paisajes de los que fueron parte durante siglos, como el campo y las montañas de Egipto, España y Grecia. Y, con ellos, se extinguen las mulas, que, como sabemos, son hijas de yegua y jumento, mientras que los burdéganos lo son de burra y caballo. No habiendo burros, no hay mulas. Así de sencillo.

Colombia, que suele apuntarse a toda barbaridad contra la naturaleza, también se está bajando del burro. Y bajando burros.

Según denunció Juan Gossaín (El Tiempo, 6.IX.2016), en 1995 rebuznaban en el país 319.316 animales de esta especie. Dieciocho años después solo sobrevivían 63.000. Si la tendencia se ha mantenido, ya no quedan más de 25.000 en esta tierra ingrata que desde el siglo XVI los vio cargar campesinos, viajeros y bultos. Como en otros países, son víctimas del engañoso progreso. Las motocicletas los han desplazado de los caminos polvorientos y los tractores de los campos de cultivo. Lamentablemente, en la alarmante mengua del hato asnal brota el ingrediente de crueldad que adoba nuestra historia. A los parientes de Cosaco de Villa Luz los están asesinando para vender su piel y timar con su carne como si lo fuera de vaca o de toro. 

Algunos datos dispares revelan la dimensión de la hecatombe asnal. En agosto de 2014 fue capturado en Lorica (Córdoba) un individuo apodado Lucho Burro. Transportaba cuatro toneladas de carne de burro que hacía pasar por de res en locales de la costa y Bogotá. 

En Nazareth (Guajira), los wayús denunciaron en diciembre de 2015 la desaparición de decenas de acémilas con destino a mataderos clandestinos. 

En enero de 2016 aparecieron en Candelaria (Atlántico) seis cadáveres de burros despellejados. Tres meses después, la horripilante escena se repitió en Los Palmitos (Sucre), pero esta vez las víctimas eran diez animales. 

En el primer semestre de ese mismo año, según El Universal (9.VII.2016), los cuatreros pasaron a cuchillo y desollaron a noventa y un burros y burras. 

La policía de Sucre incautó en carreteras veredales más de doscientos ejemplares cuyo destino final era el interior del país. En 2017, “seiscientos burros supuestamente se esfumaron sin dejar huella” del departamento Atlántico (Semana, 19.III.2017).

El célebre burro costeño — mamífero, como Enrico Caruso, de sangre napolitana; el más popular y cotizado del país, compañero de músicos y labradores, imagen de numerosos cuadros y fotografías, protagonista de chistes, cuentos e historias zoófilas— es el principal damnificado de un cambio de tecnología que prefiere el motor al músculo y, mucho más grave, objetivo de la oscura cacería de una nueva y pedestre mafia. 

El atractivo no es la carne. Esta se limita a ser un subproducto para timar a compradores ricos o convencer a consumidores pobres. El objeto de codicia son en realidad las pieles. El centro del holocausto que amenaza la vida de los 44 millones de burros sobrevivientes en el mundo y que podría reducirlos a más de la mitad en solo cinco años (dato de la ONG Donkey Sanctuary) es una sustancia procedente de la piel del pollino. Se trata de una exótica gelatina llamada ejiao a la que se atribuyen beneficios cosméticos. Promovida por la industria china, recorre los circuitos seudomedicinales, mientras deja a su paso un reguero de plateros muertos. Sobre este tema volveré la semana entrante. 

Voló el mochuelo. 
Con el fallecimiento de Adolfo Pacheco se va el último de los grandes compositores de vallenatos. Nos deja decenas de paseos (La hamaca grande, El tropezón, El mochuelo) sones (El bautizo, Mercedes), cumbias (Cuando lo negro sea bello, Mi machete) y el que está considerado como el mejor merengue de todos los tiempos: El viejo Miguel. ¡Qué parranda van a armar esta noche en la casa de Ada Luz que sostienen los angelitos el bueno de Adolfo, Escalona, Leandro, Alejo, el viejo Emiliano y otras almas bullangueras que andan por ahí!

ESQUIRLA. La ministra de Cultura y el nuevo director del Instituto Caro y Cuervo aclaran, respecto a mi esquirla de hace ocho días, que la entidad ha prescindido de 70 funcionarios, pero que la responsabilidad de esta “injusticia legal” corresponde al gobierno pasado, no a este, y es producto de un concurso celebrado en 2019 y 2022. 

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