Enrique Santos Calderón
22 Mayo 2022

Enrique Santos Calderón

LA ETERNA HISTORIA

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En el primer trimestre del año Colombia registró según el Dane un crecimiento económico del 8.5 por ciento, el más alto de este siglo, como lo subraya con orgullo el presidente Duque.  El dato es bienvenido, pero no se ha traducido en una reducción de la pobreza o del desempleo que golpean a millones de colombianos. Simplemente confirma la limitación de ciertos indicadores económicos para medir el estado de progreso real o bienestar de un país. Esto lo ha entendido hasta el Banco Mundial que finalmente reconoció que el PIB, tan útil para medir la producción de una economía, no lo es para evaluar el desarrollo de un país o la calidad de vida de una población.

Uno esperaría que el presidente, a la vez que se da palmaditas en la espalda por la cifra mencionada, también reconociera todo lo que falta y no se ha hecho para cerrar la brecha social. Como se hubiera esperado que en lugar de felicitarlo, le hubiera llamado la atención a su comandante del Ejército por sus destempladas declaraciones políticas. De la misma manera que, en una democracia que respeta sus propias reglas, la Procuraduría hubiera por lo menos amonestado al presidente por sus reiterados vainazos indirectos a Petro en plena campaña electoral.

La norma es, en realidad, bastante absurda. Que un jefe de Estado no pueda hablar de política interna durante una campaña electoral es una prohibición ilusa y muy colombiana.  No existe en Estados Unidos ni en Francia y casi en ningún país, que yo sepa. Pero aquí es norma constitucional y en el “espíritu de la ley” las repetidas alusiones de Duque al candidato Petro ameritaban algún jalón de orejas. “Dura lex sed lex” como dicen los entendidos.

Otra cosa muy distinta es que la burocracia se dedique a hacer política en periodo electoral, o que se utilice el presupuesto nacional para favorecer a sectores políticos afines. Fue desfachatada en este sentido la forma como el Gobierno pretendió socavar su propia ley de garantías al propiciar, con la aprobación sumisa del Congreso, la “jugadita” que suspendía la prohibición a alcaldes y gobernadores para firmar contratos públicos durante el proceso electoral. La Corte Constitucional tumbó la descarada iniciativa, pero mientras la estudiaba se otorgaron más de 600 contratos por más de tres billones de pesos, que ahora deben anularse. No quiero ni pensar en cuál será el costo de las demandas que de aquí se desprenderán. Solo sé que los “paganinis” no serán Duque, su gabinete, ni los congresistas que a sabiendas de que no era exequible pupitrearon la jugada. Será el erario público. O sea, todos nosotros.

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En este país de paradojas y contrastes, de fiestas y funerales, en medio de noticias sobre infanticidios y feminicidos se divulgan datos que sorprenden por lo positivos. Por ejemplo, el de que las muertes violentas han disminuido de manera significativa en los últimos treintaaños. Según estadísticas de minDefensa la tasa de homicidios en este periodo (1990 a 2021) cayó de 71.2 a 27.7 por cada cien mil habitantes. Un avance notable que, en perspectiva histórica, avala el desempeño de la fuerza pública y reivindica los procesos de paz.

De mantenerse esta tendencia el gobierno de Duque terminaría con la rata más baja de homicidios de los últimos ocho periodos presidenciales. Pueda ser porque, excluyendo la caída homicidios, la situación general de violencia es hoy dramática.  Hablo de las víctimas de minas, artefactos explosivos, desapariciones, desplazamientos forzados, amenazas, atentados, extorsiones y demás “dinámicas asociadas a la violencia armada", como las califica Naciones Unidas, que estima que han afectado a más de 270 mil personas en el primer trimestre de este año. Para no hablar de que el asesinato de líderes sociales aumentó cuarenta por ciento en el mismo periodo.

Un hecho reciente habla por sí mismo: el paro armado del “Clan del Golfo”, que paralizó la movilidad y la actividad económica de 150 municipios en diez departamentos. La gente se pregunta cómo es posible que esto suceda cuando poco antes Duque había proclamado el fin de este grupo tras la captura de su jefe máximo, alias Otoniel. También se preguntan los colombianos por qué este sujeto fue extraditado antes de que revelara los nexos de su clan criminal con agentes del Estado, fuerza pública y clase política. Alcanzó a mencionar algunos vínculos y la pregunta es entonces por qué la Fiscalía no actuó de inmediato para profundizar sobre el tema. Tantas preguntas sin respuesta alimentan las peores conjeturas.

Sobre todo si la respuesta es la misma de siempre: condenar con vehemencia, ofrecer millonarias recompensas y aumentar el pie de fuerza, cuando se sabe que no es con medidas inmediatistas o efectistas como se va a extirpar un viejo fenómeno de violencia, narcoparamilitar o guerrillera, profundamente enquistado en economías subterráneas, complicidades oficiales y corruptelas políticas en el orden nacional y regional. Neutralizar cabecillas tampoco es suficiente, pues por cada capo que cae aparecen dos. Ahora la policía anuncia como gran éxito la captura de un hombre cercano a “Chiquito Malo”, uno de los varios sucesores de “Otoniel”. Y se rebautiza como “Cóndor” la nueva campaña militar para acabar con “los reductos” del Clan del Golfo. La misma historia eternamente repetida.

Como tantas veces se ha dicho, se requiere de una estrategia más sofisticada y sistemática, apoyada en más inteligencia y contrainteligencia y en verdadero control territorial, para someter a una organización que en su último “paro armado” demostró amplia presencia regional. Urge un timonazo en la táctica actual, como piden expertos en el tema.

Mientras llega, toca aplaudir el mayor crecimiento económico que celebró Duque. Y conformarnos con la reducción de homicidios en los últimos treinta años que informó Mindefensa. Y esperar que la situación no empeore en estos delicados días electorales.  

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Otra buena noticia es que cumple noventaaños en buena salud el padre Diego Jaramillo, alma del mejor y más antiguo programa de la televisión colombiana. Por su brevedad, persistencia y mensaje siempre alentador, El minuto de Dios se ganó hace tiempo el corazón de los televidentes. Enhorabuena.

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