Habla Martín Mestre: el octogenario arquitecto que se convirtió en detective para encontrar al asesino de su hija
26 Mayo 2023

Habla Martín Mestre: el octogenario arquitecto que se convirtió en detective para encontrar al asesino de su hija

Martín Mestre, padre de Nancy Mariana, una jóven asesinada en 1993.

Un padre cuenta cómo buscó por casi 30 años al violador y asesino de su hija. El criminal fugitivo, próximo a regresar extraditado a Colombia, pide quedar libre por prescripción de la pena.

Por: Redacción Cambio

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Martin Mestre muestra sus manos limpias y recuerda que jamás cedió a la tentación de tomarse la justicia por él mismo. El 31 de diciembre de 1993 fue el último año nuevo feliz de su vida. Esa noche, después del brindis y las uvas, su hija Nancy Mariana de 18 años, le pidió permiso para salir a celebrar con su amigo Jaime Saade. Martín les recomendó que volvieran antes de las 3 y le pidió al amigo de su niña que la cuidara. Ella estaba feliz porque recién había recibido los magníficos resultados de un examen de inglés que le permitiría aplicar a una universidad de Estados Unidos donde aspiraba a convertirse en abogada.

Vea aquí la entrevista completa: 

Cambio Colombia

A las seis de la mañana el padre se despertó sobresaltado y decidió salir a buscarlos.  ¡La niña no ha llegado!, exclamó. Con esa intuición de padre, advirtió de inmediato que algo andaba mal. Recorrió las calles cercanas esperando ver la camioneta de Saade, y nada. Fue hasta la discoteca de moda, y nada. Muerto de angustia, y prometiendo no regañarla si la encontraba, se encaminó a la casa de los padres del hombre que había invitado a salir a su hija. Allí encontró a la madre lavando afanosamente el piso. La hora y el día eran raros para hacer aseo, más aún para que una señorona estuviera fregando pisos y echando baldados de detergente el primer día del año. Estaba oscuro, pero Martín notó que el agua salía roja. La mamá de Saade le dijo que Nancy Mariana había sufrido un accidente y que la habían llevado a la Clínica del Caribe.
Temiendo lo peor, don Martín manejó hasta el centro hospitalario y allí encontró al papá de Jaime Saade. Él le aseguró que Nancy Mariana había tratado de suicidarse. ¿Cómo podía ser eso cierto? ¿Cómo podría querer quitarse la vida una joven que hacía unas horas estaba llena de alegría? Cuando entró a verla, un neurólogo le dijo que la joven tenía hematomas por todo el cuerpo y una bala de revólver en el cerebro. No se lo dijo con palabras, pero él entendió que no debía albergar esperanzas.

Nancy Mariana jamás volvió en sí. La agonía duró nueve terribles días. Martín y su esposa trataban de animarla sin tener claro si ella podía oírlos. Estaban cantándole una canción de infancia cuando el monitor cardíaco cambió el pitido rítmico por el sonido plano que indica que el corazón se detuvo. La autopsia reveló que Nancy Mariana había sido víctima de acceso carnal violento.

Los legistas reportaron que en su sistema sanguíneo había rastros de escopolamina, cocaína y un somnífero llamado conavirol. Ella era diestra pero no había rastros de pólvora en su mano derecha. En la izquierda sí, pero no en la palma sino en el dorso. La hipótesis del suicidio se desplomó porque la bala que la mató entró por el lado derecho de su cabeza. Una persona diestra no puede usar la mano izquierda para dispararse en la sien derecha. “Ella trató de poner su manita para protegerse”, explicó a Martín Mestre en entrevista con CAMBIO.

La bala salió de un revólver calibre 38 marca Llama, que fue encontrado en las primeras pesquisas en el cuarto de Saade. El sospechoso nunca apareció. Por esos días, dos personajes cuyo nombre Martín prefiere no recordar, se ofrecieron a “hacerlo aparecer”. En medio de su terrible dolor, el padre no cedió a la tentación de la “pronta y cumplida justicia” de los gatilleros. Prefirió esperar. Las incontestables evidencias se encargaron de demostrar que Nancy Mariana había sido asesinada por Jaime Saade quien fue condenado, como reo ausente, a 27 años de prisión.

Ocho años antes del terrible asesinato de su hija, Martín se había graduado como oficial de reserva de la Armada. En esa condición tomó algunos cursos de inteligencia que atendió sin mayor interés. Sin embargo, el crimen de Nancy Mariana lo llevó a abrazar con pasión la investigación. Aunque los años pasaron y ya casi nadie recordaba el terrible feminicidio, Martín no dejó morir el caso. 

Un antiguo suboficial de inteligencia lo asistió en sus pesquisas. Martín sabía que Saade, su objetivo, era parte de una familia de Aracataca, descendiente de inmigrantes libaneses. El señuelo fueron cuatro cuentas en redes sociales con nombres sirios, palestinos o libaneses. Todos ellos decían tener vínculos con el departamento del Magdalena. Las fotos de los titulares de las cuentas correspondían a los rasgos típicos de los que en la zona se llaman “turcos”. Los personajes ficticios escribían con modismos costeños y de vez en cuando, sin exagerar, incluían expresiones propias del medio oriente como “habibi” o “yala”.

Con el paso del tiempo los pintorescos personajes, que ocultaban al padre investigador, fueron aceptados en las redes sociales de amigos y familiares que podían conocer el paradero de Saade. Allí intercambiaban nostalgias caribes, recetas de cocina, letras de canciones y celebraciones de familia.

Los años pasaban y la confianza de los familiares verdaderos del asesino con los personajes falsos de la pesquisa iba consolidándose. No obstante, Martín y su dedicado auxiliador en las artes de la inteligencia empezaron a notar que había algunas conversaciones de las que permanecían excluidos. Uno de esos temas parecía hacer alusión a Santa Marta y a una conocida playa llamada Bello Horizonte en la capital del Magdalena.

Los diálogos fueron haciéndose tan específicos que pronto los incansables detectives aficionados se percataron de que “Santa Marta” era una clave y que Bello Horizonte, quizás se refería a Belo Horizonte, la ciudad brasileña. Con calma empezaron a verificar y se dieron cuenta de que un hermano de Saade, médico de profesión, se había establecido en esa ciudad de Brasil. Otra pista en los mensajes de redes dejó ver que quizás el doctor Saade tenía cerca a su hermano.

El hallazgo ocurrió en 2018. Martín se lo comunicó a la Interpol. Los sabuesos internacionales conmovidos por la persistencia del padre decidieron investigar la improbable pista y encontraron un rastro para seguir: El doctor Saade tenía una clínica en Belo Horizonte y en ella trabajaba como ejecutivo principal un hombre llamado Henrique Dos Santos Abdala, aparentemente un “turco” brasileño con nacionalidad de ese país, pero sorprendentemente parecido al médico. 

Martín creyó reconocer en las fotos al asesino de su hija Nancy Mariana. Para los oficiales de Interpol ese era un indicio, pero no un resultado concluyente. Fue entonces cuando empezaron a infiltrar agentes como pacientes o parte del personal de la clínica. Uno de ellos logró recuperar un vaso en el que había tomado agua Henrique Dos Santos Abdala. El cotejo fue concluyente: las huellas en el vaso coincidían con la vieja tarjeta decadactilar de Jaime Saade que reposa en el archivo de identificación de la Registraduría Nacional de Colombia.

El asesino fue finalmente arrestado en 2020 pero en Brasil solo había cometido el delito de falsificación de documentos públicos que allá es excarcelable. Después de nueve meses salió de la cárcel, mientras el Tribunal Supremo de ese país estudiaba la aprobación de la extradición a Colombia.

Un grupo de abogados encabezados por la jurista colomboestadounidense Margarita Sánchez, en Washington; Fabio Humar, en Bogotá; y Raúl Rafael Romero en Barranquilla; empezaron a trabajar en la solicitud de extradición de Saade. 

El esfuerzo arrancó con una derrota. La Segunda Sala del Tribunal Supremo que está compuesta por cinco magistrados, solo tenía cuatro actuando el día de la decisión. Dos de ellos votaron por la tesis de que el asesinato ya había prescrito, según las leyes brasileñas, y que Saade no debía ser extraditado porque su delito ya no era penalizable en ese país. Los otros dos magistrados sostenían que el plazo de prescripción se habían interrumpido con la detención y que por lo tanto Saade debería ser extraditado.

El empate se debía entender como la negativa de la extradición pero ni Martín Mestre, ni sus abogados, se resignaron. Presentaron una acción rescisoria que sostenía que Saade había cometido un nuevo delito, la falsificación de documentos, y que por lo tanto el tiempo de prescripción debería contarse desde ese último hecho.

Cuando finalmente la justicia del Brasil accedió a la extradición, el tema de la prescripción se había activado en Colombia. Saade logró que en el Tribunal Superior de Barranquilla le rebajaran la condena de 27 a 24 años. Lo cual lo acerca a la prescripción. 
Antes de un mes, el asesino debe volver a Colombia. La pregunta es si finalmente irá a la cárcel o resultará favorecido por la prescripción del delito. 

CAMBIO habló con Martín Mestre de su búsqueda incesante de justicia y de lo cerca que está hoy de lograrlo o no.

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