Helena Urán Bidegain
4 Julio 2025 07:07 am

Helena Urán Bidegain

Donde los militares torturaron a Feliza…

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Cerca de las antiguas Caballerizas de Usaquén, donde durante el Estatuto de Seguridad del presidente Julio César Turbay Ayala (1978–1982) fueron torturados centenares de detenidos políticos —entre ellos, la escultora Feliza Bursztyn—, hoy se levantan voces que claman “héroes de la patria” y “fuera Petro”.

Nuevamente, la paradoja es brutal: al lado de una instalación militar con historia de represión, se convocan el olvido y la impunidad como consignas. Se sigue escribiendo el relato de siempre porque es más fácil no ver, no confrontar, no dejarse conmover. Reconocer, en cambio, implica coraje, honradez y una apuesta ética para el presente y el futuro del país.

Más irónico aún resulta que, justo al lado de la escultura de Feliza Bursztyn, algunos manifestantes revisionistas —entre los que hay congresistas de extrema derecha, reservistas y retirados de la fuerza pública que han empuñado las armas— hayan instalado un espacio político-cultural para “defender la patria”, pasando por encima de los hechos, del dolor que ella sufrió, de lo que representa su escultura (un homenaje a Gandhi y un llamado a la no violencia) en ese preciso lugar.

La memoria ultrajada y herida queda convertida en escenografía.

Y nuevamente, en 2025, se refuerza esa enfermiza división entre los “ciudadanos de bien” y los otros —los extraños a ellos, los que piensan y se ven diferente, los que no merecen derechos.

Fui al lugar donde se habían instalado. Las múltiples pisadas habían borrado el verde del césped y convertido el terreno en un barrizal que solo podía cruzarse sobre tablas. Los plásticos de bolsas de basura, usados para armar el campamento, deformaban y opacaban el espacio alrededor de la escultura de Feliza Bursztyn.

Una mujer que dijo ser reservista me contó que estaban allí para evitar que el país cayera en el comunismo de Venezuela. Que, a diferencia de los indígenas del Parque Nacional —a quienes acusó de llegar en chivas financiadas con nuestros impuestos—, ellos sí tenían pensiones y medios de vida. Se habían instalado ahí, explicó, para estar cerca del batallón, “por seguridad” y “por amor a la patria”

Me pregunto : ¿Qué piensa el ministro de Defensa al respecto?

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¿Qué significa que Feliza Bursztyn, símbolo de libertad, irreverencia, feminismo y disidencia, torturada por un Estado que la culpaba por pensar autónomamente y la consideraba peligrosa, hoy comparta territorio con quienes relativizan o niegan sistemáticamente esa violencia de la que ella fue víctima?

¿Qué dice de nuestra democracia, que al lado del lugar en donde se apagaron gritos con golpes, electricidad y aislamiento, ahora se amplifiquen otros gritos —estos sí celebrados— porque representan el poder tradicional y quieren imponer la idea dañina de que eso significa ser patriota?

La historia no se borra, pero puede reconfigurarse cínicamente. El olvido en Colombia no es un accidente: es una política, una estrategia, una estética. Y también una traición.

Hoy debemos exigir que las caballerizas, ese lugar de impunidad espacial, se transforme en uno de memoria y conciencia ética para el país.

Ojalá que la próxima marcha por la vida, que pase frente a las caballerizas de Usaquén, se detenga unos minutos a exigir que nunca más se atente contra la vida de ningún colombiano, menos aún desde el poder militar, que debe ser garante de la Constitución.

Pero no basta con recordar. También es urgente repensar colectivamente cómo enfrentamos las violencias del pasado y del presente. Las respuestas institucionales, heredadas del siglo pasado, ya no son suficientes frente a las nuevas formas del conflicto, exclusión y fractura social.

La sociedad civil tiene el desafío de impulsar caminos distintos, acordes a las exigencias éticas e históricas de nuestro tiempo. Y construir nuevas políticas de consenso que, desde la diversidad, permitan abordar estas realidades de forma creativa, justa y pacífica. No podemos seguir tratando los dolores de ayer y de hoy con fórmulas obsoletas: el país exige imaginación, ética y compromiso colectivo.

Feliza exigía que se escribiera su nombre con “z”. Hoy deberíamos exigir que su historia, y la de cientos de personas que pasaron por esas caballerizas y fueron vilmente torturadas por manos de representantes del Estado, se escriba con la verdad.

 

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