100 días de Petro: ni catástrofe ni edén
13 Noviembre 2022

100 días de Petro: ni catástrofe ni edén

Crédito: Colprensa

Nunca, en la historia reciente de Colombia, la llegada de un presidente había generado tanta zozobra, expectativa, miedo, esperanza, división, ilusión e incertidumbre semejantes a las que produjo Gustavo Petro.

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La llegada al poder de Petro, enarbolando las banderas del cambio”, estuvo cargada de simbolismos y de primeras veces”: el primer hombre de izquierda progresista elegido presidente, el primer exguerrillero, la primera vicepresidenta afrodescendiente y, tal vez, la primera revolución democrática popular exitosa que logró doblegar a la clase política tradicional. En su discurso surgían con frecuencia palabras que aterran al establecimiento: redistribución del ingreso, democratización de la tierra, paz total, transición energética, adiós al petróleo y al fracking, fin del glifosato, Acuerdo de Escazú, legalización de las drogas, perdón social, reforma agraria, renegociación de los TLC, emisión de moneda, nuevos impuestos, reclamos antiimperialistas”; y apretones tributarios a la banca privada y a las grandes corporaciones, así como promesas de reformas estructurales a la fuerza pública, al esquema laboral, al régimen de pensiones y al sistema de salud. 

Con semejante inventario, fue apenas normal que el comienzo de la era Petro tuviera con los pelos de punta a esa mitad de Colombia que, no solo no lo apoyó, sino que le tiene pavor. Hay que decir que a Gustavo Petro, el candidato, y también al presidente, se le notó la cancha que adquirió en su trasegar por una vida pública de más de 30 años invertidos en tres campañas. Al principio de la contienda logró posicionarse como el aspirante del pueblo, como el hombre que llegaba a cambiar las costumbres políticas y a enfrentarse a los gamonales electoreros. Sin embargo, al final de la carrera, y ante el proceder errático de Rodolfo Hernández, su contrincante, pudo consolidarse como la opción institucional y segura que, poco a poco, fue montando en su barco a casi toda la clase política. 

Una vez elegido, el presidente tenía dos caminos para materializar su promesa de cambio: 1) armar un gabinete compuesto solamente por ministros de su misma línea y abrir un frente de confrontación permanente con sus antiguos rivales; y 2) moderar el discurso, tender puentes, buscar un balance entre la eficacia y la militancia, jugar con las reglas establecidas y ganarse el apoyo de quienes antes no lo bajaban de castrochavista. El presidente se fue por la segunda opción. 

Sus ministros parecen pertenecer a dos gabinetes paralelos. Por un lado están los viejos conocidos que tranquilizan a los escépticos y, por otro, los militantes soñadores que lo tranquilizan a él pero que asustan al establecimiento. En el primer grupo, las voces pausadas y responsables de los ministros de Hacienda, Agricultura, Interior, Justicia, Comercio y Educación han servido de polo a tierra y, con frecuencia, se les ve salir a apagar los incendios derivados de la retórica radical de algunos de sus compañeros de gabinete, o incluso del propio presidente Gustavo Petro. Esa tarea le ha correspondido especialmente a José Antonio Ocampo. En el otro grupo, el de los que se salen del molde, hay titulares de carteras tan sensibles como Minas, Medio Ambiente, Salud, Trabajo o Cultura. 

Hay quienes identifican un tercer grupo. El de los veteranos que dan sorpresas: Defensa y Cancillería. Iván Velásquez es un jurista serio y sólido. Era fácil imaginárselo en la cartera de Justicia o en la terna para ser fiscal general de la nación. Lo impensable era que designaran ministro de Defensa a un largo luchador por los derechos humanos y un paladín contra la corrupción. Para muchos esto sonó como poner a un vegetariano al frente de un asadero. Álvaro Leyva tiene muchas horas de vuelo político y más experiencia que nadie en conversaciones de paz. Pero pocos le veían perfil para ministro de Relaciones Exteriores. 

Si el presidente logra canalizar organizadamente la diversidad de su gabinete, bien podría convertirla en un activo. Pero lo cierto es que hasta ahora ese no ha sido el caso. La impresión que ha quedado en la opinión pública es que muchos de los altos funcionarios del Estado se comportan como ruedas sueltas, dan declaraciones improvisadas que no obedecen al plan estratégico del gobierno y algunas veces tienen efectos devastadores en la confianza y la estabilidad de los mercados. Lo anterior ha sido particularmente grave en lo que se refiere a la economía y la política energética. Al punto de que el ministro de Hacienda, hoy apodado por muchos el adulto responsable”, día de por medio ha tenido que salir a los micrófonos a aclarar alguna ocurrencia dicha por un coequipero. La crisis de comunicación es notoria y es aceptada hasta por el propio presidente quien, buscándole una salida a la situación, tuvo que designar a Alfonso Prada, ministro del Interior, como el vocero oficial del gobierno para evitar choques de trenes. 

Si bien es cierto que el desorden y la falta de articulación han sido uno de los grandes lunares en lo corrido del gobierno (tanto que varios cargos sensibles siguen vacantes), también lo es que el presidente entró pisando fuerte y ha hecho apuestas audaces, muchas de las cuales, hasta ahora, le han salido bien. 

En el Congreso los triunfos de Petro no se hicieron esperar. Luego de haber logrado elegir la bancada más grande del Capitolio y de usar su capital político para voltear a los que no estaban con él, en apenas tres meses el presidente y su equipo consiguieron aprobar la reforma tributaria (que recaudará cerca de 20 billones), el proyecto de marco regulatorio de la paz total, el presupuesto nacional, ratificar el Acuerdo de Escazú, y va marchando a paso firme el trámite de la reforma política. Dicho esto, ese éxito de la aplanadora petrista no ha sido gratis. La promesa de cambio en las formas de hacer política se quedó en veremos, pues el viento a favor en el Congreso no es otra cosa que el producto de una estrategia que en nada se diferencia a las que han usado los antecesores del hoy presidente, y que en su momento él tanto criticó. Petro, corriéndose de su discurso, pero haciendo gala de un pragmatismo político que hasta ahora no se le conocía, ha llamado a algunos de sus detractores a gobernar y ha mantenido en sus cargos a funcionarios que venían de los tiempos de Iván Duque. 

Esa nueva versión de Petro se ha manifestado también por fuera de los esquemas clientelistas y ha sido, tal vez, la que le ha permitido conquistar otras de sus victorias. Logró un acuerdo con Fedegán para comprar 3 millones de hectáreas, estrategia que será muy importante en su plan de reforma agraria; restableció las relaciones con Nicolás Maduro y pudo reabrir la frontera, aunque el comercio aún no despega; está en una cruzada para recuperar y poner en orden los bienes incautados por la SAE; los procesos enmarcados en la paz total, aunque con más incertidumbres que certezas, van marchando con relativa celeridad; la relación con los Estados Unidos ha fluido de manera satisfactoria; la política internacional está siendo efectiva; se ha avanzado en la condonación de los créditos del Icetex; y los partidos tradicionales, por ahora, están entregados al gobierno. 

Aun cuando a Petro las cosas parecen estar saliéndole bien, el camino que queda por recorrer es tan difícil como incierto. El presidente ha sentado las bases para que sus apuestas más ambiciosas tengan viabilidad legislativa, jurídica y presupuestal. Pero la luna de miel está próxima a terminar y lo que está por venir definirá el éxito o el fracaso del presente gobierno. 

Aún no es claro si la estrategia de Petro con las Fuerzas Armadas está dando resultados. El comienzo no fue fácil. El presidente dejó plantadas a sus tropas, impulsó una purga sin precedentes que descabezó a más de 50 generales y, según los expertos, debilitó la inteligencia y la capacidad operativa. Un sector importante de las fuerzas hoy tiene miedo de adelantar acciones y, en ocasiones, prefiere cruzarse de brazos que enfrentar represalias. El piso jurídico de la llamada Paz Total ya está aprobado. Pero habrá que ver si los grupos irregulares tienen una voluntad real de silenciar los fusiles y de someterse a la justicia. La situación con las disidencias tampoco es fácil. El propio gobierno no tiene claro si debe darles un tratamiento político. 

La reforma tributaria se aprobó, pero la situación económica no pinta nada bien. El crecimiento del próximo año puede ser cercano a cero, la ola invernal no da tregua, la inflación está en dos dígitos y la devaluación del peso frente a las monedas extranjeras se ha salido de control, aunque en los últimos días el dólar ha comenzado a bajar. Otro de los grandes retos del presidente en esta materia será abordar la transición energética con realismo y responsabilidad. Colombia no puede aún prescindir del petróleo ni del gas. El gobierno, muy seguramente, tendrá que echarse para atrás o, por lo menos, moderar esa propuesta. La relación de Petro con un sector importante de los empresarios tampoco está bien. Se respira un ambiente de hostilidad y desconfianza que no le conviene al país. 

100 días no representan ni el 7 por ciento de lo que dura un mandato presidencial en Colombia. Aún es prematuro hacer cálculos y diagnósticos sobre una gestión que apenas arranca. El comienzo ha sido a la vez caótico y exitoso. Sin embargo, el próximo año la batuta de las grandes iniciativas no estará en manos del adulto responsable,” quien muy seguramente se retirará del Ministerio de Hacienda el próximo mes de septiembre, cuando se vence la licencia que le dio la Universidad de Columbia, donde es profesor. Se vienen los trámites de las reformas pensional, laboral y de salud, tres de los temas más sensibles y problemáticos confiados a dos de las ministras que más desazón causan en los tecnócratas. Será ese tal vez el momento que defina si se mantiene la relativa armonía entre el presidente y los partidos, o si empieza una segunda temporada, bastante más turbulenta que la primera. 

De todas maneras, Petro ha logrado reclutar para sus causas a algunos de sus más severos detractores pero al mismo tiempo empieza a perder apoyos en personas que estuvieron a su lado por años. Su reto será lograr tranquilizar a los amigos y, hasta cierto punto, gobernar con los enemigos.

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