“Si las Farc están mintiendo, se acaba la JEP”: Ernesto Samper
Ernesto Samper Pizano publicó en días pasados su libro 'La verdad siempre es lógica, nunca miente', (Cuéllar Editores, 2022). El escritor y periodista Jorge Gómez Pinilla, autor del libro 'Los secretos del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado', entrevista al expresidente para contrastar las versiones de ambos sobre el magnicidio del líder conservador.
Por Jorge Gómez Pinilla
JORGE GÓMEZ PINILLA: Dice usted que, de las personas mencionadas en el Acta del Poder Constituyente -documento que le fue hallado a Rommel Hurtado, uno de los conspiradores contra su gobierno-, “menciono el caso de Pablo Victoria, quien era el animador del proceso”. (Pág. 70). Cuando dice “animador del proceso” ¿lo señala como la cabeza de la conspiración golpista?
ERNESTO SAMPER PIZANO: La información sobre el papel protagónico que jugó Pablo Victoria salió de una declaración que el mejor amigo de Álvaro Gómez, Eduardo Matuk, le dio al proceso. Un día Gómez lo invitó a su casa y allí le dijo que estaba indignado con el entonces senador conservador, que no quería volver a tener nada que ver con él. De ahí, infiero que Victoria estaría tratando de meterlo en la conspiración, si no era que ya lo había metido. Así que el enlace entre los conspiradores y Álvaro Gómez, que yo creía que era solo su hermano Enrique, también era Pablo Victoria. En algún momento, por alguna situación enojosa que se presentó entre ambos, Gómez Hurtado le perdió la confianza a Victoria. En todo caso, es una coincidencia que en la providencia decretada por una fiscal que no llevaba el caso de Álvaro Gómez Hurtado, según la cual su muerte era un crimen de lesa humanidad, las fuentes citadas en esa determinación hayan sido precisamente Pablo Victoria y la periodista alvarista María Isabel Rueda.
J. G. P.: Hablando del hermano, en mi libro dije que a partir de una reunión que sostuvo en su propia casa con quien siempre fue el principal sospechoso, el coronel Bernardo Ruiz Silva, Enrique Gómez lucía como “un Caín en turbio lance”. (Pág. 88) ¿Qué piensa usted de esto?
E. S. P.: Yo creo que el hermano siempre estuvo vinculado a la conspiración, a lo mejor dándoles a entender a los ‘conspiretas’ que Álvaro estaba enterado o dispuesto a meterse, para darles confianza en el tema. Ellos dos como hermanos eran muy cercanos, pero el uno manejaba la política y el otro los negocios. Y Enrique era el de los negocios. No es de extrañar entonces que este hubiera hecho los contactos empresariales de la conspiración. Yo he pensado incluso que los últimos años de Enrique debieron ser una pesadilla, porque si bien no creo que hubiera tenido que ver con su asesinato, él sí pudo haber sido el que le llevó los conspiradores al hermano. Álvaro les dijo que no, y entonces lo mataron. En una hipótesis nada compasiva, yo diría que le fueron dando cada vez más información sobre el golpe que planeaban, hasta que hubo un momento en que ya sabía tanto, que no lo podían dejar vivo.
J. G. P.: Usted dice en su libro que los conspiradores se reunían sobre todo en Santander.
E. S. P.: Claro. Es que está el psiquiatra derechista Juan Carlos Martínez Santoro, amigo del político conservador Hugo Mantilla, quien huyó a Suiza para evitar que también lo mataran por lo que sabía. Y Alejandro Ordóñez, y todos los militares que luego resultaron vinculados: Ricardo Cifuentes, Harold Bedoya, el coronel Ruiz Silva. El punto de reunión de ellos era allá. Y siendo presidente supe que había un vínculo entre los organismos de inteligencia que se manejaban en Bucaramanga y los que operaban en Sincelejo, bajo la cuerda común de la Segunda Brigada. De Sincelejo salió el sicario condenado por disparar contra Gómez Hurtado.
J. G. P.: Dice usted también que Myles Frechette “al marcharse del país me solicitó una audiencia. Aunque el motivo no me disgustaba -su despedida- no se la concedí, más por cuestión de dignidad nacional que de vanidad personal”. (Pág. 71) ¿No cree que quizás fuese un error suyo no haberlo recibido, pues de pronto le hubiera contado algo sobre los que mataron a Álvaro Gómez?
E. S. P.: No. Yo tengo la impresión de que a Frechette lo sacó su propio gobierno. O sea, que no se fue voluntariamente, sino que lo echaron. Porque después de que regresó a Washington proveniente de la embajada, no ocupó ningún cargo relevante. Si de allá salió en malos términos, con mi gobierno ni se diga. Frechette empleó todo tipo de contactos para despedirse, inclusive el general Rosso José Serrano intervino ante el canciller para que lo recibiéramos. Pero yo dije “no me voy a despedir de ese sinvergüenza, ya bastante daño le hizo al país”.
J. G. P.: Luego del atentado contra Antonio José Cancino y de que Serpa hubiera respondido “me suena, me suena” cuando le preguntaron si creía que detrás estaba la DEA, usted dice que “Serpa me puso al tanto de la información que tenía para haber hecho tan tajante afirmación. La fuente era incontestable”. (Pág. 72) ¿Es posible conocer esa fuente incontestable?
E. S. P.: Horacio me habló de parlamentarios vinculados al cartel de Cali, que tenían contactos con la gente que ya estaba presa y que escucharon que la DEA estaba metida. Yo siempre confié en las informaciones que me daba Serpa. Era muy serio en eso. No fue un arrebato de franqueza santandereana, él tenía información previa según la cual la DEA pudo estar metida en eso.
J. G. P.: Dice usted que con Álvaro Gómez “coincidimos en que teníamos en Andrés Pastrana un enemigo común”. (Pág. 73) ¿En qué se basa para hacer esta afirmación?
E. S. P.: Él despreciaba a Pastrana. A los dos, padre e hijo. Era conocida la rivalidad política que tenían; de hecho, cada uno representaba a un sector diferente del Partido Conservador. Gómez Hurtado y yo teníamos muy buena relación, para mí era como el Alfonso López Michelsen del conservatismo. En un viaje que hice a París, estando de embajador en España, me fui un día a hablar con él. Recorrimos el Petit Palais, almorzamos en un restaurante muy sabroso en Les Champs Elysées. Ahí me confesó que no tenía ninguna afinidad con Pastrana, que le parecía políticamente despreciable y un desatino que se lanzara a la presidencia; que era un capricho del papá, que él hubiera preferido de candidato a Álvaro Leyva. Y esa versión me la confirmó el mismo Leyva: que él aspiraba a llegar a la presidencia a nombre de su partido.
J. G. P.: Durante esa campaña a la presidencia, ¿qué papel jugó entonces Álvaro Gómez?
E. S. P.: Pues a mí Elvira Cuervo de Jaramillo me organizó un coctel que causó escándalo, porque fue todo el alvarismo, estando yo de candidato…
J. G. P.: En referencia al vehículo del general Ricardo Cifuentes en la escena del crimen, usted se pregunta: “¿Una comisión de gente armada para comprar un ejemplar atrasado de una revista?”. (Pág. 75). ¿Veía usted acaso -como sí la vi yo- una línea de complicidad entre los generales Harold Bedoya y Cifuentes, y el coronel Bernardo Ruiz, quienes por cierto habían trabajado juntos en la Quinta Brigada de Bucaramanga?
E. S. P.: Yo fui víctima de la conspiración que montó Bedoya desde antes del asesinato de Álvaro Gómez. Bedoya venía conspirando y se sabía que tenía un círculo que incluía al general Iván Ramírez, comandante de la Segunda Brigada. Y lo que los unía era la Inteligencia Militar. Ambos eran de esa misma rama, era la sintonía que ellos tenían para actuar juntos.
J. G. P.: Después de lo que dijeron las Farc al declararse autoras del magnicidio, ¿se sostiene en lo que me acaba de decir sobre la posible culpabilidad de esos militares?
E. S. P.: Durante varios años la hipótesis del asesinato estuvo vinculada a la de la conspiración, pese a que Valdivieso nunca quiso abrir un proceso formal por esta última. Sigo pensando que esta hipótesis tiene su propia coherencia y veracidad. La segunda hipótesis, la del crimen de Estado, que sacó la familia Gómez de un cubilete después de que la Corte Suprema de Justicia condenara a Botero por el hurto agravado de mi campaña, tenía el claro propósito de allegar argumentos para una reclamación económica. Para justificar lo del crimen de Estado, lamentablemente incurrieron en el error de vincularnos a Serpa y a mí. Inclusive a Ramiro Bejarano, con lo cual esa hipótesis perdió toda credibilidad. Y hay una tercera hipótesis, que resulta de la reciente autoincriminación de las Farc ante la JEP, que también tiene elementos convincentes, que se están constatando. Siempre he pensado que mi obligación, como jefe de Estado, no es la de “casarme” con una sola hipótesis -excepto la que nos vincula a Serpa y a mí porque sé que es falsa-, y permitir que sea la justicia la que decida dónde está la verdad. Tampoco descarto que las distintas hipótesis pudieran estar interconectadas.
J. G. P.: Dice usted en la página 93 que “pudieron haber fallado los mecanismos de inteligencia, porque podían haber estado involucrados en el asesinato”. Ahí usted parece coincidir con mi libro, en que se trató de un operativo de Inteligencia Militar del Ejército...
E. S. P.: A mí en la Comisión de la Verdad me preguntaron algo parecido y yo contesté que no era de descartar una combinación de dos hipótesis. O sea, que hubiera sido una operación de las Farc, pero con apoyo de Inteligencia Militar, de la cual tuviera conocimiento el mismo Bedoya. No sé si usted ha considerado la posibilidad de que hubiera un imbricamiento entre unos y otros, porque sí se sabía que las Farc tenían fuentes o recibían información de Inteligencia Militar.
J. G. P.: Le respondo: puesto que las Farc no han podido aportar una sola prueba material, documental o testimonial de su supuesta autoría, yo percibo un posible acuerdo ‘por debajo de la mesa’ entre los verdaderos autores del crimen y ese sector de las Farc que se desmovilizó, para que estas se inculparan. El motivo todavía lo desconozco, pero sigo investigando. Sé que Antonio Lozada, a quien veo convenciendo al secretariado de que se adjudicaran el crimen, tenía vínculos con el Ejército o actuaba como infiltrado de Inteligencia, me lo han dicho variadas fuentes de sus propias filas. Lo único cierto hasta hoy es que la Corte Suprema de Justicia ratificó la sentencia del juez que condenó como autor material al sicario Héctor Paul Flórez a 40 años de cárcel, de quien se probó que con cuatro disparos cegó la vida de Álvaro Gómez. O sea, es caso cerrado, hasta el punto de haber rechazado por improcedente la acción de revisión contra ese fallo que insólitamente promovió el sobrino de Álvaro Gómez Hurtado. Y ahora aparece Julián Gallo a decir que no, que fueron cuatro muchachos de la Red Urbana Antonio Nariño (RUAN) que él comandaba…
E. S. P.: Permítame invitarlo, Jorge, a que no descarte posibles imbricaciones entre las dos hipótesis. Yo no me he “bajado” de su hipótesis; desde el día del crimen Horacio y yo siempre estuvimos defendiéndola. Ahora, si la JEP comprueba y reconoce que sí fueron las Farc, o sale otra sentencia en la justicia ordinaria diciendo que fue el general Bedoya, a mí me da lo mismo. Yo me voy con eso a la Comisión de Acusaciones, donde me tienen sometido a un proceso canalla hace 20 años, y entrego esa sentencia como prueba reina de mi inocencia: el reconocimiento de la JEP a mi juicio tiene efectos de cosa juzgada. Y colorín colorado, el caso queda cerrado.
J. G. P.: Yo lo que veo, desde lo jurídico, es que la investigación de la JEP está muy bien encaminada. Así que hoy propondría que esperemos a ver qué resuelve ese alto tribunal, si fueron las Farc o si están mintiendo.
E. S. P.: Si la JEP llega a decir que no fueron las Farc, se acaba la JEP. Es que todo el secretariado está comprometido en esa autoinculpación. O sea que si la JEP dice que es mentira, van a parar a la justicia ordinaria.
J. G. P.: ¿No sería solamente Lozada el que va para allá? A mi modo de ver, fue él quien comprometió a las Farc en ese tema…
E. S. P.: No, porque todo el secretariado respalda esa versión.
J. G. P.: Yo a las Farc ni siquiera les creo cuando además se adjudican los crímenes del general Fernando Landazábal y de Jesús Antonio ‘Chucho’ Bejarano. En mi libro digo que a ellos dos los asesinaron los autores del magnicidio porque también se convirtieron en hombres que sabían demasiado. El hijo de Chucho, Eduardo Bejarano, tampoco les cree una sola línea a las Farc. (Ver entrevista). Y el investigador Germán Marroquín, el que mayores aportes le hizo a la investigación, se preguntaba: Entonces qué, ¿fueron las Farc las que trataron de matarme? ¡Por supuesto que no, fue el Ejército! (Ver entrevista).
E. S. P.: Lo sorprendente es ver ahora a Enrique Gómez Martínez de defensor del único autor material condenado. ¿Usted sabe a qué obedece eso, Jorge? A que necesitan desbaratar esa condena para poder reclamar una indemnización, como ya lo intentó la familia Gómez con una solicitud ante la CIDH, de la que desistieron recientemente.
J. G. P.: Eso es así, lo digo en mi libro.
E. S. P.: En su libro está todo, es un gran libro. Pero entiéndame que no puedo descartar ninguna hipótesis, ni que al final hayan terminado mezclándose.
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“Fernando Botero montó un lavadero de pesos”
J. G. P.: Hay un último tema que no quiero dejar por fuera y que usted también trata. En relación con el Proceso 8.000, deja ver su molestia porque el fiscal Alfonso Valdivieso no quiso investigar las cuentas de su exministro de Defensa, Fernando Botero Zea, en Nueva York. (Pág. 58).
E. S. P.: El gran beneficio que le dio Valdivieso a Botero (la gente pensaba que le iba a dar casa por cárcel o que le iba a condonar sus culpas), fue no abrir sus cuentas de los bancos en Nueva York. Botero sabía que en esas cuentas estaba la verdad, no solamente de todo lo que había pasado en la campaña, sino de lo que había hecho con las cuentas del papá. Él usó esa cuentas para consignar ahí los dineros que estaban consiguiendo para la campaña personas tan importantes como Julio Mario Santodomingo.
J. G. P.: ¿Y el papá le permitía eso?
E. S. P.: El papá le tenía confianza porque eran las cuentas en las cuales se manejaban los giros artísticos por la venta de sus cuadros o esculturas. El gran temor de Botero era a que le abrieran esas cuentas, y Valdivieso nunca ordenó abrirlas. Las cuentas las vino a abrir Alfonso Gómez Méndez. Él encaró al gobierno de Justicia de EE. UU., les exigió que las dejaran revisar. Y ahí estaba la verdad.
J. G. P.: ¿La prueba reina de la culpa de Botero?
E. S. P.: Claro, porque confirmaba que lo que había hecho era montar un lavadero de pesos. Él recibía los pesos, los hacía pasar como dineros que estaba monetizando a través de Panamá y Nueva York, y entonces la sensación que había en la campaña era que estaba trayendo la plata de Nueva York. Es decir, Botero engañó a la mafia y robó a la campaña.