5 Noviembre 2022

El primer paraíso de las drogas en Colombia

La periodista e historiadora Lina Britto, de la Universidad de Nueva York, forma parte de una generación de investigadores, curadores y comunicadores del nuevo milenio que decidieron destejer los hilos del narcotráfico. En su primera monografía académica en español se pregunta: ¿cómo fue posible que un país que nunca había jugado un papel protagónico en el negocio del tráfico ilícito de drogas en el continente se tomara en cuestión de unos años el mercado más grande de la historia hasta entonces?

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Marihuana

Por Fernando Salamanca

Primera economía regional. Fruto indeseado. Contrabandistas. Ganja. Marihuana. Hierba. Diomedes. Algodón. Woodstock. Porros. Santa Marta Golden. Ilegalizada. Rupturas. Continuidades. Mitología. Semicachacos, semipaisas que se adaptaron a nuevos desafíos. Milagro. Veleros.
En su primera monografía académica en español, la periodista e historiadora de la Universidad de Nueva York Lina Britto se plantea una pregunta: ¿cómo fue posible que un país que nunca había jugado un papel protagónico en el negocio del tráfico ilícito de drogas en el continente se tomara en cuestión de unos años el mercado más grande de la historia hasta entonces?
La respuesta es una historia con demasiadas capas. Conexiones. Viajes. Pesquisas. Ella aclara: “Esta región (lo que se conoció como el Gran Magdalena) estaba acostumbrada a producir mercancías sin valor agregado (banano, café, algodón) para la exportación hacia los Estados Unidos antes de la marihuana”. Sabe de qué habla. Cuando escribe, convierte al cannabis en un tema central pero también lo experimenta: “Si hoy viajas a alguna feria canábica, de las tantas que se hacen en Colombia, es posible encontrar semillas de la Santa Marta Golden en cajitas adornadas”, es una anécdota de tantas que recorren su libro, El boom de la marihuana (2022), cuya portada está ilustrada con una bella y frondosa mata que abre las puertas de la percepción.
En los años 80 se publicó un libro con un título inspirado en un personaje de Conversación en la catedral, una novela de Mario Vargas Llosa. Su título era ¿En qué momento se jodió Medellín? La respuesta se da de acuerdo con lo que se está pensando en ese momento. Uno puede pensar que la ciudad se jodió cuando aparecieron los contrabandistas. También, que se jodió cuando cientos de personas llegaron a la ciudad huyendo de la violencia liberal y conservadora en los campos antioqueños. O que se jodió cuando mataron a Andrés Escobar. O con el carrobomba que estalló al frente de la mansión de Pablo Escobar. Y no, la cosa no es un parteaguas sino más bien una continuidad. Esta es, pues, la conversación que Lina Britto quiere generar con un argumento provocativo: son más las continuidades que las rupturas.
Las drogas no fueron una bomba atómica (como las llamó fanfarronamente Carlos Lehder sentado en su poltrona en la Posada Alemana) que cayó del cielo paisa y erosionó los cimientos del viejo hombre antioqueño. Y de su familia. No fue una escisión ni una invasión, sino una continuidad. Algo va de los contrabandistas de inicios del siglo XX que utilizaron la ruta del Golfo de Urabá y los primeros señores de la marihuana que decidieron sacar la hierba en bultos de café de contrabando hasta inmediaciones de las aguas internacionales gringas del Caribe, a pocas millas de Miami.
Con el renovado interés por la bonanza marimbera por parte de artistas, escritores y periodistas con mucho tiempo libre, Lina Britto decidió hacer su aporte. Un aporte revestido de análisis, interpretaciones y renovaciones. Quitarle un poco de exotismo al tema, como dice ella.
De este modo, Britto forma parte de una generación de investigadores, curadores y comunicadores del nuevo milenio que decidieron destejer los hilos del narcotráfico, una hidra silenciosa pero incontenible. Allí están las investigaciones de Santiago Rueda con un tono de mamadera de gallo que le quita un poco de solemnidad al tema, el libro de Alfonso Buitrago sobre el fotógrafo personal de Escobar que está en producción, el documental Smiling Lombana de Daniela Abad o la exposición que hicimos hace un año largo en la Universidad de Los Andes con un título que resume bien una apuesta política y curatorial: NarColombia.
La historia de las drogas es mucho más que eso. Más que historia, me refiero. Y de no haber sido tan extensa y enrevesada, me atrevería a decir que se trataba justo de lo contrario, de libretos del pasado que se escriben sin perder un ápice de actualidad. Con sus correspondientes, y absolutamente inevitables, puentes interdisciplinarios. Lina Britto se describe como una investigadora que entreteje los hilos de tres saberes y oficios: la historia, la antropología y el periodismo. Y es, justamente, en la mixtura de estos caminos en los que ella se siente más cómoda. Viajó hasta las regiones donde los campesinos (muchos de ellos, del interior) decidieron sembrar y empacar la marihuana que salía en lotes de mulas hasta las estribaciones de La Guajira, y desde allí, era llevada al corazón de la nación estadounidense que se escindía en un corte horizontal (otra ruptura, de las tantas que ha vivido la nación): la contracultura hippie que le cantaba al amor y la paz o que debatía ferozmente en los campus universitarios sobre la invasión a Vietnam (ambos, el mercado de consumo ideal para los gánsteres gringos) y el gobierno de LBJ (Lyndon B Johnson) empeñado en continuar la lucha.
La nación vivía entre dos mundos. Cuando los últimos contingentes gringos salieron de la península de Vietnam a mediados de los 70 y cientos de soldados y veteranos se quedaron sin nada qué hacer, la áspera, dulzona y aromática marihuana que provenía de los campos de la sabana caribeña colombiana había desplazado en el corazón del mercado a su competencia, las hierbas mexicana, jamaiquina y tailandesa. Y a pesar de su éxito, los colombianos nunca se encargaron de llevar la mercancía hasta el territorio estadounidense sino hasta las periferias de la Costa Este. Una lección que los mágicos de la cocaína aprenderían muy bien. Pues fueron los turistas gringos los primeros en sacar la mercancía en sus maletas de viaje. Luego llegaron en veleros, viajeros de las aguas caribeñas que llevaban una vida de piratas. Más tarde en grupos de lanchas. Al final, cuando el mercado creció tanto, los veteranos alquilaron aeronaves de la Segunda Guerra o de Vietnam para transportar toneladas de hierba desde pistas clandestinas. Fue justamente, en aquellos años, cuando el periódico El Tiempo comenzó a amplificar desde sus páginas las vendettas y las parrandas legendarias que se organizaban en las haciendas sabaneras al calor del whisky, los cantantes de moda como Diomedes Díaz o Rafael Orozco, y decenas de pequeños campesinos que habían encontrado en la hierba una primera oportunidad de prosperidad e independencia. Una de las portadas de entonces tituló: “¡Encontraron otro mar de marihuana!”.

Lina Britto
Lina Britto.


 

CAMBIO: Lina, comencemos por aquí: ¿cómo aparecen esos “mares de marihuana”?
Lina Britto: 
Mientras en un principio el cultivo de la planta era un emprendimiento familiar que incluía a las mujeres (esposas e hijas) pero con un protagonismo de los hombres, se llegó a una meteórica expansión de los cultivos, esos “mares de marihuana” en cuya base están la necesidad de atender una demanda que crecía como un hongo, por un lado, y la emergencia de grandes plantaciones en la región Caribe.
 

CAMBIO: En su libro divide el 'boom' de la marihuana en tres ciclos perfectamente definidos en el tiempo: ascenso, apogeo y declive. Un ciclo de economía regional, mercado internacional y decisiones políticas locales e internacionales. Hablemos del primer ciclo.
L. B.: 
La marihuana surge de una adaptación de actores sociales del Gran Magdalena de los años 40 y 50 que estaban acostumbrados a producir mercancía sin valor agregado para la exportación a Estados Unidos y Venezuela (banano, café, algodón) y para el contrabando, muy arraigado entonces. En una primera parte, el negocio de la marihuana estaba confinado a los puertos de Riohacha e inmediaciones de Santa Marta, y restringido a aquellos que sin pagar impuestos exportaban café al mercado gringo a través de Aruba y Curazao. Estos contrabandistas de café establecieron rutas, procedimientos y conexiones que más tarde adaptaron a las necesidades comerciales de la marihuana, que se convirtió en un sector exportador a todo dar.
 

CAMBIO: Por entonces, la llamada “guerra contra las drogas” en el continente estaba dando sus primeros pasos. Me refiero a México, que abastecía el mercado gringo de marihuana en los sesenta.
L. B.: 
Fue definitivo. Enfrentados a una escasez de marihuana, los consumidores norteamericanos viajaron por el mundo buscando nuevas fuentes de abastecimiento. Aliados con contrabandistas del Magdalena Grande, los compradores estadounidenses y sus socios asistieron a las familias de colonos de la Sierra Nevada en la adopción y adaptación de la marihuana como su principal cultivo comercial. En tanto, una generación de hombres jóvenes encontró oportunidades trabajando como intermediarios entre los cultivadores (zonas altas) y los exportadores en los puertos y sus improvisadas pistas de aterrizaje. Se abría campo, entonces, una nueva economía regional.
 

CAMBIO: La marihuana, entonces, comenzó a cultivarse en las haciendas que antes se dedicaban al cultivo del algodón o del café.
L. B.: 
Muchos valles interiores que producían café desde el siglo XIX terminaron produciendo marihuana en esos mismos microclimas y nichos agropecuarios. Es muy parecido: se siembra, se seca, se empaca, se baja en el mismo tren de mulas con las mismas prácticas de transporte y de logística, y la marihuana se exportaba en sacos de café.
 

CAMBIO: Esto es lo que nunca vimos en 'Alerta Aeropuerto'…
L. B.: 
(Risas) La primera economía regional de las drogas en Colombia sucede alrededor de la marihuana, a pesar de que el negocio de exportación de cocaína ya existía. Pero no se da una bonanza de cocaína, entendida como una economía regional, porque en Colombia no existían cultivos comerciales de coca para el refinamiento del alcaloide.
El negocio de la cocaína fue por muchos años un negocio de simple tráfico con producción boliviana y peruana. Las primeras bonanzas de coca para procesamiento de cocaína suceden más tarde que la bonanza marimbera, es decir, a finales de los 70 y a lo largo de los 80, en Caquetá y Putumayo inicialmente. Para ese entonces, cuando comienzan los booms de la coca, ya la marihuana había logrado su apogeo, su bonanza, y estaba entrando en fase de declive.
 

CAMBIO: Usted plantea en el libro que algo nuevo se genera en lo viejo o aquello que ya existe. Es su apuesta. Explíquenos el cambio histórico en la economía de las drogas ilícitas en Colombia desde esa perspectiva.
L. B.: 
Es en realidad un desafío, lo asumí como una provocación. Una invitación a debatir. Creemos que las drogas son una ruptura, una explosión. Algo inusitado que termina por confirmar mitologías. Esa es la idea que tenemos en los países que se volvieron epicentro del negocio del narcotráfico, y la gente dice “los criminales se tomaron esto”. La cosa no es así. En inglés le dicen un pit stop (y de inmediato las imágenes de los pits de la F1) donde paras un ratico, cargas la gasolina y sigues. El boom de la marihuana es un capítulo más en la historia del desarrollo agrario de la costa Caribe colombiana.
 

CAMBIO: ¿Quiénes llevaban la marihuana hasta los Estados Unidos?
L. B.: 
No fueron los Peace Corps (Cuerpos de Paz), como cuenta la mitología sobre la bonanza marimbera, sino turistas estadounidenses que la llevaban en sus maletas de viaje para su consumo personal y el de su círculo más inmediato; amigos, comunas hippies en California o La Florida. Luego reorganizaron la logística y decidieron viajar en veleros, en los que podían empacar muchos más kilogramos en sus bodegas o monocascos. También participaron los contrabandistas de café de la región caribe. Ellos hicieron de la Sierra Nevada el proveedor número uno de la contracultura norteamericana, desde entonces el principal mercado de la hierba.
 

CAMBIO: Hubo una especie de retroalimentación entre ambos.
L. B.: 
Esta es una de mis tesis: no somos víctimas de gringos, ellos no fueron los que nos transformaron en narcos.

Li britto
CAMBIO: Y muchos veteranos de guerras contrainsurgentes hicieron fortunas contrabandeando marihuana desde la Sierra Nevada hasta La Florida.
L. B.: 
El cinturón colombiano de la marihuana fue un horizonte de posibilidades para los campesinos, las familias proletarias de clase obrera, pero sobre todo para los intrépidos veteranos, aventureros y contrabandistas estadounidenses que (en sus propios términos) buscaban acomodarse a la sociedad capitalista de su país. Eran aventureros que querían continuar llevando una vida bohemia, hippie, que no es nada barata.
 

CAMBIO: Retomando aquello de lo viejo y lo nuevo, usted cuenta que las rutas de la bonanza (La Guajira y Golfo de Urabá) fueron un legado colonial para sacar el oro y la plata de la América española.
L. B.: 
En efecto, son un legado colonial para economías ilegales. Por ejemplo, el pueblo guna (anteriormente kuna o cuna) localizado en la frontera entre Panamá y Colombia nunca fue sometido por los españoles, su ubicación geográfica les permitió mirar hacia el Caribe y tener de espaldas a la selva del Darién. Fueron aliados de piratas ingleses que asolaron las embarcaciones y ciudades costeras del Nuevo Mundo. Luego fue una ruta de contrabando.
Por su parte, la ropa, los electrodomésticos y los bienes suntuosos que circulaban por La Guajira tenían como destino Venezuela, que estaba, literalmente, nadando en plata. Otro destino era el interior: los llamados “Sanandresitos”, que evocaban la idea de la isla de San Andrés como un puerto libre de aduanas.
 

CAMBIO: Con la bonanza marimbera llegó el consumo y despilfarro: las parrandas demenciales y los guayabos sin cuento. Cantantes vallenatos y dedicatorias en sus canciones. Una búsqueda de reconocimiento.
L. B.: 
En la bonanza, los jóvenes marimberos encontraron el reconocimiento que nunca recibieron por su condición marginal. Habían sido invisibilizados. De algún modo, el desquite de estos jóvenes se tradujo en la adquisición de las mercancías (neveras, estufas, televisores, tragos finos) que habían visto circular desde pequeños. Dejaron de tomar chirrinche para emborracharse con whisky; dejaron la ropa humilde para vestir zapatos de marca y joyas de oro. Consumían lo que se enviaba a la Venezuela rica.
 

CAMBIO: ¿No podemos hablar de Diomedes sin la bonanza marimbera?
L. B.: 
Sin la bonanza marimbera y su inversión económica y emocional que circulaba a ríos no hubiesen existido otro boom, el de los jóvenes intérpretes como Diomedes Díaz, el Binomio de Oro o los hermanos Zuleta. Así como Leandro Díaz y Escalona no se entienden sin la bonanza del algodón de los años 40 y 50.
 

CAMBIO: ¿Los marimberos lograron convertir esos ríos de plata en capital o, como se dice coloquialmente, se les volvió “plata de bolsillo”?
L. B.: 
Hubo una inversión en turismo en Santa Marta para lavar el dinero de la bonanza. Más tarde, Camacol prendió las alarmas y advirtió que el mercado inmobiliario de algunas ciudades caribeñas estaba descontrolado por la llegada de dineros calientes, creando una especie de burbuja: se elevaron las cifras de los bienes raíces o sus alquileres y al final muy pocos podían pagar semejantes precios.
 

CAMBIO: Retomando el cambio de pits que contaba arriba, cuando uno revisa la historia de la bonanza marimbera, las novelas que se han escrito (La mala hierba de Juan Gossaín, por citar solo una) queda la sensación de que falta mucho por contar. O por divulgar. Pues comparada con el universo del cartel de Medellín, la bonanza marimbera palidece, queda relegada a las sombras.
L. B.: 
Los 80 son un hoyo negro que se traga toda la atención. Justamente, en mi segundo libro (el segundo de la saga) planeo contar la historia de los traficantes gringos que ya salieron de la cárcel y no tienen deudas con la sociedad y pueden hablar. Contar sus memorias en el negocio ilegal, el transporte de la hierba y la tecnología militar gringa utilizada en el tráfico. Muchos de ellos eran veteranos de Vietnam que sabían volar debajo del alcance de los radares, aterrizar aviones en pistas improvisadas. Cómo funcionaron sus saberes y entrenamiento militar en el boom de la cannabis.
 

CAMBIO: En Colombia tenemos la idea de que en la llamada guerra contra las drogas solo se persigue a los latinos o a los afroamericanos…
L. B.: 
Tenemos la idea de que somos los únicos que meten al calabozo y reciben condenas de cadena perpetua por traficar con marihuana o cocaína. Y la verdad, es una imagen que no corresponde con la realidad. Es uno de los mitos creados sobre el tráfico de drogas.
 

CAMBIO: El otro gran mito es Pablo Escobar que de ladrón de lápidas en Envigado se travistió de empresario visionario.
L. B.: 
Mario Arango, columnista de El Espectador, fue uno de los investigadores más tempranos sobre el narcotráfico que hubo en Colombia. En su ensayo largo (titulado Los funerales de la Antioquia grande) asegura que Escobar no era un narcotraficante visionario que estandarizó el proceso de la cocaína sino un mafioso en el sentido más clásico del término italoamericano de gánster. O sea, aquel que les dice a las personas de un gueto o una ciudad: “Venga, déjeme yo lo cuido de mí y usted solo me paga tanta plata”. Escobar fue, sobre todo, un extorsionador y monopolizador. Así, como en El Padrino.
 

CAMBIO: Pero también había una visión empresarial en su apuesta. Unificar las fases de producción y distribución, e incluso, enfrentar y doblegar a la competencia gringa.
L. B.: 
Esa visión empresarial venía de sectores distintos. Su iniciativa empresarial le viene de su generación y de las lógicas industriales de la Gran Antioquia. Ellos pensaron que debían tomarse esa otra parte del mercado o si no se quedarían sin nada y, claro, vienen las guerras de Miami (la serie Miami vice es un referente), personajes como Barry Seal y los pactos de honor con la gente de Cali. Esa apuesta en grande (sumada al ejercicio de la violencia para centralizar y monopolizar) fue lo que los diferenció de la generación de la marihuana. Los marimberos no lo hicieron nunca y por eso perdieron.
 

CAMBIO: ¿Cómo llega el final de la bonanza marimbera?
L. B.: 
Cuando el Estado llega con su represión. Las personas veían con buenos ojos la producción y exportación de marihuana. Lo ilegal y lo legítimo como emprendimiento operando sobre el terreno. Pero con las incautaciones, los combates discursivos, el caos, el derramamiento de sangre, las vendettas de hombres que participaban en el tráfico, el terror. Hubo otro hecho. Cuando el tráfico de cocaína ganó impulso y salió de las zonas subterráneas a la superficie en forma de guerras contra el Estado.
 

CAMBIO: ¿La bonanza marimbera está de moda?
L. B.: 
Solo recientemente ha ganado atención. El contexto es otro. Las conversaciones de paz entre las Farc y el gobierno de Juan Manuel Santos que culminaron con la desmovilización de guerrilla y la exploración hacia el pasado de la nación. Aunque los académicos siguen inmersos en el estudio del negocio de la cocaína, periodistas y artistas parecen encantados con el “realismo mágico” de la bonanza marimbera que ha resucitado el tema. Este libro es mi contribución analítica. Mi intención no es solo interpretar una vieja historia con una nueva perspectiva, sino remover la capa de exotismo que la ha cubierto.

 

Twitter: @Sal_Fercho

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