Gozar Leyendo con CAMBIO : Una historia de la soledad
20 Marzo 2024

Gozar Leyendo con CAMBIO : Una historia de la soledad

A lo largo de los siglos las sociedades, así como escritores y filósofos, han tenido diferentes percepciones acerca de la soledad y su relación con la felicidad o la desdicha. este libro aborda el asunto de una manera muy profunda.

Por: Darío Jaramillo Agudelo

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Lo primero que hace David Vincent (1949) en Una historia de la soledad es aludir y resumir el libro de Solitude considered with respect to its dangerous influence upon the mind and heart, cuatro volúmenes escritos por el alemán Johann Georg Zimmermann publicados en 1791. Zimmermann compartía “la creencia iluminista en que la naturaleza humana es esencialmente social y que todos los otros modos de vida eran o bien una desviación o bien un respiro temporal de la búsqueda del contento personal y el progreso colectivo”. Y precisa que “si la condición pertinente de hombre no consiste en un promiscuo y disipado comercio con el mundo, menos aún podrá él cumplir los deberes de su posición por medio de una salvaje y obstinada renuncia a la sociedad”, como son encerrarse en un claustro o instalarse solitario en medio del desierto.

Esa era la opinión dominante a finales del siglo XVIII: “La sociedad parece hecha para los momentos de salud, vivacidad y diversión; la soledad, en contraste, parece ser el refugio natural del enfermizo, el apenado y el golpeado”. Anteriormente, en la época de Petrarca –siglo XIV– era distinto; dice Petrarca: “En mi opinión todos los hombres atareados son desdichados”. Y en el siglo XVI Montaigne escribió algo parecido: “Puesto que nos proponemos vivir solos, sin compañía, hagamos que nuestra felicidad de nosotros dependa; liberémonos de los lazos que nos atan a otros, ganemos poder sobre nosotros mismos para vivir real y verdaderamente solos y hacerlo con alegría”. Cien años después, en el siglo XVII, el inglés John Evelyn expresó el punto de vista opuesto: “La soledad produce ignorancia, nos torna bárbaros, alimenta la venganza, predispone a la envidia, crea brujas, despuebla el mundo, lo transforma en un desierto y no tardaría en disolverlo”. Aunque por la misma época también se oyó lo contrario, en su clásico Anatomía de la melancolía (1621), Robert Burton se expresaba así: “No puedo negar que hay algo de provechoso en abrazar la meditación, la contemplación y cierta clase de vida solitaria, que los Padres recomiendan con tanto entusiasmo y que Petrarca, Erasmo, Stella y otros tantos exaltan en sus libros”.

Ya en el siglo XVIII, antes del tratado de Zimmermann, Jean-Jacques Rousseau escribió en sus Confesiones que “la mejor manera de llevar a un hombre al conocimiento de sí mismo o, en pocas palabras, a la cordura, es recluirlo en soledad”. Y poco después, en Las ensoñaciones del paseante solitario, precisaba que “reanudo en este estado de ánimo el doloroso y sincero examen de mí mismo que antaño llamé mis Confesiones”. La posición de Rousseau llevó a Zimmermann a una crítica explícita: “Cualquier médico que estudie la historia de Rousseau percibirá claramente que en su estado de ánimo y su temperamento se habían sembrado las semillas del abatimiento, la tristeza y el hipocondriasismo”.

Lo que hace Zimmermann es expresar la opinión dominante en su tiempo. Un tratado de medicina doméstica de 1789 concluía que “el apartamiento de la compañía era a menudo el primer signo visible de una crisis mental inminente”, si bien, ya entrado el romanticismo, un libro de Philippe Pinel publicado en 1801 distinguía entre esa melancolía patológica y una “melancolía blanca, un estado cada vez más de moda que profesaban las personas con una marcada sensibilidad literaria, caracterizado por un apartamiento discreto cuyo propósito era observar las lecciones de la naturaleza y el mundo rural”.

Uno de los principales frentes de ataque de Zimmermann era “la tendencia eremítica en la iglesia católica (…). A Zimmermann le molestaban el estatus y la autoridad moral más generales de la tradición de reclusión que tenía sus raíces en los ermitaños del desierto del siglo IV, quienes procuraban a su vez reproducir la estancia de Cristo en aquel lugar”. Palabras de Zimmermann contra los padres fundadores de la Iglesia Católica: “tan lejos estaban estos orates, a quienes se considera las estrellas de la Iglesia niña, de entender la naturaleza humana, que se valieron de su conocimiento para exigir de sí mismos y sus prosélitos todo lo antinatural e impracticable”. Zimmermann “no concebía que una comunión silenciosa e intensamente personal con Dios fuera el máximo propósito de la estancia del hombre en la tierra”, al contrario de “las palabras del cardenal Bona, un cisterciense del siglo IV, que ‘nadie puede encontrar a Dios si no es solitario, porque Dios mismo está solo y es solitario’”.

El punto de vista de Zimmermann quería estar en el medio, “alcanzar un mundo donde los beneficios de la soledad y las ventajas de la sociedad puedan conciliarse con facilidad y entremezclarse unos con otros”. “Cuando la imaginación está enturbiada por el pesar y el desaliento –advertía Zimmermann– el ocio y la soledad no expulsan sino que, al contrario, acrecientan y agravan el mal que se entregan con afecto a erradicar”.

Cuenta Vincent que Daniel Defoe publicó en 1720 una segunda parte de su Robinson Crusoe, cuando ya estaba en Londres de regreso de su isla. Entonces declara: “Disfruto mucho más de la soledad en medio de la más grande aglomeración de hombres del mundo, y me refiero a Londres, donde esto escribo, de lo que nunca podría decir haber disfrutado en los veintiocho años de confinamiento en una isla desolada”.

En el siglo XIX hubo una gran reforma carcelaria en la Gran Bretaña. Se creía que los presos no debían hablar entre sí. Y se intentó generalizar el confinamiento solitario hasta que se dieron cuenta de que los presos que no se enloquecían podían ser, simplemente, inmanejablemente agresivos

Lo que hace Vincent en su primer capítulo es resumir lo que dice Zimmermann y arrancar su relato en el segundo capítulo refiriéndose a lo que pasó desde el siglo XIX hasta nuestros días. Mejor, lo que pasó en las islas británicas, porque, como dice The Guardian en su reseña, se trata de una historia de esas islas que, si permiten extrapolar para uno deducir qué pasaba en el mundo, la información y las opiniones que trasmite son casi exclusivamente británicas.

Portada
En el capítulo titulado “Soledad, caminaré contigo”, Vincent precisa que “el siglo XIX fue la última gran época del viaje pedestre. Los movimientos diarios de la mayoría de la gente, en la mayoría de los lugares, se hacían a pie. Solo las personas pudientes se valían de manera habitual del caballo, solo las verdaderamente ricas se encerraban en sus propios carruajes (…). El caminar era la manera más simple de escapar de la compañía sobre todo en los atestados interiores domésticos de la época (…). La velocidad del movimiento a pie estaba idealmente adaptada a la reflexión sobre el medioambiente tanto natural como hecho por el hombre (…). La mirada concentrada y móvil permitía la inmersión sin captura, ya estuviera el caminante explorando campos y bosques o recorriendo las calles de las comunidades urbanas en rápida expansión”. Y aclara que “la mayoría de los trabajadores tenía que empezar y terminar el día a pie (…). En realidad la caminata hacia y desde el trabajo bajo cualquier clima, a menudo en la cerrazón de los meses invernales, distaba mucho de ser romántica”. Cita a Frédéric Gros (“filósofo moderno del caminar”), quien se refiere a “la libertad suspensiva que se obtiene al caminar, aun en el caso de un simple y corto paseo: sacarse de encima el peso de las preocupaciones, olvidar las obligaciones por un tiempo” y cuenta que para la Inglaterra del siglo XIX, “en la tarde del domingo, la caminata era un ritual establecido para todos los integrantes de la casa”.
Se produjo literatura sobre el caminar. Y hubo caminantes famosos: Thomas de Quincey calculó que Wordsworth caminó entre 175.000 y 180.000 millas inglesas a lo largo de su vida. Y son célebres las caminatas de Dickens que podían medir 20 millas en un solo día. Hay ensayos de Hazlitt y de R. L. Stevenson. Y había un código de protocolos que ordenaba: “No comience nunca una gira a pie sin un autor al que ame”. Hazlitt menciona otro asunto central: “Una de las cosas más placenteras del mundo es ir de viaje, pero a mí me gusta hacerlo solo. Puedo disfrutar de la sociedad en una habitación, pero puertas afuera, me basta con la naturaleza como compañía. Nunca estoy entonces menos solo que cuando estoy a solas”. Por su parte, Stevenson declara que “una excursión a pie, para disfrutarla como corresponde, debería emprenderse a solas”.
En uno de sus poemas más celebrados, Lord Byron dice que “asomarse solo, al borde de escarpados precipicios y espumosas cascadas, no es eso soledad, eso es conversar con los encantos de la naturaleza y ver sus abastos desplegarse”. Caminar por las montañas se volvió una moda: “La soledad de las montañas era un estado de ánimo”. Y tal vez sólo eso, un estado de ánimo, porque el alpinismo terminó convertido en un asunto de grupos especializados. Por otra parte, debo decir que las caminadas volvieron a estar de moda en nuestros biempensantes tiempos.

El punto de vista de Zimmermann quería estar en el medio, “alcanzar un mundo donde los beneficios de la soledad y las ventajas de la sociedad puedan conciliarse con facilidad y entremezclarse unos con otros”.


En el siglo XIX en el 95 por ciento de los hogares vivían dos o más personas y en muchos hogares de gente pobre había sobrepoblación. Entonces, la manera de aislarse eran ciertas actividades como coser y bordar en las mujeres. La lectura de novelas también adoptada por las mujeres. Los juegos de cartas: cuenta Vincent que comenzaron a pulular los libros para enseñar ciertos juegos, en especial los juegos solitarios, “particularmente adecuados como diversión para las personas a quienes su salud impedía participar en la vida de la familia”. Otra adicción que tiene fecha exacta de inicio. El primero de mayo de 1840 salió a la venta la primera estampilla que facilitaba que el remitente de una carta fuera quien pagara el porte. Entonces apareció el coleccionismo y la filatelia se convirtió en una moda asequible para todos: “Al igual que otras recreaciones silenciosas, la filatelia era una soledad controlada por la concentración. Lo importante no era la presencia o ausencia de compañía, sino la capacidad de sumergirse en la ocupación. Como en el caso del solitario, la filatelia atraía en particular a quienes estaban agotados por áreas mentales más arduas”.

En 2018 el gobierno de Gran Bretaña creó el Ministerio de Soledad: “Hasta una quinta parte de todos los adultos del Reino Unido se sienten solos todo o casi todo el tiempo”. Luego, una encuesta de la BBC entre 55 mil personas de 237 países reveló que “un tercio de la gente se siente sola a menudo o muy a menudo”.

De todas estas actividades –bordado, solitario, filatelia– comenzó a aparecer una abundante bibliografía de manuales, catálogos e instrucciones. Se añaden también muchas cartillas sobre jardinería, pesca y mascotas, actividades más para acompañar la soledad, como se dice, o para llevar la soledad sin que se acerquen las compañías. En cuanto a las mascotas, el furor era tal que Vincent informa que hacia 1890 “había casi 50 organizaciones” sobre crianza, manejo, concursos, de razas de perros. Para no hablar de furores análogos con gatos, palomas, conejos y ratones. Para no hablar de la pesca, hasta el punto de que, en 1881, alguien definía a Inglaterra como “una nación en la que predomina la pesca”. Y “de todas las recreaciones del siglo XIX, la pesca con caña fue la que reivindicó con mayor insistencia el silencio y el sosiego”.

Con la Reforma, en Inglaterra vino la destrucción de los monasterios que se veían como una aberración papista. Una de las consecuencias fue que se extinguió la oración privada, a manera de conversación entre un individuo y su Dios, pero en el siglo XIX resucitó esa costumbre –y se imprimieron varios manuales de instrucciones para llevarla a cabo– hasta el punto de que un reverendo anglicano escribió que “la plegaria en secreto constituye una marca de distinción entre el cristiano y el mero creyente”. Además, el censo de 1851 reveló que “había muchas más mujeres de las que podían llegar a realizar alguna vez un destino de matrimonio y maternidad”. Entonces se flexibilizó la bronca anticonventual: “Hacia mediados de la década de 1870 se calculaba que había en el Reino Unido más de 200 conventos católicos que albergan a más de 3.000 monjas”. Florence Nightingale escribió al respecto: “He llegado a conocer bastante a los conventos y de las ruinas y agobiantes tiranías que supuestamente se ejercen en ellos, pero no conozco nada parecido a la ruin y agobiante tiranía de la buena familia inglesa”.

También en el siglo XIX hubo una gran reforma carcelaria en la Gran Bretaña. Se creía que los presos no debían hablar entre sí. Y se intentó generalizar el confinamiento solitario hasta que se dieron cuenta de que los presos que no se enloquecían podían ser, simplemente, inmanejablemente agresivos: “A fin de reformarlos se los había sometido a un completo encierro, pero esta soledad absoluta, si nada la interrumpe, está más allá de la fortaleza del hombre, destruye al delincuente sin pausa y sin piedad. No reforma, mata”.

A principios del siglo XX “la cantidad de personas que vivían solas (…) representaba el 1 por ciento de la población. La incidencia de los hogares solitarios creció hasta llegar al 17 por ciento hacia mediados de la década de 1960 y alcanzó un 31 por ciento hacia 2011, con un total de 8 millones de personas”. Anota Vincent que “después de 1945, los ancianos se volcaron de manera creciente a la lectura como pasatiempo”. Abundaron las revistas dedicadas a los hobbies y la revista Woman imprimía 3 millones y medio de ejemplares de cada entrega. Pero el centro de la escena de estas cosas que acompañan a los solitarios lo ocuparon primero la radio y luego la televisión. Hacia 1950 “el automóvil dejaba de ser un privilegio de la clase media y representaba un nuevo ámbito de espacio privado, equipado cada vez con mayor frecuencia con un radio”. Pero “la invención más revolucionaria de los últimos 25 años del siglo inclinó de manera decisiva la balanza de la recreación hacia el consumo solitario”: fue el walkman. Sin embargo, un recuento de la parafernalia para solitarios no quedaría completo si no se menciona un invento norteamericano del decenio de 1920: el crucigrama. De la misma familia de instrumentos para solitarios –aunque estos no descartan la colaboración de otros– el siglo XX industrializó los rompecabezas.

En 2016 la BBC hizo una encuesta de más de 18.000 participantes de 134 países sobre las actividades que consideraban más descansadas. Las primeras diez fueron, en orden de popularidad: lectura, dormir o tomar una siesta, observar o estar en un ambiente natural, pasar tiempo a solas, escuchar música, no hacer nada en particular, caminar, bañarse o ducharse, soñar despierto y mirar televisión”.

Vincent dedica un capítulo al “atractivo persistente de la soledad como una respuesta esencialmente contraria a las presiones de la sociedad moderna” y trata de cinco actividades: la exploración de la naturaleza, “la circunnavegación en solitario, la permanencia del confinamiento solitario, el renacimiento final del apartamiento monástico y las formas reconsideradas de retiro espiritual”.

En 2018 el gobierno de Gran Bretaña creó el Ministerio de Soledad: “Hasta una quinta parte de todos los adultos del Reino Unido se sienten solos todo o casi todo el tiempo”. Luego, una encuesta de la BBC entre 55.000 personas de 237 países reveló que “un tercio de la gente se siente sola a menudo o muy a menudo”. Vincent distingue “el límite crítico entre la soledad y el aislamiento” y encuentra “la distinción crucial entre el tiempo a solas que se valora y se acoge y la ausencia de compañía íntima que es una causa de emociones negativas que van desde una pena agobiante hasta un sufrimiento intenso”. Para Vincent el aislamiento es una patología: “El reflejo de la incapacidad generalizada de las formas contemporáneas de intimidad de tolerar (…) el egoísmo competitivo y el individualismo extremo”.

Entonces, “en el discurso sobre el aislamiento, la soledad aparece como una doble negación. Es el estado de quienes no están en compañía y no se sienten solos”. En suma, lo que hace la diferencia es: “La voluntariedad o el grado de control que una persona tiene en una situación puede ser el factor más importante que incline la balanza entre una experiencia de soledad positiva y una experiencia de aislamiento”.

En el capítulo final, Vincent comienza planteando que “la revolución digital representa la culminación de la búsqueda no solo de la sociabilidad sino, más importante, también de su ausencia (…). La invención de la World Wide Web en 1991 y el ulterior desarrollo de programas y herramientas para aprovechar sus capacidades dieron respuesta a demandas muy arraigadas tanto de la soledad en red como de la soledad absorta (…). Para generaciones anteriores, era meramente un sueño la existencia de un dispositivo que permitiera al individuo situarse a voluntad al margen de la sociedad, pero conectarse al instante con grupos e individuos elegidos por él”. El problema es que “reaparece la preocupación por la pérdida de la interacción cara a cara”. Pero, en todo caso, “es más fácil aceptar la ausencia de compañía física si es fácil tener un contacto virtual con amigos y familiares”.


David Vincent,

Una historia de la soledad

Fondo de Cultura Económica

 

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