Juanfer Quintero y un nuevo título: ¿por qué lo queremos tanto?

Crédito: Racing Club

23 Noviembre 2024 05:11 pm

Juanfer Quintero y un nuevo título: ¿por qué lo queremos tanto?

Juan Fernando Quintero vuelve a levantar una copa continental. Intentamos, para homenajearlo, responder por qué lo queremos tanto.

Por: Juan Francisco García

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El 9 de diciembre de 2018, en una final marcada por la convulsión y la locura, Boca y River se jugaron el privilegio de alzar la Copa Libertadores en el Santiago Bernabéu, ante la mirada atónita del mundo. Aunque el archivo del partido ha sido explotado hasta la saciedad, es difícil cansarse de rememorar el gol de Juan Fernando Quintero, al minuto 108, que lo inmortalizó. El zurdo, que había entrado a los 58 minutos de juego, en una misma jugada, se despachó con todos sus dotes: rapidez mental, precisión, frialdad y técnica exquisita para clavarla en el aleph del ángulo del arquero bostero. 

Este 23 de noviembre de 2024, a las 5:30 de la tarde, hora colombiana, ahora con la camiseta de Racing y el número 8, y junto al colombiano Roger Martínez, levantó otro trofeo continental: contra Cruzeiro y por la Copa Sudamericana, “la otra final de la gloria”. Preguntarnos por qué lo queremos tanto es un lindo homenaje a uno de los jugadores más talentosos que ha partido esta tierra. 

De la comuna 13 a la cumbre del fútbol continental 

Por más de que Juanfer tenga hoy “la vida arreglada” económicamente y que desate pleitesía y algarabía a donde sea que vaya, basta con fijarse con atención en su semblante cuando no celebra un gol —mírenlo al cantar los himnos— para darse cuenta de que detrás del hombrecito de 168 centímetros hay un pasado sórdido. Su infancia sirve de paradigma de las venas abiertas de este continente. Un padre desaparecido por el conflicto armado al que no conoció —y al que le atribuye los genes rebasados en talento que hoy lo tienen de nuevo en una final—; un barrio, la Comuna 13, en el que en el período de su infancia ver cuerpos sin vida, persecuciones, jíbaros, amigos arrestados, primos muertos, las abuelas dando bendiciones porque la vida está en juego en cada esquina era el pan de cada día.  

Juan Fernando Quintero
Juan Fernando Quintero en la Selección Colombia. Foto: Colprensa 

Juanfer es ese niño criado por una madre sola, los abuelos y los tíos, que tanto se repite en Colombia. Su excepción está en que por ser un fuera de serie con el balón en los pies, como él mismo lo ha dicho, se salvó de tantas cosas. De vivir al margen, como los millones de colombianos a los que le toca en suerte, nacer en los barrios populares en los que impera la ley de la selva. Esa que lo condenó, durante la Operación Orión en 2002, a esconderse debajo del pupitre de su salón para escapar de las balas. 

Queremos a Juanfer porque verlo brillar en la cumbre del fútbol del continente refuerza ese discurso a la vez perverso e inspirador —Impossible is Nothing— que reza que todo es posible si hay tesón y voluntad. Y el talento insondable que se forja en las calles empinadas de las comunas, las villas, las favelas. 

La extraordinaria pequeñez 

A su historia de jugador de barrio, como una entelequia, Juanfer le agrega su pequeñez. Una cosa son los jugadores que nos han hecho inflar el pecho a punta de portento físico y sublevación africana: Asprilla, Rincón, Durán, el Tren Valencia, Amaranto Perea, Cuadrado, Zúñiga —la lista es larga—; y otra cosa es vernos representados, sublimarnos, gracias a las ideas temerarias y díscolas y geniales de un zurdito que, sin alcanzar los 170 centímetros de alto, pone en jaque a las defensas más férreas y robustas. 

En un fútbol que es cada vez más físico, científico, automatizado, y en el que se mide cada glóbulo rojo y cada pulsación, la rebelión del “enano” Quintero es poesía pura. Y es un guiño a nuestra identidad: ante la presión industrial y atlética, el talento en pasta; versus la disciplina espartana y la obediencia, la rebeldía de lo espontáneo; ante las métricas y los mapas de calor, la picardía y la prestidigitación. El gol por debajo de la barrera contra Japón. El gol al palo del arquero contra Ecuador la semana pasada. El gol para llevar a Racing a la final ante un saque de banda rápido: extraordinaria pequeñez. 

Quintero encarna esos cracks diminutos que se ganan los aplausos, los roscones y la gaseosa en las canchas de barrio del continente. Esos que después de la revolución de Pep Guardiola son valorados como joyas. Es la versión tropical de Xavi, Iniesta, Pedri y todos esos pequeñitos que en los últimos tiempos se han resistido con clase y genio ante el fútbol avasallante de los velocistas. 

Quintero, por eso lo queremos tanto, cada vez que burla un entramado defensivo con su picardía, nos hace sentir lúcidos e inteligentes. Da la impresión de que el mundo pertenece a los del montón. Incluso en su disfraz de futbolista, Juanfer va por la cancha como "cualquier hijo de vecino" al que le gusta el reguetón y la ropa ancha. Su semblante no es aspiracional, como sí lo es su pierna izquierda. 

En una cancha de fútbol es lindo ganar por fuerza y por gambeta, pero no hay nada más sublime que ganar por inteligencia, anticipación y audacia. Por pensar más rápido y mejor que los demás. Mucho antes de los que lo vemos por televisión.

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