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Sobre Juárez y el bochorno en el clásico paisa
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La clasificación de Atlético Nacional a la final de la Copa Colombia, ni más ni menos que contra Independiente Medellín, terminó en bochorno gracias a una celebración acalorada de Efraín Juárez, el técnico mexicano a cargo del equipo verde. Reflexionamos sobre el hecho.

La serie, de infarto, aunque en su partido de vuelta terminó en triunfo para El Poderoso por 1 a 0, dio como finalista a Atlético Nacional gracias a el 2 a 0 a favor en el partido de ida. Ahora, en otro clásico caliente, la Copa Colombia quedará entre el verde de Antioquía y el América de Cali.
El partido, que convocó a más de 35.000 hinchas de Independiente Medellín, terminó en bochorno porque, para celebrar la clasificación, Efraín Juárez hizo gestos frenéticos, de cara a la hinchada, que fueron percibidos como incitación a la violencia. Al final del partido, la rueda de prensa del técnico mexicano fue interrumpida porque agentes de la Policía y de la Personería de Medellín lo solicitaron para rendir descargos por sus gestos. El resultado, por ahora, es de un comparendo por incitación a la violencia.
Por su parte, el técnico mexicano, que ha recibido críticas por parte de sus colegas, jugadores y periodistas, pidió disculpas y afirmó que sus gestos no iban direccionados hacia la hinchada del Medellín sino hacia al palco visitante en el que sufrían el partido los dirigentes de Atlético Nacional. "Si me medían las pulsaciones, pienso que explotaba", declaró Juárez para dar cuenta que su reacción tuvo que ver con el nivel de adrenalina del clásico.
Las preguntas que deja el bochorno
Si este fuera un país más cuerdo y adulto, los gestos de Juárez no deberían quedar en más que en una celebración desaforada –desafortunada– en razón de una clasificación agónica contra el máximo rival. Su frenetismo final no es, por supuesto, un caso inédito en el fútbol mundial. Basta con darse un repaso, cualquier fin de semana, por la Premier League para ver festejos acalorados, muchas veces de cara a la hinchada rival. El fútbol es un deporte de alta tensión que permea a todos sus actores: desde el presidente que grita los goles en el palco, hasta el técnico, que es un cóctel bioquímico en la línea de cal. Si fuéramos un país adulto, pues, la celebración extática de Juárez calentaría un poco los ánimos, ganaría putazos en contra y no mucho más.
Pero no lo somos. Y cuando se trata del fútbol, la gestión emocional básica de la tribu que llena las tribunas pierde todos sus cimientos y cualquier salida en falso se traduce en caos. En puñaladas y en muertos. Acá, besar la camiseta del equipo o celebrar explícitamente un gol es un asunto de alto riesgo. En las tribunas, el discurso del amor por el equipo se confunde, o es una misma cosa, con los arrestos violentos y desproporcionados si algo –una celebración acalorada, un gesto provocador, un puñado de hinchas rivales colados en las tribunas– hiere el ego identitario de los colores. Acá va en serio, tristemente, lo de "dar la vida por los colores".
Entonces, sí, tiene sentido práctico que se censuren los gestos de Efraín Juárez aún cuando lo que celebra es su primera final en el fútbol colombiano, en un semestre llenos de polémicas y dudas sobre su nombre. Resulta pragmático sancionarlo y sentar un precedente "anti provocación", y más ahora con las finales del fútbol colombiano en la vuelta de la esquina. Seguro que le vendrán sanciones y no podrá dirigir por un par de partidos además de tener que meterse la mano al bolsillo.
Sin embargo, ponerlo en la palestra pública como Carlos Antonio Vélez y los colegas de Win Sports, tildarlo de delincuente, no es más que un atajo moralista que no apela a la raíz del asunto. Nuestra inmadurez feroz para todo. Incluso, o sobre todo, para divertirnos y entregarnos a lo que más nos apasiona. Juárez no es más que un síntoma.
Efraín Juárez aclaró la polémica por su celebración tras la clasificación de @nacionaloficial a la final de la Copa y se disculpó con los hinchas del @DIM_Oficial que se sintieron ofendidos. pic.twitter.com/mDSiqN3i3J
