Castigar o reparar: otra visión de la justicia en los colegios

Crédito: Colprensa

26 Septiembre 2023

Castigar o reparar: otra visión de la justicia en los colegios

El poeta y director del Colegio Sabio Caldas, Santiago Espinosa, explica qué es la Justicia Escolar Restaurativa (JER) que, con éxito, está aplicando la Secretaría de Educación del Distrito en los colegios públicos de Bogotá.

Por: Santiago Espinosa

Entre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsAppEntre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsApp

¿Se puede hablar de paz si nuestra concepción de la justicia es la venganza? Probablemente no. El experimento de Nayib Bukele en El Salvador: construir megacárceles para guardar a todos los criminales, presuntos “por sus tatuajes” o “probados”, supone la renuncia de una sociedad para solucionar sus conflictos de manera pacífica, también supone un problema de comprensión, pues se atacan las consecuencias, pero nadie repara en la magnitud de las causas. Como en el cuento de Kafka, “Ante la ley”, los gobiernos tendrían que construir una pequeña prisión para cada individuo, hecha a la medida de sus culpas. 

En el caso de Colombia hay dos visiones muy marcadas de la justicia, quizás sea esta una razón, entre otras muchas razones, para que ni siquiera la paz haya podido reconciliarnos como colombianos. De un lado estaría la visión de “el que hace, la paga”, todavía mayoritaria. Desde esta visión, la justicia es básicamente la imposición de un castigo, llámese cárcel o “llevar a alguien a juicio”, “cancelarlo en las redes sociales” o incluso eliminarlo, “ajusticiarlo”, se dice en las películas. Del otro lado estaría la “justicia restaurativa”, cuyos mayores representantes serían las tres entidades que nacieron del Acuerdo de La Habana: La JEP (Jurisdicción Especial para la paz), la Comisión de la Verdad, y la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas. A diferencia de la anterior, aquí la justicia es una profunda reflexión sobre lo sucedido, es entender, a partir de las distintas versiones, cómo pasó lo que pasó y por qué pasó, para buscar entre todos —inclusive entre los victimarios— que estos hechos se reconozcan y que no vuelvan a repetirse. Aquí la justicia, más que el castigo, es la posibilidad de una sociedad para escucharse y reparar sus tejidos. A diferencia de la justicia tradicional o punitiva, este modelo centra su atención en las víctimas, con el fin de escuchar su voz y reparar en lo posible su daño. A esto se refería el padre Francisco de Roux cuando hablaba, en el informe de la Comisión de la Verdad, de una “Paz grande”. 

¿Qué tiene qué ver todo esto con los colegios? ¿Cuál ha sido el papel de la educación en nuestra concepción de la justicia? Tiene mucho ver, y la segunda respuesta no es para nada alentadora. Que nuestra concepción de justicia sea básicamente “el ojo por ojo”, se debe en buena parte a que en los colegios —y en las casas—, hemos sido educados a través de premios y castigos. De los premios se ha hablado mucho. Hacemos lo que hacemos, no por la satisfacción personal, o el amor al conocimiento, sino porque después estará el postre o la medalla. Estos comportamientos van desde nuestra dificultad para perseverar hacia un propósito mayor, que es la razón de la felicidad en el trabajo, según los expertos del MIT, hasta la lógica macabra de los falsos positivos, en el que soldados profesionales cometieron estos crímenes, sólo para obtener ascensos y retribuciones. En cuanto a los castigos —el hermano macabro de los premios—, quizás se haya hablado menos, aunque sus consecuencias sean igualmente delicadas. 

Con alguna frecuencia —es un ejercicio inspirado en Marvin Berkowich—, les pregunto a los maestros si recibieron alguna vez un castigo, físico o psicológico. Y la totalidad del auditorio levanta la mano. Después les preguntó si recuerdan el aprendizaje o sólo la humillación. Normalmente la mayoría del auditorio me dice que la humillación, incluso algunos olvidaron por qué fue que los castigaron. La efectividad de la sanción se mide por sus resultados en corto plazo, pero en muy pocos ejemplos despierta un cambio en la persona. Yo le puedo decir a un niño que se calle, y a lo mejor, si lo amenazo lo suficiente, puede que lo haga en ese momento, pero esto no implica que entienda por él mismo por qué debe escuchar el poema que su compañero está leyendo. Y mucho menos que lo aprecie después, como algo valioso para su vida.

Esta educación, con sus excepciones notables por supuesto, ha construido una sociedad muy poco democrática, que sólo reconoce la autoridad cuando hay fuerza de por medio; que se mueve por el miedo o el interés, pero no por la convicción, evadiendo sus responsabilidades cuando no está el “profesor” o el “policía” para verlo; que normalmente educa a sus hijos —y a sus estudiantes, si se es profesor—, exactamente de la misma manera, perpetuando un ciclo interminable. Y existen otros efectos preocupantes. Quien se educa por el castigo, normalmente hace a un lado la reflexión sobre sus propios errores, lo que es indispensable en la formación de una persona. 

Es más difícil que un estudiante educado en el castigo sienta empatía frente a los otros, esos que herimos u ofendemos, porque sólo hay que hacer las cosas para evitar el regaño y el golpe. Tampoco desarrollan estas personas una mínima compasión por aquellos que cometen una falta, lo que es un valor fundamental para la democracia: ese sistema de oportunidades y, a veces, de segundas oportunidades. 

Desde la Secretaría de Educación del Distrito, y con el liderazgo de su secretaría, Edna Bonilla Sebá, los colegios vienen adelantando un proyecto en dirección contraria: la Justicia Escolar Restaurativa (JER). A lo largo de tres años, casi todos los planteles del distrito, oficiales y en administración, se han sumado voluntariamente a esta iniciativa. Y han recibido un estímulo para llevar estas prácticas al día a día de la escuela. Cada colegio, desde su autonomía, formula un proyecto transversal. Algunos lo han hecho desde el Manual de Convivencia, otros desde la memoria histórica, las artes, o el deporte; y otros desde el desarrollo socioemocional o desde la gestión pacífica de los conflictos. El común denominador son las prácticas restaurativas en la escuela, como hacer un círculo de la verdad cuando alguna situación afecte nuestra conveniencia; o proponer un ejercicio de reparación entre los afectados, cuando la situación no sea tan grave; o plantear el colegio como un escenario de acuerdos y de compromisos, garantizando la participación de los propios estudiantes en las propuestas para la convivencia. Un enlace de la Secretaría de Educación apoya a los colegios, y les ayuda a definir un presupuesto de inversión de cuatro millones de pesos, dedicado exclusivamente al trabajo pedagógico. Se trata, en el fondo, de que los estudiantes encuentren en el colegio otra forma de relacionarse y de solucionar sus problemas. Esta gráfica puede ser muy útil para entender la diferencia entre este nuevo enfoque y la propuesta tradicional: 

Castigar o reparar. Otra visión de la justicia en los colegios
 

Al hablar de Justicia en los colegios normalmente se tienen tres extremos indeseables: 1) el exceso de permisividad, este enfoque se ha vuelto muy común en los padres, que buscan ser “los amigos” de sus hijos, los que les dan la razón pase lo que pase, evitándoles cualquier reflexión sobre su responsabilidad frente al otro, 2) el enfoque punitivo o castigador, que buscar neutralizar o cancelar a los responsables, muy popular en los  medios de comunicación y especialmente en las redes y 3) el enfoque negligente o del todo vale, tristemente común en las autoridades competentes: fiscalía, bienestar familiar, que ante la congestión de los casos dejan pasar la mayoría de las situaciones sin ninguna consecuencia. El enfoque restaurativo se ubica entre estos extremos, proponiendo la acción y la reflexión permanente, y un desarrollo afectivo de los involucrados.  

“No habría un mejor lugar para trabajar la justicia restaurativa que en los colegios”. Esto dijo Roberto Carlos Vidal, el presidente de la JEP, en la mesa inaugural del primer Encuentro Internacional de Justicia Escolar Restaurativa. Y esto es lo que vienen haciendo los colegios de todo Bogotá, con el apoyo de la misma JEP y de otras entidades de cooperación. En este Foro, realizado entre el 21 y 23 de agosto, participaron más de 400 colegios con sus rectores, compartiendo sus prácticas y escuchando los paneles de expertos. Las situaciones convivenciales de la escuela, antes del afán de encontrar culpables, que no es la tarea de los colegios, o de dividir engañosamente el mundo en buenas y malas amistades, dándole rienda suelta a los prejuicios, o de quedarse en la inacción, ante las cifras abrumadoras, pueden ser la invitación para que los maestros y los padres, los estudiantes, y la comunidad educativa en general, puedan reflexionar colectivamente sobre sus prácticas, proponiendo otras alternativas desde el diálogo. Hay mucho de imaginación aquí. Se trata de que los colegios planteen otros escenarios para resolver sus conflictos. En el Sabio Caldas, por ejemplo, hemos propuesto este slogan: “Un colegio es una comunidad de afectos”, una afirmación muy sugestiva en Arborizadora Alta, el segundo barrio con más muertes violentas de la capital. El proyecto de JER estará enfocado, en nuestro caso particular, hacia el desarrollo socioemocional, priorizando los espacios de encuentro entre los estudiantes como modelo de relaciones restaurativas: descansos y grupos de debate, comités de convivencia, aprovechando el poder de las artes y de las humanidades en el reconocimiento del otro y de su historia de vida.

Una estudiante de doctorado de la Universidad de Chicago, Stephanie Elizabeth, me preguntaba por la situación de los colegios frente a la interinidad de la paz: el gobierno de Santos, que lideró las “Cátedras de paz” en todos los colegios, después con el gobierno de Duque, que frenó este impulso, y ahora el gobierno de Petro con su nueva invitación hacia la “Paz Total”, que al menos en materia de educación no ha estado acompañado de un desarrollo pedagógico muy claro. No se lo dije a la estudiante, pero después del plebiscito la sensación de los colegios ha sido de una inmensa orfandad, sólo aminorada por las jornadas de “La escuela abraza la verdad”, lideradas por el legado de la Comisión de la Verdad y Educapaz, y por la voluntad de maestros, maestras y estudiantes, que sin importar las contingencias políticas han seguido liderando las semanas de la paz en sus colegios. La JER podría ser una alternativa para colmar este vacío en Bogotá. Más allá de las posturas frente al acuerdo o los acuerdos, un país que quiera realmente la paz debe cambiar su concepción sobre la justicia. Y debe hacerlo desde los colegios, que es donde comenzamos a adquirir un compromiso genuino con los otros. 

Si es cierto, como dice Julián de Zubiría, que los “autoritarios” son muchas veces los niños y no tanto los papas, como lo era en la época de Kafka, las prácticas restaurativas les enseñan a estos estudiantes que sus actos tienen consecuencias, en ellos y en los otros. Y que debemos reparar las equivocaciones a través de un desarrollo pedagógico. Por supuesto que hay límites, de los colegios y de las situaciones mismas, que en ocasiones se convierten en delitos gravísimos. Lo que cambia no es la valoración de los hechos sino la manera en que los abordamos como escuelas. No podemos olvidar que los estudiantes que cometen una falta, y que son los que normalmente expulsamos, son los que más necesitan del colegio como un espacio seguro y estimulante, que les brinde distintas oportunidades para reorientar su vida. 

Jesús Abad Colorado, el fotógrafo que ha retratado los rostros del conflicto y de la resistencia, en todos los rincones del país, participó de este Primer Encuentro. Esto me respondió cuando le pregunté por lo que había visto en el foro en y los colegios: “Veo con mucha admiración que Bogotá, con el liderazgo de la Secretaría de Educación y con el apoyo de la JEP, esté creando estos espacios para que las nuevas generaciones cambien. Yo terminé conmovido por lo que vi. Como periodista que ha caminado este país, y que ha visto su dolor y su resistencia, ver el trabajo de estos maestros y muchachos fue como bálsamo. Entendí que en estos colegios los niños y las niñas están creciendo en ambientes distintos en los que nosotros nos formamos, porque entienden la importancia de restaurar cuando hay daño.” Y esto me dijo después, sobre la importancia de darle continuidad a este programa: “Si la casa no siempre es un espacio de convivencia, ahí es donde la escuela y el maestro cumplen un papel de encuentro, a través de los saberes y del diálogo. Es un proceso a mediano y largo plazo, pero este es el ámbito para transformar una ciudad y una sociedad. Ojalá el Ministerio de Educación y de Justicia lo llevaran a todos los territorios. La escuela debe ser un espacio de aprendizaje para la convivencia, incluso con la naturaleza”.

Conozca más de Cambio aquíConozca más de Cambio aquí