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Entender el declive democrático para enfrentarlo
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Para el jurista Rodrigo Uprimny, es necesario encontrar respuestas a la difícil pregunta de por qué hoy triunfa el populismo autoritario, y así obtener buenas herramientas para defender y profundizar la democracia.
Por: Rodrigo Uprimny

Entre aproximadamente mediados de los años ochenta y 2010 el mundo vivió una primavera democrática: la mayoría de las dictaduras en América Latina cayeron y dieron paso a regímenes democráticos; igual sucedió con los regímenes autoritarios del llamado socialismo real en Europa oriental; también ocurrieron importantes transiciones democráticas en varios países asiáticos, como Corea del Sur o Taiwán, o en África, especialmente en Sudáfrica.
Hoy la situación es distinta: vivimos un declive democrático. En eso coinciden todos los centros de investigación que documentan globalmente y en forma comparada esas evoluciones, como Freedom House, que señalan que llevamos dos décadas de deterioro democrático que en muchas ocasiones ha sido apoyado, paradójicamente, por triunfos electorales de populismos autoritarios contrarios a la democracia constitucional.
Hoy, como han insistido Levitsky y Ziblatt en su conocido libro Cómo mueren las democracias, la democracia podría estar pereciendo no por asaltos externos, como ocurría en el pasado, con los golpes militares, sino por una erosión interna y por medios aparentemente democráticos. Es como si la democracia estuviera devorándose a sí misma, como lo han señalado varios artículos previos en nuestra serie Imaginar la Democracia.
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Llevamos dos décadas de deterioro democrático que en muchas ocasiones ha sido apoyado, paradójicamente, por triunfos electorales de populismos autoritarios contrarios a la democracia constitucional
¿Qué explica este declive democrático, acompañado del ascenso de estos populismos autoritarios? Reconozco la dificultad del tema, porque esta evolución es compleja, responde a múltiples causas y tiene variaciones nacionales significativas; sin embargo, en este artículo, basándome en algunos escritos previos propios y de otros colegas, intento una respuesta, para lo cual propongo distinguir metodológicamente cinco tipos de factores.
Un primer factor común: una globalización de carácter neoliberal
La globalización económica que hemos vivido desde finales de los ochenta, a pesar de haber potenciado el crecimiento y haber beneficiado a ciertos países, como China, que logró sacar a centenares de millones de personas de la extrema pobreza, ha tenido sin embargo efectos negativos no tanto porque sea una apertura al comercio internacional, sino por su carácter neoliberal.
Es bueno que haya mayor comercio internacional, pero el problema es que esto se acompañó de un “fundamentalismo del mercado”, según la expresión de Stiglitz, que consistió en una desregulación profunda de la economía y en especial en una flexibilización laboral, una liberalización del sector financiero y rebajas a las tarifas impositivas a los millonarios. El supuesto era que estas medidas permitirían un funcionamiento libre del mercado, que aumentaría la inversión, favorecería la innovación y el crecimiento y terminaría beneficiando a todo el mundo. Es la llamada teoría del ‘efecto de goteo’ (trickle-down economics), según la cual los beneficios que reciben los ricos y las empresas son buenos porque terminan goteando a toda la economía y beneficiando incluso a los más pobres.
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Especial Imaginar la Democracia
Estas promesas neoliberales no se materializaron: estas políticas tuvieron efectos muy graves en términos distributivos, en especial en los países desarrollados, por cuanto los beneficios del crecimiento no gotearon a la clase trabajadora, especialmente la manual, sino que se concentraron en los niveles más altos de ingreso y en algunos universitarios, que lograron insertarse, gracias a su formación intelectual, en esta revolución tecnológica.
Este tipo de globalización incrementó entonces las desigualdades y deterioró la situación de la clase obrera en casi todos los países desarrollados, en el mismo momento en que muchos servicios sociales eran recortados y los sindicatos perdían mucha fuerza como consecuencia de represión o de los cambios en los procesos productivos y la deslocalización de muchas industrias a países del sur global.
Este incremento de la desigualdad tuvo dos efectos graves: de un lado, la consolidación de una élite de billonarios extremadamente poderosos y muy difíciles de controlar por los Estados, debido al monto astronómico de sus riquezas y al carácter global de sus negocios, como Musk, Gates, Bezos o Zuckerberg, por solo citar algunos. Y de otro lado, el deterioro de las condiciones de trabajo y de las expectativas de muchos trabajadores manuales.
Este doble movimiento (billonarios extremadamente ricos y una clase trabajadora en dificultades económicas) es casi un caso de libro del impacto negativo de desigualdad sobre la democracia. Hoy los billonarios tienen una influencia decisiva en muchas democracias, en especial en Estados Unidos, como lo mostró el apoyo de Musk a la campaña de Trump. Estos magnates se ven favorecidos además con medidas como rebajas de impuestos, con lo cual la democracia tiende a degenerar en una plutocracia.
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El doble movimiento de billonarios extremadamente ricos y una clase trabajadora en dificultades económicas es casi un caso de libro del impacto negativo de desigualdad sobre la democracia’
A su vez, muchos de los trabajadores manuales, que hasta hace pocos años apoyaban a fuerzas progresistas, hoy favorecen las posiciones de extrema derecha y lo hacen porque son los perdedores de esta globalización neoliberal y son quienes más amenazados se sienten por la inmigración y por ciertas demandas identitarias. Y las extremas derechas, financiadas muchas veces por billonarios, aparentemente les ofrecen alternativas con sus discursos y políticas antiinmigración, como lo explica Francis Fukuyama, quien luego de anunciar el fin de la historia en su best-seller con ese nombre de 1992, por el supuesto triunfo definitivo de la democracia liberal, reconoce en uno de sus últimos libros (El liberalismo y sus desencantos) el retroceso de la democracia y que ésta se encuentra en peligro, lo cual asocia a las desigualdades derivadas del neoliberalismo y a los excesos de las políticas identitarias.
Un segundo factor común: digitalización y redes sociales
Estas dos décadas han sido también las de la consolidación de la revolución digital y el ascenso de las redes sociales, como Twitter (hoy X), Facebook, Instagram o TikTok, por citar algunas de las más poderosas.
Esta profunda transformación tecnológica fue vista inicialmente como democratizadora pues no solo favorece un mayor acceso a la información de la ciudadanía, sino que permite la expresión de nuevas voces. Hoy, cualquier persona, con su celular, puede no solo acceder en segundos a casi cualquier información, sino que, además, puede alzar su voz en diversas redes sociales.
Sin embargo, la evolución en estas décadas ha evidenciado que el potencial democrático de estas nuevas tecnologías, que es considerable, está viéndose desbordado por sus impactos antidemocráticos, que son enormes, y que por simplicidad resumo en tres aspectos.
Primero, por el debilitamiento de un espacio público pluralista. Aunque estas tecnologías favorecen la participación, debilitan sin embargo la conversación y la deliberación democrática: las redes sociales y los algoritmos llevan a que las personas se refugien en burbujas digitales únicamente con sus semejantes, desde donde atacan a quienes tienen opiniones distintas, pero sin que haya un debate de argumentos. No existe en el mundo virtual un espacio público plural —como el ágora o plaza pública de la democracia ateniense— en donde los diversos argumentos puedan ser discutidos, evaluados y reevaluados.
Segundo, por el modelo del negocio, fundado en la conquista de la atención o la tiranía de los clickbaits, como lo mostró el artículo de Sandra Borda en esta serie. Los algoritmos favorecen entonces los discursos radicalizados o las noticias falsas escandalosas por cuanto son las que atraen mayores usuarios, lo cual alimenta la polarización y que la información sesgada, o incluso claramente mentirosa, predomine sobre las informaciones objetivas y verdaderas. Y en medio de esa polarización y sin un mínimo de acuerdo entre los ciudadanos sobre la verdad de los hechos, resulta imposible una discusión democrática razonable.
Tercero, por la posibilidad de manipulación de las preferencias, incluso en el campo político. La enorme cantidad de datos que tienen las grandes plataformas digitales sobre nosotros, combinada con la inteligencia artificial y la capacidad de cálculo de sus computadores, les permite a esas empresas o a Estados autoritarios usar algoritmos que segmentan la población en microgrupos, a fin de que cada uno de nosotros reciba la información específica destinada a moldear nuestras decisiones y preferencias. Esto tiene riesgos enormes de distorsión de los procesos electorales, como fue evidenciado con la interferencia rusa en las elecciones presidenciales de 2016 en Estados Unidos o la anulación, el año pasado en Rumania, de la elección presidencial por interferencias semejantes.
Un tercer factor: el peso de los diseños constitucionales
Giovani Sartori, en su libro de los noventas sobre ingeniería constitucional comparada, mostró que algunos diseños constitucionales favorecen el deterioro democrático como una forma de gobierno presidencial y un sistema electoral mayoritario que lleva al bipartidismo; en cambio, otros podrían prevenirlo, o al menos hacerlo menos probable, como una forma de gobierno parlamentaria y un sistema electoral proporcional que estimula el multipartidismo.
Esta visión es relevante para pensar el actual deterioro democrático. Comparemos Italia (parlamentarismo pluripartidista) con los Estados Unidos (presidencialismo bipartidista): Giorgia Meloni, líder de la extrema derecha, llegó a primera ministra de Italia al ser la fuerza más votada en 2022.
Pero la elección italiana fue menos divisiva que la estadounidense, debido al multipartidismo, asociado a su sistema electoral proporcional. Y además Meloni ha tenido que moderar sus posiciones para mantener la confianza del parlamento y poder gobernar, porque Italia es un régimen parlamentario. En cambio, la elección de Trump fue muy divisiva debido al bipartidismo, ligado al sistema electoral mayoritario; además, a pesar de que ganó la elección por menos de 2 por ciento de los votos en el voto popular, sin embargo, Trump controla todo el poder ejecutivo federal y hoy gobierna como una especie de emperador.
Estos dos elementos de diseño constitucional (forma de gobierno y sistema electoral) no son los únicos que explican dinámicas nacionales diversas de declive democrático. Existen otros aspectos, como el régimen territorial (si centralista o autonómico), el grado de protección de la independencia judicial o la existencia o no de otros órganos independientes, como la justicia constitucional, como intenté sustentarlo en un artículo reciente de este proyecto.
Un cuarto factor: ideologías y estrategias autoritarias exitosas
Los anteriores tres factores son, si se quiere, objetivos: han tenido impactos antidemocráticos, aunque no fuera su propósito. Además de esas dinámicas estructurales, el ascenso de estas opciones autoritarias ha sido también fruto de estrategias explícitas de ciertos sectores, que han buscado minar la democracia usando las elecciones para favorecer ciertos intereses y ciertas visiones ideológicas.
Por ejemplo, el ascenso de la extrema derecha en Estados Unidos responde a complejas fuerzas sociales y culturales, pero ha sido también fruto de una estrategia deliberada exitosa para tomarse el partido Republicano por parte de políticos extremistas como Newt Gingrich o el Tea Party, que fue apoyada por billonarios como los hermanos Koch. Igualmente, el magnate conservador Rupert Murdoch creo la cadena Fox, que se volvió, en forma descarada, la portavoz de esas visiones. Ciertos juristas conservadores también crearon una poderosa asociación (The Federalist Society) con el propósito de colonizar con visiones conservadoras las escuelas de derecho, la judicatura y especialmente la Corte Suprema. Y lo lograron: hoy al menos cinco de los nueves jueces de ese tribunal han sido miembros integrantes de esa sociedad. Todo esto lo muestra el documental de DW: El auge de la ultraderecha en la política de Estados Unidos.

El populismo autoritario ha desarrollado estrategias semejantes en otros países, adaptándola hábilmente a los contextos locales; por ejemplo, Modi en India ha recurrido al nacionalismo hindú; la extrema derecha europea ha invocado los temores que genera la inmigración; Bukele ha recurrido al agotamiento ciudadano frente a la inseguridad; y Milei ha aprovechado la rabia acumulada de muchos sectores contra la corrupción y el descalabro económico del peronismo. Al lado de esas estrategias, esas extremas derechas han elaborado marcos ideológicos que sustentan sus posiciones y que les resuenan a muchos trabajadores que se sienten amenazados por la globalización, los migrantes o los avances en derechos de minorías étnicas y las mujeres: el ataque a la llamada ideología de género, la defensa de tradiciones nacionales, la crítica a los programas a favor de la diversidad, etc.
Un quinto factor: los propios errores de las fuerzas democráticas
A veces los errores de las propias fuerzas democráticas han favorecido decisivamente el triunfo de los populismos autoritarios. Tres ejemplos ilustrativos y no exhaustivos: el primero más puntual y el segundo más general.
Primero, como han argumentado algunos, la reelección de Trump no fue tanto un triunfo republicano, cuya votación entre 2020 y 2024 creció muy poco (tres millones), sino una derrota de los demócratas, cuya votación cayó en seis millones. Y ese declive demócrata se debió, según varios analistas, a un error de estrategia por el retiro tardío de Biden, que impidió que hubiera primarias que consolidaran un candidato con apoyo de las bases demócratas y que pudiera distanciarse de algunos puntos controvertidos del gobierno Biden, como su posición frente a Gaza.
Segundo, la adhesión acrítica al neoliberalismo y a una globalización neoliberal del partido Demócrata en Estados Unidos o de ciertos partidos socialistas en Europa privó progresivamente a esas fuerzas políticas del apoyo de las clases trabajadoras, impactadas negativamente por la globalización, las cuales terminaron apoyando a los movimientos de extrema derecha, que se oponen a la globalización y a la migración.
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A veces los errores de las propias fuerzas democráticas han favorecido decisivamente el triunfo de los populismos autoritarios
Tercero, aunque la mayor parte de las luchas identitarias promovidas por los movimientos progresistas son justas, a fin de superar discriminaciones históricas contra minorías étnicas y sexuales, en ocasiones han sido desmedidas (por ejemplo, con excesos en la cultura de la cancelación), con lo cual han aparecido amenazantes a sectores de clase media y trabajadora, que terminaron refugiados en movimientos de derecha en defensa de ciertos valores tradicionales.
La urgencia de la presente exploración
Tengo claro que mi análisis es muy esquemático y muchos podrían controvertirlo. Pero creo que se funda en una buena evidencia empírica y responde a una urgencia que no es solo teórica, sino práctica: necesitamos encontrar respuestas a esa difícil pregunta de por qué hoy es tan popular defender agendas autoritarias y anti-derechos por una sencilla razón: quienes creemos que la democracia constitucional, a pesar de sus imperfecciones, es aún la mejor forma de gobierno disponible, no podemos simplemente lamentarnos de su marchitamiento: tenemos que comprender cuáles son las razones de este declive democrático y, sobre todo, por qué son populares las opciones autoritarias, si queremos realmente tener buenas herramientas para defender y profundizar la democracia. O veremos impotentes colapsar la democracia a través de medios aparentemente democráticos.
