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La nueva línea divisoria en la política electoral detrás del triunfo de Donald Trump
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Para la analista política Sandra Borda G., el reciente triunfo del candidato del Partido Republicano se debió a diversas y complejas razones originadas en cambios que se están dando en la sociedad estadounidense.
Por: Sandra Borda
Una de las explicaciones que he encontrado más convincente sobre el triunfo de Donald Trump en las pasadas elecciones en Estados Unidos, curiosamente fue escrita en el año 2023. Patrick Ruffini, en su libro Party of the People: Inside the Multiracial Populist Coalition Remaking the GOP, construye una tesis que explica el ascenso al poder de Trump en su primera administración, la cercanía del resultado en la elección de Biden, los resultados de las elecciones de mitad de término al Congreso y sin quererlo, el resultado de las elecciones de la semana pasada. Como los ‘cientistas sociales’ tenemos una debilidad por la parsimonia, un argumento que explique tanto merece, a lo menos, ser reseñado y, a lo más, ser considerado con seriedad.
Recientemente, dice Ruffini, la principal línea divisoria en la política electoral estadounidense ha sido la educación y justamente por esa razón ha sido tan difícil de identificar: las élites políticas de ambos partidos, los analistas, los periodistas y los encuestadores están todos del mismo lado de esa línea divisoria, son todos personas con educación universitaria y, por tanto, hacen parte integral de la tendencia. Por eso, en buena parte, la proclividad a explicar el ascenso de Trump en términos identitarios (“se trata de un racismo latente que él ha sacado del closet”, “una misoginia que el predominio del liberalismo no logró superar y que él ha promovido”, etc.) ha predominado. Muchos no hemos logrado ver más allá de los sesgos que nos impone nuestra condición.
La explicación identitaria falla en dar cuenta de por qué los mismos votantes blancos del conocido midwest estadounidense que llevaron a Barack Obama a la presidencia, terminaron votando dos veces por Trump. Más aún, tampoco explica una tendencia de largo plazo que avanzó desigualmente en el tiempo, pero que terminó por consolidarse: los miembros de los grupos de latinos, asiáticos y afroamericanos, gradual pero contundentemente, se han ido desplazando hacia las filas del trumpismo a pesar de su discurso racista y discriminador. Finalmente, esta tesis tampoco da cuenta de por qué después de la penalización del aborto promovida por Trump, las mujeres tampoco salieron masivamente a apoyar a Kamala Harris. En síntesis, la identidad como explicación de las preferencias políticas no funciona.
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Una tendencia de largo plazo avanzó desigualmente en el tiempo, pero terminó por consolidarse: los miembros de los grupos de latinos, asiáticos y afroamericanos, gradual pero contundentemente, se han ido desplazando hacia las filas del trumpismo a pesar de su discurso racista y discriminador
El desplazamiento de los votantes de la clase trabajadora blanca, latina, asiática e incluso afroamericana (particularmente entre los hombres) ha sido tan claro, que Ruffini habla de la gestación de una coalición multiracial populista, la cual ha reconstituido al Partido Republicano dramáticamente, ha llevado a Trump al poder en dos ocasiones y ha permitido el mantenimiento de una presencia republicana muy competitiva en el Congreso. Ya no es cierto, dice el autor, que el Partido Demócrata sea el partido de los pobres y los trabajadores y el Republicano el de los ricos y las clases profesionales. Por esta razón, el Demócrata también ha dejado de ser el partido de las minorías. El realineamiento populista multiracial implica que los votantes no blancos se están moviendo en la misma dirección que los blancos pertenecientes a la clase trabajadora. Pero si esto llevaba gestándose desde hace cerca de una década, ¿por qué los demócratas se tardaron en verlo? ¿por qué continuaron con un discurso político y una estrategia electoral que parecía no reconocer una transformación tan profunda?
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Ya no es cierto, dice el autor, que el Partido Demócrata sea el partido de los pobres y los trabajadores y el Republicano el de los ricos y las clases profesionales
La explicación es interesantísima: se trata de un cambio demográfico de largo plazo. En Estados Unidos, y creo que esto es aplicable para una buena parte de las sociedades, los diplomas universitarios reemplazaron al ingreso como marcadores de líneas divisorias en procesos electorales. Hoy, los graduados universitarios representan una élite mucho más grande (no se trata del famoso 1% del que hablaba Bernie Sanders) y esto ha provocado una suerte de espejismo entre los tomadores de decisiones del Partido Demócrata, un espejismo que les impulsa a moverse en dirección de esta población profesional y sus intereses, y a alejarse de los trabajadores sin título.
Por eso, muchos confundimos en los pasados procesos electorales esta línea divisoria con la línea divisoria urbano/rural: la mayor cantidad de profesionales están concentrados en las áreas metropolitanas. Esta tendencia en algo irrefrenable de los demócratas a acercarse a este electorado tiene dos problemas fundamentales. El primero es que, así como los graduados de todas las razas se fueron aglutinando en una coalición demócrata, la clase trabajadora de todas las razas lo fue haciendo alrededor de la propuesta trumpista. A diferencia de lo que pensaron los demócratas, la demografía sola no marcaría el destino triunfal de su partido: los grupos raciales no tenían inscrito en su ADN un gen demócrata. Ruffini acierta y lo demuestra con evidencia clara: “la coalición republicana es hoy más diversa racialmente que en cualquier punto de la historia del partido y esto está pasando mientras el partido expande sus mayorías entre la clase trabajadora blanca”, dice.
El segundo problema es que los profesionales, como electorado demócrata, se han expandido con mucha lentitud gracias a la dificultad que experimenta la población para pagar estudios secundarios: 7 de cada 10 estadounidenses nunca se gradúa de la universidad y esto, en términos electorales, equivale al 64% de votantes registrados y 60% de las personas que votaron en la elección de 2020. El censo de 2022 demostró que sólo el 37.7% de los estadounidenses tiene títulos universitarios. Un partido totalmente volcado a este tipo de votante está condenado a perder una y otra vez. El argumento de Ruffini explica, entonces, por qué la única parte del electorado que se ha movido visiblemente a la izquierda es de votantes blancos con educación universitaria.
Ruffini no lo alcanzó a ver en su libro, pero las encuestas a boca de urna señalan que las personas con títulos profesionales constituyeron el 43% del electorado en los comicios de la semana pasada y, de ese grupo, 55% votaron por Harris y 42% por Trump. La tendencia se revierte cuando se observa a aquellos que no tienen educación universitaria: 42% votaron por Harris y 56% por Trump (datos de Inside Higher). Esta reorganización del electorado es muy reciente y se ha profundizado y acelerado gracias a la forma de hacer política de Trump, y cada vez es más voluminosa la porción del electorado sin título universitario que tiende a sentirse representado por esta alternativa política.
Algo que diferencia fundamentalmente a los dos tipos de votantes es que, mientras las personas con título universitario tienen preocupaciones postmateriales, es decir, están menos interesados en la economía y más en temas relacionados con los derechos tanto de mujeres como de minorías racionales y población LGTBIQ+ (finalmente esta población es también la que tiene ingresos más altos), los votantes de la clase trabajadora son más pragmáticos, más moderados y todavía son muy materiales. Ruffini dice que no son estrictamente votantes pobres que buscan un sistema de seguridad social o subsidios (safety net, en inglés), sino que más bien son votantes aspiracionales que piensan en el Estado como un trampolín gracias al cual pueden mejorar su condición socioeconómica. Por eso, la propuesta del estado de bienestar demócrata no les suena. Por eso están dispuestos a ignorar el discurso racista, misógino y discriminatorio de Trump, y privilegian su propuesta anti-política como alternativa de cambio. No les interesa que les hablen de aborto o inmigración, y quieren oír hablar de empleo, el costo de vida y los servicios de salud. Barack Obama lo entendió en su momento, pero, desde entonces, su partido se niega a asumirlo.
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A los votantes aspiracionales no les interesa que les hablen de aborto o inmigración, y quieren oír hablar de empleo, el costo de vida y los servicios de salud
En esto hay buenas y malas noticias. Las buenas son que la línea divisoria innegociable identitaria que todos pensábamos que existía y que condenaría a Estados Unidos y a otras sociedades a una polarización perpetua, básicamente no existe. Que los votantes indecisos de esta nueva coalición puedan favorecer a Obama en un momento y luego favorecer a Trump, significa que no todo está perdido y que, con cambios estratégicos reales, la tendencia se puede revertir. Un partido dedicado sólo a satisfacer a los votantes profesionales postmateriales no va a ganar elecciones y el reto es que los demócratas así lo reconozcan. Y, como nota al pie de página, es preciso decir que este es el mismo tipo de reconocimiento que tendrán que adelantar los centros políticos en todas partes del mundo.
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Que los votantes indecisos puedan favorecer a Obama en un momento y luego favorecer a Trump, significa que no todo está perdido y que, con cambios estratégicos reales, la tendencia se puede revertir
Las malas noticias son que seguimos estando lejos (y quizás nunca estuvimos cerca) de que el tema de los derechos sea objeto de un consenso social amplio y profundo. Por fortuna, no quiere ello decir que estas nuevas coaliciones sean necesariamente ‘antiderechos’. Como lo sugerí, el pragmatismo y moderación de este tipo de votantes los pone bastante lejos de los fanáticos intolerantes que en ocasiones nos ha tratado de vender el liberalismo. Lo que sí es claro es que, mientras no haya un acceso más igualitario a las oportunidades económicas, el tema de los derechos seguirá siendo accesorio para muchos.