Ana Bejarano Ricaurte
14 Abril 2024 03:04 am

Ana Bejarano Ricaurte

JUSTICIA, CAPITALISMO Y VIGILANCIA

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Nadie empieza a entender las consecuencias, pero no es una profecía avezada decir que el procedimiento para crear consenso alterará todas las premisas políticas

Walter Lippmann, 1922. 

La plaza pública es ahora un ítem más del mercado y esa mercantilización ha hecho de sus dueños unos colosos supranacionales e indetenibles.  

La primera era de las redes sociales demostró su enorme poder transformador y democratizador. Habilitó la consolidación de movimientos sociales, de protestas globales y sirvió para potenciar todas las dinámicas de la comunicación.

Décadas después la codicia del algoritmo se está tragando con avidez sus posibles beneficios. La desinformación, las fake news, las cámaras de eco, los deep fakes, las burbujas de filtro y otros dolores de nombres elegantes constituyen un demoledor paquete de amenazas a la democracia, a la libertad de expresión y en general a los derechos humanos en el entorno digital. 

En Estados Unidos, cuando Donald Trump perdió su campaña de reelección, fueron estas mentiras masivas las que permitieron que una cantidad de gente se sintiera habilitada para asaltar el Capitolio en Washington. La distopía se repitió en Brasil, cuando la turba de Jair Bolsonaro invadió Brasilia con la promesa violenta de irrumpir las vías democráticas. Hoy, todavía hay millones de personas en esos países que tienen una versión falsa de la realidad, curada por mercaderes políticos. 

En Argentina el fenómeno de Javier Milei fue construido y habilitado también por las redes, que supieron recoger y exacerbar el cansancio de tanta gente con el kirchnerismo, con las luchas igualitarias, con la crisis, con la vida. 

Las redes sociales de la Primavera Árabe están siendo reemplazadas por unas enormes cloacas sin fondo en donde se privilegian la mentira, la incapacidad de dialogar y la deformación del yo y del mundo. Esta semana se hizo claro tal vez el elemento más importante en este viraje hacia el desastre anunciado: la imposibilidad de controlar a los señores que se hicieron dueños de la discusión pública. 

En Brasil el Supremo Tribunal Federal ordenó a Twitter (ahora dizque X) bloquear varias cuentas por encontrar que difundían mentiras rampantes y discursos de odio, o una mezcla alegre de los dos. Acto seguido Musk tuiteó que removía las restricciones impuestas desde Brasil en abierta desobediencia de las órdenes de su justicia. Después acusó directamente al magistrado Alexandre De Moraes de violar la ley brasilera y pidió su dimisión. Musk se regó en insultos y desafíos contra la sentencia, incluyendo la petición a los usuarios de la verde amarela para que instalaran otro VPN que les permitiera acceder a la plataforma y volarse las restricciones de la justicia.  

No es necesario considerar la validez o error de las decisiones de la justicia brasileña para concluir que la reacción de Musk es alarmante y peligrosa. El exótico empresario se atribuye la potestad de establecer la validez de los llamados de la justicia y si debe cumplirlos. Pone en riesgo a la institucionalidad local y expone a un magistrado al odio de millones de personas, y la mayoría ni siquiera entiende por qué. Renuncia a disputar las decisiones de la justicia por las vías institucionales y se vuelca hacia la guerra mediática, la cual tiene ganada de antemano.  

Musk desafía a la justicia del planeta entero porque advierte que cualquier decisión contra su plataforma será disputada con la exposición de quienes se atrevan a tomarla. También hace política desde su poderosísima silla y privilegia a ese sector de la opinión pública mundial que se esconde tras la libertad de expresión para vender mentiras masivamente. 

Por eso habilitó al comunicador Tucker Carlson a emitir desde su plataforma, tras ser despedido de FoxNews por contribuir abierta y conscientemente a desinformaciones. Esta semana también recibió a Milei y así ha hecho con otros líderes políticos que quiere abrazar en público. 

Hace cuatro años, la profesora emérita de Harvard Shoshana Zuboff escribió el mejor y más importante análisis hecho hasta el momento sobre esta nueva realidad global: La era del capitalismo de la vigilancia. En el advirtió sobre los peligros de una nueva arquitectura global de modificación de la conducta; un gran otro en lugar de un gran hermano que habilita el máximo lucro posible para sus propietarios al producir una colmena controlada a costa de la democracia. Las plataformas no tardaron en calificar al libro como sesgado y miope, pero no han logrado desbancar su trascendencia y acierto. Ya ha sido calificado como uno de los más importantes del siglo XXI.

Uno de los elementos más corrosivos de este capitalismo de la vigilancia es la incapacidad global y local para llamar a sus dueños a rendir cuentas. Mientras ellos cimientan los ladrillos de una distopía virtual con consecuencias reales, los jueces de altas cortes en el mundo miran con los brazos cruzados o hablan en mute para los oídos de los Musk y otros. Legisladores que se exceden o los que miran para otro lado, pero ninguno aún a la altura del reto de garantizar la libertad de expresión en la plaza pública convertida en trinchera. 

El siguiente gran paso para la consolidación de la democracia a nivel global deberá ser un acuerdo internacional sobre los límites de estos lugares en los que ahora pensamos y entendemos el mundo, en especial de las obligaciones de los señores como Musk de atender y cumplir las decisiones de los jueces.    
 

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