Huracanes: la amenaza más destructiva que acecha a Colombia
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Max Henríquez explica por qué Colombia debe prepararse para afrontar el paso de un huracán por su territorio en cualquier momento.
Por: Max Henriquez Daza
Entre todas las amenazas naturales que se ciernen sobre Colombia, la de los huracanes es la más poderosa y destructiva, pero una de las menos frecuentes.
Sin embargo, con el aumento de las temperaturas de los mares y océanos, las trayectorias de estos monstruos están acercándose peligrosamente a las costas de Suramérica y de América Central.
Esto quiere decir que Colombia debe prepararse de nuevo para afrontar, en cualquier momento, el paso de uno de ellos. En julio del año 2005, por iniciativa mía como subdirector de Meteorología del Ideam, y con el apoyo de la Dirección General de Atención de Desastres, la academia, las entidades de socorro y las Fuerzas Armadas, se realizó el primer simulacro de huracanes en las islas colombianas del Caribe, con relativo éxito.
En Providencia, que no se acogió a la iniciativa, ese mismo año pasó el huracán Beta. Fue el 29 de octubre de 2005 y Beta produjo lluvias de más de 300 milímetros en 24 horas, destruyendo los techos de unas 1.600 viviendas, según la UNGRD. Además, el huracán trajo consigo una marejada ciclónica con olas de hasta tres metros de altura que dañaron playas y destruyeron viviendas, y vías costeras.
En ese momento aprendieron a las malas la lección que les dio la naturaleza. La sacaron barata en esa oportunidad, mas no 15 años después, en 2020, con ocasión del paso del superhuracán Iota de categoría 5 con vientos de más de 260 kilómetros por hora, cuya trayectoria siguió el curso de la que se usó como modelo durante el simulacro de 2005. Esa trayectoria, considerada la más peligrosa, pero la menos frecuente, solo se había presentado una vez, en septiembre de 1911. Ese huracán muy intenso vino por todo el centro del Caribe, desde las Antillas Menores hacia el oeste, cambiando su rumbo hacia San Andrés y Providencia, intensificándose al máximo. No hay información sobre los daños causados en ese entonces.
El Iota de 2020, en cambio, sí nos dejó una amplia destrucción material. Iota se fortaleció muy rápida y explosivamente, tomando por sorpresa a los expertos del Centro Nacional de Huracanes de Miami-CNH, que vieron cómo se convertía en poco tiempo de categoría 1 a 5 y cómo un superhuracán pasó el lunes 16 de noviembre de 2020 por Providencia.
El 99,9 por ciento de las construcciones quedaron destruidas totalmente. Todos perdieron todo, incluso los que no tenían nada. Iota marcó un antes y un después y confirmó las suposiciones de que un gran huracán pasaría por las islas. Si pasó uno, van a pasar más, esa es la tendencia.
Además, falta el “big-one” sobre La Guajira, que no está para nada preparada. Podría ser este año y en una trayectoria no vista antes, pero posible, en la cual el sistema no perdería intensidad y se enfrentaría a La Guajira desde el norte, causando, Dios no lo quiera, una amplia destrucción y, probablemente, un alto número de vidas perdidas. Cuando hay fenómeno de La Niña se multiplican los huracanes y tormentas en la cuenca atlántica, y eso es lo que se espera para este segundo semestre de 2024.
La Guajira no necesita carrotanques, necesita urgentemente una vía de comunicación pavimentada, al menos, que una el extremo norte del país con Riohacha, Maicao, Valledupar y Santa Marta. Sería una vía de salvación por donde se evacuaría a la población en riesgo lo más rápidamente posible, antes de la posible llegada de ese gran huracán. También serviría para llevar las ayudas y atender a los heridos, en caso de no poder evacuar.
En Colombia estamos acostumbrados a que primero sucede el desastre y después se adoptan las soluciones. Pasó con el volcán Nevado del Ruiz en 1985, cuya erupción estaba “cantada” por expertos nacionales y extranjeros, pero no para los políticos. Uno de ellos, el ministro de Minas de entonces no quiso invertir en los equipos telemétricos para monitorear el volcán, porque según él, “eso cuesta mucho y nadie tiene la certeza de que va a hacer erupción”.
Por 50.000 dólares que valían esos aparatos se hubieran salvado miles de vidas en Armero. Claro, después del desastre se creó el SNPAD-Sistema Nacional de Prevención y Atención de Desastres y la Oficina Nacional de Prevención y Atención de Desastres, hoy tristemente la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD), que no gestiona ningún riesgo, solo atiende emergencias porque está inundada por la corrupción.
Como digo en el libro Naturaleza Indómita, Colombia es un país de desastres de origen natural, pero les agrego los políticos, sociales y económicos.