Ana Bejarano Ricaurte
11 Septiembre 2022

Ana Bejarano Ricaurte

EL SEÑOR AGENTE

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Hace 21 años, al recibir el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar a la Vida y Obra, Antonio Caballero sentenció: “aunque a menudo se ha pretendido descalificarme en cuanto a periodista de opinión, llamándome con desdén simple caricaturista, acepto la definición con orgullo. Ese ha sido desde los catorce años mi primer y más constante oficio. Caricaturista en el sentido estricto: uno que hace dibujos chistosos o grotescos, y caricaturista también en un sentido más amplio: uno que cuando describe la realidad simplifica y exagera”. 

Y tal vez tenía razón Caballero, porque además de ser una de las plumas más potentes que han pasado por el columnismo de opinión en Colombia, fue ante todo un caricaturista prolífico. Habló de lo trascendental y lo banal, y comentó casi todos los hechos históricos y risibles que presenció.  

Antonio Caballero
“El señor agente” de Antonio Caballero: la reflexión final de muchas de las ediciones de la Revista Alternativa. Un policía que se debatía entre bárbaro y cándido, a quien siempre parecía que el uniforme le quedaba grande. 

En la caricatura de Caballero se encuentran todo tipo de personajes y gestos merecedores de estudio y comentario. Pero resalta casi presagiosamente “el señor agente”: el policía que inmortalizó en las páginas de la revista Alternativa. Y resulta premonitorio aquel señor simpático, bonachón y perverso a la vez, porque pareciera encarnar la realidad actual de la fuerza pública en Colombia. 

Por supuesto, el tombo de Alternativa servía para hablar del paro nacional de 1977, uno de los episodios más comentados por los revolucionarios de la izquierda caviar que impulsaron la revista. Siempre con el bolillo a la mano, repartiendo su jarabe sin discriminar o contemplar a su víctima. El símbolo de una represión desmedida, alimentada por el Estatuto de Seguridad de Turbay. Parecida a la que ejerció Iván Duque, gobierno que embutió el mismo veneno por la garganta de la manifestación social legítima. Este viernes se cumplió el segundo aniversario de lo que varios organismos de derechos humanos llamaron una masacre, ante la cual aún reina la impunidad. 

Y en el “señor agente” también se reconocían algunos dolores palpitantes de los policías de hoy, esos mismos que embistieron contra estudiantes como Dylan Cruz. Un personaje atormentado de ser el vehículo del odio de los otros, de reconocer en los reprimidos a personas que podrían ser su hermano, su amiga, su vecino. La instrumentalización de los hombres armados en las calles para justificar las órdenes criminales de quienes jamás responden por ellas.

La conclusión ineludible de que “el señor agente”, como los oficiales del ESMAD, viven en las mismas condiciones apremiantes que quienes salen a marchar, padecen las mismas preocupaciones y carencias de acceso a la salud, a la educación, a la vida digna. Y por eso el policía de Caballero no podía nunca dejar de serlo, así se desesperara al tratar de quitarse el casco sin éxito, así llorara ante el vaivén mortífero de su bolillo, porque los que mantenían a la gente en las calles eran los mismos que los mandaban asesinar. ¿Cómo hubiese sido “el señor agente” de Duque? 

Aunque nunca cambiara de uniforme, el personaje servía también de símbolo del poder, de los políticos; aún él mismo se reconocía como “candidato”, “embajador” y otras dignidades que, vistas desde arriba, parecen la misma cosa. Una reflexión profunda sobre lo qué significa el monopolio sobre las armas, pero también sobre el poder. Porque cuando la comunidad repudia a la fuerza pública la relación de la ciudadanía con el Estado se rompe y es una invitación a desconfiar de los que mandan. Es el gesto que se resume en la foto de Iván Duque vestido de policía un día después de la masacre del 2020.  

Y destaca, como siempre, la deliciosa maldad del pincel de Caballero, quien lograba rescatar y destruir simultáneamente al pobre policía con un par de trazos. Un personaje que despertaba odio y pesar en la misma página, como a veces ocurre con los agentes actuales.  

En esa ocasión dijo Caballero: “defiendo la caricatura porque ayuda a entender la realidad como ayuda a entenderla un mapa a escala”. Tenía razón, pues creó un personaje tristemente atemporal, que sirve aún para navegar la realidad del poder en Colombia. El nombre es además romántico, pues hace alusión a esa manera como tratamos a veces a los policías, parecida a una deferencia temerosa. Casi que pasa por respeto. Y claro, el artista se burla de que, como institución, no merecen el apelativo. 

Cuanta falta hace que el símbolo de la Policía sea un señor agente, no el de Caballero, sino uno que merezca el chapeau. Es la gesta que lidera el concejal de Bogotá Diego Cancino con su reforma popular a la Policía. Como lo explica este político abanderado de la lucha contra represión de la protesta social: “que exista una Policía digna y que dignifique, que ofrezca condiciones decentes de trabajo y respete los derechos humanos”. Por eso es importante empezar un nuevo diálogo entre la gente y quienes están llamados a cuidarlos: entre “el señor agente” y los receptores de su crudo bolillo. Cancino le propone al Presidente Gustavo Petro que, ya que una de las banderas que más agita el Pacto Histórico es ser un gobierno del pueblo, le permita a la ciudadania entrar a la conversación de cómo cambiar a la Policía. 

Entre las muchas reformas que pretende el ambicioso Gobierno de Petro está sí qué podría mejorar las vidas de su electorado. Ojalá Cancino pueda convocar a esta tertulia nacional y qué bueno sería saber qué diría “el señor agente”.

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