Las acusaciones de fraude electoral han marcado hitos en la vida del candidato presidencial Gustavo Petro. El primero de ellos, el del 19 de abril de 1970 en perjuicio de Gustavo Rojas Pinilla. Ya es casi un proverbio popular colombiano que Rojas se fue a la cama como presidente electo y despertó al día siguiente derrotado. Las sospechas de fraude silenciadas por el presidente Carlos Lleras Restrepo, cuyo ministro de gobierno Carlos Augusto Noriega impidió a los medios de comunicación transmitir lo que llamó “la telenovela electoral”, despertaron el levantamiento de la Alianza Nacional Popular (ANAPO) y otros sectores políticos, sofocados con el acuerdo bipartidista y antidemocrático del Frente Nacional. Ese descontento se recogió en la conformación de la guerrilla del M-19, Movimiento 19 de abril, a la que Petro se uniría a los 18 años. En la autobiografía que acaba de publicar el líder del Pacto Histórico, describe al “Eme” como “un movimiento anapista que denunciaba el fraude electoral del año 70”.
Ahora, en 2022, Petro vuelve a cantar “fraude”. Desde hace meses la izquierda ha manifestado en voz alta su desconfianza en el proceso electoral. ¿Paranoia? Puede ser, pero no hay nada más irrebatible que un paranoico cuando la realidad materializa su delirio.
Lo peor es que hay poca certeza sobre lo ocurrido en las urnas el pasado domingo. Se advierten en redes sociales miles de formularios claramente manipulados y testimonios de jurados y veedores sobre el “robo” de votos principalmente al Pacto Histórico, pero también al Nuevo Liberalismo, a los verdes, en general a casi todos los sectores políticos no oficialistas. La Misión de Observación Electoral (MOE) y otras organizaciones han prendido alertas y pedido explicaciones sobre un “comportamiento atípico”, pero el registrador salió el pasado jueves a decir que no renuncia y a ignorar semejante desbordamiento de evidencia con explicaciones superfluas sobre la diferencia entre el preconteo y el escrutinio de votos.
Tal vez es mucho pedir respuestas sobre lo que ocurrió el 13 de marzo, mientras aún flotan preguntas irresueltas sobre el fraude de 1970, aunque lo tratemos como casi un hecho político incontrovertible. Tampoco sabemos si la abundante evidencia en redes sociales da cuenta de un plan organizado desde el establecimiento de Duque para impedir que Petro consolide una fuerza legislativa sustancial o si es la respuesta orgánica al pánico y odio que al parecer despierta el candidato entre un amplio sector del país.
Lo cierto es que preocupa el futuro de las instituciones democráticas. Por un lado, el petrismo temía al robo electoral desde antes de que se hubiesen instalado las urnas. El discurso previo a la ocurrencia de un supuesto fraude es irresponsable, pero también da cuenta de un sector que siente que no tiene garantías para participar en los comicios electorales, y que el apoyo popular con el que cuenta se censurará en los resultados. Y cómo desechar estos miedos si el registrador Vega les advirtió: “el que no sienta garantías, no debería presentarse”. Y punto. Pareciera entonces que este sector político se ve casi obligado a gritar “fraude” si pierde, pues no confía en quien lleva los talonarios. Independientemente de lo que arrojen las investigaciones, si es que algo concluyen, esta parte de la contienda ya se siente estafada. El sector opuesto, la derecha, salió a decir que todo es una artimaña petrista para “robarse las elecciones” sin un ápice de prueba.
Pero si se acredita el fraude −y es que ya está comprobado que sí existió la intención de esconder votos de los sectores percibidos como opositores−, se repiten las prácticas institucionales que fomentan y exacerban la violencia. El M-19 nació en respuesta a la clausura de las puertas de la democracia, por el nefasto experimento del Frente Nacional, a lo que se sumaron, a manera de florero de Llorente, las supuestas irregularidades que elevaron a Misael Pastrana Borrero a la presidencia. De concretarse las denuncias de fraude, y es que el posible robo de 500.000 votos no es cualquier mecato, el descontento social se manifestará de nuevo y con más fuerza en las calles y servirá como justificación de la violencia de aquellos que solo se sienten escuchados cuando acuden a las vías de hecho.
Explica el líder de la Colombia Humana: “ese fraude significó muchas cosas para Colombia. Por supuesto, el surgimiento del M-19, a donde yo iba a militar, pero creo que sublevó y colmó la paciencia de miles de jóvenes que ya estaban sintonizados con los vientos de cambio”. Como entonces, el destino de Petro vuelve a quedar marcado por el recelo de quienes cuentan las urnas. Él, que sabe bien cuánto significa este despojo, también está consciente de lo que la sospecha es capaz de despertar.