No existe manera de endulzar la decisión de la Corte Internacional de Justicia. El tribunal falló a favor de Nicaragua y en contra de Colombia, digan lo que digan los abogados de la Cancillería. Pero, contrario a lo que sostienen sus detractores, la responsabilidad no está en la estrategia jurídica sino en la insensatez de la clase política del país.
Así como los penalistas se topan con una cierta dificultad para defender al criminal, los internacionalistas también se encuentran en aprietos para abogar por Estados que violan las normas. Los jueces evalúan evidencia, los hechos son tozudos y es fácil criticar después de que pasó todo.
En 2012, la Corte Internacional de Justicia entregó a Nicaragua unas aguas que Colombia reclamaba suyas. Los dirigentes presentaron esta sentencia como un despojo y, desde entonces, se culpa a los juristas. ¿Dónde quedan los políticos?
Todo nació con una gran mentira: el meridiano 82 como frontera marítima.
La cancillería de Ernesto Samper pidió asesoría de los especialistas de derecho del mar más reconocidos de la época. “Sería importante que las autoridades de Colombia comenzaran a preparar a la opinión pública para la posibilidad de pérdida de áreas marítimas bajo su jurisdicción”, recomendó en 1996 el estadounidense Neville Maryan Green. El jurista y diplomático Sir Arthur Watts conceptuó: “Colombia no puede estar segura de su éxito respecto del meridiano 82”. El profesor francés Prosper Weil fue profético; escribió: “Si el diferendo fuere sometido a la Corte Internacional de Justicia, la instancia conduciría probablemente a la confirmación de la soberanía territorial de Colombia sobre las islas y los islotes del archipiélago; a propósito de la delimitación marítima, por el contrario, el riesgo sería muy alto de llegar a una frontera marítima menos favorable que el meridiano 82”.
Ernesto Samper se preparó para negociar. Es verdad que Nicaragua no estaba dispuesta, de buenas a primeras, a dar el brazo a torcer. Pero también es cierto que el mandatario no logró los apoyos necesarios. “Necesitaba acuerdo de los expresidentes para hacer algo así; Misael Pastrana se opuso”, se lamentó Samper. El meridiano 82 no se toca y mucho menos se negocia: esta fue la posición histórica de los conservadores.
Aun si los conceptos jurídicos se mantuvieron secretos durante décadas, los gobernantes sí los conocieron. El excanciller, negociador y director del primer equipo de defensa de Colombia, Julio Londoño Paredes, ante la inminencia de la demanda nicaragüense, propuso a la administración de Andrés Pastrana la sustracción de Colombia de la jurisdicción de la Corte Internacional de Justicia. No fue escuchado.
En 2007, seis años después del inicio del proceso y en pleno auge uribista, la Corte Internacional de Justicia resolvió, en objeciones preliminares, que el Tratado Esguerra-Bárcenas no había establecido una delimitación. Ni Colombia ni Nicaragua habían asumido la línea de referencia como frontera, afirmó el tribunal, cuando ratificaron el convenio. A las y los colombianos no se les explicó que acababa de derrumbarse el mito del meridiano 82. Álvaro Uribe, callado.
Julio Londoño representa un héroe trágico de la historia diplomática colombiana. Un hombre brillante, construyó su prestigio multiplicando los mares de Colombia a través del establecimiento de fronteras negociadas y, como en las obras griegas, fue la misma razón de su grandeza la que lo llevó a su caída. Nicaragua nunca aceptó el meridiano 82 como un límite. Londoño, consciente de la fragilidad jurídica de una frontera definida de manera unilateral, se empeñó en dejarlo reconocido como tal por terceros países. Pero Londoño no engañó a nadie. Sus comunicaciones con los sucesivos gobernantes dieron cuenta de la debilidad de la posición colombiana.
Hoy quedó claro que cualquier acuerdo con Nicaragua pos-2007 hubiese resultado más favorable que la decisión de 2012. La reacción del oficialismo y la oposición entonces nos llevó a donde estamos en 2022. Los líderes de los partidos prefirieron fustigar a Londoño antes que asumir responsabilidades por las falencias de gobierno tras gobierno. De berrinche en berrinche, siguieron aferrándose al meridiano 82. Juan Manuel Santos se inventó maneras insostenibles de rechazar lo ineludible con el “se acata, pero no se aplica”. Iván Duque garantizó el continuismo de la política de la negación: ni un centímetro de agua para Nicaragua.
Los abogados no pueden realizar milagros. Sí cumplimos, decía Carlos Gustavo Arrieta, agente de Colombia en La Haya. ¿Cómo hubiesen podido creerle los togados cuando los mismos jefes de Estado habían anunciado el desconocimiento de la decisión? Los oficiales de la Armada de Colombia leían proclamas formales a los pescadores de Nicaragua diciendo: “Colombia no reconoce el fallo”.
¡El meridiano 82 cayó en desgracia, falla de los abogados! Se acercan las audiencias en el proceso de la plataforma continental. ¿Qué importa? Siempre habrá abogados a quien acusar.
El próximo gobierno colombiano está en mora de acabar con este ciclo perverso de reparto de culpas. Necesita sentarse a negociar antes de que llegue más jurisprudencia en contra.