María Jimena Duzán
5 Noviembre 2022

María Jimena Duzán

Petro-Maduro, una luna de miel agridulce

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La reapertura de las relaciones con el gobierno de Nicolás Maduro no va a ser ni fácil ni rápida. Esa fue la conclusión que me dejó el encuentro que tuvieron Gustavo Petro y el presidente de Venezuela en el palacio de Miraflores la semana pasada.
La cita fue corta, por no decir que fugaz y el recibimiento que le hizo Maduro a Petro fue de trámite, casi que igual de gris a los nubarrones que nos recibieron en el aeropuerto de Maiquetía.

Media hora después, Petro y su pequeña comitiva entraban al palacio de Miraflores en Caracas. Los dos presidentes se saludaron sin mayor efusividad y después de una corta parada militar se perdieron por entre los pasillos del palacio. Luego de la foto de rigor, que se hizo en un pomposo salón tutelado por un inmenso cuadro del Libertador y de que Maduro le mostrara a Petro la espada de Bolívar diciéndole que esa sí era “la original”, pasaron a manteles.

Me cuentan que el almuerzo fluyó de manera cordial, pero sin mayores conclusiones. Maduro estuvo acompañado por varios ministros, comenzando por Delcy Rodríguez, su ministra de relaciones exteriores, por el ministro de agricultura, por el de defensa y por el embajador de Venezuela en Colombia. Petro solo llevó a Caracas a su canciller Álvaro Leyva; al embajador colombiano en Venezuela, Armando Benedetti; al embajador en la OEA, Luis Ernesto Vargas y a Laura Sarabia, la jefe de gabinete que actúa como su sombra.

En la mesa se habló de todo, salvo de los temas calientes.  Petro no habló del ELN ni de la presencia de esa guerrilla en territorio venezolano, pero sí de la paz total. Maduro anunció que su país estaba dispuesto a enviar nuevas mezclas de fertilizantes a Colombia a precios especialmente bajos, pero se abstuvo de decir si aceptaba la propuesta de Petro de comprar el 51 por ciento de la empresa Monómeros, que opera en Barranquilla.

El único terreno farragoso que se pisó fue el relacionado con las mafias que controlan la frontera, un tema que había avivado en días anteriores el propio Gustavo Petro en un discurso en Cúcuta. El presidente dijo en esa ocasión que estaba decepcionado de ver cómo, luego de un mes de haberse reabierto la frontera, las trochas ilegales seguían abiertas permitiendo el paso de la ilegalidad y señaló a funcionarios de ambos países de estar vinculados a estas redes mafiosas.  

Tengo entendido que esas declaraciones de Petro no cayeron bien en Miraflores y que esa fue la razón para que Maduro hubiera hecho la única intervención enfática que se le vio en ese almuerzo y le dijera a Petro que su país estaba de lleno metido en la lucha contra las bandas criminales que tenían presencia en la frontera.

Luego del almuerzo, los dos presidentes tuvieron un encuentro privado que duró una hora exacta. No se sabe de qué hablaron a puertas cerradas, pero uno de los temas tuvo que ser la propuesta de que Venezuela vuelva al Sistema Interamericano de Derechos Humanos. Digo que tuvieron que abordarla en privado -tampoco se mencionó en el almuerzo-, porque Maduro se refirió a ella marginalmente en la rueda de prensa que hicieron los dos, luego de terminar su encuentro a puertas cerradas. El discurso de Maduro no duró más de cinco minutos y fue tan contenido que resultó protocolario. El de Petro, en cambio, fue menos corto y más arriesgado porque se centró justamente en la propuesta de que Venezuela volviera al Sistema Interamericano de Derechos Humanos, una idea audaz pero totalmente improbable. Venezuela se salió de ese sistema en la época de Chávez, alegando que no estaba de acuerdo con las condenas que la CIDH había hecho en contra de Venezuela en materia de derechos humanos. Si vuelve, tendría que cumplirlas y no se ve a Maduro recorriendo ese camino.

La propuesta es completamente inviable, pero a Petro le sirvió para poner el tema de los derechos humanos sobre la mesa y acallar de paso a sus críticos que ya lo estaban acusando de hacerse el de la vista gorda frente al deterioro democrático que vive Venezuela.

La rueda de prensa fue corta, pero tensa y dejó entrever que esta reapertura va a ser a paso lento. Tras su decisión de dolarizar la economía, Maduro teme que muchos de esos dólares se vayan a Colombia y se produzca una migración de colombianos a Venezuela que puede afectar la recuperación económica que viene dando en su país. Su decisión de ir más despacio también tiene que ver con el carácter del régimen y con sus temores que siempre van acompañadas de grandes confabulaciones en su contra. 

Esta cita era por muchas razones crucial para los dos países. Colombia tiene cinco millones de colombianos en la frontera que fueron abandonados a su suerte desde hace cinco años, cuando el entonces presidente Iván Duque decidió desconocer al régimen chavista y aceptar como representante del pueblo venezolano al gobierno interino de Guaidó. Venezuela tiene una frontera secuestrada por la mafia, medio ELN en su territorio y está aislada por cuenta de las sanciones impuestas por los Estados Unidos. 

Pensábamos que tras el fracaso del cerco diplomático de Duque que nos había condenado a tratar los problemas binacionales con un presidente imaginario, de mentira, como Guaidó, la reapertura de relaciones con Venezuela iba a ser un asunto fácil, pero no va a ser así. 

Los dos presidentes asistieron al encuentro con el mismo atuendo: pantalones negros y camisa blanca. Sin embargo, a pesar de su simetría estética, las diferencias no se pudieron disfrazar. Gustavo Petro es un demócrata y Nicolás Maduro es un autócrata. Cuando se toman la foto, el que pierde siempre es el demócrata. 

Esta reunión tenía que darse. Ahora les toca demostrar que ambos son capaces de rehacer una política binacional pensando en sus pueblos y no en las mezquindades del poder. 

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