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La cirujana de las Farc
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Guerrillera desde los 10 años, Luz Marina Giraldo aprendió medicina y cirugía en el fragor del combate. Operaba heridos de guerra. Hoy, desmovilizada en virtud del Acuerdo de Paz, le cuenta su historia a Patricia Lara Salive: a sus siete años, desconocidos asesinaron a su padre en una masacre que nadie recuerda; las disidencias de las Farc mataron a su hermano; y, todo parece indicar, que miembros de la Nueva Marquetalia acribillaron a su compañero, Alexander Parra, en el espacio de reinserción que él lideraba. La investigación no concluye. Y con el fin de que no se perjudicaran las negociaciones con ese grupo, un exmiembro del Gobierno le pidió que retirara la demanda que interpuso ante la Corte Interamericana. Pero Luz Marina siguió adelante.
Por: Patricia Lara Salive
En una carpa perdida en algún lugar de Colombia, Luz Marina Giraldo trataba de canalizar la vena de un compañero anestesiado en la mesa de operaciones. Un proyectil de metralleta le había atravesado ambos pulmones, pero ella mantenía la calma para sostener el pulso y tomar sin vacilación instrumentos quirúrgicos recién hervidos en medio de un murmullo clamoroso de bombas y disparos.
“Logramos salvarle la vida, pero aquella fue quizás la operación más difícil que enfrenté, aunque en realidad lo fueron todas, pues había que hacerlas en medio del fragor del combate”, recuerda esta mujer de 46 años, reincorporada hoy a la sociedad tras los acuerdos de paz hechos entre el Gobierno y esa guerrilla en 2016. “Soy médica cirujana, especialista en traumatología de guerra”, dice con orgullo.
Ingresó a las filas de ese movimiento a los 10 años para huir del maltrato y el abuso de una familia donde la dejó su madre luego de presenciar el asesinato de su papá en una masacre en el municipio de San Martín, Meta. Aprendió las claves de la medicina de la mano del actual representante a la Cámara Germán Gómez, quien es médico cirujano, lo que le permitió subsistir en la guerrilla alejada de las armas y cerca del bisturí.
Fue apresada por el Ejército durante el rescate de un secuestrado a quien ella iba a atender. Liberada después, regresó a las Farc y, luego, fue recapturada y separada de sus hijos que acabaron en el ICBF. Pagó una condena de diez años que duró hasta 2017, cuando salió libre gracias a los acuerdos de paz entre el Gobierno y las Farc. Su compañero fue Alexander Parra Uribe, alias Rodolfo Fierro, miembro de la seguridad del fundador de las Farc, Manuel Marulanda Vélez, Tirofijo. Con él tuvo dos hijos que hoy viven momentos felices en libertad, a pesar de que su padre fue asesinado en 2019, cuando lideraba un espacio de reinserción. La investigación del crimen quedó a medias. Todo apunta a que los responsables fueron hombres de la Nueva Marquetalia de Iván Márquez. Y hasta un exmiembro del Gobierno le pidió que retirara la demanda que interpuso ante la Corte Interamericana porque no se atendieron los reiterados pedidos de protección que hizo el padre de sus hijos. El exfuncionario temía que esa acción pudiera perjudicar los diálogos de paz con la Nueva Marquetalia. Sin embargo, Luz Marina siguió adelante. Y algún día la Corte Interamericana fallará, seguro a su favor.
Ese es, por ahora, el último capítulo de la terrible y sorprendente historia de Luz Marina Giraldo, la cirujana de las Farc, que a dos días del duelo colectivo que se llevará a cabo este martes a las 5 p.m. en la Plaza de Bolívar, con el fin de honrar la vida de 1.614 líderes sociales y 413 excombatientes de las Farc asesinados, rememora esa vida suya, tan triste y llena de matices, que la ha hecho víctima de todas las violencias.
CAMBIO: ¿Cómo es su vida? ¿Dónde nació?
Luz Marina Giraldo: Soy llanera. Nací en San Martín, Meta, en 1978. Mis padres eran campesinos de la región, y mi papá fue asesinado el 31 de diciembre de 1985, en una masacre que hubo en la vereda La Reforma.
CAMBIO: ¿Quién lo asesinó? ¿En qué circunstancias?
L.M.G.: Yo tenía siete años y nunca supimos por qué. Además, esa masacre fue borrada de la historia del Meta. Están registradas las que hubo en El Castillo, en El Dorado, en Puerto Rico, pero la de La Reforma no aparece.
CAMBIO: ¿Cómo sucedió?
L.M.G.: Estábamos en reunión familiar, departiendo con los vecinos y, de repente, llegó gente armada y mató a todo el mundo, en su mayoría hombres. Algunas mujeres salieron heridas, las esposas o hermanas que quisieron intervenir. Pero mi recuerdo es muy borroso. A los pequeños nos encerraron en una habitación, desde donde escuchábamos los gritos de la gente. Es un recuerdo de película de terror.
CAMBIO: ¿Por esa zona había paramilitares o guerrilla?
L.M.G.: En esa época yo no sabía de conflictos ni de nada. Pero históricamente es un territorio donde siempre la guerrilla y los paramilitares estuvieron en disputa.
CAMBIO: ¿Qué pasó en su vida después?
L.M.G.: Nos tocó salir de allí. Yo no entendía por qué un día teníamos una familia, un hogar, una casa y, al siguiente año, -pues era el amanecer del primero de enero de 1986-, ya no teníamos nada. O sí: un papá para enterrar.
CAMBIO: ¿Para dónde se fueron?
L.M.G.: Tengo recuerdos vagos de estar entre el dolor de que teníamos que enterrar a la carrera a mi papá y el de no saber para dónde coger. Mi mamá nos dejó en casa de un vecino en el municipio de Granada, mientras ella miraba a ver qué hacía. No volvimos a saber de ella porque la familia donde nos dejaron nos llevó para el Vichada.
CAMBIO: ¿Cómo fue su vida con esas personas?
L.M.G.: Fue horrible. Una vida de maltrato permanente. A mi hermano, por ejemplo, lo pusieron a raspar coca. Iba a cumplir 14 años.
CAMBIO: ¿Y a usted?
L.M.G.: A mí me ponían a cuidar unos niños, los hijos de la señora. Y a lavar ropa, a cocinar para trabajadores, a limpiar ollas. Pero ese no era el hecho: nos pegaban y maltrataban. En un momento desesperado, mi hermano se metió a las Farc y después volvió por mí y nos fuimos los dos para la guerrilla. Ya para esa época yo tenía 10 años.
CAMBIO: ¿Qué la animó a irse?
L.M.G.: El esposo de la señora intentó abusar de mí y, afortunadamente, cuando mi hermano se enteró, hizo todo lo posible por buscarme.
CAMBIO: ¿Cómo se enteró de que habían intentado abusar de usted?
L.M.G.: Estamos hablando de 1986, y entonces la autoridad en el Vichada era la guerrilla. Y todo lo que sucedía en la región lo sabían los guerrilleros.
CAMBIO: ¿Nunca más volvió a saber de su mamá?
L.M.G.: Mi hermano nunca paró de buscarla. Yo ingresé a la guerrilla y desde muy niña fui concentrada en campamentos de formación y fue allí donde empecé a estudiar, porque a mí realmente nunca me gustó la guerra ni las armas. Por muchos años no supe lo que era salir de un campamento, mientras que mi hermano sí: aprendió mecánica automotriz y lo mandaban a diferentes frentes, de modo que aprovechaba para buscar a mi mamá. Y la encontró. Por eso pude verla cuando yo tenía 17 años.
CAMBIO: ¿Por qué su mamá no volvió a buscarlos?
L.M.G.: Es que después de que una está en la guerrilla es muy difícil que la mamá vaya y con sólo decir “venga, entréguenme a mis hijos”, pueda recuperarlos. La guerrilla es muy complicada.
CAMBIO: ¿A qué frente llegó usted?
L.M.G.: Al XVI. El comandante en esa época era Óscar Palizada. Él murió como en 1989, en un bombardeo, no sé. Como desde tan niña me gustó estudiar, y no ir a la guerra, empecé a familiarizarme con todo lo relacionado con enfermería. Luego, en 1995, se conformaron unidades móviles de enfermeros, adonde yo entré. Mi mentor fue el actual representante a la Cámara Germán Gómez, alias Lucas, que es médico cirujano. Él me enseñó todo lo que tenía que ver con medicina, incluidas las cirugías.
CAMBIO: Y se hizo cirujana…
L.M.G.: Sí: soy médica cirujana, especialista en traumatología de guerra.
CAMBIO: ¿Cuál fue la cirugía más difícil que realizó?
L.M.G.: La de un impacto múltiple de tórax, donde estaban comprometidos los dos pulmones. El compañero tenía proyectiles de metralleta y se salvó gracias a nuestro equipo de médicos y a pesar de lo complicado de intervenir quirúrgicamente en medio del combate. Nosotros teníamos que atender a nuestros heridos en el mismo fragor del combate. Y mantener la calma para canalizar una vena mientras sonaban bombas y metralletas.
CAMBIO: ¿O sea que usted no participaba en combates por ser parte del grupo de médicos?
L.M.G.: Sí, aunque yo atendía en línea.
CAMBIO: ¿Qué quiere decir en línea?
L.M.G.: Atender en línea es estar muy cerca del lugar del combate. En mis inicios me tocaba sacar heridos del área de guerra y atenderlos ahí.
CAMBIO: ¿Cuál fue el combate más sangriento que le tocó?
L.M.G.: La toma de Mitú. Fue muy traumática. Me tocó ver morir a muchísimos amigos, a varios enfermeros con los que trabajábamos hombro a hombro. Nos marcó, tanto a los policías que estaban en la estación, como a los que aún sobrevivimos… Allí fue donde atendí al compañero herido con balas de ametralladora en los dos pulmones.
CAMBIO: ¿Usted tuvo que ver con el Mono Jojoy?
L.M.G.: Sí, afortunadamente sí. Para mí fue una gran persona. Vivía muy pendiente de que nosotros los enfermeros estuviéramos con todos nuestros instrumentos al día, que tuviéramos medicamentos. Decía que, así como los que iban a la guerra tenían munición, nosotros debíamos tener lo necesario. Y nos molestaba asegurando que nos iba a comprar ametralladoras, pero de jeringas.
CAMBIO: Usted ingresó a la guerrilla huyendo del maltrato y de la soledad. ¿Pero después cambió algo su motivación?
L.M.G.: Mi destino estaba muy enredado y si no me hubiera ido para la guerrilla hubiera terminado, no sé, en alguna casa de prostitución o tal vez consiguiendo marido a los 11 años. Estaría llena de hijos, sin ningún otro futuro. No creo que hubiera tenido una vida muy digna. Entonces, si bien es cierto que yo no ingresé por tener una ideología clara de la lucha social, por lo menos allí encontré una familia. Encontré mujeres y hombres que me cuidaron, que me protegieron, que me enseñaron, que me formaron y me llevaron a ser una mujer con principios, con ética, responsable y con el ideal de servirle al otro.
CAMBIO: ¿Y cuándo inició su vida sexual?
L.M.G.: A los 16 años.
CAMBIO: ¿La respetaron hasta ese tiempo?
L.M.G.: Realmente eso era muy voluntario. La sexualidad, durante toda mi vida en las filas, fue bajo mi entera responsabilidad. Nunca fui obligada a acostarme con Fulano o con Zutano o por esto o por aquello. Comenzar mi vida sexual y sentimental fue fruto de una decisión personal.
CAMBIO: ¿Cuándo se enamoró?
L.M.G.: Cuando conocí a Alexander Parra, a mis 17 años. Nos conocimos porque él llegó a la unidad donde yo estaba. Mi anterior novio, Julián, el que tuve a los 16 años, había muerto en combate hacía muy poco.
CAMBIO: ¿Cómo fue esa relación y esa muerte?
L.M.G.: Fue una relación muy corta. Él era comandante de una unidad, y murió en combate. Incluso nunca pudimos recoger su cuerpo porque se lo llevó el ejército. Fue muy traumático para mí, muy doloroso.
CAMBIO: ¿No le dieron ganas de volarse?
L.M.G.: No, porque una no estaba en la guerrilla por una relación sentimental. Para mí, la guerrilla era una familia y mi estabilidad no dependía de un noviazgo.
CAMBIO: ¿Cómo fue su encuentro amoroso con Alexander Parra, alias Rodolfo?
L.M.G.: Después de la muerte de mi primer compañero decidí no volver a tener lo que en la guerrilla se llamaba “un socio”. Me decía mí misma que si había aprendido medicina con tanta dedicación y había hecho el trabajo de posicionarme, no iba a dejar que un hombre empezara a controlarme. Rodolfo me gustaba, pero como estaba en la unidad del camarada Manuel, por seguridad, su vida era muy cerrada. Además, yo estaba muy acostumbrada y a gusto con mi libertad. Sólo cuando nos encontramos en la zona de distensión pudimos estar juntos, ya como pareja, por unos seis u ocho meses. Todo terminó en el año 2001, cuando fui capturada.
CAMBIO: ¿Cómo fue su captura?
L.M.G.: Yo estaba en el Frente 51 realizando unas pruebas de RH cuando venía subiendo una comisión del Frente 40 con unas personas retenidas que necesitaban un enfermero porque una de ellas sufría de hipertensión. El comandante decidió mandarme a mí a que estuviera pendiente de esa persona hasta su liberación.
CAMBIO: ¿Esa persona era un secuestrado?
L.M.G.: Sí. Yo fui capturada porque su familia no llevó la plata y el Ejército nos estaba esperando en una emboscada. Eso fue en Gutiérrez, Cundinamarca. Me llevaron al Buen Pastor.
CAMBIO: ¿Cómo la trataron?
L.M.G.: Uno de mis grandes temores siempre fue una captura por parte del Ejército y más en Cundinamarca, porque en esa época existía el batallón número uno, donde estaban las compañías contraguerrilla Cacique Timanco y Cacique Turmequé, que nos asesinaron a bastantes compañeras que fueron capturadas heridas. Las asesinaban, las violaban, las desmembraban.
CAMBIO: ¿A usted la torturaron?
L.M.G.: No. Afortunadamente, en el momento de la captura, el sargento que era comandante de la patrulla –y de quien nunca más volví a saber– se quitó su chaqueta y me la puso porque estaba lloviendo muchísimo en el páramo. Y les advirtió a los soldados que no me podían tocar. Fue un ángel de la guarda. Luego vi a mis compañeros muertos. Eran como 16 o 17.
CAMBIO: ¿Entró al Buen Pastor y cuánto duró presa?
L.M.G.: Cuando llego al Buen Pastor me doy cuenta de que estaba embarazada de tres meses. Pero como nunca había tenido documento de identidad y declaré que estaba en la guerrilla desde muy niña, y que no sabía dónde encontrar mi registro civil, les tocó soltarme por vencimiento de términos a los 11 meses.
CAMBIO: Entonces tuvo el bebé en la cárcel…
L.M.G.: Y salí con él a la zona de distensión, cuando tenía cuatro o cinco meses. Se lo llevé al papá para que lo conociera.
CAMBIO: ¿Y qué pasó con el bebé?
L.M.G.: Estuvo conmigo hasta cuando se supo que se iba a romper la zona de distensión. Entonces a mí me sacaron de allí y empecé a trabajar fuera, desde otros ámbitos, ya no con el uniforme. Luego tuve otro niño, también hijo de Alexander Parra. Pero entonces fui recapturada en el año 2007, y nuevamente terminé en la cárcel. A los niños –el mayor tenía seis años y el pequeño dos– se los llevaron a un hogar sustituto del ICBF. Yo pude verlos porque a través del trabajo de unas fundaciones ellos me visitaban en la cárcel.
CAMBIO: ¿Qué había pasado con el padre, Alexander Parra?
L.M.G.: En ese momento hacía parte de la dirección del Bloque Oriental. Yo no lo sabía, porque le había perdido el rastro. Y no volví ni siquiera a preguntar por él, porque por su condición de guardia de Marulanda era difícil de localizar. Sólo cuando volví a la zona de distensión nos encontramos. Y estaba soltero. Y nos enamoramos nuevamente.
CAMBIO: ¿Qué pasó cuando se reincorporó a la sociedad?
L.M.G.: Empecé un proceso de pedagogía de paz tras la dejación de armas. Rodolfo comenzó a trabajar en un proyecto que se llamaba ‘Ambientes para la Paz, Vida Digna y Reconciliación’, del Consejo Noruego con el PNUD.
CAMBIO: Y vivieron felices hasta el 24 de octubre de 2019, cuando se repite la historia que vivió a los siete años...
L.M.G.: Se repitió la historia. Mis hijos tuvieron que presenciar el asesinato de su padre a las ocho de la noche. Estábamos en la habitación trabajando en un informe y empezó a llover. Me fui a recoger una ropa colgada afuera cuando escuché los disparos. Herido, mi esposo trató de pararse, y los tipos lo remataron por la espalda.
CAMBIO: ¿Quiénes lo mataron?
L.M.G.: En la cárcel hay una persona que asegura ser el que disparó. La Fiscalía capturó a otros, pero los dejaron libres por vencimiento de términos. Eso pone en grave riesgo no solamente mi vida sino la de mis dos hijos, que fueron testigos. Hoy, casi todos los imputados están libres con excepción del que disparó el arma, que es un extranjero (venezolano).
CAMBIO: La Fiscalía determinó que el motivo del asesinato está vinculado con un hallazgo realizado por Parra relacionado con una red de narcotráfico que operaba a través de los vehículos de la Unidad Nacional de Protección, de la que al parecer hacían parte algunos excombatientes. ¿Fue gente de la Nueva Marquetalia?
L.M.G.: El juicio aún no ha empezado. Realmente nunca se ha sabido exactamente quién dio la orden, pero eso es lo que dicen las investigaciones. Si ellos fueron responsables, pues que lo descubra la justicia. Yo no me voy a involucrar en ello. Lo cierto es que mi esposo hacía su trabajo de reincorporación invitando a los compañeros a estar en la legalidad, a no retroceder en su intento de seguir en el proceso.
CAMBIO: Según informes oficiales, Alexander Parra había obtenido información que relacionaba a John Jairo Giraldo, alias Haider, con irregularidades en el ETCR. De acuerdo con los mensajes extraídos de su celular, un testigo protegido suministró información de números telefónicos que fueron interceptados, y desde los que se realizaron múltiples llamadas entre el coordinador de seguridad del ETCR, los sicarios y alias Robert, disidente de la Labor 40. Ese testigo fue quien transportó el 24 de octubre a las inmediaciones del ETCR a dos ciudadanos venezolanos, presuntos autores materiales del crimen. ¿Es así?
L.M.G.: Es correcto.
CAMBIO: Y se plantea la teoría de que el asesinato fue ordenado por el disidente de las Farc José Manuel Sierra Sabogal, quien inicialmente se había acogido al proceso de paz, pero fue expulsado por la JEP tras aparecer en el video publicado el 29 de agosto de 2019 junto a Iván Márquez, Jesús Santrich y alias el Paisa, donde revelaron su regreso a la lucha armada. ¿Eso es cierto?
L.M.G. Hay imprecisiones. Pero todo eso está en investigación. Lo que sí es cierto es que el juzgado de control de garantías dejó libre, en diciembre pasado, a alias Haider. Realmente nunca se ha sabido exactamente quién dio la orden, porque él nunca dijo quién la dio. El caso es que ya solamente está privado de la libertad quien disparó, que es alias Sander. Él reconoció su responsabilidad y se acogió a los beneficios de ser testigo protegido.
CAMBIO: ¿Pero fue gente de la Marquetalia?
L.M.G.: Eso es lo que dicen las investigaciones. Cuando sucedieron los hechos, a mí me decían: ‘escríbale a Fulano, pregúntele a Zutano, mándele una carta a Iván’. Yo dije: ‘no le voy a preguntar a nadie, no voy a escribirle a nadie’. Si ellos fueron responsables, pues que lo descubra la justicia. Yo no me voy a involucrar en eso porque termino también involucrada en cosas que no valen la pena.
CAMBIO: El caso es que Alexander había descubierto ‘torcidos’ hechos en carros de la Unidad de Protección. ¿Eso es verdad?
L.M.G.: Eso corresponde a una investigación judicial. Mi esposo hacía su trabajo de reincorporación invitando a los compañeros a estar en la legalidad, a no retroceder en su intento de seguir en el proceso. Los hechos por los cuales lo asesinaron sólo los saben los que lo asesinaron. Al dejar libres a los capturados perdimos la oportunidad de saber exactamente qué fue lo que pasó. Además, todo sucedió en época de pandemia, cuando se cancelaban las audiencias y había problemas de comunicación digital. Fue como la sumatoria de una cantidad de fallas en el sistema judicial.
CAMBIO: Pero usted puso una demanda a raíz del asesinato de su esposo.
L.M.G.: Sí, ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos porque mi esposo había recibido amenazas en varias ocasiones. A mí me habían dicho que me retirara de la campaña al Concejo en la que yo estaba si no quería terminar mal. Pero nadie tuvo en cuenta esa situación y finalmente él fue asesinado. Nosotros habíamos puesto todo eso en conocimiento de las autoridades y nadie hizo nada.
CAMBIO: ¿Qué pasó con esa demanda?
L.M.G.: Está andando. La CIDH estuvo indagando el año pasado sobre las medidas de protección que tenemos mis hijos y yo, y se llevó la sorpresa de que los culpables habían sido liberados.
CAMBIO: ¿Alguien le pidió retirar esa demanda?
L.M.G.: Sí, me lo solicitaron porque podía afectar los actuales diálogos de paz. Dije que no.
CAMBIO: ¿Quién se lo solicitó?
L.M.G.: Me reservo el nombre. Lo único que puedo decir es que el asesinato de mi esposo es un delito de lesa humanidad y no prescribe.
CAMBIO: ¿No fue el excomisionado de Paz Danilo Rueda?
(Luz Marina Giraldo guarda un largo silencio)
CAMBIO: ¿Qué sigue para usted ahora, Luz Marina?
L.M.G.: Seguir trabajando por esta paz tan esquiva. Y buscar a mi hermano, que está desaparecido, aunque sé que está muerto. Me lo desaparecieron cuando yo estaba en campaña al Senado por el Partido Comunes en 2022. Hay personas que reconocieron ya que lo habían asesinado y dónde dejaron el cuerpo. Pero resulta que está en un resguardo indígena, y no hemos logrado los permisos de la Guardia Indígena para sacar sus restos.
CAMBIO: ¿Cómo murió?
L.M.G.: Se había ido para Puerto Gaitán porque le gustaba la pesca. Y nunca volvió. Las autoridades capturaron a unas personas en la región, que dijeron que miembros de las disidencias lo habían ejecutado porque supuestamente era espía de la Policía y además tenía una hermana que era política y que era traidora de la revolución.
CAMBIO: ¿Cree que haya posibilidad de hacer la paz con las disidencias y con la Nueva Marquetalia?
L.M.G.: No podemos hablar de paz sin hechos de paz. Y lo digo, no como militante del partido Comunes, sino como firmante del acuerdo de paz, y como mujer que ha vivido la violencia del asesinato de los tres seres más cercanos a mí. No podemos hablar de paz y seguir llamándonos a nosotros traidores de la revolución. No podemos hablar de paz si no se reconoce que el acuerdo de paz de 2016 tiene todo por lo cual nosotros luchamos durante tantos años.
CAMBIO: ¿Y con el ELN, ve posibilidades de paz?
L.M.G.: Yo he escuchado a los compañeros del ELN toda la vida hablando de acuerdos de paz. Pero pretender que un ejército en armas sea financiado por el pueblo colombiano sin ninguna prebenda, tampoco creo que sea la salida. No sé si el pueblo colombiano esté resuelto a aguantarse eso. Porque a nosotros nos están dando un subsidio de sobrevivencia, pero no estamos en armas sino haciendo un proceso de reincorporación.
CAMBIO: Un proceso que ha costado muchos muertos...
L.M.G.: Yo creo que Colombia no puede seguir contando muertos. Los líderes sociales son la base fundamental de una sociedad comunitaria. Y asesinar un líder social es enterrar las esperanzas de una comunidad. Asesinar un firmante del acuerdo de paz es matar sueños y destruir familias. Y eso hace que la gente pierda la esperanza en un futuro mejor y, sobre todo, en la paz.
CAMBIO: Y este país lo que necesita es esperanza.
L.M.G.: Sí. Y ese es precisamente el sentido de la marcha en la que vamos a participar, este martes 20 de febrero, a las 5 p.m. en la Plaza de Bolívar en Bogotá. Su objetivo es hacerles un llamado a quienes están matando a los firmantes de paz y a los líderes sociales (disidencias de las Farc, Nueva Marquetalia, ELN y Clan del Golfo) para que no maten más. ¡Ni un muerto más! Queremos que la gente entienda que vamos a estar en la calle, no protestando por un cambio en una estructura X para beneficio de Y, sino rogando ‘no más’; para que ese mismo no más que escuchamos nosotros hace muchos años y que nos llevó a firmar un acuerdo de paz, les haga entender hoy que la causa revolucionaria no se alcanza asesinando firmantes ni líderes sociales. La causa revolucionaria es entender al pueblo y trabajar por él.
CAMBIO: Gracias, Luz Marina.
Nota: Escrito con el apoyo de Germán Hernández