La miel que acabó con la coca

Crédito: Fotos: Luca Zanetti

22 Octubre 2023

La miel que acabó con la coca

En Guainía, uno de los lugares más biodiversos y prístinos del planeta, una química y un biólogo colombianos y un zootecnista alemán, lograron que los indígenas dejaran atrás los cultivos de coca y se enamoraran de las abejas meliponas o sin aguijón. La miel que producen muestra cómo sí es posible polinizar el mundo y luchar contra las consecuencias del cambio climático.

Por: Texto: Alejandra de Vengoechea | Fotos: Luca Zanetti

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Para cambiar la mentalidad de los cultivadores de coca y el dinero fácil e ilegal, solo bastan 40.000 dólares bien administrados, cuatro años de constancia y volver a la naturaleza, la que todo lo sabe, la que todo lo cura. Pero hay que viajar a la comunidad indígena de La Ceiba, ubicada cerca de Puerto Inírida, la capital de Guainía, a una hora en avión desde Bogotá, y a un poco más de 45 minutos en lancha por el río Inírida. Y verlo.

Foto: Luca Zanetti
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Bajo la sombra de tilos y magnolias dormitan 195 cajas de madera de 25x25 centímetros pintadas en verde y azul. Se intuye un tesoro adentro en este lugar de la Amazonia que hace pocos años estaba forrado de coca, ese arbusto que ha convertido a Colombia en el primer productor mundial de esta droga.
 

Foto: Luca Zanetti
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Fabio Pérez, quien a sus 39 años dirige la producción de una de las mieles más excepcionales del mundo porque la fabrican abejas diminutas –miden entre dos y ocho milímetros– y vulnerables –no tienen aguijón que las proteja– retira con delicadeza la tapa de una caja racional, como él las llama, un nombre poco poético una vez se entiende lo que ocurre dentro: miles de abejas meliponas o sin aguijón hacen lo que tienen que hacer desde que aparecieron en el Cretáceo Inferior, hace 145 millones de años, cuando se separaron los continentes y se formaron las primeras aves: colectan el néctar de las flores, lo transforman y lo almacenan para producir una miel líquida, dorada, olorosa a frutas entre impecables construcciones geométricas estructuradas por hexágonos. Y polinizan. 
 

Foto: Luca Zanetti
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"Son el ser vivo más importante del planeta", explica Fabio. La agricultura del mundo depende  70 por ciento de las 20.000 especies de abejas que existen. Sin la polinización no podrían reproducirse las plantas de las que se alimentan millones de animales. Sin abejas, la fauna pronto desaparecería. 

Foto: Luca Zanetti
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¿Cómo este hombre de huesos duros con una de esas sonrisas que tranquilizan eternamente cambió su mentalidad? Es indígena del Guainía, uno de los lugares con mayor índice de pobreza: 46,5 por ciento frente al 12,2 por ciento en todo el país, según los datos publicados en 2022 por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane).

Aquí, en el quinto departamento más extenso de Colombia y el de menor densidad poblacional –53.000 habitantes, 70 por ciento indígenas– las personas escasamente llegan a quinto de primaria. Viven de la pesca, de una que otra venta de artesanía, de la mineria ilegal y de la coca.

Foto: Luca Zanetti
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La transformación le llegó sin pedirla, cuando en 2007 desembarcaron en La Ceiba Alexandra Torres, profesora de química de la Universidad de Pamplona (Norte de Santander), su marido, el zootecnista alemán Wolfgang Hoffman, especialista en abejas, y el biólogo Fernando Carrillo, director de la Fundación Aroma Verde, una de las 25 agencias especializadas en turismo de naturaleza. 

Foto: Luca Zanetti

Llevaban bajo el brazo un proyecto que buscaba desarrollo sostenible lo que, en términos prácticos, significaba enseñarles a los indígenas cómo vivir en la naturaleza con un producto legal –las abejas–, rentable –venderían lo producido a los turistas que llegarían a visitarlos– y útil para el mundo: 50 cajas racionales o unidad productiva, como la llaman, poliniza 1.256 hectáreas de bosque.

Foto: Luca Zanetti
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Gracias a la empresa suiza Ricola, que se interesó por esta forma de cambiar conciencias y financió el proyecto con 40.000 dólares, durante cuatro años estos tres científicos les mostraron a los habitantes de La Ceiba cómo se extraían las colmenas de los troncos, se instalaban en pequeñas cajas de madera y se multiplicaban.

El resultado fue mágico: poco a poco las abejas polinizaron –se calcula que una abeja poliniza 2.000 metros lineales de bosque– y aparecieron por toda La Ceiba árboles de mangos, de açai, de arrasá. La miel empezó a extraerse con pequeñas jeringas que llenaban frascos de 130 mililitros, la cantidad exacta para transportar en los aviones. Los turistas quedaron tan impactados con la Ruta de la Miel, como la bautizaron, que el producto se vendió en un abrir y cerrar de ojos. 

Foto: Luca Zanetti
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“Es un proyecto que genera oportunidades, sostenibilidad”, explicaría Fernando para quien la conservación de la naturaleza se convirtió en su razón de vivir desde hace poco más de una década, cuando llegó al Guainía con su esposa y sus dos hijos. “El turismo ha sido el vehículo para que un proyecto como el de las abejas funcione”, agrega. En efecto, cada vez que un turista viaja con Aroma Verde, seis dólares del total que paga se va en mantener el proyecto de las abejas. 
 
Por eso Fabio ya no se preocupa en cultivar coca. “Las abejas me salvaron”, reflexiona. “Era un indígena que supuestamente conocía la naturaleza, la protegía. Qué poca coherencia la mía. Me curaron el alma”. 

¿Cómo unas abejas derrotaron la codicia y transformaron seres humanos?  Guainía hace parte del Escudo Guayanés, una de las formaciones geológicas más antiguas del planeta. De forma irregular, esta estructura sufrió tal levantamiento, que dio origen a cerros y mesetas elevadas y de pendientes verticales, conocidas como tepuyes. “Es un espectáculo no apto para cardíacos” diría Andrés Hurtado, reconocido fotógrafo de naturaleza, al describir los tres cerros -Mavecuri, Mono y Pajarito- que se elevan en uno de los recodos del río Inírida y quedaron inmortalizados en El abrazo de la serpiente, la primera película colombiana en ser nominada a los premios Oscar en 2015.
Foto: Luca Zanetti

¿Cómo unas abejas derrotaron la codicia y transformaron seres humanos? 

Guainía hace parte del Escudo Guayanés, una de las formaciones geológicas más antiguas del planeta. De forma irregular, esta estructura sufrió tal levantamiento, que dio origen a cerros y mesetas elevadas y de pendientes verticales, conocidas como tepuyes. “Es un espectáculo no apto para cardíacos” diría Andrés Hurtado, reconocido fotógrafo de naturaleza, al describir los tres cerros –Mavecuri, Mono y Pajarito– que se elevan en uno de los recodos del río Inírida y quedaron inmortalizados en El abrazo de la serpiente, la primera película colombiana en ser nominada a los premios Oscar en 2015.

Foto: Luca Zanetti
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Desde esas imágenes el turismo se cuadruplicó: de 400 visitantes que Aroma Verde recibió en 2019, pasó a 1.800 en 2022. “Aquí me doy cuenta de lo diminuto que soy en el universo. Me siento humilde, agradecido”, diría un turista de 28 años que se gana la vida como disk jockey. Es un mundo tan antiguo, tan poco intervenido, tan inocente, que es en Guainía donde se siente que sí es posible convivir sin rabia, en paz. Y las abejas están poniendo su cuota de enseñanza. 
 
Enseñan, por ejemplo, a que todo funcionaría mejor si se trabajara en conjunto. “Cada una de ellas está dispuesta a desempeñar el papel que se les asignó dentro de la colmena. Su sociedad es como un reloj: lleva un ritmo preciso para poder alcanzar los objetivos”, explicaría el biólogo Rodulfo Ospina, a la cabeza de una de las colecciones únicas en el mundo: el laboratorio de abejas de la Universidad Nacional donde están archivadas y catalogadas 40.000 ejemplares de abejas.

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La colmena, sin embargo, tiene una debilidad: sus propios habitantes. Por naturaleza, la colmena está hecha de cera que soporta hasta los 37ºC. Ante la amenaza de que se derrita, las abejas obreras se empapan de agua y mantienen fresca la cera. “Son las mismas abejas las que trabajan por mantenerla viva”, agrega Ospina. 

La lección de todo esto es simple: uno existe para los demás. No al revés. 

Foto: Luca Zanetti
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