La historia secreta de la salida de Mauricio Lizcano
23 Abril 2023

La historia secreta de la salida de Mauricio Lizcano

Mauricio Lizcano saldría esta semana de la Secretaría General de Presidencia.

Crédito: Jorge Restrepo

El secretario general de la Presidencia saldrá de su cargo en los próximos días. Perdió un pulso de poder con la jefa de gabinete, Laura Sarabia, y su retiro le abre el camino a un político desconocido, cuestionado y poderoso.

Por: Redacción Cambio

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Mauricio Lizcano saldrá esta semana de la Secretaría General de la Presidencia por una razón tan inexplicable como la que lo puso en el puesto. Llegó al corazón de Petro quince días antes de la posesión y fue designado en el cargo que por años se consideró el más poderoso de Palacio. A su trayectoria electoral como representante, senador y presidente del Congreso; le sumaba una importante dosis de preparación. Recién llegaba de estudiar en las prestigiosas universidades de Harvard y MIT. Un congresista armó un gracejo con el nuevo papel de Lizcano: “Ahora MIT quiere decir manzanillo y técnico”. Dada su cancha política todo el mundo esperaba que fuera el hombre del “computador” de Presidencia, que apacentara a los congresistas, se entendiera con los directorios políticos y que tuviera el oído del presidente. Nada de eso pasó. La jefa de gabinete, Laura Sarabia, de apena 29 años de edad, politóloga de la Universidad Militar Nueva Granada e hija de un sargento mayor de la Fuerza Aérea, fue tomando discretamente las riendas de la Casa de Nariño y se convirtió en la médium para invocar la presencia de Gustavo Petro, quien tiende a aislarse incluso de sus ministros.

El pulso de poder entre Sarabia y Lizcano arrancó en los albores de la administración por una razón que parecía baladí: la oficina más cercana a la del jefe de Estado. Los dos querían el mismo lugar de trabajo, un espacioso aposento con grandes ventanales hacia la Plaza de Armas y el patio Núñez; y lo más importante con una puerta lateral que permite el paso directo al despacho presidencial. Mientras que todos los demás funcionarios deben llegar a la oficina del mandatario a través de un corredor central, al habitante de la privilegiada oficina no le toca anunciarse, le basta con abrir su puerta para encontrarse con el recinto de las secretarias ejecutivas suya y del presidente. Un paso más y queda frente al escritorio del mandatario. En todos los palacios la proximidad con el jefe de Estado es el símbolo más evidente de poder. En muchos casos ese poder se mide en metros o en yardas. 

La pelea la ganó Laura Sarabia. Se quedó con el codiciado despacho y Mauricio Lizcano fue relegado al otro lado del corredor a la que históricamente ha sido la oficina de la secretaria privada, también muy importante pero de un nivel distinto a la Secretaría General. 
Ese fue apenas la primera batalla de una guerra fría que había empezado años antes por cuenta de la mala relación entre Mauricio Lizcano y Armando Benedetti, el mentor político de Laura Sarabia. Hace nueve años Lizcano y Benedetti eran senadores del Partido de la U y los dos aspiraban a la Presidencia del Congreso. En una agitada junta partidista terminaron yéndose a los puños. Como resultado del incidente surgió un tercer aspirante, Iván Name, que se quedó con el puesto mientras que los dos contendores eliminados siguieron odiándose para siempre. El sinsabor que no se superó terminó heredándolo Laura Sarabia quien antes de trabajar con Petro fue miembro de la Unidad de la Trabajo Legislativo de Benedetti.

Otro incidente que le causó considerable desgaste a Mauricio Lizcano fue la compra de enormes televisores y cobertores de plumas para la Presidencia y la Vicepresidencia. En medio de las decisiones que tiene que tomar el director del Departamento Administrativo de la Presidencia esto parecía un asunto menor. Sin embargo, la adquisición terminó siendo utilizada para mostrar a los líderes del nuevo gobierno de izquierda como aburguesados, inconsecuentes y derrochadores. A la hora de buscar las responsabilidades muchos ojos, incluyendo los de la primera dama Verónica Alcocer, se dirigieron hacia Lizcano. Ese desgaste con la familia presidencial recortó su margen de influencia muy al comienzo del gobierno.

Tratando de recuperar la iniciativa, Lizcano se convirtió en abanderado de un proyecto de reforma al Departamento Administrativo de la Presidencia de la República. Puso en el organigrama la mayoría de las consejerías a depender de él, y solo una a reportarle a Laura Sarabia. Lo que no calculó fue que ella quedó con manos y tiempo libres para dedicarse exclusivamente a la atención del presidente Petro, con lo cual su rival se desdibujó más. Por un lado se convirtió en la eficiente ejecutora de la voluntad del mandatario y por otro en el paso obligado para todo aquel que quería ver o hablar con el jefe de Estado. 

El secretario general fue perdiendo influencia no solo adentro sino afuera. Como Laura controla en la práctica la firma de los decretos y los nombramientos burocráticos, las promesas de Lizcano a sus antiguos colegas del Congreso frecuentemente quedaban en nada, y él empezó a volverse irrelevante en el intercambio político.  Muy pronto el ministro del Interior, Alfonso Prada, se percató de que era Laura quien tenía el oído del presidente y después de Prada todos los ministros. Así Mauricio Lizcano, expresidente del Senado, ahijado de matrimonio de Álvaro Uribe y hombre cercano a Juan Manuel Santos terminó convertido en un simple aprobador de facturas y pagador de cuentas de la Presidencia de la República.

Como si le faltaran problemas, Mauricio Lizcano tuvo que afrontar un conato de escándalo de acoso sexual proveniente de una presunta denunciante anónima que, sin aclarar circunstancia de modo y tiempo lo acusó de haber usado su poder como presidente del Senado para obtener sus favores. La defensa para Lizcano lo ponía frente a una ecuación imposible ya que debía demostrar que no había pasado algo que nunca estuvo claro. El señalamiento anónimo no podía prosperar pero la simple sospecha le causó un daño grande a su reputación.

Lizcano capoteaba sus líos al tiempo que el prestigio de Laura Sarabia seguía en ascenso. Quienes la han tratado reconocen en ella su capacidad de trabajo, discreción y sobre todo su eficiencia. Es una persona ordenada que aprendió rápidamente a navegar las aguas del gobierno y a saber quién puede resolver cada situación. Esas características la volvieron necesaria para el presidente Gustavo Petro quien esta semana, en medio de su gira por Estados Unidos, elogió públicamente sus virtudes. Al dirigirse a la Asamblea General de la OEA dijo: “Laura Camila Sarabia es una de las personas más jóvenes y que más liderazgo tiene en mi país y en el gabinete”. Por su parte el presidente del Senado, Roy Barreras, también en el marco de la visita presidencial afirmó: “No soy pródigo en halagos pero en esta visita oficial es notable la capacidad de trabajo y orientación en la toma de decisiones de Laura Sarabia. Las jóvenes profesionales colombianas sólo necesitan una oportunidad y suelen demostrar que son mejores”. 

Mientras Laura Sarabia se bañaba en Washington en tamaña cascada de elogios, Mauricio Lizcano se percataba en Bogotá de que su salida solo era cuestión de tiempo. Fuentes cercanas a la Casa de Nariño le aseguraron a CAMBIO que antes de salir de viaje, Petro y Lizcano hablaron del eventual retiro y del posible destino del aún hoy secretario general. Las alternativas van desde el Ministerio de Ciencia y Tecnología hasta el asfalto pasando por varias posibilidades diplomáticas y consulares: La Embajada en el Reino Unido que sigue vacante esperando un huésped ilustre o el menos elegante consulado en Miami que dejará libre el general William Salamanca, designado como nuevo director de la Policía. Sea cual sea la alternativa, lo claro es que el tiempo de Mauricio Lizcano en la Casa de Nariño se acerca a su final.

El más probable reemplazo de Lizcano es un político muy cuestionado de Santander, a quien Gustavo Petro le debe la división de la Alianza Verde que en la práctica significó el nocaut de la candidatura de Sergio Fajardo y la división  de la bancada verde que se repartió entre la Coalición de la Esperanza y el Pacto Histórico. El autor de esta proeza y muy probable nuevo secretario general de la Presidencia se llama Carlos Ramón González. Un camaleón que fue guerrillero del M-19, tuvo alianzas con el parapolítico Luis Alberto ‘el tuerto’ Gil, después con el expresidente Álvaro Uribe a favor de Enrique Peñalosa y acabó compartiendo la dirección de los verdes con Antanas Mockus.

La mayor virtud de González es moverse en las sombras. Desde hace 20 años no es candidato a nada pero en la práctica es el dueño del Partido Verde y en sus manos tiene el bolígrafo de los avales. Todo arrancó en 1994 después de una estruendosa derrota electoral de la AD M-19. Tras ser uno de los partidos más votados para la Asamblea Nacional Constituyente quedó reducido a una curul en la Cámara tres años después. Cuando nadie pensaba que la razón social M-19 tuviera algún futuro,  González se quedó con el cascarón. Luego le cambió el nombre a Opción Centro, después la rebautizó como Opción Centro Verde, y ahora es la Alianza Verde. 29 años después, conserva la propiedad de ese partido y su codicia y ahora podrá ejercer desde uno de los puestos más poderosos de Colombia, con un control casi omnímodo sobre la contratación estatal. Un sector que no le ha interesado a la fulgurante jefa de gabinete, Laura Sarabia.

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