En esta ocasión, el profesor Pompilio Iriarte se detiene a meditar sobre la locura. La elogia, como Erasmo de Rotterdam, pero también nos preguntamos si, como los demás autores de esta sección, además la padece.
Elogio de la locura
«Escribe —me dice Ester—
tus décimas optimistas
a ver si los gobiernistas
persisten sin decaer».
«¿Y quién me las va a creer?»,
le pregunto sin sarcasmo.
«La locura —dice Erasmo—
ganará vuestra batalla.
Va el país de falla en falla
sin perder el entusiasmo».
La locura humana es tal
que tenemos que educarnos
para vivir sin matarnos
en un mundo criminal.
En patria tan demencial
donde la paz es arenga
y el que es pícaro devenga
lo que le asigne el padrino,
por caprichos del destino
no hay mal que por bien no venga.
Aunque cierres la ventana,
seguro se mete el viento
y, a veces, los ventarrones.
Es nuestra sandez humana
el mayor impedimento
para tomar decisiones
con sabiduría de viejos.
En vez de callar e irse,
siempre tratan de lucirse
los tercos y los pendejos.
Hay una línea muy fina
entre cretino y tozudo,
entre idiota y testarudo
que los une y avecina.
No lo digo por inquina:
de odios, pocón pocón.
Esperen la convención
del partido. Ya verán
si son todos los que están
y están todos los que son.
Descartes, ¿habrase visto
tal insania en tantos tercos?
Sean godos o sean mamertos,
dicen: «Pienso luego insisto».
No, señores, si persisto
en tan pétrea terquedad,
reafirmo la necedad
de toda mente pequeña
que inútilmente se empeña
en defender «su» verdad.
Astilla: el tacto histórico
Pues la salud me preocupa,
al iridólogo vine
a pedir que me examine
el iris con una lupa.
Me examinó el doctor Pupa.
Diagnosticó prostatitis,
hemorroides y cistitis.
«Ay —le dije al mediquillo—,
¿me va a tentar el fundillo
a ver si hay conjuntivitis?».
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