Así se salvó Juan Arredondo, fotógrafo colombiano herido en Ucrania
Una semana después de la muerte de su amigo Brent Renaud, Juan Arredondo le hizo un pequeño homenaje en Instagram con esta foto y este texto: "Fue un mentor, un colega pero, sobre todo, un buen amigo y uno que se preocupaba profundamente por mí".
Crédito: Juan Arredondo
Desde una cama de hospital en Varsovia, Polonia, el fotógrafo colombiano Juan Arredondo contó las circunstancias en que un soldado, al parecer ruso, le disparó con un AK47, causándole una herida a él y acabando con la vida de su amigo Brent Renaud, un afamado documentalista que se convirtió en el primer periodista estadounidense en morir en esta guerra.
Por: Simón Posada Tamayo
Juan Arredondo no recuerda haber tenido alguna señal mística o una intuición especial que le indicara el peligro que corría en la mañana del 13 de marzo de 2022, cuando un soldado, ruso al parecer, se levantó de una trinchera con un AK47 y le disparó al Lada Niva en el que atravesaba un barrio residencial bombardeado en Ucrania. La noche anterior había dormido en una penumbra absoluta interrumpida por algunas sirenas que alertaban bombardeos. La recomendación que le hicieron en el hotel de Kiev, donde se hospedaba con su amigo Brent Renaud, un afamado documentalista estadounidense, era que no abrieran las cortinas ni prendieran las luces de la habitación. Se levantaron a eso de las siete de la mañana, desayunaron avena, un par de capuchinos, charlaron con su traductor sobre qué iban a hacer ese día y decidieron ir a Irpin, una ciudad a orillas de un río del mismo nombre, que antes de la invasión rusa solía tener alrededor de 62.000 habitantes, varias empresas y una escena futbolística importante en Ucrania.
Renaud y Arredondo se habían conocido en la Universidad de Harvard como becarios del Nieman Journalism Lab, se habían vuelto grandes amigos a pesar de que Renaud era muy reservado. Sufría de asperger, una condición que le hacía difícil socializar, pero que, a su vez, potenciaba su concentración y entrega para el trabajo periodístico. Renaud había crecido pobre en Little Rock, Arkansas, y Arredondo piensa que eso le había dado la capacidad de acercarse a las personas de igual a igual, sin juzgarlos y siendo muy amigable. El documentalista estadounidense Christof Putzel le dijo a CNN que "si había algo más grande que las bolas de Renaud, era su corazón".
En su cuarto documental juntos, esta vez para Time Studios, Renaud y Arredondo buscaban mostrar cómo se daban los fenómenos migratorios alrededor del mundo por distintas razones, desde violencia doméstica hasta guerras y desastres naturales. Ya habían estado en Grecia, Guatemala, la frontera de México y Estados Unidos e iban para África, pero se les atravesó en medio la guerra en Ucrania y las personas que pasaban de Irpin a Kiev en su camino hacia Polonia, huyendo de la guerra, eran una oportunidad que no podían perder para documentar qué hace que una persona deje todo atrás en busca de una vida mejor.
Irpin está a 46 kilómetros de distancia de Kiev, pero las paradas en puestos de control y tener que conducir esquivando barricadas hizo el recorrido interminable. Cuando por fin llegaron a la entrada de Irpin, el traductor, al parecer, sí sintió algo o vio alguna señal con su instinto y dijo que no se sentía cómodo avanzando más. Renaud y Arredondo continuaron con el conductor hasta donde podían llegar los vehículos de prensa, así que empezaron a caminar. Grabaron imágenes de una iglesia incendiada, se cruzaron con muchos perros que se acercaban a pedir comida y un grupo de chivos caminando en manada y unos reporteros aglomerados, también en manada, alrededor de un puente bombardeado sobre el río Irpin que se ha convertido en una de las postales más icónicas de esta guerra.
Renaud y Arredondo no podrían considerarse periodistas de manada. Todo lo contrario. La gente que trabajó con ellos solía no soportar sus jornadas de 19 horas hasta conseguir la historia perfecta. Una vez persiguieron la devastación de un tornado por varios días, durmiendo solo un par de horas por noche y reportando historias de rescatistas y personas que cocinaban costillas barbecue en medio de la devastación para alimentar a los damnificados. En los refugios antibombas de Ucrania, por ejemplo, se quedaban hasta que los sacaban, pero si hubiera sido por ellos se habrían quedado a dormir con las personas para tener la inmersión que hacían a sus historias únicas.
Es por eso que en ese puente bombardeado y lleno de periodistas se hicieron la pregunta de “¿de dónde viene toda esta gente?”. Supieron que a las afueras de Irpin había otro puente desde donde llegaban las personas y empezaron a caminar hacia allá. Su idea no era llegar a la línea de fuego. Arredondo considera que después de varios fotógrafos estadounidenses muertos en diversos conflictos, como Chris Hondros y Tim Heatherington en Libia, por ejemplo, esa idea romántica del fotógrafo entre las balas, inaugurada por Robert Capa en el desembarco de Normandía en la Segunda Guerra Mundial, está cada vez más devaluada. Él, en cambio, ha querido hacer las historias de humanidad en medio del dolor de la guerra: las mujeres que les cocinan a los soldados, las mujeres que hacen mantas de camuflaje con uniformes viejos, excombatientes de las Farc que crean un club de fútbol, entre otros.
Algunos vehículos con banderas blancas, que estaban ayudando a llevar y traer personas, paraban a preguntarles hacia dónde iban, pero no les entendían el idioma. El conductor del tercer vehículo, un Lada Niva, sabía un poco de inglés y pudieron hacerle entender que iban hacia el puente de dónde llegaban todas las personas. Arredondo se subió en la parte trasera y Renaud en el asiento del copiloto, donde dijo sus últimas palabras en vida: “Menos mal nos subimos acá, porque se ve que el puente está muy lejos”.
En un momento del recorrido el conductor les indicó que estaban pasando por el primer complejo residencial que habían bombardeado los rusos en la zona. A 30 o 40 metros de allí vieron un puesto de control en la calle. Bajaron la velocidad para poder esquivar las barricadas haciendo un zig zag, Arredondo iba mirando por la ventana y reconoció una trinchera, de la que salió alguien uniformado con un AK47 y empezó a disparar. Los soldados ucranianos y rusos tienen uniformes similares. Para diferenciarse, los ucranianos están usando cintas azules o amarillas en el brazo, pero Arredondo dice que en ese instante no tenía cabeza para fijarse en esos detalles. Él no cree que haya sido un soldado ucraniano porque no tendría motivos para dispararle a un vehículo civil.
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"Lo mío ha sido una cosa de coincidencias, suerte, de cosas que se han alineado para que yo pueda estar donde estoy".
Juan Arredondo.
“Yo grito ‘nos están disparando’, me tiro al piso del carro y los disparos empiezan a sonar... El conductor lo que hace es una U, se devuelve y nos vuelve a poner en el medio de la emboscada y ahí es que comienza esta lluvia de plomo que yo no sé cómo describir ni quiero recordar en este momento, pero dije ‘aquí me morí’. Mi último pensamiento fue mi mamá, ‘me morí, qué pesar’. Cerré los ojos, yo le gritaba al conductor que le diera más rápido cuando sentí el impacto en la nalga, ‘jueputa, me pegaron’, pero dije eso en inglés, ‘I got shot’, y en ese instante miré hacia arriba, vi que mi amigo se estaba recostando hacia el conductor y tenía una perforación en el cuello. Yo le cogí el cuello para taparle esa herida pero sentí que ya estaba muerto”.
Arredondo dice que después de eso le falla la memoria y no recuerda bien los hechos. Escuchó un sonido fuerte, como si el Lada Niva se hubiera averiado y vio al conductor hacerle señas a otro automóvil civil. Él intentó hablarle a Renaud pero no lo escuchaba. Empujó la silla hacia adelante y su amigo cayó contra el tablero del vehículo. Él intentó salir rápido para evitar que llegaran a dispararle y rematarlo, pero los conductores de ambos vehículos lo montaron a otro vehículo y dejaron el cuerpo de Renaud en un andén.
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"Las mujeres empezaron a mirar en las redes sociales quién era yo y se acercaron a decirme que yo era un héroe, que gracias por haber ido a su país, que lo que yo había hecho era un acto heroico, eso fue muy conmovedor, demasiado. Yo pensaba ‘¿héroe? Pfff, ¿un héroe yo?'". Juan Arredondo.
“Yo decía ‘Brent, Brent, Brent”, pero ese man arrancó entreputado y yo me sentía mal. Me metí la mano a la nalga para tapar el sangrado, empecé a sentirme frío, a marearme… yo siempre tengo ese recuerdo de esa biografía de Jon Lee Anderson del Che Guevara donde hieren por primera vez al Che Guevara en la Sierra Maestra y él describe muy bien ese tiro y ese frío que él empezó a sentir y cómo se empezó a desmayar. Recuerdo mucho ese pasaje y en ese momento dije ‘esto es lo que sentía ese man’”.
El conductor llevó a Arredondo al primer puente, donde estaban los periodistas en manada. Varios sacaron la cámara para fotografiarlo, él recogió todos los equipos que pudo, intentó caminar pero se desplomó. Alguien lo subió a una camilla. Sólo quería saber dónde estaba Brent y dónde estaban las cámaras. Una ambulancia lo recogió y lo llevó a un hospital pediátrico donde, por pura casualidad, había tres miembros de Médicos sin Fronteras, uno de ellos una autoridad mundial en heridas de bala. “Lo mío ha sido una cosa de coincidencias, suerte, de cosas que se han alineado para que yo pueda estar donde estoy. Médicos sin Fronteras me salvó, eso quiero que quede muy claro. Esos tres médicos entraron a todas mis cirugías y asesoraron sobre cómo hacerlas y por qué eran necesarias”, afirma. En ese lugar tuvo que dormir en un búnker rodeado de niños con cáncer terminal, a los que les hacían quimioterapia en medio de sirenas que anunciaban los bombardeos rusos.
Uno de los doctores de Médicos sin Fronteras le dijo que tenían información de que iba a haber un bombardeo y que debían evacuar el hospital. Si Arredondo decidía quedarse para recuperarse allí, tendría que enfrentar la incertidumbre del bombardeo y del toque de queda posterior, que podría ser muy largo. En solo dos horas lograron evacuarlo en una ambulancia a un vagón de tren en la estación de Kiev. Ahí tuvo que ver y vivir en carne propia la historia que había ido a reportar: “Todas estas mamás, hijas, sobrinas, tías, despidiéndose de sus hombres, de sus seres queridos, llorando, doce horas en una camilla en un tren. Creo que ha sido el viaje más delirante que he tenido en mi vida. En un momento las mujeres nos empezaron a cantar, ¿sabes? No sé qué canción me cantaron, pero eso fue súper emotivo, y las mujeres empezaron a mirar en las redes sociales quién era yo y se acercaron a decirme que yo era un héroe, que gracias por haber ido a su país, que lo que yo había hecho era un acto heroico, eso fue muy conmovedor, demasiado. Yo pensaba ‘¿héroe? Pfff, ¿un héroe yo? Por Dios’. Eso fue el máximo momento de humanidad y de amor que la gente le puede expresar a uno, un completo extraño en una tierra extraña”.
Llegó a Lviv, la sexta ciudad más grande de Ucrania, un importante centro cultural del país con un casco histórico que es patrimonio de la Unesco y que sobrevivió casi intacto a las ocupaciones alemanas y soviéticas en la segunda guerra mundial. En las últimas semanas han envuelto monumentos en espuma y materiales a prueba de fuego, han guardado obras de arte en refugios y protegieron los vitrales de la iglesia central de la ciudad con mallas metálicas. Arredondo estuvo allí en otro hospital por unos días, donde le hicieron resonancias magnéticas en todas las partes de su cuerpo y se dieron cuenta de que una esquirla de la bala seguía en su cuerpo y tenía una infección en el recto. Marcel, el experto en heridas de bala de Médicos sin Fronteras, les dijo que la bala no representaba un peligro grave en ese momento, así que se centraron en atacar la infección. Hasta que el viernes 18 de marzo, cinco días después de haber sido herido, se despertó y lo primero que escuchó fueron las sirenas. Pensó que se trataba de un simulacro, pero el sonido distintivo de la explosión de nueve bombas le hizo caer en cuenta de su error. Empezó a llamar a Nueva York en busca de ayuda. La Universidad de Columbia, donde dicta clases, asumió su evacuación y lo llevaron en ambulancia hasta Varsovia, la capital de Polonia. El embajador de Estados Unidos en Polonia estuvo pendiente de Arredondo y colaboró en el rescate y repatriación del cuerpo de Renaud. Javier Darío Higuera, el embajador de Colombia, lo visitaba a diario e incluso le dio un regalo. Marta Lucía Ramírez, canciller y vicepresidente de Colombia, lo llamó a saludarlo y a darle su pésame por la muerte de su amigo.
Arredondo aterrizó en Nueva York el viernes 25 de marzo, después de una escala en Islandia. Tiene un cuadro anémico, perdió la mitad de sangre de su cuerpo, le tuvieron que hacer tres transfusiones de sangre, tiene una infección, una bacteria que no han podido combatir y su herida debe ser lavada y refrescada de manera continua para evitar más infecciones. No sabe si la esquirla de bala saldrá de su cuerpo en algún momento, pero por ahora agradece que solo haya perforado tejido muscular y haya entrado sin tocar una vena, una arteria ni el fémur.
Al preguntarle si volvería a Ucrania, no lo duda un segundo. Siente que el periodismo hoy en día es más necesario que nunca antes. “Es supremamente importante la función que estamos haciendo. Esto no me va a hacer parar, esto me está nutriendo. Todo lo contrario. Me va a hacer madurar y obviamente me va a dar otra perspectiva de cómo se debe hacer reportería, qué implica, los riesgos. Y ahora que estoy entrando en la docencia es muy importante transmitirle eso a las nuevas generaciones. Entonces yo creo que esto no va a hacer que yo pare. Esto es una pasión, esto habla por mí, yo soy esto, yo no soy otra persona sino esto”.