Anatomía de la Scaloneta
19 Diciembre 2022

Anatomía de la Scaloneta

Lionel Messi, el astro argentino, y Lionel Scaloni, el entrenador del conjunto albiceleste, fueron fundamentales para lograr el triunfo del país austral durante el torneo mundial en Catar.

Crédito: Fotoilustración: Yamith Mariño Díaz

Un análisis del triunfo de la selección de fútbol de Argentina en la Copa Mundial de la Fifa Catar 2022.

Por: Sebastián Nohra

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Messi no necesitaba ganar la Copa del Mundo para tener la consideración que varios le negaban hasta el penalti de Montiel, esperando que aprobara ese requisito. Hace tiempo se había ganado un pase a la eternidad. En una final la distancia entre ser campeón o no a veces es el pie tipo handball del Dibú Martínez a Thuram en el minuto 120 o el mano a mano que tuvo Palacios contra Alemania en el minuto 112. Son detalles pequeños. Son monedas al aire que no deben cambiar demasiado la esencia de lo que es un equipo, de una carrera. 

Caiga cruz o cara la moneda hacía falta llegar a Catar con un talego de razones y herramientas para mirar a los ojos a Francia y competir en un fútbol de selecciones que en mundiales ya no tiene equipos decorativos. Ya, en buena hora, África y Asia se acercaron mucho. Ya hay que hacer un partido completo para ganarle a Arabia Saudita. 

Scaloni había llegado a ese partido debut con un intimidante invicto (35) y un once que nos salía recitado de corrido salvo por la lesión de Lo Celso. Pero el Mundial le ofreció un nuevo mapa y las circunstancias y los rivales le fueron marcando en cada partido la alineación y la propuesta, no al revés. La política fue presentar siempre un once a tope físicamente y darles alas a los jugadores que ofrecieran buenas señales. Se trataba de martillar el momento.

Ahí tumbaron la puerta Nahuel Molina, Enzo Fernández, Julián Álvarez y Mac Allister. El equipo mostró varias caras y no lastimaba al rival de la misma manera. Fue rico y versátil. Lo constante fue un Messi descomunal que se preparó con mucho tacto para su último Mundial y su cuerpo así le respondió. Jugó todos los minutos, terminó varios partidos inclinando la cancha con su juego y por momentos vimos ese jugador que, como los fórmula 1, tienen un cambio más que los otros carros. Nos regaló rezagos del Messi supersónico de hace una década que hacía temblar la cancha cada vez que encaraba de afuera hacia adentro.

Ya no va cortando la cancha apilando rivales pero sigue conduciendo con la pelota cosida a su zurda y sigue provocando que varios defensas lo marquen al tiempo, para así liberar espacio a sus compañeros. Apareció en momentos bisagra del torneo abriendo partidos que no estaban siendo fáciles: el gol contra México de fuera del área, el pase telescópico a Molina contra Holanda y el primer tiempo contra Australia. 

El 10 estaba rápido y fresco pero su performance fue redondo. Lo vimos en modo capitán y supo que tenía que ser eje del equipo en la cancha y padre del grupo afuera. Siempre dio declaraciones después de todos los partidos, fue a ruedas de prensa, sacó su lado más barriobajero contra Holanda y, quien lo siguió con atención desde las gradas, lo pudo ver dirigiendo y ordenando como nunca antes. Vimos a un Messi total. 

El equipo fue creciendo con los partidos. Cada rival era más difícil y el nivel del juego también crecía. Sin Lo Celso y un Paredes lejos de su mejor versión, Enzo y Mac Allister dieron un paso al frente. Le dieron al equipo vitaminas para robar pronto y ganar duelos en el medio. 

Pero todas estas virtudes del equipo contaron con un colchón que no tuvo ninguna otra selección. Jugar cinco de siete partidos en Lusail Stadium como si fueran locales acompañados con 50.000 argentinos que viajaron de Mar del Plata al desierto soñando con lo improbable, con la última bala del 10, fue un combustible fundamental a lo largo del Mundial. 

La cultura futbolera de barrio, de la cábala, del banderazo y del aguante se tomó Doha. Y como todo evento masivo, hoy lo palpitamos más en las redes sociales que en las calles, pareciera que el Mundial no dejó duda de cuál es el pueblo más futbolero del mundo. Si tenemos en cuenta los altos precios de Catar y la trepada de la inflación y devaluación en Argentina que asfixia al trabajador, lo que sucedió fue un delirio total. 

Eso no fue un detalle de color. Con ese calor, las canciones que se regaron como pólvora en Doha y otros detalles fueron creando un magnetismo especial con otros turistas y personas relevantes del Mundial. Los de Scaloni generaron un clima de opinión favorable, un aprecio que no sobre tener al lado. 

Según avanzaba el Mundial, la gente y los jugadores le añadían detalles al relato mundialista para darle tono de épica, como les gusta a los argentinos. El factor Agüero era conmovedor, el stream del “peluqueado Beckham” de Pepu Gómez, las coincidencias con fechas y números con el Mundial del 86 que salían a cada tanto, la conmemoración de los dos años de la muerte de Maradona días antes del debut, entre otros. Parecía que no había otro destino posible que el de ser campeón.

Claro, pero en la final estaba Francia con un Mbappé intratable y el regreso del mejor Griezmann. Pero Argentina jugó los mejores 45 minutos de la era Scaloni para empezar a bordar la tercera estrella en el escudo. Pero esta historia que, si la miramos bien desde su origen, fue una cadena de hechos poco probables, no podía terminar con una goleada tranquila como se presumía. Terminó siendo la madre de las finales. Un guion escrito por un demente. 

Esta Copa del Mundo es una obra de autor de Messi y Scaloni. Tiene su sello. Pero en la foto debe haber también un lugar para  gente como Pékerman, Gallardo y Sabella. Su sabiduría y capacidad de docencia en la formación de parte del plantel y cuerpo técnico fueron definitivos para recuperar el molde de jugador argentino que siempre fue tan apreciado en Europa: técnico, hábil, vivo, picante, altanero y con más hambre que nadie. 

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