El tercer nacimiento de Celia
4 Enero 2023 09:01 am

El tercer nacimiento de Celia

Una de las obras cumbres de la literatura colombiana del siglo XX vuelve a las librerías. Es una obra exigente pero que deslumbra por la riqueza de su lenguaje y su manejo magistral.

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Por Felipe Agudelo Tenorio.
Celia se pudre, la monumental y extraordinaria novela del escritor sucreño Héctor Rojas Herazo es, sin lugar a duda, el más ambicioso, rico, meditado y audaz proyecto de creación y renovación literaria que se ha llevado a cabo en Colombia.
Ardua y amorosamente escrita entre los años 70 y 80 del siglo XX, es no solo el resultado de una profunda reflexión sobre la condición humana y la sociedad que la alberga, lo que es también una constante de su gran poesía, sino que es una muy atenta indagación en los diversos procedimientos narrativos desarrollados por los principales novelistas que integraron las brillantes vanguardias de comienzos de siglo. Es evidente que el autor realizó una lectura intensa de estos escritores, tomó lección y ejemplo, a más de que aprendió de sus enormes e insuperados logros literarios. Autores entre los que vale la pena destacar a Faulkner, Proust, Woolf y Kafka. Sin descartar, por supuesto, que tenía además un gran conocimiento de las grandes obras del pasado.
Tramitar ese legado literario le permitió a Rojas Herazo realizar la hazaña de escribir Celia se pudre. Novela sin par que, sin colombianos complejos de ninguna especie, se debe situar a la altura de grandes novelas como son El Ulises de James Joyce o El hombre sin atributos de Robert Musil, por solo nombrar dos; a la vez que relumbra por derecho propio junto a muy relevantes y maravillosas obras latinoamericanas de gran envergadura, como Paradiso del cubano José Lezama Lima y Gran sertao veredas, del brasilero Guimarães Rosa.
Rojas Herazo fue antes que todo un poeta mayor. Todo cuanto escribió está signado por otorgarle un sentido poético a todo lo que capta a través de sus sentidos. Bien sabía que donde no hay poesía no hay arte. Razón por la que su consecuente pasión por el lenguaje lo arrastró a una exploración profunda de sus mecanismos, sus posibilidades y su capacidad única de constituirse en vehículo de conocimiento, diálogo y belleza.

No es la remembranza en sí, sino la manera en que esta se proyecta en el interior de los personajes, de tal forma que al repasarlos pareciera que se retornara a los hechos y se los volviera a vivir, resucitándolos, arrancándoselos a las garras del olvido.


Con esta novela, Rojas Herazo nos muestra y recalca que para el escritor su único y verdadero universo es el lenguaje. Contrario a quienes conciben que la literatura vale por los temas que trata, por las peripecias que relata o por el ajustarse a las recetas comerciales en boga, Rojas Herazo se arriesga en solitario por un camino diferente, uno que está conducido por su entrega sin concesiones (y plena de saberes) a los poderes germinantes, seminales y ováricos, de la palabra.
Quienes se adentran en esta extensa novela desde un comienzo perciben que deberán prepararse para desentrañar un prodigio verbal. Pues lo cierto es que ninguna de las grandes novelas del mundo se revela con facilidad, todas proponen, exigen y esperan un trabajo intenso por parte del lector. Son como regalos que solo abren quienes luchan por merecerlos, a quienes están necesitados de su contenido.
Celia se pudre pertenece por derecho propio al riquísimo universo literario del Caribe. El núcleo de su narración está afincado en ese territorio, imaginariamente brota de ahí, del pueblo, la casa familiar, el patio, las historias y las semblanzas de los personajes adscritos al entorno. Aunque se permita beligerantes incursiones a otro ámbito geográfico, Bogotá, que opera a manera de contraste, casi como una premonición distópica. Sin embargo, la novela no está enraizada en lo costeño porque Rojas Herazo tuviera la compulsión municipal de resaltar su terruño, sino porque consideraba a la infancia como la fuente primordial de todo y la suya estaba atada ahí, era su origen, el ventanal a su memoria. Lo caribe era su marca, casi podríamos decir su gozosa condena. Por esto es que la invención de su paisaje literario, el pueblo de Cedrón, coincide con el real, Tolú. Solo que lo que importa es el mapa mental que construye una memoria que cicatriza con lentitud, frase a frase.

Su consecuente pasión por el lenguaje lo arrastró a una exploración profunda de sus mecanismos, sus posibilidades y su capacidad única de constituirse en vehículo de conocimiento, diálogo y belleza. Rojas Herazo se arriesga en solitario por un camino diferente, uno que está conducido por su entrega sin concesiones (y plena de saberes) a los poderes germinantes, seminales y ováricos, de la palabra.


Rojas Herazo es un autor que labora de manera preferente y obsesiva con los materiales conservados por su vibrante memoria, aunque la tarea que se proponga consista en trasmutar poéticamente dicho acervo de recuerdos, como si percibiera que están puestos ahí únicamente para ser transformados en relatos. Sabe que narrar es dotar de sentido. Por eso su constante evocación literaria rebasa, combate, engrandece y conflictúa el simple anecdotario del dato biográfico, esa tela de araña donde se revuelca la mosca narcisista del yo contemporáneo.
Celia se pudre, en un montaje de inspiración cinemática, está construida como un gran mosaico de episodios breves, casi autónomos, sin ilación temporal, anclados en retazos de recuerdos. Es por lo tanto una obra sostenida sobre la fuerza cohesiva de lo fragmentario, misma que conforma un laberinto de tipo rizomático. El cual se sostiene en la urdimbre de monólogos extensos, que a su vez se cohesionan por su fidelidad a esa estructura que utilizamos cuando hablamos con nosotros mismos, parloteando de un asunto a otro, estableciendo asociaciones libres y azarosas, por lo general sin una solución de continuidad, pero que, sin embargo, hablan de eso que nos importa y nos conecta con todo.

Rojas Herazo es un autor que labora de manera preferente y obsesiva con los materiales conservados por su vibrante memoria, aunque la tarea que se proponga consista en trasmutar poéticamente dicho acervo de recuerdos, como si percibiera que están puestos ahí únicamente para ser transformados en relatos.


No obstante el recurso a la reminiscencia en sí, es decir del instante ampliado y recuperado por lo narrativo, se ejecuta de manera escrupulosa, exigiendo que el momento revivido sea narrado en sus detalles más relevantes. Sin darles relevancia a sus detalles objetivos, pues se enfatiza la manera como fueron percibidos por el ser que los recuerda y que está hecho por ellos. No es la remembranza en sí, sino la manera en que esta se proyecta en el interior de los personajes, de tal forma que al repasarlos pareciera que se retornara a los hechos y se los volviera a vivir, resucitándolos, arrancándoselos a las garras del olvido. Por esto le importa que no solo sea una descripción visual de lo que la memoria conserva, sino que la misma narración palpite y respire como un organismo viviente que revive lo que olió, sintió, pensó, temió, amó y odió mientras atravesaba el mundo en que vivió. Como si intentara tejer una literatura hecha del latir de la pura vida.

Celia se pudre pertenece por derecho propio al riquísimo universo literario del Caribe. El núcleo de su narración está afincado en ese territorio, imaginariamente brota de ahí, del pueblo, la casa familiar, el patio, las historias y las semblanzas de los personajes adscritos al entorno.


Como adelanté, el manejo magistral del lenguaje es la riqueza principalísima de Celia se pudre. Los métodos de construcción de las frases, a veces laberínticas, denotan una ardua manufacturación que no solo elude cualquier lugar común, sino que les exprime sin compasión alguna toda su savia, con el solo fin de renombrar el mundo, de desmantelarlo y salvarlo del desastre con el acto de su recreación. Las sorpresas que en cada recodo del camino nos acechan y premian, por lo audaz e inteligente, por la humanidad de sus comparaciones, símiles y metáforas son una verdadera delicia para el lector que se acopla al intenso ritmo de su marea verbal, a su amplio fuelle respiratorio, a la bondad de su desmesura y a su palpable conocimiento de la criatura humana. Esta a la que, paradójicamente, retrata de manera despiadada y compasiva, burlonamente, no queriendo dejar nada sin contar de lo que fuera su breve tránsito por la vida. Retrato este que nos sugiere que la gran dignidad del hombre, al que el autor considera inocente de todo, proviene de los heroicos encares con los que enfrenta su fragilidad, su fugacidad, su abandono cósmico y la inapelable certeza de que al final solo lo espera la muerte.

Libros Celia se pudre
Rojas Herazo todo lo husmea, lo pasa por el cuerpo, lo huele, lo siente, lo disfruta, lo digiere y lo padece como un método de interrogarlo todo y de no dejar nada sin probar, gozar, sacudir o pensar. A él todo le suscita asombro y preguntas, nada de respuestas. Y ese hondo debatir con todas las cosas del mundo y de la vida siempre acontece de profunda, con irreverencia y con altas dosis de un humor inteligente y desencantado. Su fraternal mirada de lo humano en cada estación ofrece su solidaridad y comprensión. Quiere proclamar la absoluta inocencia de la criatura humana respecto a todos sus actos, por lo que no cree en el castigo, la culpa o el perdón, y mucho menos en la posibilidad de salvación. Sin asomo de cinismo es una especie de misticismo laico, una espiritualización que sin apartarse de la carnalidad, valientemente elude los consuelos de la fe y la trascendencia. Su fuerza y su desgracia son el mundo, el cuerpo vivo, el presente perpetuo.

Celia se pudre, en un montaje de inspiración cinemática, está construida como un gran mosaico de episodios breves, casi autónomos, sin ilación temporal, anclados en retazos de recuerdos.


De la obra de Rojas Herazo se ha escrito en los ámbitos académicos, pero menos para el público lector. Es usual que muchos, sobre todo entre los escritores, le reconozcan su importancia, pero son pocos los que lo han leído. En especial entre los autores más jóvenes. Por supuesto, no todo es culpa suya. La obra de Rojas Herazo ha sido poco editada. Esta nueva edición de Celia se pudre, por ejemplo, nace por la aplaudible urgencia de un grupo de escritores de la costa, encabezados por Patricia Iriarte, pero lo hace más de 20 años después de haber sido publicada la segunda edición, por parte del Ministerio de Cultura, ya que la primera edición de la Alfaguara española circuló poco en nuestro medio y hace décadas se agotó.
Mucho podría y deberá decirse de Celia se pudre y de esa Colombia que asoma y se pudre en cada una de sus páginas, por supuesto; mucho cabría decirse de su sapiencia literaria, pero en este espacio no me queda más que celebrar y agradecer este tercer nacimiento e invitar a una nueva generación de lectores a que encaren los deleitables riesgos de adentrarse por sus páginas. Solo puedo decir que envidio a todos aquellos que la leerán por primera vez.

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