¿Colombia ha mejorado o empeorado en los últimos 30 años?
8 Abril 2022

¿Colombia ha mejorado o empeorado en los últimos 30 años?

Imagen de referencia de familias desplazadas en 2020 por el ELN es Argelia, Cauca.

Crédito: Colprensa

"Algunos de los aspirantes a la Presidencia y sus seguidores más fervorosos pintan un cuadro macabro a partir del cual concluyen que lo que se ha hecho es equivocado o corrupto y que por eso no existe alternativa distinta a elegir a los que pueden arrasar con todo".

Por: Rudolf Hommes

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Por Rudolf Hommes

La economía colombiana ha progresado indiscutiblemente en los últimos 30 años, pero la discusión sobre su estado actual y su desempeño transcurre en un ambiente de hostilidad contra todo lo que ha sucedido y se basa en una narrativa tremendista, muy alejada de la realidad. Algunos de los aspirantes a la Presidencia y sus seguidores más fervorosos pintan un cuadro macabro a partir del cual concluyen que lo que se ha hecho es equivocado o corrupto y que por eso no existe alternativa distinta a elegir a los que pueden arrasar con todo. En las redes sociales el panorama es parecido, creen que el país se ha deteriorado continuamente en todos los frentes entre 1990 y 2020. 

"En 30 años no se ha conseguido reducir la desigualdad. Los indicadores señalan que hemos retrocedido o que no se ha progresado".

El candidato Rodolfo Hernández desestima los efectos de la violencia y de las Cuatro Estrategias en la migración de campesinos a las ciudades y responsabiliza a la administración que llevó a cabo las reformas económicas a principios de los noventa por el éxodo masivo de colombianos del campo a las ciudades en este siglo, ignorando que el desplazamiento forzoso de 6 a 8 millones de personas fue inducido por el conflicto, el paramilitarismo. la guerrilla y la codicia de élites regionales. El escritor vallecaucano William Ospina respalda la opinión de ese candidato en un florido lenguaje que no conoce límites y que le permite calumniar y menospreciar en forma elocuente a los supuestos responsables de la presunta descomposición de la economía colombiana y la desaparición de oportunidades de trabajo o de empresa.  (William Ospina, ‘Y no les da vergüenza’, El Espectador, 27 de febrero de 2022).

Dice este poeta y novelista histórico que, ”dirán que no eran esas las intenciones de la apertura, pero los resultados están a la vista, y sus causas no fueron solo la negligencia y la frivolidad, que son evidentes, sino la indiferencia ante la suerte de millones de seres humanos, una mezcla de irresponsabilidad y de servilismo que aterran…” y que  “uno no puede abrir las puertas alegremente, solo por quedar bien con sus socios externos, que después lo van a premiar con alguna secretaría continental...”.

"A comienzos de los años noventa Colombia tenía una red de carreteras de 100.000 kilómetros, hoy se cuenta con más de 206.000 kilómetros y mejores carreteras (4G). La proporción de graduados de pregrado en las universidades pasó de 9,959 por ciento de los mayores de 25 años en 2007 a 12,846 por ciento en 2020".

Habiendo leído esta narrativa comprendo por qué Mario Vargas Llosa publicó una opinión quejándose de que hay escritores, Ospina uno de ellos, que utilizan su destreza para escribir, su estilo, para así hacer pasar “gato por liebre ..: sobornando al lector con los malabarismos de las palabras, suspendiendo en ellos, gracias a sus magias verbales, su espíritu crítico… “Y … “hacerlos comulgar, como se dice, con ruedas de molino”. (‘El canto de las sirenas’, https://elpais.com/diario/1996/07/14/opinion/837295208_850215.html). 

Si el artista no controla su talento, sus narrativas pueden convertirse en un arma letal, en un instrumento para ventilar odios o para engañar, tan dañino o más que las redes sociales. En ellas también predominan el odio, las pasiones y el ánimo revanchista. Exigen un cambio radical inmediato y no están dispuestos a ceder o a modificar su visión desoladora de la situación del país y de la economía que describen aventuradamente como un desastre.  Como resultado de discusiones en Twitter sobre esos juicios, me desafiaron algunos de los más convencidos a encontrar “por lo menos un dato económico que sea hoy mejor que en 1990”. 

"La población urbana que vive en barriadas cayó del 31,25 por ciento en 1990 a 13,1 en 2014 y volvió a crecer a 27,8 por ciento en 2018, por efecto de las migraciones y desplazamientos. Las barriadas de 1990 son hoy barrios consolidados".

Seguros como se sienten de tener la razón prefirieron aferrarse a su ficción cuando yo aporté no uno sino una batería de indicadores de la base de datos del Banco Mundial que demuestran que la situación no es en primer lugar tan mala como ellos desearían que fuera, sino que además está o ha estado recientemente mucho mejor que en 1990, a pesar de la pandemia. En efecto, en 2020, el PIB por habitante con paridad de poder adquisitivo constante fue superior al de 1990 en 69 por ciento, y 62 por ciento mayor en dólares constantes. Esto significa que el ingreso per cápita ha crecido a una tasa real anual que oscila entre 1,62 y 1,74 por ciento. No es un resultado espectacular si se compara con países como Corea del Sur, China, España o los escandinavos, que han más que duplicado su ingreso por habitante creciendo a tasas mucho mayores, en el mismo periodo. Pero no es despreciable, y la situación actual tampoco es un desastre. 

La cobertura de salud en 1993 era para alrededor del 23 por ciento de la población. En la actualidad es superior al 90 por ciento. La esperanza de vida de los colombianos era de 69,75 años en 1990 y 77 años en 2019. En ese mismo periodo, la tasa de mortalidad por cada 1.000 bebés recién nacidos cayó de 25,7 a 10.4 por ciento. El número de niños sin escuela primaria era en 2019 el 4 por ciento del registrado en 1990. La población urbana que vive en barriadas cayó del 31,25 por ciento en 1990 a 13,1 en 2014 y volvió a crecer a 27,8 por ciento en 2018, por efecto de las migraciones y desplazamientos. Las barriadas de 1990 son hoy barrios consolidados.

A comienzos de los años noventa Colombia tenía una red de carreteras de 100.000 kilómetros, hoy se cuenta con más de 206.000 kilómetros y mejores carreteras (4G). La proporción de graduados de pregrado en las universidades pasó de 9,959 por ciento de los mayores de 25 años en 2007 a 12,846 por ciento en 2020. El alfabetismo en 2020 fue de 95,64 por ciento de los mayores de 15 años. En 2007 había sido 91,06 por ciento. El número de homicidios por cada 100.000 habitantes pasó de 73,5 en 1990 a 25,3 en 2018. El porcentaje de niños menores de 5 años con retraso en altura pasó de 17,5 por ciento en 2000 a 11,5 por ciento en 2020. El porcentaje de desnutrición en la población era 9,7 en 2000, cayó a 7,1 en 2014 y volvió a subir en 2019 a 8,8. La pobreza multidimensional pasó de 30,4 por ciento de la población en 2011 a 19,6 en 2018, un logro significativo. 

Con algunos de estos indicadores se podría controvertir la narrativa de William Ospina y la que repiten con insistencia mis interlocutores de Twitter. El conjunto de los datos aquí aportados debe servir para refutar esas visiones. ¿Cómo pueden creer que en un periodo de 30 años no han mejorado las condiciones de vida, aun si se ha padecido violencia crónica y rotundas fallas de Estado como es el caso de Colombia?

En lo que sí hay razones para avergonzarnos y para requerir con urgencia cambios radicales es en justicia distributiva. En 30 años no se ha conseguido reducir la desigualdad. Los indicadores señalan que hemos retrocedido o que no se ha progresado. El índice de Gini era 51,5 en 1992, 58,7 en 2000, 49,7 en 2017 y 51,5 en 2019.  La participación en el ingreso del 20 por ciento más pobre de la sociedad era 3,7 por ciento en 1992, 1,9 por ciento en 2000, 4,1 en 2017 y 3,7 en 2019. Estas cifras son posiblemente la razón de la ira popular. Corregir esto debería convertirse en la principal preocupación de nuestra sociedad. Se ha conseguido mejorar la calidad de vida y el ingreso sin cambiar la distribución. Hace falta seguir avanzando de manera que los pobres no reciban migajas sino tajada. La visión de fin del mundo carente de optimismo que hoy se manifiesta, no contribuye a estos propósitos.

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