Tiempos de protesta
30 Diciembre 2022

Tiempos de protesta

El descontento social frente a temas económicos, sociales y políticos ha causado grandes rebeliones en todos los países del mundo. La globalización total de las redes sociales también ha sido un factor influyente en la difusión de las insubordinaciones populares. Estas son las protestas que han causado revuelo en el siglo XXI .

Por: Gabriel Iriarte Núñez

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En lo que va corrido del siglo XXI el mundo ha sido testigo de innumerables movimientos de protesta, de muy distinta índole y alcance, que han estallado en una gran cantidad de países, desde los más desarrollados hasta los más pobres, desde los más democráticos hasta los más autocráticos. Las escenas de millares y a veces cientos de miles de manifestantes tomándose las calles de las ciudades, unas veces de forma pacífica y otras violentamente, se convirtieron, como no sucedía hacía décadas, en el pan de cada día de los noticieros y las redes sociales en todas las latitudes. La respuesta de los diferentes regímenes ha oscilado entre la contención moderada hasta los actos de represión más brutales con el resultado de muchos muertos, heridos y detenidos. Estos actos de descontento social han sido motivados por temas económicos, sociales y políticos y una buena parte ha conseguido sus objetivos total o parcialmente, aunque otros han fracasado y terminaron desapareciendo en medio del cansancio, la desorganización o los ataques de las fuerzas policiales y militares. No pocas protestas, que comenzaron agitando banderas relacionadas con asuntos muy específicos y particulares, terminaron convirtiéndose en auténticas rebeliones contra los gobiernos o los sistemas políticos imperantes, como ocurrió con los formidables alzamientos en Irán y China a finales de 2022. La globalización total de las redes sociales y la información ha facilitado la convocatoria, la puesta en práctica y la difusión de todas estas insubordinaciones populares y a su vez explica por qué la mayoría de ellas ha surgido de manera más o menos espontánea, sin un plan previo y sin la mediación de partidos u organizaciones políticas, religiosas o gremiales. Por su extensión, su poderío, su inusitada frecuencia y las consecuencias que han tenido en el acontecer mundial, las recientes protestas han devenido en una novedosa y cada vez más generalizada forma de lucha de la sociedad civil.

El nuevo siglo

Quizá desde hace cincuenta o sesenta años no éramos testigos de una oleada de protesta como la que se ha venido dando en las últimas dos décadas. El gigantesco movimiento contra la guerra de Vietnam, mayo del 68 en Francia y otros países europeos, la revuelta estudiantil de México, el “cordobazo” en Argentina, las luchas por los derechos civiles en Estados Unidos o las movilizaciones populares en Checoslovaquia contra el dominio del Kremlin, entre otros casos, marcaron en buena medida el desarrollo político de las décadas de 1960 y 1970. Luego vendrían, a finales de los ochenta, las multitudinarias marchas en las naciones del Pacto de Varsovia, que desembocaron en la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética, y el colosal movimiento de Tiananmen en China, el primero desde la instauración del sistema comunista, que terminó siendo reprimido salvajemente por el gobierno de Beijing.

Con el advenimiento del siglo XXI surgieron nuevos problemas y nuevas realidades geopolíticas. El final de la Guerra Fría y los consiguientes reajustes que implicó en muchas regiones, la aparición del terrorismo internacional y la lucha contra el mismo, el auge de la corrupción y de regímenes antidemocráticos, la falta de oportunidades para los jóvenes, los alarmantes índices de pobreza y una desigualdad socioeconómica generalizada que se agudizaría con la crisis financiera de 2008, fueron algunos de los factores que crearon un clima propicio para que las protestas se tomaran el mundo. Y en la medida en que aumentaba la cantidad y la magnitud de éstas se generó un auténtico efecto dominó que abarcó los cinco continentes.

Dos repúblicas exsoviéticas fueron pioneras de este fenómeno al protagonizar enormes movilizaciones en contra del fraude y de la manipulación de los resultados electorales, lo cual hubiera sido impensable en los tiempos de la desaparecida URSS. En 2003, la denominada Revolución de las Rosas en Georgia provocó un cambio de gobierno y un giro en la política exterior del país en procura de una integración con Occidente. Un año después explotó en Ucrania la Revolución Naranja, una serie de huelgas y actos masivos de desobediencia civil que propiciaron la repetición de las elecciones presidenciales y dieron finalmente el triunfo al candidato preferido por los electores.

En Irán —¡quién lo creyera!— cientos de miles de manifestantes salieron en 2009 a las calles de Teherán y otras ciudades para protestar por lo que consideraron un abierto robo de las elecciones en favor del candidato presidencial del régimen teocrático. Este Movimiento Verde, aunque no logró la meta propuesta de corregir el atropello y fue reprimido con extrema dureza, sentó un significativo precedente pues era la primera vez, desde la revolución de 1979, que amplios sectores de la ciudadanía se atrevían a desafiar la tiranía imperante. Y no sería la última.

Pero fue a partir de 2011, con la Primavera Árabe, cuando el mundo empezó a ser plenamente consciente del poder y de los alcances, incluso internacionales, de las protestas populares. Un incidente, en apariencia irrelevante, acaecido en Túnez en diciembre de 2010 cuando un vendedor ambulante se autoinmoló en protesta por la violencia policial, desató una oleada de demostraciones en casi todo el mundo árabe que provocó un auténtico terremoto político en el Medio Oriente. A partir de ese momento, como si estuvieran aguardando un motivo para salir a escena, millones de personas se tomaron las calles de innumerables ciudades de la región para reclamar libertades, democracia y mejores condiciones económicas. Los mandatos despóticos de Muamar Gadafi, en el poder en Libia desde 1969; Hosni Mubarak, presidente de Egipto desde 1981, y Zine El Abidine Ben Ali, gobernante de Túnez desde 1987, cayeron uno detrás de otro en medio de un huracán de huelgas generales, manifestaciones masivas y motines violentos que se extendieron hasta Bahrein, Yemen y Siria. En Egipto, pese al derrocamiento de Mubarak y a la elección de un gobierno de la Hermandad Musulmana, los militares pronto dieron un golpe de Estado e implantaron de nuevo un sistema autoritario. Libia, Yemen y Siria se hundieron en devastadoras contiendas civiles que prevalecen hasta nuestros días y en las cuales han intervenido diversas potencias extranjeras. Por consiguiente, a pesar del ímpetu y la extensión de las movilizaciones pero también quizá debido a la falta de organización y de objetivos claros, los logros fueron nulos o, en el mejor de los casos, exiguos.

Sin embargo, ese mismo año en el mundo desarrollado también hubo importantes actos de protesta. El famoso movimiento “Occupy Wall Street” en Estados Unidos levantó sus banderas contra la creciente desigualdad social y la concentración de la riqueza y el poder en las grandes corporaciones, mientras que el de los indignados o M-15 en España buscaba una democracia más participativa y menos influencia de la banca en los asuntos del Estado. Estas expresiones espontáneas se replicaron en casi una treintena de países y pusieron de manifiesto que las nuevas generaciones estaban inconformes con los ordenamientos políticos y económicos de sus países.

En 2013 nació en Estados Unidos “Black Lives Matter”, el movimiento por los derechos de los negros más poderoso desde los años sesenta y que ha tenido importantes repercusiones políticas. Desde entonces las numerosas acciones de masas realizadas han sido noticia mundial y han puesto en evidencia las políticas racistas que aún subsisten en el país, así como los recurrentes actos de brutalidad policial contra los ciudadanos afroamericanos. También en 2013 Colombia fue noticia con el paro nacional agrario, la primera gran protesta de todos los sectores vinculados a la producción del campo que mantuvo semiparalizado el país durante un mes y que buscaba mejorar las condiciones de vida y de trabajo de millones de campesinos. Y cerrando el año estalló en Ucrania una revuelta popular, conocida como “Euromaidán”, que llevó al país al borde de una guerra civil y sentó las bases de los dramáticos acontecimientos que nueve años más tarde conducirían a la invasión rusa. La rebelión fue provocada por la negativa del entonces presidente Yanukóvich de suscribir una serie de convenios previamente acordados con la Unión Europea y su decisión de acercarse más a Moscú. El triunfo de los “europeístas” y la caída del mandatario prorruso dieron la justificación a Vladímir Putin para anexar Crimea y ocupar las provincias orientales de Ucrania argumentando, entre otras cosas, que estaba protegiendo a los ciudadanos de origen ruso en esos territorios. Una vez más, como en Siria, Libia y Yemen, las protestas en un país tendrían repercusiones internacionales de gran envergadura.

En los últimos años América Latina también estuvo en la primera línea de las protestas globales. Desde Honduras hasta el extremo meridional del continente, pasando por Haití, Nicaragua, Cuba, Ecuador y Venezuela, la población se levantó contra las cada vez más profundas desigualdades económicas, el progresivo deterioro de las condiciones de vida de las mayorías trabajadoras, la corrupción y el mal gobierno. En 2019 Chile y Colombia fueron escenario de tumultuosas manifestaciones que terminaron en choques con la fuerza pública y dejaron decenas de víctimas fatales, mientras que dos años más tarde por primera vez en más de medio siglo los cubanos expresaron en las calles su inconformidad por las penurias que padecen y la falta de libertades que los agobia. Y 2022 cerró en Perú con las violentas protestas que se sucedieron luego de que el congreso decidiera declarar vacante la presidencia y de hecho derrocar a Pedro Castillo.

Para profundizar

Mientras tanto, los habitantes de Hong Kong protestaron durante más de un año contra las medidas represivas que Beijing les ha venido imponiendo en abierta violación del principio “un país dos sistemas” que rige allí desde 1997, cuando el Reino Unido devolvió este enclave a China. Por su parte, las minorías negras de Estados Unidos volvieron a manifestarse masivamente entre 2019 y 2020 debido al asesinato a sangre fría del ciudadano George Floyd a manos de un policía blanco. El movimiento de independencia de Cataluña, que desde 2010 se perfilaba como uno de los procesos separatistas más potentes de Europa, adquirió nuevos bríos a finales de la década con grandes manifestaciones y huelgas generales. En Francia los llamados “chalecos amarillos” pusieron en jaque al gobierno de Emmanuel Macron con los frecuentes disturbios que protagonizaron en París y otras ciudades y en decenas de países de América y Europa las mujeres organizaron grandes manifestaciones en defensa del derecho al aborto y contra la violencia machista.

En noviembre de 2019 estalló en Irán una segunda insubordinación ciudadana a raíz del alza del precio de los combustibles, la cual se prolongó hasta mediados del siguiente año y fue aplastada a sangre y fuego con un saldo de más de 1.500 muertos. Aparte de su duración, este levantamiento mostró un aspecto hasta entonces inédito en las luchas populares de esta nación: la notoria y activa participación de las mujeres, que aportaron una trágica cuota de medio millar de víctimas mortales y cientos de heridas. Pero este sacrificio demostró algo muy importante: que las mujeres iraníes ya no temían a sus opresores y les habían perdido el respeto. Se avecinaban tiempos turbulentos para los déspotas de Teherán.

Dentro del este amplio espectro de rebeldía civil en pro de las libertades y el bienestar económico también hubo casos atípicos como el que se presentó en Estados Unidos en enero de 2021 cuando una multitud enardecida intentó quebrar el orden constitucional en favor de un presidente que no era partidario de los derechos de los negros y las mujeres, de los inmigrantes latinos, de la comunidad LGBTI y en general de los principios progresistas y la equidad socioeconómica. La negativa de Donald Trump a aceptar el resultado de las elecciones presidenciales de 2020 y el asalto al Capitolio instigado por él mismo puso en peligro la estabilidad política de Norteamérica, el país líder en la defensa del sistema democrático a nivel mundial.

Ni siquiera la Rusia de Putin se salvó. A partir de septiembre de 2022 y durante varias semanas grandes cantidades de jóvenes se pronunciaron en las ciudades contra la guerra en Ucrania y, sobre todo, contra el reclutamiento forzado que decretó el Kremlin para recuperar las considerables pérdidas sufridas en la mal llamada “operación militar especial”. Muchos fueron detenidos, pero decenas de miles huyeron del país y se refugiaron en el vecindario.

El apogeo de 2022: Irán y China

En medio de este torbellino mundial de protestas nadie esperaba que los disturbios llegaran a afectar a países como Irán y China, controlados por regímenes autoritarios y aparentemente muy afianzados. Y menos aún que los alzamientos fueran tan impetuosos y que terminaran enfilando sus ataques contra los centros de poder y sus máximos representantes. En Irán fueron las mujeres quienes en septiembre desataron la insurrección y se pusieron al frente de la batalla por sus derechos, arrebatados desde la instauración del absurdo autoritarismo patriarcal en 1979, y en general por las libertades de una población sometida al despotismo de la casta sacerdotal encabezada por el ayatolá Alí Jamenei y las organizaciones armadas a su servicio. Como en muchos otros lugares, la pelea comenzó de manera inesperada y espontánea, con motivo del asesinato de una joven que había sido detenida por no llevar bien puesto el velo. Las escenas de millares de mujeres de todas las edades quitándose el velo o yihab de uso obligatorio y cortándose el cabello en abierto desafío a las normas implantadas por el régimen, le dieron la vuelta al mundo y consiguieron el apoyo de amplios sectores de la sociedad iraní, especialmente de los jóvenes que pedían la renuncia de Jamenei y la abolición de la dictadura religiosa. La feroz represión desatada por las autoridades —policía de la moral, Guardia Revolucionaria, grupos paramilitares— ha causado cerca de 500 muertes y 20.000 detenidos y llevado al cadalso a dos personas luego de sendas parodias de juicio. Que en un país avasallado por normas arcaicas y ultraconservadoras hayan sido precisamente las mujeres quienes se hayan puesto en pie de lucha contra el sistema constituye un hecho trascendental que podría ser preludio de un gran cambio político y cultural. Una manifestante de Teherán sintetizó la situación con estas palabras: “No tenemos un líder de la revolución. Aquí no hay políticos. Somos el pueblo”.

Dos meses después, China sorprendió al mundo cuando en Beijing y numerosas ciudades las calles y plazas se vieron invadidas por millones de manifestantes que exigían el fin de la cuarentena ¡de casi tres años! aplicada por el gobierno para prevenir la epidemia de Covid. Aquí también fue un incidente aislado —el incendio de un edificio y la muerte de varias personas que no pudieron ser rescatadas a tiempo debido a las restricciones vigentes— el que provocó la tempestad. Y al igual que en Irán, pronto aparecieron, junto a las consignas contra el encierro, las voces que pedían más apertura política y derechos plenos. Pero a diferencia de lo que ocurrió en Irán, los dirigentes chinos optaron por una salida que no solamente desmovilizó a los rebeldes en cuestión de días, sino que desconcertó a propios y extraños. Beijing comenzó a aliviar progresivamente las estrictas medidas de confinamiento y a permitir la movilidad de los ciudadanos a nivel nacional e internacional. Si bien lograron controlar el desorden, los gobernantes chinos generaron una situación aún más grave: los casos de contagio del Covid aumentaron exponencialmente, el sistema hospitalario colapsó y los expertos creen que en muy poco tiempo podría haber millones de muertos. Al descubierto quedaron el dudoso manejo que se le venía dando a la pandemia desde sus comienzos y el impacto negativo del prolongado encierro sobre la economía y el ánimo de los ciudadanos. La protesta logró su objetivo. Lo que no se sabe todavía es el precio que China deberá pagar. O si podrán aplicarse al régimen de Xi Jinping las palabras de Alexis de Tocqueville: «El momento más peligroso para un mal gobierno es cuando trata de enmendar sus errores».

En la actualidad tanto Irán como China afrontan dificultades. El primero está siendo sometido a rigurosas sanciones por parte de Estados Unidos y algunos de sus aliados debido no solo al rompimiento del pacto nuclear sino también por la venta de drones a Rusia. Está, además, involucrado en varios conflictos regionales que golpean sus finanzas y ponen en riesgo su seguridad. Finalmente, puede estar ad portas de un complejísimo proceso de sucesión en la cúpula pues Alí Jamenei, que gobierna desde 1989, ya es octogenario y se rumora que padece una grave enfermedad. En cuanto a China, su impresionante crecimiento económico se ha frenado considerablemente en los últimos años y sus efectos son ya evidentes para la población. La cuarentena no hizo sino acelerar este proceso en medio de una fuerte competencia con Estados Unidos y difíciles perspectivas en torno a Taiwán y el Pacífico meridional.

En resumen, todo parece indicar que los tiempos de protesta apenas comienzan. Gracias a la enorme publicidad de que gozan estos movimientos y al hecho de que en muchos casos han conseguido sus propósitos, es más que probable que sigan dándose cada vez con más frecuencia y amplitud. Prueba de ello es que, según el Global Protest Tracker que patrocina el Carnegie Endowment for International Peace, entre 2017 y 2022 ha habido más de 400 protestas antigubernamentales en 132 países por reivindicaciones de carácter político y/o económico, el 23% de las cuales han durado más de tres meses. Y vendrán más…

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