El mito de la web 3.0
27 Febrero 2022

El mito de la web 3.0

Cadenas de bloques o blockchains, un concepto que regirá el futuro de la web

El capitalismo digital busca afanosamente una nueva mina de oro. Y cree haberla encontrado. ¿Qué está ocurriendo en Colombia?

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Por Álvaro Montes

La nueva religión de internet se llama web 3.0. Promete un mundo perfecto de vida digital segura y descentralizada, en donde el dios blockchain garantiza transparencia y justicia para todos. Al menos eso anuncian los líderes mundiales del sector de las criptomonedas, quienes consideran la tecnología de cadena de bloques sobre la que funciona el bitcóin como la cura para todos los males del capitalismo.

Blockchain, web 3.0, NFT, metaverso y ethereum son por ahora términos que no le dicen nada a la mayoría de las personas. Apenas tema de conversación de geeks, emprendedores y expertos en tecnología, los cuales sumados no alcanzan ni el 1 por ciento de la población mundial. Pero una minoría así hablaba de una cosa extraña llamada Protocolo IP hace 40 años y eso se convirtió en la internet que hoy conocemos y sin la cual no podemos vivir, según parece. Así que es saludable interesarse en esas conversaciones crípticas.

Por web 3.0 se propone por estos días una nueva internet, libre y parecida a la que hubo en los primeros años, antes que el gran capital se apropiara de ella.

La vida digital de los humanos ocurre básicamente sobre la web 2.0: allí están Facebook, Google y Amazon, que acompañan a las personas en su jornada diaria para desplegarles anuncios, capturar sus datos privados y venderlos en los mercados de publicidad, o para enviciarlos a las redes sociales y los trinos incendiarios. De esa manera, estas compañías, las big tech nacidas en Silicon Valley, se convirtieron en los negocios más exitosos de la economía global y sus propietarios en los hombres más ricos de la historia.

Por web 3.0 se propone por estos días una nueva internet, libre y parecida a la que hubo en los primeros años, antes de que el gran capital se apropiara de ella. Para ilustrarlo, imaginemos que una red social allí no estaría alojada en los servidores de Facebook, como ocurre ahora, sino que opera regida por un protocolo tecnológico llamado cadena de bloques (blockchain), que funciona en modo descentralizado. Esto significa que los datos y los procesos de cómputo residen en millares de computadores de los usuarios mismos, tal como funciona el bitcóin. En el mundo del bitcóin, blockchain es como un gran libro de contabilidad público y visible para todos, con millares de copias en los smartphones o PC de cada persona que compra o vende la criptomoneda, de manera que cada vez que se efectúa un negocio, el libro registra la transacción en todos esos lugares y nadie puede alterar ni editar los datos. La promesa de los evangelistas de la utopía web 3.0 es que las grandes compañías tecnológicas no tendrán allí el poder de quedarse con toda la torta del negocio, como ocurre hoy, y que cada humano se beneficiará directamente y en dinero contante y sonante, a la manera como se pensaba que ocurriría bajo el modelo de la economía colaborativa, ese contacto directo entre quien ofrece y quien necesita un servicio, sin intermediación de los conglomerados tradicionales. Necesito transportarme y alguien que tiene un auto particular llega hasta mi casa a recogerme, sin necesidad de una empresa de taxis. Suena genial. Pero no va a ocurrir.

criptomonedass

Lo más popular, de momento, son los NFT (tokens no fungibles), unos títulos de propiedad sobre activos digitales que no sean dinero en efectivo. Por ejemplo, obras de arte que empiezan a ganar resonancia mediática. El problema es que, cuando apenas se cocina el concepto web 3.0, los fondos de inversión - los mismos que financian la internet actual, centralizada y en manos de los genios de Silicon Valley - ya dominan ese socialismo utópico en ciernes. Un pez gordo del capital de riesgo como Andreessen Horowitz ha puesto más de 3.000 millones de dólares en proyectos de blockchain y es accionista de los mercados de criptoarte más populares, como OpenSea y CryptoKitties, sobre los que funciona el mundo de los NFT.

En el mundo del bitcóin, blockchain es como un gran libro de contabilidad público y visible para todos, con millares de copias en los smartphones o PC de cada persona que compra o vende la criptomoneda, de manera que cada vez que se efectúa un negocio, el libro registra la transacción en todos esos lugares y nadie puede alterar ni editar los datos

Con las criptomonedas ocurre lo mismo. Un estudio reciente de la Oficina Nacional de Investigación Económica de Estados Unidos encontró que el 0,01 por ciento de los propietarios de bitcoines poseen el 27 por ciento del total de esa criptomoneda en circulación. Es claro a estas alturas que el bitcóin no va a reducir la desigual distribución de riqueza en el mundo y que - si llega a imponerse algún día por encima del dólar- no establecerá un modelo más justo que el actual dominado por los bancos. Warren Buffet, Elon Musk, Jack Dorsey y Jeff Bezos, solo para mencionar algunos de los magnates digitales del mundo actual, hacen parte de esa minúscula minoría que controla el bitcóin.

Blockchain colombiano

Pero puede verse también el vaso medio lleno. Para Mauricio Tovar, una de las voces más autorizadas en Colombia en el apasionante campo del blockchain, hay muchas oportunidades para diferentes industrias en nuestro país, y en especial, para el sector financiero. “Debido a la baja inclusión financiera, en un país en donde las tasas de interés son demasiado altas para la mayoría de la población, y en donde abrir una cuenta es difícil, las criptomonedas resultan una alternativa fundamental”, dice. Está ocurriendo en Argentina, en Nigeria, Venezuela y Turquía, países en donde la hiperinflación hizo que la gente se volcara sobre las criptomonedas para proteger el valor de su dinero.

La tecnología blockchain puede ser útil para el país, aún separada de las criptomonedas. Tovar afirma que lo es en cualquier proceso de negocios en donde haya intermediarios que no estén ofreciendo valor o cuando se quiere proteger información muy valiosa, dado que blockchain tiene la reputación de ser prácticamente invulnerable por el cibercrimen. Las medievales notarías podrían funcionar con base en blockchain, sin necesidad de notarios ni oficinas con filas. Los contratos inteligentes automatizados se harían cargo de validar a cada participante de un proceso notarial. En el catastro podría implementarse una única red descentralizada para compartir la información entre las numerosas instituciones que intervienen, hacer más transparente y eficiente el proceso y asegurar el control de la información.

Tovar define web 3.0 como “una evolución de la web que nos permite ser dueños y controlar no solamente nuestros datos sino también nuestro dinero; mientras en la web 2.0 los datos los controlan terceros”. La promesa más interesante para los colombianos tal vez sea el revolcón que blockchain podría traer para la lucha contra la corrupción, asegurando la transparencia en licitaciones públicas. “Cuando registras algo en tu computador, ese registro queda solo en ese PC. Cuando los registras en blockchain (sea transacciones en criptomonedas, o un documento público) esa información queda descentralizada, no puedes modificar algo porque ya no está solo en un lugar sino en miles de lugares, y eso es lo que brinda confianza en el proceso”. Tovar ha asesorado proyectos piloto en Registraduría y en otras entidades públicas, y el año pasado el Ministerio de las TIC publicó una guía para aplicar el blockchain en las entidades públicas.

Es prematuro aventurar un futuro para estas ideas. En unos años podrían ser tan populares y de tan simple acceso como lo es una página web de nuestros días. O podrían pasar al estante en donde están guardadas famosas burbujas de internet que ilusionaron al mundo en algún momento de la historia.

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