Richard Nixon, a 50 años de 'Watergate': la paradoja de un gran mal hombre
De no haber sido por el escándalo de 'Watergate', probablemente Richard Nixon habría pasado a la historia como uno de los presidentes más destacados de Estados Unidos.
Hace 50 años, en la madrugada del 17 de junio de 1972, fueron detenidos en Washington cinco individuos que habían ingresado subrepticiamente a la sede del Comité Nacional Demócrata en el conjunto arquitectónico de Watergate con el propósito de instalar aparatos de escucha y espionaje. A partir de ese momento comenzaría a destaparse el mayor escándalo de la historia norteamericana que condujo, dos años más tarde, a un desenlace inédito en la historia de la nación más poderosa y del sistema democrático más respetado del mundo: la renuncia del presidente. Tal fue la trascendencia de estos hechos que desde entonces el sufijo “gate” se ha utilizado en todas partes y en todos los idiomas para referirse a situaciones y comportamientos políticos inaceptables o sencillamente delictivos. Lo que en un principio pareció no ser más que una insignificante noticia de la crónica judicial (“un asalto de tercera categoría”, según el secretario de prensa del presidente), en pocas horas empezó a prender las alarmas en los círculos partidistas y los medios de comunicación pues el país estaba en plena campaña electoral en la que se elegiría a un nuevo inquilino de la Casa Blanca o se reelegiría al que estaba en ejercicio, Richard Nixon. A medida que avanzaron las investigaciones se descubrió que al allanamiento de la sede demócrata estaban vinculados altos funcionarios del gobierno, del Comité para la Reelección del Presidente, (CREEP) y, como lo descubrirían los reporteros del Washington Post Bob Woodward y Carl Bernstein, de los subalternos de mayor confianza de Nixon.
La gran paradoja
De no haber mediado el caso de 'Watergate', es muy probable que Nixon hubiera pasado a la historia como uno de los más destacados mandatarios de su país. En efecto, hasta hoy día la extraordinaria y contradictoria carrera de Nixon sigue siendo objeto de estudio y tema de centenares de publicaciones. A finales de los años cuarenta ingresó a la política con el Partido Republicano y pronto se convirtió en uno de los exponentes del macartismo de los años cincuenta y de las campañas anticomunistas de la Guerra Fría. En poco tiempo se convirtió en el dirigente que ha competido en más campañas presidenciales en Estados Unidos: 1952, 1956, 1960, 1968 y 1972. En las dos primeras triunfó y acompañó como vicepresidente a Dwight Eisenhower, en la tercera perdió por un margen mínimo de votos (112.000) frente a John F. Kennedy, en la cuarta llegó por primera vez a la Casa Blanca y en la última fue reelegido, en medio de las turbulencias iniciales de 'Watergate', con una abrumadora ventaja de casi 18 millones de votos populares y 503 votos electorales frente a su adversario demócrata.
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En casi seis años de gobierno Nixon obtuvo logros significativos tanto en el plano doméstico como en las relaciones exteriores
Cuando Nixon llegó a la presidencia en enero de 1969, acababa de culminar el tormentoso 68 que dejaba un país sumido en la confusión y la inestabilidad debido, entre otros factores, a la renuncia del presidente demócrata Lyndon Johnson a presentarse a la reelección debido a los reveses sufridos en Indochina; los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy; la cada vez más impopular y absurda aventura de Vietnam que ya se vislumbraba como una posible derrota; la masiva rebelión estudiantil contra la guerra; el movimiento por los derechos civiles de los negros y las asonadas violentas que provocó en varias ciudades; los graves disturbios durante la convención demócrata de Chicago; el auge de la contracultura, y el surgimiento de organizaciones extremistas como las Panteras Negras y los Weathermen. Como si fuera poco, Nixon tenía que gobernar enfrentado a mayorías de la oposición en ambas cámaras del Congreso, lo cual no sucedía desde 1849; a una gran prensa que lo veía con enorme desconfianza y con la cual mantenía una relación conflictiva y a una burocracia estatal compleja y muy difícil de manejar.
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Para 1972 la economía nacional había logrado unos niveles sin precedentes en los últimos 40 años, con unas políticas antiinflacionarias que fueron modelo mundial en su momento.
No obstante lo anterior, en casi seis años de gobierno Nixon obtuvo logros significativos tanto en el plano doméstico como en las relaciones exteriores. En lo interno sacó adelante una avanzada legislación ecologista y creó la Agencia de Protección del Medio Ambiente; eliminó el servicio militar obligatorio para crear unas fuerzas militares profesionales; aumentó de manera notable los fondos federales para las artes y las humanidades; incrementó los desembolsos de seguridad social; mejoró las oportunidades para las mujeres en los ámbitos gubernamental y académico. Para 1972 la economía nacional había logrado unos niveles sin precedentes en los últimos 40 años, con unas políticas antiinflacionarias que fueron modelo mundial en su momento.
Pero sin duda fue en las relaciones internacionales en donde Nixon adquirió una proyección que tal vez no lograba ningún presidente desde los tiempos de Franklin D. Roosevelt. En 1972, mediante una impresionante jugada diplomática, viajó a Beijing y estableció relaciones diplomáticas con la China de Mao y en Moscú firmó con Brézhnev el primer acuerdo de limitación de armas nucleares SALT I; luego de casi tres décadas de confrontación entre su país y la Unión Soviética, sentó las bases de la célebre política de distensión (détente) con el Kremlin; contribuyó de manera directa a aliviar las tensiones en el Oriente Medio luego de la guerra del Yom Kippur, y, quizá lo más relevante, puso en práctica su estrategia de “vietnamización” del conflicto de Indochina y desarrolló el arduo proceso de negociaciones con Vietnam del Norte que culminó en 1973 con la firma del tratado de paz y la retirada de las tropas estadounidenses.
Mentalidad de cerco o la gran paranoia
Pero a pesar de todos estos éxitos, la administración Nixon navegó desde un comienzo en las turbulentas aguas de una época marcada por la agitación social doméstica y un contexto político de intensa confrontación entre demócratas y republicanos. El presidente y su equipo pronto generaron lo que se denominó una “mentalidad de cerco”, caracterizada por una especie de paranoia ante lo que siempre consideraron sus “enemigos” o los “enemigos del Estado”, representados fundamentalmente por el movimiento estudiantil contra la guerra de Vietnam, los medios de comunicación y la burocracia oficial. Y sucedió algo que contribuyó a darles credibilidad a los temores de Nixon: los numerosos casos de filtración de información de asuntos relacionados, en ciertas ocasiones, con temas de seguridad nacional. Uno de los colaboradores del primer mandatario sintetizó la forma como el equipo nixoniano veía la situación: “Estábamos operando en un medio totalmente hostil. La prensa. El Congreso. La burocracia”.
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Los acólitos de Nixon llegaron a extremos tan aberrantes como planear una campaña de difamación contra el prestigioso columnista Jack Anderson e incluso discutir la posibilidad de asesinarlo.
Fiel al estilo que lo había caracterizado siempre y llevado por la obsesión de poner en práctica una guerra secreta contra sus enemigos, Nixon respondió en forma extrema e implacable, sin tener en cuenta las mínimas normas de discreción que su cargo exigía ni la legalidad de sus actuaciones. Aunque algunos mandatarios que lo precedieron también habían recurrido a esta medida, lo primero que ordenó fue la instalación de todo un sistema de micrófonos en la Casa Blanca para grabar las conversaciones con sus colaboradores más cercanos y que a la postre, ¡qué ironía!, fue la evidencia que lo condenaría. Ante las filtraciones a la prensa de asuntos como los bombardeos secretos en la neutral Camboya, las bases para la negociación del SALT o los planes para salir de Vietnam, los acólitos de Nixon llegaron a extremos tan aberrantes como planear una campaña de difamación contra el prestigioso columnista Jack Anderson e incluso discutir la posibilidad de asesinarlo. Periodistas tan respetables como Tad Szulc, Marvin Kalb y Joseph Kraft también fueron objeto de interceptaciones de todo tipo, lo mismo que muchos empleados de varias ramas del poder ejecutivo.
Los papeles del Pentágono y la aparición de los plomeros
Pero lo que prendió los motores de este drama fue la publicación de los denominados Papeles del Pentágono, a mediados de 1971, por parte de The New York Times y luego de casi todos los grandes diarios del país. Estos documentos, filtrados por Daniel Ellsberg, un antiguo analista asociado al Ministerio de Defensa, revelaron al público estadounidense cómo los gobiernos anteriores al de Nixon habían engañado a la opinión en torno a la guerra de Vietnam. Dicha filtración, la mayor de la historia hasta ese momento, y el hecho de que el FBI de Hoover no estuviera dispuesto a cooperar plenamente con los juegos sucios de la Casa Blanca, llevaron al presidente, en medio de su paranoia, a crear lo que luego se conocería como “los plomeros” (White House Special Investigations Unit), un siniestro equipo de inteligencia encargado de las misiones más escabrosas contra los oponentes reales o supuestos de la administración. A estos sujetos se les encomendó, por ejemplo, la misión de allanar el consultorio del psiquiatra de Ellsberg con el objeto de encontrar material para enlodar al autor de la filtración o llevar a cabo una incursión clandestina en las oficinas del instituto Brookings, de tendencia liberal.
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En estas y muchas otras actividades y turbias maquinaciones estuvieron implicados no solamente los encargados de las labores más sórdidas sino también el círculo íntimo que acompañaba al presidente en la Casa Blanca.
En esta frenética campaña de espionaje político, sabotaje y desacreditación de adversarios dirigida por el propio Nixon no se respetaron límites legales ni éticos. En la carrera por conquistar la reelección en 1972 Nixon impartió instrucciones a su gente en el sentido de que había que “jugar duro” y de que “todo se vale”. Y así procedieron todos ellos. Se intentó, por ejemplo, utilizar el Internal Revenue Service (la DIAN de Estados Unidos) para presionar o perjudicar a ciertas figuras políticas, incluido Edward Kennedy. Se elaboraron “listas negras” de personalidades supuestamente enemigas del gobierno (Jane Fonda, Barbra Streisand, Paul Newman, Gregory Peck, Jack Anderson…). Se infiltró la campaña de uno de los candidatos demócratas, Edmund Muskie, y se divulgaron intimidades familiares del mismo. Aunque parezca increíble, en enero de 1972, cuando todavía se desempeñaba como fiscal general, John Mitchell estuvo discutiendo en su despacho con los secuaces de Nixon las más delirantes y perversas acciones (ilegales todas, por supuesto) que podrían ponerse en práctica para perjudicar a los rivales del presidente de cara a las elecciones de noviembre. ¡En la oficina del ministro de Justicia! En un momento dado Nixon inclusive trató de que la CIA bloqueara las investigaciones que adelantaba el FBI sobre 'Watergate' aduciendo razones de seguridad nacional. Y en estas y muchas otras actividades y turbias maquinaciones estuvieron implicados no solamente los encargados de las labores más sórdidas sino también el círculo íntimo que acompañaba al presidente en la Casa Blanca.
Un golpe innecesario y torpe
La incursión del 17 de junio de 1972, que no fue la única porque un mes antes los “plomeros” ya habían intentado allanar las oficinas del partido demócrata, resultó ser entonces la punta del iceberg de toda una serie de acciones delincuenciales y de abuso de poder por parte de la camarilla gobernante. Pero aun hoy no se sabe a ciencia cierta quién dio la orden directa para llevarla a cabo ni cuáles eran su propósito o su utilidad reales. Aparte de que fracasó desde el comienzo, fue una acción absolutamente innecesaria y torpe puesto que Nixon se encontraba en el punto más alto de su popularidad y todo apuntaba a que sería reelegido sin ningún problema, como en efecto lo fue. Unos opinan que se buscaba encontrar información para enlodar a los demócratas; otros creen que se quería constatar si estos poseían argumentos para hacer lo mismo con Nixon. Lo cierto es que, gracias a las investigaciones periodísticas, las confesiones de algunos de los implicados y, sobre todo, gracias a las cintas de las grabaciones de la Casa Blanca, se pudo develar todo el entramado no solamente de 'Watergate' sino de toda la guerra sucia de Nixon y sus asociados desde 1969. Lo interesante es que lo que finalmente condenó a Nixon no fue propiamente el allanamiento de Watergate sino la manera como trató de obstruir la justicia al tratar de encubrirlo, algo que tramó y dirigió personalmente desde el 18 de junio con el ánimo de proteger a todos sus inescrupulosos cómplices de tantas acciones ilegales. Lo que llevó al absurdo de 'Watergate' fueron en última instancia la personalidad paranoica y la manía conspirativa de Nixon, su convencimiento absoluto de que todo es válido con tal de conseguir y preservar el poder. Con razón un contemporáneo suyo describió como “un gran mal hombre” a quien para muchos hubiera podido pasar a la historia como un gran mandatario, como un gran hombre.