Crédito: María Victoria Llorente, Marta Ruiz, y Angelika Rettberg
Tres mujeres, tres visiones y un camino hacia la paz en Colombia
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María Victoria Llorente, Marta Ruiz, y Angelika Rettberg comparten sus puntos de vista sobre cómo puede ser posible la reconciliación nacional. Escucharlas, leerlas a las tres, ratifica que, en términos de paz, el país va por buena senda.
CAMBIO conversó con tres de las personas que con mayor profundidad se han sumergido en el tema de construcción de la ciudadanía y democracia en Colombia, desde los territorios y en un contexto de escalamiento del conflicto armado. María Victoria Llorente, Marta Ruiz y Angelika Rettberg comparten sus puntos de vista, con similitudes y algunas variaciones, pero con un común denominador: la paz en Colombia es difícil pero posible.
“El mayor desafío para la paz posible es transformar las condiciones y los sistemas en los territorios"
María Victoria Llorente
Fundación Ideas para la Paz
María Victoria Llorente, politóloga de la Universidad de los Andes, es desde hace más de 16 años la directora ejecutiva de la Fundación Ideas para la Paz (FIP). Está convencida de que la paz se construye en medio de las adversidades.
CAMBIO: ¿Cómo ha evolucionado su visión de la paz a lo largo de estos años?
María Victoria Llorente: Hemos utilizado muchos apellidos para darle significado: que si la paz total o la paz completa, como si ella fuera un fin en sí mismo. La paz total, vista como un escenario idílico de una sociedad totalmente pacificada, no existe. Nosotros, en la fundación, vemos la paz como un proceso gradual, nunca lineal. Aunque hay retrocesos, como lo estamos viendo hoy, también hay avances. Para entenderlo así hay que salirse de la polarización, de la narrativa absolutista de la paz, y comprenderla como un proceso en el que se requiere hacer la paz con los actores que están en armas, enfrentar a otros con la fuerza pública y la justicia y, sobre todo, transformar las condiciones que facilitan espacios donde crecen los grupos armados, en donde no hay posibilidades para una economía legal. Son espacios en los que el Estado es frágil y no es capaz de generar unos mínimos básicos de goce de derechos para las comunidades. Esto es lo más difícil de construir y, por lo tanto, no se logra de un día para otro. El Acuerdo de Paz de 2016 habló de un tiempo de 15 años para concretar la reforma rural integral, y eso está avanzando, pero no de manera lineal, sino acumulativa.
CAMBIO: ¿Cuáles son los mayores desafíos que enfrenta el Estado colombiano frente al tema de la paz?
M.V.L.L.: Hay dos niveles de desafíos. Hay desafíos inmediatos y desafíos estructurales. Hoy, el inmediato consiste en contener el avance que han tenido en los últimos años distintos grupos armados en varias zonas del país, lo que requiere arrancar con un trabajo importante en materia de seguridad territorial y justicia. Por otro lado, están los retos estructurales, que son aquellos que requieren transformar las condiciones en aquellas zonas afectadas por la violencia y por la debilidad institucional. En este sentido, el mayor desafío es que haya una verdadera concurrencia y sinergia entre lo que se decide a nivel nacional y la manera en que eso realmente aporta a los territorios, permitiéndoles generar unas condiciones para integrar esas zonas y hacerlas viables para la legalidad. Este reto tiene que ver con problemas de orden sistémico y de cómo funciona el poder en Colombia, en manos de unos clanes políticos que dilapidan o se apropian, para beneficio individual, de los recursos públicos, sin que haya manera de sacarlos pues la gente los elige una y otra vez. Este es un tema sistémico muy complicado, que no se ha resuelto, y con el que llevamos lidiando desde hace varias décadas. Es clave entender que hay otra manera de trabajar y es desde la Nación hacia los territorios, no sectorialmente, con la visión de cómo vamos a construir Estado allá. Ese es un enorme interrogante que seguimos teniendo y en donde el avance es más lento.
CAMBIO: ¿Cómo se puede fomentar una participación ciudadana efectiva en la construcción de la paz, sobre todo en los territorios más afectados por el conflicto?
M.V.L.L.: En lo que trabajamos e insistimos es en que, más allá de crear espacios de participación en los que se promueva una participación de mayor calidad y en los que de verdad observemos un mayor nivel de participación, variedad e inclusión, se necesita realmente que haya un mínimo de información compartida. Lo que hemos observado en muchos de los espacios de participación a los que les hacemos seguimiento es que son, más que todo, áreas de socialización de políticas con unos enormes desequilibrios en la información. Nuestra apuesta es continuar con el seguimiento a la participación que hubo alrededor de los programas con enfoque territorial en las 16 subregiones que se identificaron, tras la firma del Acuerdo de Paz de 2016, como las más vulnerables en cuanto a violencia y fragilidad institucional: las zonas PDET. Con esta lógica se crearon unos espacios de participación inéditos, ya que anteriormente la participación sólo llegaba a nivel de casco urbano. Se movilizó a la gente, sin la presión de las Farc, logrando llegar a las veredas más recónditas para hablar con sus habitantes sobre sus sueños, sobre cómo se imaginaban su territorio, y sobre sus capacidades para construir esos sueños. Este fue uno de los ejercicios de participación recientes que han sido más significativos, a pesar de todas sus dificultades porque son zonas con muchas carencias. Estamos convencidos de que, para que la participación sea real, debe haber espacio para la deliberación y para esto todos los participantes deben contar con la información completa. Ésta no puede ser desbalanceada.
CAMBIO: ¿Qué cree que es lo más urgente en términos de paz y seguridad?
M.V.L.L.: Hay dos urgencias principales. La primera es que desarrollemos una estrategia de seguridad territorial que acompañe las negociaciones de la paz total y los ceses al fuego. Lo segundo es seguir trabajando en la implementación del Acuerdo, sobre todo en el punto uno del desarrollo rural integral. Para ello se requiere de una movilización importante de recursos nacionales y, por supuesto, trabajar en los proyectos locales para transformar las condiciones en los territorios en sus sistemas locales, económicos y sociales. Esta es una tarea a largo plazo, en la que hay que trabajar sin pausa y con la concurrencia de lo nacional con lo territorial.
CAMBIO: ¿Y, en este sentido, cuál sería el rol del sector privado?
M.V.L.L.: Cuando yo hablo de gobernanza local también me refiero al sector privado, ya que en muchas zonas del país las empresas juegan un rol muy importante y afectan el entramado de relaciones en el territorio. Estos cambios requieren de una concurrencia de capacidades y, aquí, las alianzas público-privadas son fundamentales, así como también la cooperación internacional.
CAMBIO: ¿Cuál es el llamado de la FIP a la sociedad colombiana en términos de construcción de ciudadanía y paz?
M.V.L.L.: Para la FIP, dentro de nuestra lógica de la paz posible, el llamado es a tener paciencia y no perder de vista cuál es nuestra tarea principal: lograr que haya paz en todo el territorio, y que nos vayamos integrando hasta cerrar las brechas entre las zonas PDET y el resto del país. Este es un trabajo de largo aliento. No nos podemos dejar desalentar, ni dejar engañar por las narrativas negativas o que quieren generar pesimismo para obtener réditos políticos. Dejarnos llevar por estas narrativas nos lleva al inmovilismo. Hay que seguir adelante. Todavía nos faltan más acuerdos. Tener la visión de que esto es un proceso, ayuda; y mirar hacia atrás y ver lo que hemos logrado, ayuda mucho también.
Siento una admiración profunda por tantas organizaciones tan violentadas que siguen construyendo paz, incluso en medio de amenazas, y presionando para que haya transformaciones positivas para las personas que viven en las situaciones más vulnerables, en las zonas alejadas. Aquí, en Colombia, hemos construido en medio de la guerra y de la violencia organizada y, por esa fortaleza desde la sociedad civil, es que no hemos sucumbido como país.
“La paz es una decisión humana, de todos los días, en la que se renuevan los votos como en el matrimonio, como en el amor"
Marta Ruiz
Periodista
Con una experiencia de más de 15 años cubriendo el conflicto armado en Colombia, en los que ha profundizado en temas como el desarrollo rural, las dinámicas de la guerra, la defensa de la libertad de expresión y el derecho a la información –por lo cual fue seleccionada como Comisionada de la Verdad por el Comité de Escogencia¬ Marta Ruiz expone su visión de cómo debe reconciliarse el país.
CAMBIO: ¿Cómo ha visto el desarrollo del Acuerdo de Paz desde su firma?
Marta Ruiz: Cuando se firmó el Acuerdo de Paz en 2016 había una conciencia entre los que firmaron que la paz es una construcción de largo plazo, y que la implementación de aquel podría tomar entre 15 a 20 años, entendiendo que una cosa es dejar las armas y otra construir una paz estable y duradera. Los primeros años de la implementación de un acuerdo de paz son críticos, en términos de la rapidez con la que hay que actuar para proteger a los excombatientes y ocupar los territorios que dejaron. Pienso que esos primeros años, de alguna manera, fueron perdidos debido a que el gobierno que se eligió en 2018 estaba en contra del Acuerdo de Paz y, si bien no echó para atrás el pacto, lo aplicó de manera muy minimalista. Creo que la consecuencia de ello se ha visto en el resurgimiento de los grupos disidentes y de las economías criminales, pues no se logró un control del territorio, en términos de presencia política del Estado. Se ha visto mucha lentitud y casi que negligencia en la implementación de las medidas que tenían que ver con el desarrollo rural.
CAMBIO: ¿Cómo debe entonces ser aplicado dicho acuerdo?
M.R.: Por su naturaleza, el Acuerdo de Paz necesitaba ser aplicado integralmente. El gobierno anterior lo aplicó muy parcialmente y es por eso que pienso que la sociedad no ha podido verse beneficiada de la paz. También hay que tener en cuenta que estos primeros años fueron muy difíciles, por cuenta de la pandemia y de la situación económica. Sin embargo, siento que el país ha cambiado muchísimo. Creo que la paz realmente nos puso en una ruta de transición hacia otro contexto, entendiendo que la paz nunca es un absoluto. Requiere de un cambio en la mentalidad, de ir de las lógicas de la guerra hacia una lógica de la democracia, de la inclusión y de la ciudadanía. Es un proceso lento que necesita mucho liderazgo político y de la sociedad civil, y creo que estamos en ese proceso.
CAMBIO: ¿Qué ha faltado?
M.R.: Ha faltado celeridad y, también, profundidad. Sin duda, el tema de la inclusión política de ese sector del país que estaba en armas, que son las Farc, es demasiado trascendental. Nos demuestra que estamos cerrando el conflicto político. Sin embargo, parar la violencia en Colombia es un desafío permanente. Las amenazas de las violencias criminales crecen y se reconfiguran. Entonces, aunque la tensión entre violencia y paz se ve representada en unos retos muy grandes en materia de seguridad, creo que vamos en la ruta correcta.
CAMBIO: ¿No ha habido retrocesos?
M.R.: No sé si retrocesos, pero sí hay situaciones que se han agravado como, por ejemplo, el tema de las drogas. Más allá de las Farc, el país está metido en el tema de las drogas y creo que hay un agravamiento en el control criminal en los territorios, por parte de actores pseudo-políticos, pero sobre todo de inspiración criminal. Eso es muy grave. El tema del narcotráfico no ha permitido que se consolide la paz. El Acuerdo de Paz de 2016 respondió a las necesidades de 2016 de cerrar un conflicto histórico y hoy estamos frente a nuevos desafíos.
CAMBIO: ¿Por qué es tan importante el desarrollo rural en la construcción de paz?
M.R.: El conflicto armado en Colombia es muy complejo y tiene múltiples causas. Sin embargo, lo que sí puedo decir es que quienes cargaron la guerra sobre sus hombros fueron las poblaciones rurales, los campesinos y los indígenas. Ellos son las víctimas, perdieron la vida, sus tierras, su organización y su representación política. Hay que reconstruir el campo por la guerra y, además, por las políticas neoliberales, pues se derrumbaron las infraestructuras institucionales, sociales y políticas que había en los sectores rurales. Aquí siempre han gobernado los grupos armados y la gente se ha ido quedando sin los bienes y servicios del Estado, generando un abismo brutal entre la Colombia del centro y la de los márgenes: la Orinoquía, la Amazonía, el Pacífico, el Caribe, en donde hay demasiado abandono y pobreza y una estructura muy desigual de la tierra. Entonces, por supuesto que sin desarrollo rural no va a haber paz porque la guerra en el país es una guerra rural, y lo que necesitamos es que la gente que vive en la Colombia campesina tenga los mismos derechos que cualquier otro colombiano. El campo es hoy el escenario en donde tenemos que construir la paz, en términos de igualdad social, a través de los programas de dotación de tierras y de bienes públicos, según ese concepto tan bonito del Acuerdo de Paz de 2016, que es la paz territorial. Colombia tiene que aprender a pensarse como una nación que tiene grandes diferencias territoriales, entendiendo que el territorio es su gente y que la paz que construimos en el territorio sea correspondiente con la gente que vive en él.
CAMBIO: Como periodista siempre ha sido una abanderada del derecho a la información...
M.R.: Siento que el silencio daña. Acaba con la democracia, porque lo que caracteriza la democracia y la ciudadanía es la deliberancia, la comunicación de doble vía, pero también son todas estas formas que nos permiten construir un relato común de nación. Pero para esto tenemos que encontrarnos y hablar con libertad. Una democracia necesita muchas voces, necesita pluralismo, diversidad y debate constante. Con el estallido social vimos que Colombia es un país que quiere romper con el silencio, que siente que puede hablar, y para eso necesitamos líderes que den el tono de la conversación. Yo sí creo que ahora estamos conversando sobre los temas esenciales, como son la desigualdad y el narcotráfico, para buscar soluciones verdaderas.
CAMBIO: ¿Cree que en términos de construcción de paz vamos por buen camino?
M.R.: Estamos en una transición, pasando de una etapa a otra, lo que no quiere decir que estemos transitando hacia la paz perfecta. Posiblemente estamos transitando hacia otro tipo de desafíos, en términos de violencia. La Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) nos está cambiando a todos, LA VERDAD nos está cambiando a todos. Lo que pasa es que los procesos de conciencia colectiva son lentos. Son procesos en los que la política hace una parte, la justicia hace otra, y en los que los medios de comunicación y los artistas también juegan un papel muy importante. El hecho de que este país tenga una Ley de Víctimas y que se esté pensando en repararlas es un avance muy grande que no logramos dimensionar y que nos indica que estamos en la ruta correcta, que nos estamos civilizando. Siento que sí hay una infraestructura social para la paz que hay que potenciar.
CAMBIO: ¿Cuál es el llamado a la sociedad?
M.R.: No creo en los mesías ni en los caudillos. Creo que la paz en Colombia es un ejercicio colectivo, y que lo que cada uno haga es lo que va a cambiar al país. Al país lo vamos a cambiar nosotros, y esa es la realidad de la paz. Cuando nos echamos la paz sobre nuestros hombros, reflexionamos y generamos conversaciones distintas, nos vamos transformando, estamos creciendo como sociedad. Creo que necesitamos políticas serias para que esto sea duradero, porque la paz no crece silvestre. Yo siempre he dicho que la guerra es una construcción humana y, por lo tanto, es evitable. Los seres humanos podemos evitar la guerra si así lo decidimos. De la misma manera, la paz también es una decisión humana y es una decisión de todos los días, en la que se renuevan los votos, como en el matrimonio, como en el amor. La paz es un acto permanente y yo agradezco mucho que se haya tomado la decisión de hacer un acuerdo de paz que nos permita imaginar un país distinto. Tenemos muchas razones para pensar que vamos hacia adelante y que podemos seguir potenciando lo mejor de nosotros.
“La paz es una tarea de largo aliento que nos va a necesitar por muchos años"
Angelika Rettberg
Experta en resolución de conflictos
Fundó el Programa de Investigación sobre Conflicto Armado y Construcción de Paz (ConPaz) de la Universidad de los Andes y, actualmente, lidera la facultad de Ciencias Sociales de esta institución, a la cual ha estado ligada durante más de 20 años. Angélika Rettberg es miembro del comité de Seguimiento y Monitoreo a las recomendaciones de la Comisión de la Verdad, pues es experta en resolución de conflictos armados hasta una paz estable, especialmente en los territorios.
CAMBIO: ¿Cuál es su visión frente al proceso de paz en Colombia desde la firma del Acuerdo de Paz con las Farc?
Angelika Rettberg: Este año cumplimos 20 de justicia transicional del desarrollo de todas las instituciones relacionadas con reparación y reconciliación, en donde ha habido muchos procesos de paz, algunos fallidos y otros exitosos. Entonces, tiene mucho sentido pensar en esto como un proceso de, por lo menos, una generación que ha intentado de muchas formas ponerle fin a la violencia política. Considero que esta última etapa ha sido, en muchos sentidos, beneficiosa para el país. Logramos reducir significativamente la tasa de homicidios en Colombia, y convertir la guerrilla más antigua del hemisferio occidental en partido político. Esto, para mi generación, es uno de los logros menos esperados y más importantes. Nos criamos en medio del conflicto y, de alguna manera, nos parecía imposible que las Farc cedieran en unas negociaciones, lo cual se logró mediante la firma del Acuerdo de Paz.
CAMBIO: ¿Qué otro avance ha habido?
A.E.: Hay otro muy importante tiene que ver con el reconocimiento casi unánime y generalizado de la importancia de atender las necesidades de las víctimas del conflicto. El hecho de reconocer el sufrimiento de las víctimas y ofrecerles alguna forma de reparación nos destaca de otros países del mundo, que no han sido ni tan generosos ni tan ambiciosos en esa meta. De este proceso también hay que destacar la cantidad de verdades que nos ha arrojado. Es difícil que hoy en Colombia alguien diga que no sabe lo que pasó acá.
CAMBIO: ¿Cree que hemos retrocedido en algún aspecto?
A.E.: Al mismo tiempo, obviamente, hay unos pendientes muy importantes. Quizás el más grave de todos tiene que ver con la persistencia de las economías ilícitas, que siguen alimentando toda suerte de organizaciones y formas criminales que generan violencias. La diferencia entre esa criminalidad es que ya no es una violencia dirigida hacia el Estado, como lo son las violencias de las guerrillas, sino que más que todo se trata de una violencia entre bandos, donde siempre cae en medio la sociedad civil, lo cual ha generado enormes frustraciones.
Hay regiones de Colombia en donde la gente siente que debe tomar medidas de seguridad como antes, al tener la misma desconfianza en las instituciones como en otras épocas, y eso no es lo que uno espera de un país que va hacia una transición sostenible a la paz. A pesar de esto, yo no tengo una visión catastrófica, no creo que estemos de regreso al pasado. Por el contrario, creo que hay logros importantes que son visibles en la vida de muchos colombianos, que son atribuibles al Acuerdo de 2016.
CAMBIO: Se habla de la paz total y también de la paz posible. También hay quienes se refieren a la paz como una decisión y un compromiso diario. ¿Qué adjetivos le gustan para la paz?
A.E.: Me gusta la paz a secas, entendida como la reducción de la violencia física mediante la creación de estructuras que evitan que se resuelvan con violencia las divisiones y conflictos que se presentan en las sociedades. Para mi la paz es un propósito muy importante de todas las sociedades. Avalo, secundo y apoyo esa idea de que deberíamos avanzar, con base en las lecciones aprendidas de los procesos anteriores, hacia algo más completo que una paz parcial como la que hemos conquistado hasta ahora. Al mismo tiempo, la diversidad de actores que producen violencia en Colombia es tan grande que es difícil abarcarlos todos con un solo proyecto.
La idea de paz total es meritoria, pero requiere de una visión sistémica integral de los retos que explican la no paz en muchas regiones, lo cual es muy difícil de lograr. No reconozco en estos momentos esa visión que produzca esa mirada integral de los fenómenos y que entienda las lógicas de negociación. Cuando tuve la experiencia de ser negociadora, a nombre del estado colombiano, en las negociaciones con el ELN en 2018, aprendí muchísimo sobre cómo estructurar una negociación, y sobre cómo definir que está dispuesto uno y otro a cambio de qué. Esas lógicas, que tienen que ser parte de la negociación, no las veo claramente en el diseño de la paz total.
Sí creo en que la paz se construye y se renueva todos los días. Construir paz implica adaptar prácticas cotidianas, asumir retos de larga duración, crear instituciones y ajustarlas cuando es necesario. En ese sentido es una tarea de largo aliento, que nunca es rápida, nunca es inmediata, siempre tiene altibajos y no procede en secuencias limpias y, por lo tanto, es normal que haya retrocesos, lo cual no deja de ser frustrante en una sociedad que está en la transición de conflicto a paz.
CAMBIO: ¿Cuáles son las mayores transformaciones que ha visto en la sociedad colombiana desde la firma del Acuerdo de Paz?
A.E.: He visto transformaciones muy puntuales en la sociedad, como es el hecho de que las Farc se hayan convertido en un partido político y participen en el proceso democrático que antes boicoteaban. Sumado a eso, hay un tema muy importante y es cómo en el marco de las instituciones, desde la justicia transicional, se ha producido más verdad que nunca, sobre todo en relación a los horrores que hemos vivido en este país, a través de diferentes generaciones. Esta es una transformación fundamental. En tercer lugar, otra transformación clave es que, a pesar de todos los altibajos de la justicia transicional y de todas las variaciones en los gobiernos y en las afinidades electorales de la gente, la mayoría de la población colombiana sigue pensando en que las víctimas deben ser reparadas. Eso habla muy bien de nosotros como sociedad. A veces, cuando vemos los retrocesos y la persistencia de la violencia en algunas regiones, se nos olvida ver que la sociedad colombiana parece haber interiorizado algunas de las lecciones del pasado violento y, por lo menos, tiene claro que a las víctimas hay que reconocerlas.
CAMBIO: ¿Cuáles son los mayores desafíos que, según su experiencia, enfrenta Colombia, en términos de violencia y seguridad en estos momentos?
A.E.: El principal es la persistencia de las economías ilícitas, y eso es algo que no se resuelve con un acuerdo de paz y, ciertamente, no se resuelve con un acuerdo con un solo grupo. Es un problema que ni siquiera se resuelve sólo en Colombia. Requiere de una aproximación sistémica e internacional. Es un desafío gigantesco que hasta hoy genera violencia en todas las regiones colombianas, sobre todo en aquellas que han sido históricamente vulnerables. Otro reto importante es el hecho de que la violencia se ha transformado, gracias a que ya no nos ocupan las grandes masacres rurales ni los grandes combates que hubo en otras épocas. Ahora vemos con mayor claridad la inseguridad ciudadana o urbana. Como consecuencia de esa percepción de inseguridad, nuestra disposición a ver las bondades del proceso de paz se afecta y esto, a su vez, afecta nuestra disposición a ser generosos con las personas que abandonan las armas y emprenden el camino hacia la vida civil. Según estudios que hemos realizado en la Universidad de los Andes, sentirse inseguros en el presente afecta la disposición a perdonar cosas del pasado. Uno pensaría que no tiene nada que ver que me roben el celular hoy en la calle con mi capacidad para aceptar disculpas de las Farc, pero hemos encontrado que sí, que si las personas se sienten inseguras en su entorno inmediato –aunque eso no tenga nada que ver con el conflicto armado–, esto afecta su disposición a asumir algunos de los costos que implica construir paz. Por lo tanto, ese desafío que pareciera ser posterior a la realidad del conflicto armado afecta significativamente nuestras posibilidades de convivencia pacífica, lo cual es muy grave en términos de reconciliación.
CAMBIO: ¿Cómo se puede promover la participación de los ciudadanos en términos de construcción de democracia y paz en aquellas zonas más afectadas por el conflicto armado en Colombia?
A.E.: Los colombianos desconfiamos mucho de los otros colombianos y es un reto inmediato lograr en que confiemos más en los demás, porque la confianza es la base necesaria para poder construir paz sostenible y duradera. Eso se logra, en parte, mostrando resultados. Es decir, es muy distinto a que yo me pare a decir “por favor confíen en esta institución”, a que yo observe que la institución me resuelve un problema y, por lo tanto, confíe en ésta. Eso lo hemos visto muchísimo en estudios sobre reconciliación. Las personas necesitan ver que pasan cosas, incluso si no están relacionadas directamente con el conflicto. Por ejemplo, las zonas PDET, que son las regiones con programas de desarrollo con enfoque territorial, específicamente señaladas por el Acuerdo de Paz, fueron priorizadas para que ahí se concentren servicios estatales. Lo que hemos observado es que, en esas regiones en que se ven obras de infraestructura, como un puente, un acueducto, un alcantarillado, las personas confían más en las autoridades y, específicamente, en la perspectiva de que es posible reconciliarse. De nuevo, esto nos muestra que hechos que puede que no tengan que ver directamente con la reparación de consecuencias de la guerra inciden en qué tan dispuestos estamos como colombianos a aceptar y asumir los costos relacionados con la construcción de paz.
CAMBIO: ¿Qué nuevas visiones aportan los jóvenes en relación con la construcción de paz en Colombia?
A.E.: Llevo más de 20 años siendo profesora y me sorprende a veces que los jóvenes en mis aulas son personas que nacieron después de los momentos más crudos de la guerra. A veces les hablo de las grandes masacres que marcaron mi época universitaria, de las marchas que definieron muchas veces el rumbo de la discusión, de los grandes movimientos institucionales que nos permitieron llegar a eso que llamamos construir la paz, y ellos lo ven como una cosa del pasado. Les cuento que yo marché por la nueva Constitución porque creíamos que eso era lo que necesitábamos para la paz y que sentimos mucha frustración cuando, con todo y una nueva Constitución espectacular, la guerra no sólo siguió, sino que se recrudeció. A veces se les dificulta entender esto, y me siento como debieron sentirse los abuelos de la segunda guerra mundial cuando les decían a sus hijos “es que ustedes no saben cómo es la guerra, no saben todo lo que sufrimos”. Muchos jóvenes de hoy no tienen experiencia directa con el conflicto y eso me parece una fortuna increíble. Esta ignorancia me parece casi que envidiable, ya que los jóvenes descubren el conflicto y los retos de la construcción de paz a través de lo que les enseñamos en las clases y no como nos tocó a nosotros. Aún conservo el instinto de mirar de reojo algunos carros, pensando en que podrían ser un carro bomba porque a mi esto me marcó. No quiero sonar como una abuela, pero pienso que son muy afortunados por haber tenido una experiencia juvenil tan distinta, mucho más libre, que la que tuvo mi generación.
CAMBIO: ¿Ha aprendido algo de esa juventud?
A.E.: Compartir con ellos me sirve muchísimo porque, al estudiar estos temas durante tanto tiempo, desarrollé una piel muy dura y, a veces, siento que perdí el sentido de la indignación al ver cifras del horror permanentemente, de analizarlo todo desde la perspectiva politológica. Creo que a veces desestimo estas cifras. Cuando veo el impacto que tienen en los jóvenes que me escuchan recupero la indignación. ¿Cómo es posible que esto haya pasado delante de nuestros ojos y que siga pasando en ciertas regiones y no estemos haciendo todo lo que esté a nuestro alcance para detenerlo?
Para mí, los jóvenes son la principal fuente de inspiración para seguir estudiando estos temas, para seguir hablando de ellos y seguir dando lora permanentemente, en un entorno en el que ya se respira muchísima fatiga frente a estos. Me pasa que, en muchos sectores, como que ya hay una actitud de “ay, ya deje así” frente al conflicto y frente al Acuerdo. Por el contrario, cuando mis estudiantes justo descubren cosas que para mí se han vuelto normales, me devuelven esa necesidad, esa curiosidad por entender, ese afán y esa urgencia para tratar de ayudar a transformar.
CAMBIO: ¿Vamos por buen camino?
A.E.: No podría trabajar en este tema si no fuera una optimista. Soy consciente de los problemas, pero también me sirve mucho ser pragmática. Yo no esperaba milagros del Acuerdo de Paz, por lo que no me frustra tanto el hecho de que el proceso sea lento, que los avances sean incompletos o parciales. Creo que uno debe estar en este tema de la construcción de paz con una vocación de largo aliento. Es un tema que toma generaciones y, sin duda, se han dado pasos importantes que nos encaminan y nos generan inercia hacia adelante. Colombia no es el país que era hace dos décadas. Rehúso de las visiones catastróficas. Veo muchísimos logros y se los quiero reconocer a la gente que ha trabajado en eso: los desmovilizados, las víctimas y los diferentes órganos que desde el Estado han ayudado para que esta labor funcione. Y justo porque es una tarea de largo aliento, debemos repetirnos y recordarnos a diario la importancia de esta labor para continuarla, ya que la paz nos va a necesitar por muchos años más.
A manera de conclusión
Las entrevistas a estas tres mujeres revelan la complejidad y la riqueza del proceso de construcción de paz en Colombia. A pesar de los avances importantes logrados con el Acuerdo de Paz de 2016, persisten desafíos importantes que requieren un compromiso sostenido de todas las partes involucradas. La paz en Colombia no es un objetivo estático, sino un proceso dinámico que demanda acciones continuas y adaptativas. La participación ciudadana informada y la construcción de confianza social son elementos clave para avanzar hacia una paz duradera y significativa. A medida que Colombia continúa su camino hacia la paz, es crucial aprender de las lecciones del pasado y mantener un compromiso colectivo con la construcción de un futuro más justo y pacífico para todos sus ciudadanos. Escucharlas, leerlas a las tres, nos ratifica que, en términos de paz, vamos por buen camino.
Esta nota hace parte de la serie periodística “Pensar con otros” realizada en alianza por CAMBIO y Grupo SURA. Creemos que entre todos podemos aportar a la construcción y fortalecimiento de la ciudadanía y la democracia en Colombia.