‘Detrás de todo gran hombre...’

Mariela Zuluaga.

18 Febrero 2024

‘Detrás de todo gran hombre...’

La escritora llanera Mariela Zuluaga escribió ‘La catalana’, una novela basada en la vida de Rosa Bosch, esposa del escritor afrocolombiano Manuel Zapata Olivella. Una historia de amor que también pinta las múltiples facetas del escritor y el ambiente intelectual de Colombia en la segunda mitad del siglo XX. CAMBIO habló con la autora del libro.

Por: Eduardo Arias

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Suelen ser muy frecuentes las historias de mujeres muy valiosas que sacrificaron sus sueños y propósitos para dedicarse a que sus maridos lo lograran. Rosa Bosch es una de esas mujeres que pasan de agache a pesar de haber realizado una labor admirable. Como señala Vanessa Villegas, “'La Catalana' es una lectura necesaria para comprender por qué la perspectiva de género es indispensable a la hora de abordar la historia de mujeres que, como Rosa Bosch, sacrificaron su vida profesional en aras de hacer brillar a sus parejas”.
Ella nació en Barcelona en 1934, donde conoció al escritor Manuel Zapata Olivella, quien se encontraba de gira con una agrupación de danza, se enamoró de él. Dejó atrás su pasado y se vino a vivir a Colombia con Zapatra Olivella, con quien se casó. En esta novela basada en hechos reales, Mariela Zuluaga no sólo cuenta la vida de Rosa sino que también ayuda a entender la complejidad de un personaje tan singular como lo fue Zapata Olivella y también presenta un fresco del mundillo cultural e intelectual colombiano de la última mitad del siglo XX. No es un relato lineal. Los capítulos están ordenados de tal manera que van y vienen el el tiempo. Rosa Bosch murió de leucemia en enero de 2005, dos meses después de que falleciera Zapata Olivella.
Nadie más indicado para escribir esta obra que Mariela Zuluaga, gran amiga de la pareja y, además, ha sido la guardiana del archivo de “la catalana”.

Mariela Zuluaga es narradora, poeta y gestora cultural. Nació en Villavicencio y durante años fue reportera en emisoras de radio y medios escritos. En 1993 publicó la novela El país de los días eternos, y en 2013 Gente que camina, una obra donde habla sobre los nukak, pueblo indígena nómada del Guaviare, y La catalana. Varias editoriales han publicado sus poemarios y muchos de estos poemas aparecen en antologías colombianas e internacionales. CAMBIO habló con ella acerca de La catalana y su relación con Rosa Bosch.

Portada
CAMBIO: ¿Cómo se forjó y transcurrió la amistad con Rosa Bosch?
Mariela Zuluaga:
Los conocí, a ella y a Manuel, a principios de los años 70 y desde ese momento tuvimos una muy buena empatía. Fueron varias décadas de comunicación permanente y de una amistad muy sólida basada en la admiración y la solidaridad mutuas. Ella era una mujer muy seria, culta y respetuosa con quien se podía hablar gratamente de literatura, de política o de cualquier otro tema del momento. Tenía una mirada crítica del país y siempre había un análisis para compartir o la discusión de algún proyecto cultural que moviera las finanzas familiares. Fuimos cómplices a toda prueba en los momentos difíciles y los no tan gratos. Proyectábamos el presente y el futuro y revisábamos el pasado con la franqueza que la caracterizaba y la honestidad que sólo pueden tener dos amigas que se conocen bien.

CAMBIO: ¿Qué la llevó a usted a escribir este libro?
M. Z.:
En primer lugar, este texto es un homenaje a la amistad. Fue mi compañera, consejera y “oreja literaria”, por muchos años y aún hoy después de varios años de su ausencia, me hace falta. Era un personaje importante en mi familia; mis hijos crecieron viéndola solidaria y amorosa en todos los momentos. En segundo lugar, sabía que su historia, aunque muy semejante a la de muchas mujeres unidas por el afecto, la sangre o las circunstancias a hombres importantes, tenía una luz propia que debía hacerse pública, como un reconocimiento a su valioso aporte a la obra y a la vida de Manuel. Siempre estuvo al lado del escritor, manejando todos los “adentros” y acompañándolo silenciosamente en “los afuera”.


CAMBIO: ¿Cómo la describiría usted?
M. Z.:
Fue una figura pintada con tinta invisible a la que todo el mundo vio como la sombra de un hombre genial, cuyo papel parecía accesorio o circunstancial. Muy pocas personas se permitieron interactuar con ella y pudieron comprender su valor histórico en el desarrollo de las empresas culturales, políticas y étnicas que lideró Manuel a lo largo de su vida. Era necesario hacerla visible para que el mundo la conociera y respetara su nombre y su legado. Me demoré quince años para entender que era mi deber superar el pudor de la intimidad y cumplir con mi oficio de escribir.


CAMBIO: Hay muchas maneras de contar una historia ¿Por qué usted se decidió por el camino que tomó?
M. Z.:
Nunca tuve duda de que el género en el que se podía contar esta historia era la novela. La decisión a la que le di más vueltas fue a qué persona se le debía dar el papel de narrador. Y, aunque no es una biografía, al estar sustentada sobre unos pilares reales, construí un personaje con algunos rasgos de ella para que contara su vida en primera persona, a manera de monólogo interior, porque, ¿quién más que el propio protagonista de la historia puede contarla sin tapujos y qué otro momento más apropiado para reflexionar sobre los aciertos y desaciertos, los placeres y desengaños de la vida, que los momentos postreros? Ninguna persona literaria, distinta a la primera puede dejar que el pensamiento vuele y se mueva a lo largo de los años vividos y recupere sentimientos íntimos escondidos o casi olvidados con la honestidad y el valor de quien ya no le teme a nada, ni espera a nadie.

CAMBIO: En su concepto, ¿qué tanto sacrificó Rosa Bosch en su vida por consagrarla a la vida y la obra de Zapata Olivella?
M. Z.:
Creo que ella comprendió y compartió el proyecto de Manuel en los primeros años: su esfuerzo por empoderar y divulgar la cultura afrocolombiana, su trabajo como escritor y toda su gestión folclórica y cultural; su estoicismo y su palabra mágica, así como todo lo que le ofrecía como latinoamericano y como hombre caribe. Amó y admiró al líder y consideró su deber conyugal comprometerse con su “qué hacer “ y dedicar su vida, sus conocimientos y su capacidad de trabajo a acompañarlo en lo que él consideraba su misión vital.


CAMBIO: ¿Ella se arrepintió de ello?
M. Z.:
Solo en los últimos años, cuando se dio cuenta de que no tenía un arraigo, de que no había construido una red o una familia propias en Colombia; que sus padres ya no estaban y pensó que su hermano, el único pariente que le quedaba, la debía considerar una carga, (porque al final fue él quien respondió económicamente, no solo por ella sino también por Manuel), se sintió frustrada. Y cuando descubrió que no era considerada como una parte activa en la obra de Manuel, sino básicamente como un apoyo logístico, empezó a sentirse muy sola y a pensar en el regreso a su antes. Pero, como sucede casi siempre en las relaciones de los seres humanos, esta mujer-protagonista no quiso responderse al interrogante de cómo hubiera sido su vida si ese hombre que le hablaba con esa voz triétnica que enardecía su cuerpo y su espíritu no se hubiera cruzado en su camino, y tampoco la pregunta de si su elección había sido correcta o no. Como la duda persistió, no pudo retomar el camino de su origen y decidió dejar en manos del amor romántico toda la responsabilidad de su vida y de su muerte.

 
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