“Para mí, Seki Sano era un espectro”: Sandro Romero Rey

Portada del diario El Espectador

5 Noviembre 2023

“Para mí, Seki Sano era un espectro”: Sandro Romero Rey

Dicen que en sólo tres meses de estadía en Colombia Seki Sano cambió para siempre la manera de hacer teatro en el país. La novela ‘¿Qué pasó con Seki Sano?’, de Sandro Romero Rey, intenta desentrañar la misteriosa y enigmática vida de este hombre de teatro japonés.

Por: Eduardo Arias

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Seki Sano es un nombre borroso, misterioso pero a la vez una muy poderosa influencia en las artes escénicas de Colombia. Durante la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla Sano vino a Colombia en agosto de 1955 para formar a los actores y directores de los dramatizados de la naciente televisión colombiana, pero fue expulsado del país tres meses después por sus vínculos con el comunismo. Se culpó a los directores de teatro  Bernardo Romero Lozano y Víctor Mallarino (padre) de haberlo acusado ante las autoridades.
Sandro Romero Rey,
sobrino de Bernardo, y quien además es dramaturgo, director de teatro y profesor de planta de la Facultad de Artes ASAB de la Universidad Francisco José de Caldas, quiso indagar acerca de esa acusación y terminó enfrascado en una investigación complicada, con muy pocas pistas fidedignas y que dejó como resultado ¿Qué pasó con Seki sano?, una novela en la que la no ficción prevalece de manera rotunda sobre la ficción. Sólo que la no ficción es tan borrosa y deja tantos interrogantes que… mejor que el autor intente explicar qué pasó con Seki Sano.


CAMBIO: Si usted fuera el dueño de una librería, ¿dónde pondría ‘Qué pasó con Seki Sano’? ¿En narrativa, libros de teatro, reportajes, historia, ficción, no ficción?
Sandro Romero Rey:
Pondría un ejemplar en “Narrativa”, otro en “Libros de teatro”, otro en “Reportajes”, otro en “Historia”, otro en “Ficción”, otro en “No ficción”. Desde hace muchos años soy profesor de Artes Escénicas, en una Facultad donde se ha estructurado el programa de formación alrededor de siete géneros dramáticos. A mí me parece bien, como ejercicio metodológico, para facilitar la organización curricular. Pero siempre les digo a los estudiantes que, cuando salgan de la Universidad, su obligación es hacer estallar los géneros. ¿Qué pasó con Seki Sano? empezó siendo un extenso ensayo sobre un director japonés. Y escribí unas doscientas páginas, porque necesitaba entender el tema en el que me estaba metiendo, desde la perspectiva de mis propios demonios. Pero me di cuenta de que podía correr un riesgo definitivo: el libro se fue transformando en un relato en el que el protagonista seguía siendo Seki Sano, por supuesto, pero el narrador (que no el autor) iba teniendo una mirada, una voz determinante. Nada de lo que cuento en el libro es “mentira”, sino que tiene un punto de vista. Puede llamarse “novela de no ficción”, si se quiere, como las primeras novelas de Javier Cercas, los libros de Fernando Vallejo o incluso Volver la vista atrás de Juan Gabriel Vásquez, una novela (sí, novela) que me sirvió mucho para encontrar el tono de mi relato.


CAMBIO: El detonante del libro es un rumor en el que señalan a su tío Bernardo Romero Lozano de haber acusado a Seki Sano de comunista, el motivo por el cual expulsaron al profesor japonés de Colombia ¿Esa es la razón que lo llevó a escribirlo o usted ya tenía en su cabeza escribir algo relacionado con el teatro colombiano?
S. R. R.:
Todas las anteriores. Después de mi novela titulada Anfiteatro (consolación de la pornografía) comencé a escribir un texto muy extenso acerca de las respectivas familias de mis padres. El proyecto sigue ahí y voy a retomarlo ahora que he salido de mi Sekibook. Al enfrentarme al ajuste de cuentas con mi pasado, comenzó a destacarse el nombre de Bernardo Romero Lozano. Y recordé la historia de la supuesta delación a Seki Sano. Yo ese tema ya lo tenía chuleado, porque Santiago García, que había sido alumno y amigo personal tanto de Seki Sano como de Bernardo, me negó el rumor de plano. Me dijo que eso era una absoluta mentira. Pero muchos años después, me recordaron la historia en la Universidad donde trabajo y, al poco tiempo, la leí en internet e incluso en varios ensayos especializados en los que daban el rumor como un hecho comprobado. Así que me propuse averiguar de dónde había salido esa historia. No sólo lo descubrí, sino que hablé con la persona que se inventó el rumor y me contó las razones por las que lo había hecho, sin ningún tipo de sustento comprobable. Toda esa historia está en mi libro. Pero ¿Qué pasó con Seki Sano? no es un libro para limpiar la imagen de Bernardo Romero Lozano, ni mucho menos. La supuesta delación es un episodio que sirve como detonante. A mí lo que me interesaba era contar la historia del director japonés, no solo en Colombia, sino en todos los países en los que había trabajado. El episodio colombiano, en realidad, es tan solo una parte del libro.

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CAMBIO: Cuando se avanza en la lectura muy pronto se tiene la sensación de que el libro es como el detrás de cámaras de sí mismo. Algo así como lo que ocurre en la Película 8 y medio de Federico Fellini. ¿Está de acuerdo?
S. R. R.:
Esa era la intención. Aunque 8 ½ (película que, por lo demás, adoro sin reservas) es un inmenso fresco, una ficción dentro de una ficción, mientras que mi Sekibook es un relato cuyo dispositivo fue irlo armando en la medida en que investigaba. Es una suerte de novela negra sin crímenes, en la que el narrador no está averiguando quién es el asesino, sino tratando de seguir las huellas de un genio que, en muy poco tiempo, se fue diluyendo y los datos concretos de su vida tienden a desaparecer. Yo me entusiasmé mucho con mi papel de investigador y decidí convertir mis viajes, mis entrevistas, mis visitas a las bibliotecas y mis noches de escritura en el cuerpo central de la novela. Ya me han dicho que los historiadores fundamentalistas detestan este tipo de trampas. Pero justamente escribí un libro alrededor de un tema que los mismos historiadores no han tocado sino de manera parcial. Así que, si nadie más le metía el diente a fondo, decidí jugar con los acertijos fascinantes que me fui encontrando por el camino.


CAMBIO: A ratos uno siente que Seki Kano es como una presencia fantasmal, borrosa, difícil de determinar…
S. R. R.:
Así es. Porque, para mí, Seki Sano era un espectro. Me pasé días enteros, tanto en México como en Bogotá, tratando de encontrar la voz de Seki Sano, las imágenes en movimiento de Seki Sano, los noticieros con Seki Sano, las puestas en escena de Seki Sano, las entrevistas, los artículos sobre Seki Sano. Y todo era un conjunto de fragmentos imprecisos, diluidos en la bruma del tiempo, casi listos a desaparecer para siempre. Así que, para contar la verdad, había que inventarse una estrategia que no era precisamente la de la mentira (el libro lo explica todo el tiempo) sino la del punto de vista, la de aquel que desconoce. La estrategia no me la inventé yo, por supuesto. Viene desde la antigüedad y el cine la ha desarrollado de manera maestra desde El ciudadano Kane de Orson Welles hasta los juegos sin respuesta de Jean-Luc Godard.

Sandro
Sandro Romero Rey. Foto: Carlos Duque.


CAMBIO: ¿En algunos apartes usted apela a la técnica del falso documental?
S. R. R.:
Hace pocos días volví a ver algunas de las películas definitivas de Luis Ospina, para una clase en el Doctorado en Estudios Artísticos de la ASAB. Y me sorprendí al encontrar que, tanto en Un tigre de papel como en Todo comenzó por el fin hay procedimientos que casi copié sin darme cuenta. Por un lado, Un tigre de papel cuenta una historia que coincide con la relación entre el teatro y la izquierda, a través del falso Pedro Manrique Figueroa. Por otro lado, Todo comenzó por el fin es una película en la que vemos a su director armando y pensando sobre su largometraje, porque sabe que, en cualquier momento, se va a morir. Fui amigo de Luis durante 40 años y creo que nos parecíamos y nos entendíamos tan bien que no me extrañan esta suerte de influencias involuntarias.


CAMBIO: Algunos personajes aparecen con sus nombres reales y otros con nombres cambiados. ¿A qué se debe eso?
S. R. R.:
Al azar y a la necesidad. Al principio, había cambiado todos los nombres, para evitarme regaños, demandas y susceptibilidades. Pero luego le di a leer uno de los borradores a un amigo escritor que casi me exigió que pusiese los nombres propios. Algunos nombres quedaron, otros no. Algunos son inventados más como una travesura, como un guiño con algunas amigas que me ayudaron en la pesquisa. Otras (casi siempre fueron mujeres), con las que tenía menos confianza, decidí revelarles la identidad, como una suerte de homenaje a todo lo que hicieron por mi novela.


CAMBIO: Desde su punto de vista como dramaturgo, director de teatro y formador de actores y directores, ¿qué explica que la visita relámpago a Colombia de Seki Sano haya influido de manera tan notable?
S. R. R.:
En el capítulo final está la respuesta. Ese debate, como dicen los camaradas, se dio con los teatristas escépticos en la década del noventa. Y el libro trata de resolver el acertijo. No. Seki Sano ni se inventó un método, ni montó obras, ni escribió un libro en Colombia. Pero armó un asunto mucho más difícil de explicar: estableció una ética. Lo explico con un solo ejemplo: Santiago García (a quien le dedico la novela) era un arquitecto que se había formado en Venecia y en Londres. Tenía 27 años cuando regresó a su país, trabajaba en una prestigiosa firma de arquitectos y tenía su futuro resuelto. Hasta que vio un aviso en el que se enteró de que un maestro japonés estaba dictando unos cursos para formar actores. Fue a la convocatoria, se entrevistó con Seki Sano y al día siguiente (¡al día siguiente!) renunció a la oficina de arquitectos y se dedicó, por el resto de su vida, al teatro. ¿Qué le dijo Seki Sano para que tomase una decisión tan definitiva, teniendo en cuenta que García era uno de los creadores más importantes e inteligentes del siglo XX en Colombia? Esa es quizás la razón más poderosa, la que me sirvió como punto de partida para escribir este libro. Un texto que empezó siendo una curiosidad privada y terminó convirtiéndose en una reflexión acerca de las razones por las cuales algunos seres humanos decidimos quemar las naves y lanzarnos a las aguas más profundas, incluso sin saber nadar.

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