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El viaje poético de Piedad Bonnett
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Federico Díaz Granados habla sobre la vida y la obra de Piedad Bonnett, ganadora del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, por su poesía "luminosa, aun cuando trata temas arduos, como el desamor, la guerra, la pérdida o el duelo", según el jurado.
Hace unos años, conversando con algunos escritores amigos procedentes de varios países de América Latina en las horas de receso de un evento literario, mencionábamos nombres de los que considerábamos poetas vivos y esenciales de la lengua española en lo que va del siglo y entre varios nombres sobre la mesa había un consenso general en el de Piedad Bonnett.
Para muchos se trataba de unas de las obras más sólidas de la lírica actual y que muchos lectores sienten cercana no solo por el tono sino por los diferentes temas que atraviesan el conjunto de su poesía. Para mí, todas esas opiniones eran motivo suficiente de orgullo y confirmaban las razones por las cuales quise rendirle un homenaje en el marco del Festival Internacional de Literatura 'Las líneas de su mano' en 2019 junto con la recientemente galardonada con el Premio Princesa de Asturias en Letras, la rumana Ana Blandiana. Aquella noche la cantautora Victoria Sur interpretó una versión musical del poema Las cicatrices y fue para los lectores asistentes una noche de fiesta.
De igual forma, hace un par de semanas conversando con la poeta y editora Claudia Gallego en la librería Ficciones coincidimos en que la poesía de Piedad Bonnett cada vez tenía más lectores en el ámbito hispano y quizás solo faltaba un premio como el Reina Sofía para tener un reconocimiento mucho más amplio del que tiene. Apostamos por algunos nombres y nos despedimos con la certeza del afecto y admiración a Piedad. Claudia y yo, amigos de los agüeros y sensibles a las supersticiones recordamos esta reciente conversación cuando los medios anunciaron que a nuestra poeta le acababan de otorgar el XXXIII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, galardón que la pone al lado de grandes poetas y autoras que ella tanto ha admirado y que ya son clásicos de nuestro idioma como Gonzalo Rojas, Ángel González, Mario Benedetti, Nicanor Parra, Juan Gelman, Blanca Varela, José Emilio Pacheco, Fina García Marruz, Ernesto Cardenal, Ida Vitale, Claribel Alegría, Rafael Cadenas, Raúl Zurita y Gioconda Belli, entre otros. Precisamente quedar al lado de una de sus autoras tutelares como Blanca Varela tiene un significado especial porque la cátedra que Bonnett dictó durante muchos años en la Universidad de los Andes de poesía latinoamericana siempre tenía un capítulo dedicado a la gran poeta peruana. De igual forma, este premio la convertía en la segunda colombiana en recibirlo después de Álvaro Mutis, quien fuera el galardonado en 1997.
El premio suscrito dentro del Convenio Marco de Cooperación Cultural entre la Universidad de Salamanca y Patrimonio Nacional tiene como objetivo reconocer “el conjunto de la obra poética de un autor vivo que, por su valor literario, constituya una aportación relevante al patrimonio cultural común a Iberoamérica y España”. Este año la gerente de Patrimonio Nacional, María Dolores Menéndez, ha anunciado el fallo del jurado con el siguiente concepto: “Una voz actual de referencia en la poesía iberoamericana con un trato elaborado del lenguaje que le permite acercarse a la experiencia vital con profundidad y belleza y a responder con humanidad a la tragedia de la vida. Su poesía es luminosa, aun cuando trata temas arduos, como el desamor, la guerra, la pérdida o el duelo”.
Dicho concepto lo suscriben los miembros del jurado Ana de la Cueva (presidenta de Patrimonio Nacional), Juan Manuel Corchado (rector de la Universidad de Salamanca), Santiago Muñoz Machado (director de la RAE), Luis García Montero (director del Instituto Cervantes), Óscar Arroyo (director de la Biblioteca Nacional de España), Gioconda Belli (poeta nicaragüense ganadora del premio el año anterior), Jorge Volpi (escritor mexicano) Raquel Lanseros (poeta española), María Isabel Toro Pascua y María José Bruña (representantes del Departamento de Literatura Española e Iberoamericana de la Universidad de Salamanca), Selena Millares (profesora de la Universidad Autónoma de Madrid), Araceli Iravedra (directora de la cátedra Ángel González de la Universidad de Oviedo) y María Sonsoles Sánchez-Reyes, secretaria del jurado.
En exclusiva para CAMBIO, la poeta Raquel Lanseros, quien hizo parte del jurado, nos recuerda que “la voz poética de Piedad Bonnet constituye un rotundo referente en las letras iberoamericanas, por su lucha a favor de la belleza, del pensamiento, de la claridad luminosa, de la sinceridad y la concordia. Para toda una generación de poetas, la lectura de Piedad ha supuesto una parada obligada de aprendizaje y deleite, así como un modo natural de asumir el compromiso ético y estético de la literatura. Por todo ello, el Premio Reina Sofía de Poesía, viene a constatar la admiración a su magisterio que se profesa a ambos lados del océano Atlántico”.
También el poeta Luis García Montero ha dicho que se trata de “una de las voces más fuertes de la poesía iberoamericana, que se suma a una lista deslumbrante de poetas que este premio acerca a todos los lectores”. Del último libro de la galardonada, Los habitados, ha destacado su capacidad para dejar patente que 'el pasado nos acompaña porque todos estamos habitados de aquello que hemos perdido'”.
Yo empecé a leer a Piedad Bonnett en los años ochenta luego de la aparición de su primer libro De círculo y ceniza, publicado por la Universidad de los Andes en 1989. Allí ya aparece el tono que viene a caracterizar y a sostener su poesía tantos años después, pero es, sin duda, el libro Nadie en casa que aparece en la mítica colección de la Fundación Simón y Lola Guberek en 1994 donde uno de sus temas fundamentales cobra una relevancia particular: la casa. La casa como metáfora de la infancia, pero también del cuerpo. Esa casa tan presente en lo mejor de la literatura colombiana tiene una luz particular en su poesía. Era la casa que se levantaba en medio de un país que se derrumbaba entre la violencia y las bombas del narcotráfico. Piedad toma la decisión de regresar a la casa como lugar seguro, como refugio y como lugar también para el amor y sus desavenencias donde lo cotidiano, las conversaciones y asombros y hastíos que se viven en los entre muros también son un gran sustrato para la poesía y la belleza. Recuerdo también la euforia que generó en muchos autores de mi generación la aparición de El hilo de los días, con el cual gana el Premio Nacional de Poesía de Colcultura en 1995 y que abre las puertas para una irreversible proyección nacional. Pero es con Ese animal triste y Todos los amantes son guerreros publicados en la desaparecida colección de poesía de Editorial Norma en 1996 y 1998 respectivamente, donde el cuerpo y el amor se convierten en protagonistas de una voz poética que ya consolida una fuerza propia. El cuerpo y su derrota, pero también con sus promesas y el amor con sus claroscuros y estallidos definen nuevos puntos cardinales de una poética sólida y coherente con unas búsquedas y unas preocupaciones.
En 1998 Arango Editores publica la antología No es más que la vida que daba para esos días un balance inicial que anticipaba el impacto que años más tarde tendría dentro del panorama nacional y de la lengua española. En noviembre de 1998 la poeta María Mercedes Carranza convocó a 15 de los mejores poetas colombianos a leer poemas de amor en el Parque Central Bavaria en evento muy difundido en ese momento llamado Poemas de amor para los alzados en almas.
Allí los versos de Piedad Bonnett fueron aplaudidos por un nutrido grupo de jóvenes que con el paso de los años vendrían a ser los poetas que animarían la escena lírica nacional a comienzos de los 2000. Pero también fue la oportunidad de ver juntas a dos figuras fundamentales para comprender la poesía colombiana de hoy: María Mercedes Carranza y Piedad Bonnett. La primera cuyo tono cierra el siglo XX de patria demolida y la segunda que abriría el siglo desde aquella casa a la que regresábamos como puerto seguro.
En 2004 el libro Las tretas del débil también reafirmaría muchas de las inquietudes temáticas de Piedad Bonnett y dejaría en la memoria de muchos poemas que comparten hoy en redes y se piden en recitales y festivales como si se trataran de canciones de rock como Página roja, Oración, Los hombres tristes no bailan en pareja y Algo hermoso termina, entre tantos otros.
Pero es con la aparición de Las herencias, en la colección Palabra de honor de la editorial Visor en 2008 que se daría un punto de inflexión en la obra de Piedad Bonnett no solo por el nuevo periplo que iniciaba su poesía sino por el inminente reconocimiento internacional que vendría a partir de este momento. Con Las herencias comienza una trilogía que continúa con Explicaciones no pedidas (Premio Casa de América de Poesía Americana en 2011 y Premio José Lezama Lima de Casa de las Américas de Cuba en 2014) y Los habitados (Premio Generación del 27). Esta trilogía propone un asunto que ya se insinuaba en los libros anteriores a esta etapa y es el de la enfermedad.
Así como Pablo Neruda había reflexionado sobre el tema en el poema Enfermedades en mi casa Piedad Bonnett reflexiona desde la experiencia personal sobre este tema. La enfermedad es la evidencia de las edades del cuerpo, pero también es el temblor que mueve los cimientos de una familia y una memoria. Desde el recuerdo de ser una niña que estuvo cercana a la experiencia de la enfermedad hasta la muerte de su hijo Daniel ha sido una hoja de ruta de su obra. Es el tránsito también por el dolor, el desvanecimiento y la pérdida al igual que indaga por los lugares de dónde provienen esos dolores y trastornos que habitan nuestras vidas. Entonces desde ese lugar Piedad regresa a esa niña y adolescente frágil que fue para cerrar el círculo y reinventar ese dolor desde la belleza y el asombro con otros significados. Pero todo aquello se debe abordar desde la ética del poeta, algo en lo que ella siempre ha sido insistente a la hora de afrontar el ejercicio poético: “Tener una ética de la autenticidad equivale, entonces, a ser fiel a sus propios fantasmas, a escribir, no “de lo que toca y como toca”, sino sobre y como resulte ineludible.
En un país que se ahoga en muertos, el poeta no tiene la obligación de hablar de muertos, mientras no se olvide de ellos. En un país que se revienta de corrupción y violencia, también es posible que la poesía hable de amor, pero inevitablemente será un amor donde se sentirá la latencia de la guerra. Para el poeta, "tener una ética de la autenticidad significa estar comprometido ante todo con su propia verdad: la suya es una búsqueda de palabras, pues las palabras son para él la realidad, o mejor, su tarea es la de penetrar esa realidad al convertirla en palabras” nos recordó Piedad Bonnett en el Primer Congreso de poesía escrita en lengua española organizado por el Instituto Caro y Cuervo hace un par de décadas.
Y en concordancia con esa ética Piedad supo canalizar ese dolor a través de la escritura de un libro que ha sido generoso en brindar certezas y verdades a tantos lectores que han padecido el tema de la salud mental. Lo que no tiene nombre es la forma exacta de dar nombre a un dolor, de ponerle palabras al duelo y la despedida, pero también de subrayar la impotencia ante un sistema médico y social que es irresponsable frente a estos asuntos. Así que la vigencia de este libro es que con absoluta honestidad y verdad humana canaliza un dolor y a la vez denuncia y habla por todos. También en su obra narrativa ha consolidado una voz que establece correspondencias con sus preocupaciones poéticas. Después de todo (2001), Para otros es el cielo (2004), Siempre fue invierno (2007), El prestigio de la belleza, (2010), Donde nadie me espere (2018), Qué hacer con estos pedazos (2022) son novelas que sirven de espejo al lector para contemplar sus propias grietas e incertidumbres.
Así como en los tiempos antiguos en los que se ponía una corona de laurel sobre las sienes de un poeta y cuya figura se ha conservado en los países anglosajones. Piedad Bonnett recibe el mayor galardón de la poesía en lengua española. Es un premio que hace justicia con su obra y trayectoria y da cuenta de la buena salud de la poesía colombiana actual: Aquella niña que aprendió a leer con su madre que era maestra en Amalfi, Antioquia, y que amó la poesía a través de las rimas y métricas que aprendía de memoria para recitar en las visitas hoy es un motivo de fiesta en la poesía en español. Recibe la noticia con la tranquilidad de haber escrito una obra donde la mirada y el oído han sido las esponjas para capturar el horror y la belleza porque como ella misma afirma “dos oídos tiene el poeta, uno para escuchar dentro de sí y otro para escuchar los latidos del mundo. Es en esa conjunción donde el poema florece como lo que es: una flor siempre extraña y siempre conocida”.
Larga vida a la poesía de Piedad Bonnett.