
“Escribo ficción porque me encanta paladear las palabras”: Humberto de la Calle
Humberto de la Calle y la portada de su libro de cuentos.
Crédito: Prensa Humberto de la Calle
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Humberto de la Calle pone en pausa su ajetreada vida como servidor público y entra en el mundo de la literatura. “Es tarde ya para aprender el oficio. No sé si tengo talento, pero sí sé que no tengo tiempo para ser un autor reconocido”, dice. Ahora presenta 'Muertes y muertecitas', una colección de cuentos.
Por: Armando Neira

Humberto de la Calle Lombana (Manzanares, Caldas, 1946) ha sido testigo de excepción de dos de los hechos más importantes de la historia reciente de Colombia: la Asamblea Nacional Constituyente que dio vida a la Carta Magna de 1991 y el Acuerdo de Paz, que permitió el desarme voluntario de 13.000 combatientes de las Farc-EP. Recientemente renunció al Senado, donde era una de las voces más respetadas, entre otras razones, para dedicar más tiempo a la lectura y la escritura. A las librerías llega Muertes y muertecitas, una colección de cuentos en la que aborda, con seriedad y humor, la idea de que la muerte tiene distintos rostros y siempre está al acecho.
CAMBIO: ¿La literatura siempre ha sido una tentación para usted? ¿Por qué?
Humberto de la Calle: Mi madre nos leía en las noches. Recordemos a los jóvenes que no había televisión en esa época. Eso debió haber influido. Por otro lado, mi manifiesta torpeza manual me alejó de los deportes, que eran el quehacer diario de mis amigos de barrio en los ratos libres. Entonces comencé con la Imitación de Cristo, luego Verne y Salgari, y ya, en plena adolescencia, Hesse, Camus, Sartre.
CAMBIO: Usted ha escrito novela, La inverosímil muerte de Hércules Pretorius, y ahora presenta Muertes y muertecitas, una colección de cuentos. ¿Cuál género es más difícil? ¿Por qué?
H.D.L.C.: Parecería más compleja la novela. Requiere un mayor esfuerzo de planeación, de articulación, de combinación de personajes. Pero, como en los campos de golf actuales, si un tiro sale mal, hay espacio para enderezar el juego. En cambio, el cuento tiene que ser certero: hoyo en uno o fracaso.
CAMBIO: No hay nada tan serio como la muerte. ¿Cómo abordarla con humor en un relato?
H.D.L.C.: Quizás parte de la congoja de la muerte sea propia de nuestra cultura. Es una paradoja. En el mundo cristiano, aunque se dice que hay una vida eterna, los deudos no escapan a la sensación de pérdida absoluta. Los orientales entienden mejor que la muerte es un hecho de la vida. En mi libro trato de jugar con la muerte: muertes estrambóticas, caricaturescas y también dramáticas. Sobre todo, la del primer cuento, que bien podría ser una novela corta y cuya ocurrencia se basa en algo real. Real, pero asombroso.
CAMBIO: Los escritores naturalmente están muy influenciados por su entorno. La muerte está presente en la obra de buena parte de los narradores colombianos. ¿Y usted no pudo evitarlo?
H.D.L.C.: Pues se trata de un tema inevitable en el arte. Pero mi libro no la asume desde su hondura, sino desde la sonrisa.

CAMBIO: ¿Usted, a estas alturas de la vida, no se arrepiente de no haberse dedicado por completo a la literatura en lugar de haberse metido hondo en la política?
H.D.L.C.: Pues, al terminar mi carrera de derecho, la vida se volvió real: empleo, hijos. O sea, como me suele decir una amiga, había que trabajar para conseguir la papita y el licor. Y es claro que el lenguaje jurídico, adoptado por necesidad, esteriliza la vocación literaria. Solo ahora he regresado a lo que tuve que hacer a un lado. Me queda un agujero negro. No tuve ocasión de estudiar y disciplinar las destrezas literarias, por lo que solo soy un artesano inseguro. Lo que sí tengo claro es que me divierto mucho. Sobre mi otra vida, pues no hay que arrepentirse de lo hecho. Aunque he estado al borde de varias turbulencias, la vida pública ha sido generosa conmigo. Solo tengo agradecimientos.
CAMBIO: A propósito de La inverosímil muerte de Hércules Pretorius, allí aparecen algunos de los protagonistas de la violencia, como el asesinado líder de la Unión Patriótica Bernardo Jaramillo Ossa y el jefe paramilitar Iván Roberto Duque (alias Ernesto Báez). ¿Cómo fue esa experiencia?
H.D.L.C.: Pues en la Universidad de Caldas concurrieron en esa época distintos personajes, especialmente los que usted menciona. Era el momento en que el movimiento estudiantil permeaba las aulas. ¡Efervescencia pura! Camilo Torres nos visitó varias veces. Y allí surge Hércules, atormentado por sus dilemas. Era un estudiante brillante, un verdadero revolucionario, pero agobiado por el drama de la violencia galopante que le implicaba tremendos sufrimientos. Él era un alma sensible. Deseaba una revolución de los claveles, pero terminó cada vez más hundido en el trasiego guerrillero. Y, como lo dice el título, sufrió una muerte inverosímil. Quizá este punto, algo teatral, pero real, sea un enlace con Muertes y muertecitas.
CAMBIO: ¿Cómo es eso de que ese libro lo escribió y lo guardó durante 40 años?
H.D.L.C.: Sí. Lo escribí cuando los hechos aún estaban calientes. Pero el respeto humano, es decir, la vergüenza de un escritor frustrado e inexperto, me aconsejó guardarlo en un cajón. Hace unos dos años se escribió una historia sobre la Operación Calarcá del M-19, donde muere Hércules en las selvas del Chocó. Incluso se transcriben allí apartes del diario de la Chiqui, la guerrillera legendaria. Esta chispa me movió a retomar los viejos papeles, redondear la obra y darla a conocer. ¡Qué carajos!
CAMBIO: En el caso de Muertes y muertecitas, ¿cuál fue el proceso?
H.D.L.C.: El detonante es la muerte de Séfora. Una circunstancia muy trágica, pero llena de hermosura. Sobre el hecho escueto, que incluso hace parte de una sentencia de la Corte, el edificio de la ficción me llevó a desarrollarlo. Y allí nació la novela corta con la que comienza el libro. Los cuentos son generalmente escritos nuevos, aunque algunos corresponden también a manuscritos del pasado. Pero, en general, fue mayormente escrita de manera reciente, en estos dos años.
CAMBIO: Usted está ligado a dos hechos fundamentales en la historia de Colombia: la Constituyente y el proceso de paz con las Farc. ¿Para cuándo un relato sobre alguno de esos dos episodios?
H.D.L.C.: Pues he escrito historias sobre ambos a título de ensayo. Ahora pienso dedicar este año a una nueva idea. Algún día le cuento.
CAMBIO: A propósito de lectura, ¿qué tanto se lee en Colombia?
H.D.L.C.: Ahí hay algo raro. Mi editorial me dice que estos han sido años exitosos en el terreno de las ventas. Pero, al mismo tiempo, partimos de la base de que se lee poco. Es como si la gente comprara y no leyera. Pero creo que los jóvenes de hoy leen más de lo que se cree.
CAMBIO: ¿Cuáles son los escritores colombianos que más admira y por qué?
H.D.L.C.: Me pone en una situación difícil. Es imposible nombrarlos a todos. Se corre el riesgo de olvidar al más admirado. Tengo una pátina juvenil que proviene del nadaísmo: Gonzalo, Eduardo Escobar, mi coterráneo Jaime Echeverri, Jota, en fin. Luego hubo un paso por la violencia que me cogió distraído en otros asuntos. Ahora admiro a Juan Gabriel Vásquez, Ricardo Silva, a varias mujeres. Quizá tenga que desatrasarme. No menciono a los gigantes y, además, cometo el crimen de omitir a los grandes poetas.
CAMBIO: Darío Echandía decía: “¿Y el poder para qué?” Le pregunto: ¿Escribir para qué?
H.D.L.C.: Pues, al menos en mi caso, no tengo ninguna pretensión. Ya le dije que me divierto. Me encanta paladear las palabras. No pretendo cambiar el mundo con esto, aunque detrás de cada sílaba hay una reflexión. La gratificación sería llevar algo de curiosidad al lector. Por otro lado, como le dije, es tarde ya para aprender el oficio. No sé si tengo talento, pero sí sé que no tengo tiempo para ser un autor reconocido.
CAMBIO: Hay quienes creen que la genialidad de Gabriel García Márquez fue de tal dimensión que tiene eclipsados a todos los escritores colombianos que le siguieron. ¿A usted cómo le parece esta afirmación?
H.D.L.C.: Fue cierto durante una época. Pero ahora ya hay una literatura urbana, de clase media, que recoge experiencias muy distintas.
CAMBIO: ¿Qué llena más? ¿Ser un consagrado lector o un escritor consagrado?
H.D.L.C.: Ya le dije que escritor consagrado no lo voy a ser. Me quedo con la lectura, que es lo que tengo a la mano.
CAMBIO: Mario Vargas Llosa dijo alguna vez que él no tenía redes sociales, porque si no a qué horas escribía. ¿Cómo escribir en estos tiempos tan frenéticos?
H.D.L.C.: Hay resquicios, intersticios que uno aprovecha. Pero sí es cierto que el frenesí y el vértigo empobrecen. Al hombre de hoy se le aplica algo que dijo un admirado psiquiatra: “Voy de afán, pero no sé para dónde”. Sin ocio, no tendríamos filosofía griega.
