“Nunca hemos abandonado la idea de que el teatro siempre es político”: Ricardo Camacho
Ricardo Camacho.
Crédito: Sr. Mao
Con un montaje de 'Hamlet' , de William Shakespeare, el Teatro Libre de Bogotá celebra 50 años de vida. Ricardo Camacho, director del montaje y uno de los fundadores del grupo, ha sido uno de los artífices de esta institución cultural que también le ha aportado mucho a la formación de actores y a la difusión y promoción del jazz.
Por: Eduardo Arias
Para celebrar sus 50 años de existencia, el Teatro Libre de Bogotá puso en escena Hamlet, de William Shakespeare, una de las obras cumbre de la literatura universal. Este montaje es una versión de Diego Barragán, quien también interpreta a Hamlet. Lo dirige Ricardo Camacho, uno de los fundadores del Teatro Libre, y estará en cartelera hasta el 19 de febrero.
Hamlet es un drama muy complejo, que pone a pensar a los espectadores y lectores acerca de la esencia misma del ser humano y del universo que lo rodea. A medida que avanza la obra Hamlet, el príncipe de Dinamarca, se convierte en el mensajero de la muerte y lleva al abismo a quienes lo rodean. En este montaje el piano sigue el camino de Hamlet, quien debe vengar la muerte de su padre, asesinado por su hermano Claudio, que es ahora el rey. Hamlet, en vez de llevar a cabo su misión, comienza a dudar. Quiere estar seguro de que su tío es el culpable. Duda de sí mismo, y, de paso, reflexiona sobre la vida y el suicidio.
El nombre del Teatro Libre es muy familiar para los habitantes de Bogotá que son seguidores de las artes escénicas y también de la música, en particular del jazz. Es una compañía estable que cuenta con un grupo de actores profesionales, dos sedes en La Candelaria y Chapinero, barrios emblemáticos de la ciudad. Además de presentarse en sus dos sedes, el Teatro Libre también ha recorrido la geografía colombiana y ha realizado giras internacionales que lo han llevado a China, Estados Unidos y varios países de Latinoamérica y Europa. En su escuela de formación, que a partir de 2005, y gracias a un convenio con la Universidad Central se transformó en una carrera de Arte Dramático que funcionó hasta el año pasado. Esta escuela ha educado alrededor de 300 actores.
En sus 50 años de existencia ha montado cerca de 100 obras y espectáculos de dramaturgos colombianos y del canon universal. Una característica del grupo es que los actores, sin ninguna clase de jerarquías, se reparten indistintamente papeles protagónicos y de reparto. Así, como señalan ellos, “el que hoy hizo de Hamlet, mañana tendrá una fugaz figuración”.
Otra actividad que llevó a cabo el teatro entre 1988 y 2018 fue el Festival de Jazz, uno de los primeros y más reconocidos de América Latina. A partir de 2003 cada año abrió una convocatoria nacional para que grupos profesionales y universitarios participaran en el festival.
Para hablar acerca del montaje de Hamlet y de estas cinco décadas de labores del Teatro Libre, CAMBIO conversó con Ricardo Camacho, uno de los fundadores del grupo, y uno de los principales referentes del teatro colombiano.
CAMBIO: ¿Por qué razón escogieron Hamlet como una de las obras para celebrar sus 50 años de vida artística?
RICARDO CAMACHO: Cuando empezó la pandemia nosotros quedamos viendo un chispero. Entonces, junto con el Teatro Mayor, se nos ocurrió hacer un ciclo de radioteatro con los teléfonos celulares, que era lo único que se podía hacer. Escogimos cinco obras que cumplieran unos requisitos muy concretos. Que no pagaran derechos de autor, que la duración no fuera mayor de dos horas y que formaran parte de la literatura universal para que le interesara a la gente. La quinta obra de ese ciclo de radioteatro fue Hamlet, para la cual hicimos una adaptación que durara dos horas. Incluso está todavía en la plataforma del Teatro Mayor. Entonces, cuando terminó la pandemia, decidimos usar esas matrices, esas adaptaciones, para incorporar dos de ellas al repertorio del teatro: El inspector, de Nicolai Gogol, y Hamlet.
CAMBIO: ¿Cómo se formó el Teatro Libre?
R. C.: Nosotros arrancamos en el teatro universitario, concretamente en la Universidad los Andes, cuando varios de nosotros fundamos un grupo siendo estudiantes. Hicimos teatro universitario durante los cuatro años que duró la carrera.
CAMBIO: ¿Ustedes eran de varias carreras o de una en particular?
R. C.: Éramos de distintas carreras pero el núcleo sí era Filosofía y Letras. Cuando terminamos, sabíamos que queríamos hacer teatro profesionalmente y entonces fundamos el Teatro Libre en 1973.
CAMBIO: Era una época de teatro muy político, comprometido.
R, C.: En esas época había un desorden enorme en la sociedad y un ascenso de las ideas revolucionarias. El MOIR (Movimiento Obrero Independiente Revolucionario) llegó a la Universidad de los Andes y nos recogió a varios. Durante un tiempo estuvimos militando en el MOIR, como hasta finales de los años 70. Ya en los años 80 teníamos muy claro que lo que queríamos era hacer teatro y no activismo político, porque ese teatro político tiene un problema. Es malo como política y malo como teatro. Entonces dimos un paso en ese sentido y reafirmamos nuestra autonomía como grupo teatral. Hacia el final de los años 70 los grupos (y específicamente el Teatro Libre) queríamos otro tipo de teatro, que no fuera solamente político. Eso sí, nosotros nunca hemos abandonado la idea de que el teatro siempre es político. Necesitábamos, en el caso concreto nuestro, conocer de primera mano el repertorio internacional, los grandes autores. La base del buen teatro es un muy buen texto.
CAMBIO: Eso los llevó a mirar incluso a los clásicos del teatro griego, como por ejemplo 'La Orestíada'. ¿Qué los llevó a esa búsqueda de los clásicos de la Antigüedad?
R. C.: Ahí en la pregunta está la respuesta. El contexto es que en este país no hay una tradición teatral como en el sur del continente o en México. Entonces ese repertorio llamado entre comillas clásico aquí no ha prendido, esa es la verdad. Si usted se pone a mirar la lista de las obras que se han representado en este país, pues no figuran, o figuran muy marginalmente, obras de los grandes trágicos griegos. Nosotros pensábamos, y pensamos todavía, que un teatro colombiano, un teatro nacional tiene que estar montado sobre la base del conocimiento y del manejo del repertorio internacional. Nosotros no hemos abandonado el teatro colombiano por el internacional. Nosotros hemos montado obras de otros dramaturgos colombianos. Seguimos en eso. Pero lo que forma a un grupo y a unos actores es el repertorio internacional. Los griegos, Shakespeare, el Siglo de Oro...
CAMBIO: ¿Cómo ve usted el teatro colombiano actual? Uno como espectador percibe un auge de grupos, de directores que montan tanto obras de autores extranjeros como de piezas escritas por ellos mismos.
R. C. En términos estadísticos en Bogotá hay fácilmente 60 salas de teatro. Unas, claro, de 20 personas. Pero son y hacen obras. Esto es completamente inédito. Hay un fervor y un entusiasmo, y hay varias escuelas. Está la ESAP, que es la escuela de la Universidad Distrital, está el Teatro Libre, está la Casa del Teatro… Hay ocho o nueve escuelas que forman actores y entonces esos actores salen a hacer sus cosas. Hay una enorme actividad. El nivel, en mi modesto modo de ver, todavía es precario.
CAMBIO: ¿Podría decirse que se está en una etapa de aprendizaje?
R. C.: Sí. Aquí falta mucho porque no hay una tradición. Por ejemplo, compare con un país como Costa Rica, que tiene una Compañía Nacional de Teatro con actores profesionales. Eso produce un influjo en el movimiento teatral independiente de Costa Rica. Aquí nunca se ha podido hacer eso. Entonces sí, aquí estamos en una etapa de aprendizaje.
CAMBIO: ¿Cómo ve usted la comunión, el matrimonio entre el teatro y las tecnologías y los nuevos lenguajes?
R. C.: Yo creo que eso es completamente lícito y está muy bien que el teatro se apoye y utilice herramientas de la tecnología, como lo han hecho las demás artes, la pintura, la música. Pero debo decir que la mayoría de las cosas que he visto de ese despliegue tecnológico tan impresionante es que deslumbran pero no reemplazan la relación directa de un actor con el público. Un público que puede ver respirar al actor, que puede ver las gotas de sudor que le caen. Yo creo que el teatro de personajes es el gran teatro. Ese teatro aspira a que se cuenten historias con personajes que perduren y no solamente el boato de la tecnología. Nosotros no tenemos mucho acceso a eso, la verdad, porque son elementos tremendamente costosos y que aquí en Colombia no tienen todavía una industria. Todo eso está muy bien pero nunca reemplaza el trabajo del actor directamente con el público, que es la esencia del teatro.
CAMBIO: Hablemos un poco del Festival de Jazz, uno de los grandes estandartes del Teatro Libre.
R. C.: Nosotros comenzamos el Festival en 1988 y fue pionero para otros festivales de jazz en Barranquilla, en Cali, en Medellín, en Bucaramanga, en Pasto.
CAMBIO: Y septiembre comenzó a llamarse el mes del jazz.
R. C.: Claro. Pero el problema del festival es muy sencillo. Primero, nosotros no podemos competir con un dólar a 5.000 pesos. Eso es completamente imposible. La otra cosa es que el distrito creó Jazz al Parque en la misma época, entonces cómo compite uno con eso. Nosotros no podemos salir a estrellarnos contra el mundo, a competir con Jazz al Parque. Que la ciudadanía lo disfrute masivamente, que se hagan conciertos para 10 o 15.000 personas me parece excelente. Pero nosotros no podemos entrar en eso. El de 2018 fue el último.
CAMBIO: ¿Cómo ve usted el futuro del Teatro Libre de Bogotá?
R. C.: Yo nunca me lo he planteado. Esa inquietud la tenía cuando comencé a hacer teatro y estaba fermentado por la cosa revolucionaria. Pero eso no me lo pregunto ya. Toda la sociedad necesita el teatro. Los gobiernos bajan, los gobiernos caen, los gobiernos se perpetúan, los gobiernos se acaban y el teatro está ahí. El teatro sigue. Eso es muy importante. Es muy probable que el destino del teatro en el mundo entero sea mantenerse como un arte para minorías, porque obviamente es imposible competir con la televisión y con el cine, y especialmente con los nuevos medios. Pero el teatro, la buena música y la buena literatura son el alimento esencial de una sociedad. ¿Qué puede uno cambiar? No sé, yo creo que lo único que uno espera es que cambie algo del mundo interior del espectador, que le haga ver la realidad de otra manera. Que la gente salga y diga: “Yo no había pensado en esto”. “Esto me impactó y entonces me cambió algo”. Eso es lo que uno puede esperar, no más. Pero de ahí a a pensar más allá, no. En una sociedad como esta yo creo que es un poco utópico.
CAMBIO: ¿Qué reflexión le deja llegar a los 50 años?
R. C.: Cuando nosotros fundamos el teatro jamás nos imaginamos que íbamos a llegar aquí, que esto fuera una institución venerable de 50 años. Nosotros hicimos esto porque nos gustaba hacer teatro, porque nos gusta hacer teatro, teníamos y tenemos la cuerda para hacer teatro.
Hamlet, príncipe de Dinamarca
Se presenta en la sede Centro del Teatro Libre. Calle 12B N° 2-44
Tel. (+57601) 4764934
viernes y sábado, 8 pm, y domingos, 3 pm.
Estará en cartelera hasta el domingo 19 de febrero.
Ficha Técnica
DRAMATURGO William Shakespeare, versión de Diego Barragán
DIRECTOR Ricardo Camacho
ASISTENTE DE DIRECCIÓN Fabián Alejandro Martínez / DISEÑO DE ESCENOGRAFÍA Fernando de La carrera / REALIZACIÓN DE ESCENOGRAFÍA Juan Pablo Ramírez / DISEÑO Y REALIZACIÓN DE VESTUARIO Ana María Parra / DISEÑO DE ILUMINACIÓN Alexander Corredor / COMPOSICIÓN MUSICAL Ian Frederick / PIANISTA Catalina Roldán / MAESTRO DE ARMAS Juan Carlos García
ELENCO
Hamlet – Diego Barragán
Espectro del Rey / Actor – Ricardo Caro
Reina Gertrudis – Alejandra Guarín
Rey Claudio – Alberto Zornosa
Polonio / Sepulturero – Germán Naranjo
Laertes / Actor – Fabián Velandia
Ofelia – María José Delgado
Horacio – Juan Sebastián Rincón Horrillo
Guildenstern – Daniel Rudas
Rosencrantz – Ómar Romero
Actor – Jorge Fernández
Actor – Juan Diego Mosquera
Guardia del Rey – Daniel Páez