Shakira, la identidad y el sueño de no vivir aquí

Crédito: Reuters

12 Octubre 2024 06:10 am

Shakira, la identidad y el sueño de no vivir aquí

En este texto, Nicolás García De Castro, filólogo de la Universidad Nacional y doctor en filosofía de la Universidad de Antioquía, reflexiona sobre los lugares comunes identitarios y lo ajeno que resulta Shakira a la tradición folclórica colombiana.

Por: Juan Francisco García

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Por: Nicolás García De Castro. 

Por supuesto, toda generalización es odiosa. Pero el lugar común también es una valiosa categoría mental: ineludible y necesaria. Maestros del cliché como Tarantino o Woody Allen han mostrado las enormes posibilidades estéticas del lugar común y, por otro lado, la investigación en todas las áreas del saber ha mostrado que, sin importar cuán preciso u objetivo quiera ser el análisis de la realidad, este siempre termina por recurrir a nombres (arriba, abajo, electrón, Dios) que solo parcialmente se corresponden con la experiencia concreta de aquello que queremos categorizar. Ya lo dijo Niels Bohr: “Estamos suspendidos en el lenguaje”.

Decir “los colombianos son echaospalante” resulta tan impreciso como decir que todos los seres humanos tienen dos ojos. Pero la relevancia de cualquier afirmación identitaria no se resuelve por su grado de precisión, sino porque condensa un proceso emotivo en el que se expresa el conflicto entre lo individual y lo colectivo, entre lo local y lo global. En ese sentido, el cliché identitario no solo intenta dar nombre a una realidad vivida, experimentada, sino que sobre todo escenifica una expectativa, una suerte de ideal.

Durante milenios, los seres humanos heredaban de sus abuelos los componentes básicos de su identidad: lo que vestían, lo que comían, en fin, los ritmos y reglas de su cotidianidad estaban más o menos directamente determinados por las interacciones sociales de su comunidad de origen y su territorio. Hoy nos define más bien lo que podemos comprar. Adidas o Boss son términos que hacen más parte de nuestra cotidianidad que la débil conciencia del territorio que nos hace colombianos.

Shakira. Créditos: Colprensa

De cualquier modo, el tricolor patrio, el himno, el cóndor, ejercen un efecto constante sobre nuestra autoimagen, por mucho que se los asocie más con el fútbol que con la masacre de las bananeras o con la heroica construcción del Túnel de la Quiebra. Así mismo, la guerra y la desigualdad están latentes, incluso en los eufemismos más burdos, como el de “país cafetero” y en las más melifluas autocomplacencias como las historias de superación personal que presentan los noticieros en sus secciones “amables”. Por ejemplo, hay muchas razones para estar orgullosos de Lucho Díaz o de Cata Usme, pero en ningún caso podemos considerar que resulten representativos de Colombia. Todo lo contrario, sus historias son tan excepcionales que terminan por remarcar (incluso si con ellas se pretendía encubrir) aquellas otras historias de los miles de jóvenes que no alcanzan esas élites y que tampoco encuentran verdaderas posibilidades de definirse, como no sea juntando dinero a toda costa.

La noticia es que Shakira viene a dar una gira por Colombia. Y en ello se oculta una pregunta: ¿qué es lo colombiano de Shakira? Valga decir que el suyo, al menos, es un show de alta calidad y no un reguetón hecho con un teclado midi cuyo cantante no entona ni las mañanitas. Además, Shakira tampoco reproduce propiamente la estética mafiosa que otra rama de la industria cultural explota para incrementar el turismo y la inversión extranjera. Pero su música y sus videos están más cerca de Lady Gaga o Britney Spears que de la hibridación cultural que dio lugar a nuestra rica herencia musical.

Los ocasionales elementos folclóricos que incluyen sus álbumes son más accesorios que los fundamentos de la cumbia en la chicha peruana o en el baile de las “kumbias” en Monterrey. Y si las caderas de Shakira son representativas de un ideal de belleza latina que tal vez trascienda el mero cliché, la operación de su nariz es casi un renegar de esa herencia de nuestra híbrida genética. En cambio, en el probable orgullo que su éxito pueda representar a esta nación, se agazapa un aspecto de ese ideal: si Shakira “viene” a Colombia, es porque ha cumplido el sueño macabro de no vivir aquí. Es como si el ícono que ella encarna fuera una versión positiva u optimista de lo que dijera Alfonso Senior al enterarse de que el gobierno renunciaba a la organización del Mundial del 86 y que ojalá se consolide como otro cliché al qué combatir: Colombia es un país enano al que no le quedan bien las cosas grandes.
 

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