Colombia, Argentina y el complejo de Edipo. Por Alejandro Pino Calad
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Alejandro Pino recuerda la histórica paternidad gaucha sobre la colombiana y explica que la única forma de sacudirse de ella es ganando el domingo. “Tenemos el equipo, tenemos los jugadores y, sí, irónicamente, tenemos un técnico argentino que ha mostrado que puede lograrlo”, dice.
Por: Alejandro Pino Calad
Argentina es el gran favorito para ganar la Copa América. No lo queremos leer, no lo queremos decir y seguramente estamos tocando madera tras esta frase, pero es la selección que ganó el último Mundial, que ganó la última Copa de Naciones Uefa-Conmebol (conocida popularmente como “Finalísima”) y que este domingo se juega su título como vigente campeón de la propia Copa América. Por supuesto, con un fútbol vistoso y eficiente, un equipo sólido y maduro, un James Rodríguez jugándose el torneo de su vida y un invicto de 28 juegos consecutivos sin perder, la Selección Colombia está en un momento ideal para acabar con ese favoritismo y con la paternidad de 20 victorias argentinas frente a solamente nueve nuestras en toda la historia de este duelo, pero la paternidad está ahí, y no es solo por las cifras. Esta final contra Argentina carga con toda una historia que perfectamente se podría resumir como un complejo de Edipo.
Todo comenzó en los años 30, cuando Fernando Paternoster, argentino, subcampeón mundial en 1930 y entrenador aventurero que llegó a Bogotá en 1938 a dirigir al Club Municipal (equipo que luego se convertiría en Millonarios), recibió la responsabilidad de armar a la segunda Selección Colombia de la historia, la que participaría en los Juegos Bolivarianos que se organizaron ese año en la capital.
Paternoster hacía parte de la generación de jugadores argentinos que conquistaron el continente en esa década buscando fortuna y aprovechando la fascinación que el fútbol del Río de la Plata generó en todas partes tras los dos oros olímpicos y el título mundial de Uruguay (1924, 1928 y 1930, respectivamente), en cuyas dos últimas gestas había sido escoltado por Argentina. Para rematar, la Italia campeona de 1934 tenía tres argentinos en su nómina (Luis Monti, Raimundo Orsi y Enrique Guaita) y la fama de los clubes argentinos traspasaba las fronteras de la mano de la revista El Gráfico, que ya se había convertido en una especie de Biblia de los amantes del fútbol y que tenía gran mercado en puestos de revistas especializados de las principales ciudades de Colombia.
Argentina era el norte, el deber ser, el mejor fútbol al que podíamos aspirar como colombianos, y mirándolos así, hacia arriba y con admiración reverencial, los enfrentamos por primera vez en 1945, en nuestra primera Copa América, que en esa época se llamaba Campeonato Sudamericano. Argentina nos dio la bienvenida al torneo que ya se había ganado en seis ocasiones, y que ese año lograría por séptima vez, con un doloroso 9-1.
En Colombia aún no había fútbol profesional, no teníamos liga aunque sí equipos, y un muy digno Junior de Barranquilla reforzado había asumido el reto de representarnos por primera vez en el torneo continental que se disputaba desde 1916. Arturo Mendoza hizo el gol del honor frente a un equipo de súper estrellas: Ferraro, Pontoni, Loustau y Boyé, por ejemplo, y sólo por mencionar a cuatro de los anotadores.
En el 47 fue 6-0 y tres de los goles los hizo un nombre que luego se convertiría en leyenda para Colombia y el mundo: Alfredo Di Stéfano. Esa Selección Colombia, como por variar, también tenía un argentino como entrenador: Lino Taioli, otro exjugador que había estado un par de años antes en Millonarios.
La fascinación con los argentinos llegó al paroxismo con El Dorado, ese legendario periodo en el fútbol colombiano en el que los clubes nacionales se reforzaron con las grandes estrellas del fútbol argentino, aprovechando la huelga de futbolistas de ese país en 1949. Cuando Adolfo Pedernera aterrizó en Bogotá en 1949 ya era un ídolo, aunque nadie lo había visto jugar, y tras él llegó una dinastía de estrellas: Néstor Rossi, el mencionado Di Stéfano, Julio Cozzi, Antonio Báez, Reinaldo Mourin, Tomás Aves, René Pontoni… 57 argentinos se repartieron entre los clubes colombianos en el periodo de 1949 a 1953, marcando el arranque del profesionalismo y dejando escrito para siempre el complejo de Edipo colombiano: cual niños con su padre, al fútbol argentino lo vemos con infinita reverencia, a sus jugadores, a sus técnicos, a sus equipos de los cuales muchos colombianos se han declarado hinchas sin haberse montado en un avión.
La idea es tan poderosa que si uno repasa la lista de grandes ídolos de los principales equipos del fútbol profesional colombiano, en todos está un argentino. Y claro, hay casos de grandes estrellas que llegaron en grandes momentos, como Pedernera y Di Stéfano en Millonarios, El Charro Moreno en Medellín o Verón en el Junior, pero nuestra fascinación con los argentinos ha hecho que sean múltiples los casos de jugadores gauchos que llegaron de clubes muy pequeños de ese país, sin nombre ni fama, y acá se convirtieron en leyendas, como Armani en Nacional, Galván en Once Caldas o Daniel Tilger, eterno referente del Quindío, o que terminaron en Colombia después de que en el fútbol argentino se les acabaran mejores opciones y acá su nombre está escrito en letras doradas, como Omar Pérez, ídolo absoluto en Santa Fe, o Hugo Horacio Lóndero, cuarto máximo goleador del FPC.
Por supuesto, en este extraño complejo de Edipo con el fútbol argentino, hemos tenido momentos maravillosos en lo que el Layo albiceleste cae gracias a la heroica gesta de quienes se viste de amarillo, azul y rojo. La primera vez fue en la Copa América del 87, precisamente en Buenos Aires, donde el Pibe Valderrama y esa corte que luego clasificaría al Mundial del 90 venció a la Argentina de Maradona por 2-1 en el duelo por el tercer lugar de la Copa América. Antes de eso, en 1984, Colombia se impuso por 1-0 en un amistoso en la que fue la primera victoria de Colombia en toda la historia de este enfrentamiento, 39 años después del primero de los duelos.
Tal vez de los que más se ha escrito es de los partidos en las eliminatorias a Estados Unidos 94, el 2-1 en Barranquilla que acabó con el invicto argentino de 31 fechas y el 5-0 en el Monumental de River Plate que los mandó al repechaje y a nosotros nos condenó a creernos campeones del mundo sin haber jugado.
Desde ahí, la rivalidad se ha calentado y, aunque nosotros tratemos de no verlos como nuestros padres y de cuando en vez les damos golpes como el 3-0 en la Copa América del 99, con los tres penales perdidos de Palermo frente a un épico Miguel Calero, o el 2-0 de la fase de grupos de la Copa América 2019, ellos cada tanto nos lo recuerdan con un acento más doloroso que el “yo soy tu padre” de Darth Vader, como con el ya famoso “¡mirá que te como hermano!”, del Dibu Martínez en la tanda de penales de las semifinales de la Copa 2021.
Es que edípicamente le damos tal importancia a Argentina, que muchos colombianos aún menosprecian el título de Copa América del 2001, el único trofeo oficial que ha ganado la selección de mayores de Colombia, por el simple motivo de que la albiceleste no vino al torneo del que fuimos anfitriones. No le pudimos ganar a “papá” y por eso pareciera que el título vale menos, aunque fue con valla invicta y goleador. En contraste, nueve de los 15 títulos de Copa América obtenidos por Argentina se dieron en ediciones en las que no participó Colombia y nadie allá los menosprecia por eso, pero bueno, por eso se llama “complejo”…
Sí, son los favoritos, tienen la historia de su lado y los trofeos en las vitrinas, pero la única forma de resolver este extraño complejo de Edipo que tenemos con el fútbol argentino es ganándoles. Tenemos el equipo, tenemos los jugadores y, sí, irónicamente, tenemos un técnico argentino que ha mostrado que puede lograrlo. Pero, una vez más, toquemos madera. Nada más peligroso que un complejo de Edipo mal manejado, y la salud mental de la nación está en juego.